
Pero eso no queda ahí. Ya que los mares absorben una gran cantidad de CO2, el agua salada se va acidificando poniendo en riesgo animales con caparazones formadas por carbonatos de calcio, tales como moluscos, caracoles, estrellas de mar y los tan preciados arrecifes. Adicionalmente, existe otro gran problema generado por la modificación de la estructura química del agua en los océanos: la transmisión del sonido en aguas marinas es más fácil e intensa en aguas ácidas. Es decir, las ondas sonoras recorren mayores distancias y son más penetrantes en un medio ácido.
Tal situación puede estar ocasionando que las ballenas pierdan la orientación debido a que reciben ondas sonoras que las confunden. Estas interferencias podrían explicar por qué algunos de estos grandes mamíferos terminan sus días en las playas tras ser varados por el mar. Se sabe que estas especies necesitan grandes profundidades para movilizarse y al confundirse o atender ciertos ruidos se acercan mucho a la costa sin posibilidad de regresar a altamar.
Algunos estudios científicos afirman que, dicho de manera sencilla, los mares son cada vez más ruidosos. Los tonos graves, es decir aquellos con una baja frecuencia de onda, son generados de manera natural en el mar debido a las lluvias, las olas y a la actividad de animales marinos. Sin embargo, a este repertorio se le suma el sonido producido por los barcos y por otras actividades humanas. Pese a que este tema fue abordado en Copenhagen sin resultado alguno, varios científicos insisten en anunciar cambios dramáticos para la fauna marina, en especial, para los grandes mamíferos como ballenas, delfines, orcas y otros.
Adicionalmente, la comunicación que existe entre estos animales, basada en un complejo sistema de sonidos, puede verse afectada por estos cambios en las aguas marinas. Dicha situación trae consigo modificaciones en la conducta con algunas consecuencias negativas. Asimismo, los delfines pueden perder o ver disminuido severamente su capacidad auditiva si es que en las aguas marinas los sonidos se agudizan y se hacen más intensos. Las zonas más amenazadas por esta situación son el Atlántico y el Pacífico norte, las regiones subtropicales como Hawai, así como las aguas marinas cerca al canal de Panamá y a la costa japonesa. Estamos advertidos.
Reflexiones en torno al terremoto en Haití
Uno de los países más pobres del continente, si no el más pobre, ha sido devastado por un letal terremoto. No entraré en detalles sobre esta tragedia, sin embargo, en base a diversas notas recogidas lanzaré algunos comentarios para reflexionar al respecto. Según algunos medios de prensa, dicho país ya estaba advertido de que un terremoto así sería sumamente devastador. Y es que la situación política, social y económica del país, donde el gobierno de turno es incapaz de tomar medidas preventivas, es el escenario perfecto para que una tragedia de esta magnitud se cobre tantas vidas. Si la política estatal hubiese tomado en cuenta reglas básicas y sencillas de construcción, posiblemente se hubiese podido salvar miles de vidas.
Un terremoto de esta magnitud en Japón o en los Estado Unidos no habría cobrado tantas vidas, pese a que también son zonas expuestas a estos eventos naturales impredecibles. La diferencia está en la cantidad de dinero que invierten estas naciones del “primer mundo” en construcciones especialmente diseñadas para afrontar terremotos y otras desgracias; y en capacitar a sus ciudadanos. Para los países pobres, dichas medidas no figuran en la lista de prioridades. Además, como es común en nuestra realidad, muchas construcciones son hechas a la “criolla”, es decir, son construidas sin seguir las normas básicas de ingeniería, ahorrando (o robando) material (acero, cemento) o utilizando mezclas alteradas para sacarle la vuelta a lo que debería ser un acto responsable.
Pensando en toda la masa de cemento que invade Lima, no quiero ni imaginarme un terremoto similar en esta ciudad (o en cualquier lugar del país). ¿Quién supervisa todas las construcciones?, ¿Somos los suficientemente responsables para pensar que lo barato sale caro? ¡Qué miedo! Construir de tal manera que se tome medidas preventivas para posibles movimientos telúricos no debería ser tampoco tan caro. Pero claro, más importante es tener aunque sea un techo, que ponerse a pensar en cómo construir tomando ciertas previsiones para el futuro. Sin un Estado (y/o una sociedad civil atenta) que fiscalice las construcciones y que imparta conocimientos y enseñanzas sobre prevención y defensa civil, poco se puede hacer.
Sumergidos en un mundo donde solo importa sobrevivir o generar más riqueza, lograr una cultura de la prevención es casi imposible. Todo esto se agrava cuando el último terremoto de grandes magnitudes se dio muchos años atrás (aunque en el Perú con lo sucedido en Pisco y anteriormente en Arequipa, deberíamos estar prevenidos, al margen de la inoperancia estatal). En el país somos expertos en reaccionar solo después (y “a media caña”) tras las desgracias.
Existen algunas reglas básicas de construcción que pueden ahorrarnos momentos amargos, tales como privilegiar construcciones ovaladas y dirigir el punto de gravedad hacia abajo. Las construcciones que buscan la simetría, y cuyo punto de gravedad se ubica principalmente cerca del suelo, son más estables. Por otro lado, se debería evitar el uso de balcones, cúpulas y de otros elementos ornamentales que podrían ocasionar daños colaterales lamentables, a menos que se construya bajo una supervisión y asesoría técnica. Crecer como país no significa únicamente intentar salir de la pobreza, sino también, fomentar una cultura de responsabilidad social. No podemos enfrentar a la naturaleza, pero sí podemos mitigar los efectos de este tipo de situaciones y sobre todo, podemos (y debemos) respetarla.
El caribe ha vuelto a temblar y no hemos llegado a nada concreto en Copenhagen. No sé quién está más jodido: ¿nosotros o las ballenas?
Artículo publicado el 15 de enero de 2010 en la versión online de la Revista Viajeros:
http://www.viajerosperu.com/articulo.asp?cod_cat=11&cod_art=1572