La abuelita Manuela. |
El domingo ingresamos a la iglesia de Pueblo
Nuevo a eso de las 10 de la mañana para estar en la misa en honor a Manuelita
por sus 100 años. A su llegada, todas y todos los pueblonovanos la saludaban
pues la conocen y además es una persona muy querida y reconocida. Ese día, el
recinto estaba lleno y en su interior se respiraba un aire de júbilo y algarabía.
Así, después de saludar a una o dos decenas de personas y de ver dónde me iba a
sentar, terminé sentado en primera fila al lado opuesto de las bancas donde
estaba la abuelita, sus hijos y Maya en brazos de Fátima. Nuestra pequeña se la
pasó durmiendo toda la misa arrullada con los cantos y el bullicio.
Apenas me ubiqué en la primera fila al lado
izquierdo de la iglesia y mientras estaba de pie mirando el vacío, intentaba
ver a mi esposa e hija y me quedé observando a la abuelita por unos minutos.
Debo confesar que sentí una gran emoción de estar ahí parado siendo parte de
una celebración en la cual, la protagonista era la abuelita Manuela. Mientras
escuchaba los cantos y las lecturas obligatorias tuve que controlar unas ganas
tremendas de ir corriendo a abrazar a la abuela. Me atacó una sensación difícil
de describir. Me sentía inundado de una fuerza extraña que me petrificó en mi
asiento y que me obligó a abstraerme del momento para pensar en esa cosa rara
con la que contamos los que estamos aún estamos pululando por ahí: la vida.
Fátima, la abuelita, Maya, Rosario (Charo) de izquierda a derecha. |
Cada minuto en este planeta es algo por lo que
debemos agradecer. De hecho no sé a quién exactamente, pero por lo menos, es
obligatorio, creo yo, detenernos de vez en cuando a reflexionar al respecto y
ver la vida con optimismo. Veía a la abuelita absorta en sus pensamientos y en
sus rezos, rodeada de toda su descendencia y se me hacía un revoltijo en las
tripas. No sabía si llorar o reír de la felicidad y de la emoción que me
embargaban. Y tal sentimiento crecía al ver a Fátima y a Maya a pocos metros de
su abuela y bisabuela respectivamente.
Manuela es la hija mayor de Don Guillermo
Pastor Zamora y de Doña Vicenta Plaza Castro y es la mayor de nueve hermanos:
Julio (†), Luisa, Celestina (†), Pablo (†), Bertila (†), Juana, Victoria (†) e
Isabel (†). La abuelita es una mujer fuerte y si bien en los últimos años debe andar
en silla de ruedas, no deja de estar activa. Pela las alverjas, las habas y
hace otros pequeños trabajos manuales y toma sus alimentos sin ayuda alguna. Es
un placer verla comer y tomar sus infusiones. Tiene un apetito envidiable y disfruta
sus comidas en silencio. He pasado varios días con la abuelita y la he visto en
su rutina diaria y es aleccionador ver cómo se desenvuelve y vive con entusiasmo
cada nuevo día.
Recuerdo con mucha alegría y nostalgia una
semana de junio de 2014, en pleno Mundial de Fútbol, cuando estuve en Pueblo
Nuevo con Fátima (Maya ya estaba en la barriga de su madre) y con sus padres. Nos
pasábamos gran parte del día viendo todos los partidos de fútbol con la
abuelita. Siempre preguntaba quién era yo y a veces me miraba con desconcierto
y no me quitaba la mirada, pues asumo que intentaba descifrar quién era ese
individuo con barba (con una máscara, como dice ella) y por más que le
explicaban quién era yo, ella no estaba muy confiada ante mi presencia. La
abuelita tiene una ligera desconfianza de la gente que no conoce y que merodea
por su casa. No obstante y por eso, en mi caso, siempre andábamos cruzando
miradas (de amor y odio, como dice Naty), mientras yo a su vez intentaba no
alterar su tranquilidad y tomaba todo con humor, pues sé que a la abuelita esos
momentos solo la perturban por algunos minutos y que luego se le pasa.
La abuela Manuela se casó en el año 1945 en
Pueblo Nuevo con el ciudadano chino Humberto Lam Kan y al año siguiente se fue
con toda su familia a Lima buscando mejores oportunidades educativas para sus
hijos. Producto de su matrimonio, nacieron Celso (†), Leticia (†), Guillermo,
Humberto, Griselda, Ronald, Silvia, Manuel y Rosario (mamá de Fátima y abuela
de Maya). En el año 1955 falleció el esposo de la abuelita, el “Viejo Lam”,
como ella lo llama cariñosamente hasta ahora. Manuela quedó viuda a los 40 años
con ocho niños. Su situación económica era difícil, pero la abuelita no se
doblegó ante ello e hizo lo imposible para sacar adelante a sus descendientes.
He escuchado todos los sacrificios que hizo para darles educación a sus hijos y
lo cierto es que solo me queda doblegarme ante tremenda mujer de acero llena de
perseverancia y amor por los suyos.
