El smog en China es un gran problema, un verdadero problema. Foto: Getty Images/ ChinaFotoPress. |
Para
mí, este nuevo año empieza de la mejor manera. El reciente nacimiento de Maya,
mi hija, me ha obligado a, entre otros, releer parte de lo que he escrito. Así,
aprovechando los escasos momentos en que puedo desconectarme de su cuidado, debo
cerciorarme de que si me va a leer más adelante, lo que he publicado le sirva
para entender parte de lo que sucede en nuestro país y en el planeta, al cual
ha llegado hace mes y medio. Si bien debo confesar que veo el futuro de la
humanidad bastante turbio, intento aparentar todo lo contrario. Empero, dejando
de lado algunos problemas existenciales, lanzo algunos temas salpicados para ir
calentando motores y afilando la pluma. Al parecer, será necesario estar
preparado para desenvainar las armas en el momento menos esperado.
Luego de haber sido anfitriones de la tan
mentada COP 20, habrá que ver qué podemos esperar de Paris este año en la por ahora
lejana COP 21. La reunión en la recientemente golpeada capital francesa
marcaría la pauta para el futuro ambiental del planeta si es que efectivamente,
lo hecho en la capital peruana puede ser un buen inicio para el acuerdo
internacional que deberá reemplazar al tan venido a menos y obsoleto Protocolo
de Kyoto. Y sin entrar en la polémica sobre lo bueno, lo malo y lo feo de la
pomposa reunión ambientalista limeña, empezaré por un hecho a tomar en cuenta,
en base a lo que un par de colegas alemanes me han hecho notar.
Según la prensa, en el 2014, Alemania ha
emitido 3% menos de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en comparación a años
anteriores. Así lo dijo la Ministra de Medio Ambiente, Barbara Hendricks y yo
le creo. Este hecho es notable, pues debemos tomar en cuenta de que estamos
frente a uno de los países que está incluido en el saco de las naciones
“industrializadas y contaminantes” del planeta. Claro, este pequeño avance es
importante, pero es insuficiente para alcanzar las metas ambientales del país
teutón en cuanto a la reducción de sus GEI.
El mencionado retroceso en la emisión de GEI tiene
que ver no solamente con una pequeña “ayuda” meteorológica —pues tanto a
inicios y finales del año, los germanos tuvieron un invierno bastante templado
para sus estándares, lo que implica un menor uso de energía para calefacción y
otros fines—, sino que también responde a la puesta en marcha de políticas
medioambientales destinadas a ir reduciendo progresivamente la emisión de estos
gases. Los alemanes están “luchando” para reducir sus emisiones de GEI en un
40% (en comparación al año 1990) pensando en el año 2020. Como parte de esos
esfuerzos, acordaron implementar, en diciembre del 2014, un “paquete ambiental”
destinado a poner en marcha las acciones necesarias para ahorrar energía,
cambiar poco a poco su matriz energética y para ir reemplazando progresivamente
las viejas fábricas que utilizan carbón para generar energía.
¿Cómo
haríamos?
Entonces, sí es posible que un país haga lo
necesario para reducir sus emisiones de GEI. Claro, no es fácil y sin lugar a
dudas, no todos los países están en la capacidad de hacerlo o quieren hacerlo. Es
poco probable que países que anhelan entrar a toda costa a la lista de las
potencias mundiales, como Brasil, India y China, tengan la intención de reducir
sus emisiones de GEI. Parecería ser que la consigna es “primero me convierto en
potencia y emito los GEI que deba emitir para mover mis industrias y luego hablamos”.
Así como vamos, habrá que esperar que las futuras COP vayan logrando algo
porque de lo contrario, tendremos un futuro bastante desalentador.
Además, la humanidad ya está sobrepasando los
límites en cuanto al uso indiscriminado y abusivo que le da a los recursos
naturales en el planeta. En el 2009, un grupo de científicos se propuso
determinar cuáles son las “fronteras planetarias” que no se debería sobrepasar
para llegar a un punto crítico en la historia de la humanidad. En el 2014 se
hizo una actualización al respecto y se determinó que las actividades humanas
han perturbado significativamente la “relativa calma” de los primeros 12,000
años de la historia del Homo sapiens.
Hemos entrado escandalosamente a una época de desestabilización y de incertidumbre
planetaria.
