He
participado en varias discusiones sobre un tema que siempre levanta pólvora: la
colecta de especies (sobre todo de animales) para realizar inventarios
biológicos, describir nuevas especies (o subespecies) y para trabajos de
investigación en universidades, museos u organizaciones especializadas. Tenemos
a los que están a favor y ven como necesaria dicha actividad y tenemos a los
que están en contra porque ven innecesario extraer especímenes vivos de la
naturaleza para que vayan a parar a una colección científica. Por otro lado, algunos
investigadores exigen que para documentar a especies raras o nuevas para la
ciencia se debe utilizar otros métodos, mientras que los que están a favor
justifican su utilización, dado que la colecta es la base del conocimiento
biológico. ¿Qué opinan ustedes?
En su
opinión, no es necesario arriesgarse para demostrar su existencia, sobre todo,
dadas las amenazas actuales que debe enfrentar la diversidad biológica en el
planeta. Suena bonito, pero esta posición tiene sus detractores, pues gran
parte de la comunidad científica no ve con buenos ojos que no se colecte un
espécimen de una nueva especie biológica, pues siempre es necesario contar con
mínimo uno de estos para los trabajos de identificación, investigación y para
tener certeza de qué especie o subespecie tenemos al frente.
En ese
sentido, tomando como referencia lo que plantea el abogado ambiental mexicano Rolando
Cañas Moreno[1] y
sus colegas, “la base del conocimiento
biológico son las muestras físicas, llamadas especímenes, que permiten tomar
medidas morfológicas, extraer moléculas y en general proveer la base material
para la construcción del edificio taxonómico que da sentido al conocimiento
biológico mundial”. Es decir, con el propósito de obtener información sobre
los componentes de la diversidad biológica, se debe colectar algunos ejemplares
de las diversas especies que la conforman. Está claro.
Adicionalmente,
en su artículo, Cañas sostiene que en la Ley General de Vida Silvestre de
México (del 2006) se señala que “las
autorizaciones de recolecta con fines científicos o de enseñanza serán
otorgadas sólo cuando no se afecte con ella la viabilidad de las poblaciones,
especies, hábitats y ecosistemas y, no obstante que ni en esta ley ni en su reglamento
se pide a los interesados estudios de poblaciones para autorizarla, esta
disposición sería fundamento de una negativa en este sentido en caso de contar
con información que lo sustentara”. Con ello, se determina que esta
actividad de recolección debe ser hecha cuando no se afecte la integridad de
las especies, pero ¿cómo comprobar o asegurar que esto no va a suceder?, en el
caso de las poblaciones de nuevas especies, ¿quién debe hacer el estudio de estas
nuevas poblaciones?
Así
también, en la mencionada ley mexicana se estipula que “(…) la recolecta con fines de investigación, en
áreas que sean el hábitat de especies de flora o fauna silvestres endémicas,
amenazadas o en peligro de extinción, deberá hacerse de manera que no se
alteren las condiciones necesarias para su subsistencia, desarrollo y evolución”.
Para ello, es necesario determinar cómo se debe hacer para no alterar tales
condiciones. Habrá que preguntarle a los especialistas. El hecho es que la
colecta de especímenes, según este ejemplo mexicano, está regulada, con lo cual
se entiende que no está prohibida, ni es penada si es que se hace seriamente.
En
nuestra Ley Forestal y de Fauna Silvestre (Ley Nº 29763 de julio de 2011 que estará
vigente cuando se apruebe su reglamento) se menciona, en el Artículo 140 (Extracción
y exportación para investigación científica o propósito cultural), que el
recientemente creado Servicio Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR) otorga la
respectiva autorización cuando se trata de: i) especies categorizadas como
amenazadas, ii) especies consideradas en los Apéndices de la Convención sobre
el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES),
iii) cuando la investigación científica involucre el acceso a recursos
genéticos y iv) para propósitos culturales. Asimismo, la ley señala que “la colecta o extracción de recursos
forestales y de fauna silvestre con fines de investigación orientada a
determinación de genotipo, filogenia, sistemática y biogeografía es autorizada
siguiendo procedimientos simplificados establecidos por el Serfor”.
Por lo
tanto, en el Perú también se puede colectar especímenes, pero se específica
para qué casos se requiere permiso, por ende, ¿se podría pensar que las
especies que no están incluidas en esos cuatro casos —como podría ser el caso
de las nuevas especies, a las cuales nadie ha “clasificado”—, pueden ser
colectadas sin permiso? No lo sé. Además, la ley agrega que “los requisitos y procedimientos para la
colecta o extracción y la exportación de especímenes de flora y fauna silvestre
con fines de investigación o propósito cultural lo establece el reglamento de
la presente Ley teniendo en cuenta las normas específicas relacionadas”. ¿Y
el reglamento? Y mientras tanto, ¿qué sucede?