Cuando la situación estaba sumamente
complicada en Lima, la abuelita se vio tentada a regresar a Pueblo Nuevo, donde
la vida era más fácil y barata, pero fiel a su espíritu guerrero, decidió
quedarse en Lima para que sus hijos estudien. Ella no se vino abajo ante las
dificultades y limitaciones que debió vencer para que su descendencia pueda tener
un mejor futuro. Para Manuelita —y siempre lo repite con orgullo— la educación
es la mejor arma para vencer cualquier tipo de obstáculos. Y la prueba más
contundente de ello son sus hijos, nietos y bisnietos y el gran mensaje que ha
dejado a través de sus 100 años. La abuelita es una persona de armas tomar. Eso
me consta y doy fe de ello. Pero a su vez, es sumamente cariñosa e irradia una
fortaleza que estoy seguro está repartida en sus 64 descendientes directos.
La Abuelita Manuela en la misa. |
La abuelita tiene 26 nietos: Nancy Patricia,
Carlos, Leticia, Patricia, Guillermo, Alberto, Ana, Fabiola, Carol, Fátima (mi
Meylín), Ronald, Alex, Vladimir (†), Rodrigo, Rosario (†), Nataly, Heidy,
Martín Yuri, Humberto, Juan Carlos, Paloma, Vanessa, Roberto, Hellen, Claudia y
Andrea (†). Conozco a casi todas y todos los nietos y siempre que los veo con
la abuelita me fascina ver cómo es que existe ese nexo tan cercano entre ellos.
La primera nieta nació en el año 1964, cuando la abuela tenía 49 años y desde
ese entonces ha cuidado y velado por todos ellos. Cada uno de los nietos
reconoce en su abuela a la mujer que no sucumbió ante las adversidades y que
con su fuerte carácter y perseverancia sacó adelante a sus padres y con ello a
cada uno de ellos también.
Y es a partir del año 1992 que la abuelita se
convirtió en bisabuela de 29 bisnietos: Daniela, Sebastián, Antonio, Mikaela,
Kiara, Carlos, Kuay, Eduardo, Nicolás, Luis Eduardo, Fiorella, Cristina, Jean
Franco, Mauricio, Ariana, Nicolás, Ana Paula, Máximo, Romina, Santiago, Lucia,
Santiago Mateo, Sebastián, Diego, Joaquín Germán, Joaquín Umberto, Catalina,
Amaroo y la última, nuestra pequeña Maya. Así, en estos 100 años, la abuela
Manuela tiene 64 descendientes y seguramente seguirán viniendo muchos más. Espero
que los actuales y los que vengan conozcan las adversidades que Manuela Pastor
de Lam tuvo que atravesar para salir adelante. Desde su querido Pueblo Nuevo,
la abuelita está ahí vigilando el destino de cada uno de los suyos. Yo me
encargaré de que Maya Meylín sepa quién es su bisabuela y que cuando vuelva a
visitarla, le dé un fuerte abrazo para que reciba sus bendiciones y su fuerza.
Con estas breves líneas deseo rendirle
homenaje a la abuelita Manuela y saludar a toda su descendencia. Desde que conocí
a Fátima, siempre me habló de su abuela y cuando la conocí supe que estaba
frente a una de esas mujeres que representan la fortaleza y entereza humana.
Cuando veo cómo Fátima le da besos a su abuela y está a su costado
conversándole, me emociono bastante. Y por supuesto, en esta oportunidad en que
por primera vez la abuela ha conocido a su última bisnieta y la ha tenido en
sus brazos, el corazón se me salía del pecho. Esos momentos indescriptibles de
calor humano son únicos y desearía con sinceridad que nunca acabasen.
La abuelita y Maya. |
Mientras tanto, es un nuevo día para todos y
la abuelita debe estar en su querido terruño sentadita, tomando su té o alguna
merienda (o picoteando por ahí lo que le alcancen) o estará ayudando en la
cocina. Además, estará seguramente recordando cuántos años tiene y cuándo
nació; enumerará a cada uno de sus hijos y evocará al “Viejo Lam” una y otra
vez. Luego, se reirá, hará sus “ejercicios” y estará dormitando placida y
merecidamente hasta que las primeras horas de la noche irrumpan, luego se irá a
descansar para levantarse al alba y seguir ofreciéndonos un día más de vida. La
abuela ha ido perdiendo la memoria y confunde algunas cosas, pero tiene momentos
de una lucidez envidiable que denota su fortaleza física y mental y en los
cuales se acuerda y reconoce a las personas con las que está en ese momento
para después de un rato olvidarse. Sin embargo, eso no impide que a su lado y
alrededor de ella exista un clima de paz, de algarabía y de entereza humana.
Así, en medio de la maratónica celebración por
sus 100 años, la abuelita disfrutó enormemente los momentos con sus hijos,
nietos, bisnietos, familiares y amigos. Pero también hubo momentos en que su
mirada se perdía en el vacío. Supongo que estaría imaginando cómo agradecer la
dicha de tener reunidos a tanta gente que la ama, la estima y que la protege o que
tal vez estaría recordando los difíciles momentos que vivió para llegar hasta
donde está. No lo sabremos. Pero por ahora eso no importa, lo importante es que
estuvo y está rodeada de los suyos. Y así, antes de irnos de Pueblo Nuevo, me
despedí de ella y aunque no me reconoció, le pude dar un beso y pude coger sus
manos. Ese gesto me acompañará hasta que la vuelva a ver. Por eso, cuando ahora
veo a Maya intento ver a través de sus ojos a la abuela. Ahí está y ahí estará por
siempre. ¡Felices 100 años abuelita Manuela!
Febrero 2015
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