Según los investigadores del Stockholm
Resilience Center, en cuatro aspectos (de nueve); cambio climático,
conservación de la diversidad biológica, uso de la tierra y los ciclos globales
de fósforo y nitrógeno, ya hemos pasado los límites permisibles y aceptables
que aseguraban una tranquilidad en el horizonte. En lo referido al primer
aspecto, la concentración del dióxido de carbono (CO2) en la
atmósfera ha alcanzado las 400 partes por millón (ppm). El límite seguro, según
modelos matemáticos, es de 350 ppm en un escenario de 1,5ºC de aumento de la
temperatura global. A partir de 450 ppm, según Will Steffen del mencionado
Centro, entraríamos a una situación de alto riesgo.
A
llorar al río
El 2014 fue el año más caliente desde que se mide el clima mundial. Foto: Getty Images |
En lo referido a la preservación de los hábitats
que albergan a la diversidad biológica del planeta, según los expertos, la
humanidad ya pasó el límite, en especial, en lo que concierne a la diversidad
genética. Esta última es vital para garantizar la permanencia de especies que
puedan adaptarse (de manera natural) a diversos escenarios para seguir
ofreciendo innumerables servicios vitales para el ser humano. Y es que debido a
la pérdida inminente y global de la diversidad biológica (debido a la deforestación,
la sobrepesca, la introducción deliberada o no de especies exóticas e invasoras
y a otros factores), se está perdiendo todo ese invalorable material genético
que nos podría asegurar la supervivencia en el planeta Tierra (o en otro, de
ser necesario y creo que lo será).
Otro de los graves problemas mundiales —y que
por estos lares parece pasar desapercibido— es la incontrolable liberación de
fósforo y nitrógeno almacenados principalmente en fertilizantes y abonos
destinados a la agricultura intensiva. Este hecho trae consigo la pérdida de la
calidad y de la aptitud original de los suelos, así como la contaminación de
las aguas, ya que estos llegan tarde o temprano a las fuentes acuíferas. A ello
habría que sumarle la salinización, especialmente de aquellos terrenos que han
sido regados de manera artificial para impulsar la producción agraria
descontrolada. Le estamos sacando la mugre a los suelos y en el Perú no nos
quedamos atrás.
Ante estos escenarios, nuestra capacidad de
respuesta, como país, podría ser demasiado elefantiásica, porque hasta que nos
demos cuenta de que lo acá descrito (y mucho más) ya está sucediendo en el
planeta, podría ser demasiado tarde. A eso debemos sumarle el hecho de que
cuando queramos reaccionar, la velocidad y fuerza con la que todos estos
problemas se vienen dando podrían pasarnos por encima. Como menciona Steffen,
“en una generación, la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica a
nivel planetario”. Es decir, somos capaces de transformar dramáticamente a la
Tierra (para mal, claro está) en periodos muy cortos de tiempo y sin darle
tiempo a algunos seres vivos de que se adapten para poder sobrevivir.
En temas como el acceso y uso del agua, la
situación global todavía no ha pasado los límites arriba mencionados, pero ya
existen graves problemas en la región este de Estados Unidos (California y
alrededores), en la parte del sur de Europa, en Asia y en el convulsionado
Medio Oriente. En el Perú todavía no hemos vivido una fuerte crisis en torno al
agua, pero así como vamos, pronto la tendremos. Si seguimos desperdiciando el
agua y no tomamos medidas drásticas en cuanto a la conservación y manejo de
cabeceras de cuenca, por ejemplo; y si no ponemos en marcha un plan aterrizado
y real que nos permita gestionar este recurso clave, ya recibiremos nuestro
merecido.
Otros aspectos en los que la humanidad está en
el límite para pasar a terrenos pantanosos son el de la pérdida de la capa de
ozono en la estratósfera y la acidificación de los océanos. Estamos caminando
sobre la cornisa y así como vamos, en cualquier momento nos caeremos
estrepitosamente y el daño será irreparable. Con todo lo anterior mi
cosmovisión —la cual no es exclusiva de algunos— está cada vez más alterada y oscura.
La manera de percibir y de entender lo que está sucediendo en el planeta nos debería
obligar a reaccionar de una vez por todas. Además, tomemos en cuenta que el
2014 fue el año más caluroso en el planeta desde que se tiene registros al
respecto. Por ende, así como vamos, ¡nos vemos en el infierno!
Enero 2015
Artículo publicado originalmente en la página web de Rumbos:
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