Dado
lo anterior, como se sabe, aún rige la Ley Forestal y de Fauna Silvestre, Ley
Nº 27308 del año 2000. Así, en el Artículo 34 (Extracción para investigación o
propósito cultural), se estipula lo siguiente: “La autoridad competente otorga autorizaciones para extracción de
recursos forestales y de fauna silvestre con fines de investigación científica
o cultural, en las condiciones que establece la legislación sobre la materia y
el reglamento”. O sea, no hay mucho que interpretar, ¿o sí? Hay que leer el
reglamento.
En el
reglamento de la Ley Nº 27308 —aprobado el año 2001 mediante el Decreto Supremo
Nº 014-2001-AG—, específicamente en los artículos 326, 327, 328 y 329 se
incluye lo referente a las colectas científicas. Para ello, se requiere los
permisos y las autorizaciones respectivas, es decir, estas están permitidas y
encuentran justificación para su ejecución.
Es
decir, un espécimen colectado debe ofrecer información taxonómica y datos
genéticos para determinar qué especie (o subespecie) es, con el fin de que pueda
ser clasificado correctamente. Y a propósito, ¿cuántos especímenes de una
especie o subespecie determinada se necesita para los trabajos de investigación
científica?, ¿dónde deben estar depositados estos especímenes colectados?, ¿se
necesita tener uno(s) en el país (o países) de origen y otro(s) en los países
donde la especie es estudiada? o ¿solo deben estar en los museos que pueden
financiar la tenencia y permanencia de las colecciones científicas? En resumen,
¿cuántos especímenes de una especie se debe tener colectados y dónde deben
estar?, ¿el acceso a ellos es libre, regulado o restringido?
Pero
al margen de la discusión legal o biológica de la pertinencia de extraer
especímenes silvestres de especies biológicas, existe también una discusión
“moral” al respecto. En un bando están los que justifican plenamente esta
actividad, en especial, en un país como el Perú que conoce tan poco su
diversidad biológica y que está retrasado en lo referido a la investigación
científica. En el otro bando están los “ecologistas”, “puristas”, “animalistas”
o los más sensibles que sostienen que no es necesario colectar especímenes para
estudiarlos. Para estos últimos, basta verlos en la naturaleza y trabajar con
lo que ya se tiene.
Casos emblemáticos
Un
ejemplo que nos puede dar algunas luces al respecto es lo que sucedió con el
Alca Gigante (Pinguinus impennis).
Cuando las poblaciones de esta ave empezaron a reducirse dramáticamente,
diversos museos de varios países mandaron nutridas expediciones para obtener
ejemplares y huevos de esta especie de pingüino que era muy abundante a lo
largo de las costas del Océano Atlántico, desde Florida a Groenlandia,
incluyendo Islandia, Escandinavia, las Islas Británicas, Europa Occidental y
Marruecos. También estaba presente en el Mar Báltico y al oeste del Mar
Mediterráneo.
De
esta manera, con el afán de tenerla en sus colecciones, la última pareja
reproductiva del Alca Gigante fue cazada en 1844 en Islandia y sus restos
descansan en el Museo Zoológico de Copenhague. Otro caso interesante y más
reciente es el del Búho Enano Mexicano (Micrathene
whitneyi socorroensis), cuya extinción habría sido causada por científicos.
Como
se mencionó, para las poblaciones muy pequeñas y aisladas de especies nuevas,
algunos científicos proponen utilizar cámaras fotográficas e incluso
“smartphones”, ya que estos últimos están dotados de buenas cámaras para documentar
los registros. Así por ejemplo, en el 2006, el biólogo indio Ramana Atheya dio a
conocer a la ciencia la existencia de una nueva especie de ave en la India a la
que nombró Charlatán Bugun (Bugun
liocichla) en homenaje a la tribu Bugun, oriunda de la zona. Atheya divisó
por primera vez algunos especímenes de esta rara ave en el año 1995.
Consciente
del problema en discusión, Athreya decidió no recolectar ningún espécimen de
esta nueve especie. Por lo tanto, solo fotografió a esta ave, la capturó y le
tomó todas las medidas necesarias y luego la liberó. Adicionalmente, grabó su
canto y guardó algunas plumas. Con ello, dichas muestras han servido para
identificar a la especie, pese a la renuencia de la comunidad científica.
Atheya sostiene que con su accionar pudo salvar de la extinción a esta nueva
especie para la ciencia.
Pero
hay un problema. En la taxonomía, el exclusivo registro fotográfico no goza de
muchos adeptos y no es tomado en cuenta por los expertos. Así, existen algunos
ejemplos de especies biológicas que fueron descritas a través de plumas y
fotos, pero sobre la cuales luego se llegó a determinar —mediante la colecta
científica— que no eran especies nuevas, sino subespecies de una especie ya
existente o variaciones de una especie. Un ejemplo de ello es lo que sucedió
con la especie Laniarus liberatus.
Esta ave de la selva africana fue considerada como nueva para la ciencia en los
años noventa y fue descrita a través de fotografías y plumas. En el 2014, el
ecologista estadounidense Andrew Towsend Peterson la describió en base a un
espécimen colectado y determinó que dicha especie es en realidad una variedad
de color de la familia ornitológica Malaconotidae,por lo tanto, no ha sido reconocida
como nueva especie[2]. Por
ende, la colecta científica es un método efectivo e infalible.
¿Qué sucede por ejemplo si se debe
examinar una parte de la especie que no fue fotografiada o si no se tiene
buenas fotografías? Además, no todos los animales pueden ser fotografiados, por
lo que es imprescindible contar con por lo menos un espécimen tipo que ofrezca
toda la información necesaria para describir a la especie. Así también, los
especímenes recolectados ofrecen valiosa información sobre las posibles modificaciones
que haya podido sufrir la especie debido al cambio climático o a algún otro
factor.
¿Qué opinan
ustedes?
Agosto 2015
http://www.rumbosdelperu.com/entre-la-coleccion-y-la-conservacion-de-especies-biologicas--V3156.html
[1] Cañas,
R., R. Ahuatzi, M. España y J. Soberón. 2008. Situación legal de la recolecta
científica, en Capital natural de México, vol. I: Conocimiento actual
de la biodiversidad. Conabio, México, pp. 215-225. En: http://www.biodiversidad.gob.mx/pais/pdf/CapNatMex/Vol%20I/I08_Situacionlegal.pdf
[2]
http://www.birdlife.org/datazone/speciesfactsheet.php?id=6169
Primero la ética, la moral, principios rectores de cualquier investigación. Pero, qué es ético o moral para un investigador; he allí la gran pregunta, cuya respuesta radicaría que uno de los fines de cualquier investigador: es justamente perpetuar la especie. De allí podemos hablar de ética y moral, cuestión filosófica de un deber ser. Mientras esto no se dé, seguiremos aún enfrentados qué es correcto o incorrecto. Si leemos un poco del existencialismo filosófico, nos daremos cuenta más de quiénes somos, nuestra relación con la naturaleza, para así evitar muchas veces el autoengaño, en pensar que estamos haciendo bien las cosas. La ciencia para algunos no se debe regir por lo moral o lo ético; sin embargo tener pautas nos permitirá ser no sólo seres instintivos, emocionales, sino razonantes, pensantes de plantear la importancia de por qué identificar nuestra biodiversidad, cuál es el objetivo, qué problema solucionamos. Esto evitaría ser simples coleccionistas, y exhibidores de animales disecados, o puestos en zoológicos, mismo atractivo circense. Los propósitos, a donde queremos llegar, son el germen de cualquier investigación, y no simples vanidades. Estos cuestionamientos que haces son oportunos. Vi una película Dr. Frankenstein; naturalmente esto no es película de ciencia ficción, es en otras palabras ciencia (refiriéndome a la colección de especies), y gracias a estos descubrimientos hemos logrado valorizar a la naturaleza desde un enfoque holístico. Las futuras y presentes generaciones deben aprender lo que has escrito es vital, para que asuman un compromiso con la vida, sin dejar nuestra naturaleza pensante, creativa, revolucionaria, libertaria de saber el por qué de las cosas, los hechos. Sólo una observación el ser ambientalista no implica no toquen, no agarren; si conoces algunos de nuestros hermanos, advertiré que estarían renunciando a su naturaleza, serían otra especie, y no la de Homo sapiens. Ser ambientalista implica conocimiento que va más hallá de lo holístico. Un abrazo y gracias.
ResponderEliminarSer ambientalista, "ecologista", "verde" o como sea, implica también entender que no se trata de proteger todo de manera fundamentalista. Hoy en día eso no es posible.
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