Tiburón blanco. Una especie clave en los océanos del mundo. Foto: Tim Davis - CORBIS |
Dado que
está de moda hablar del cambio climático y que hoy en día casi todos son
expertos en el tema, no puedo quedarme atrás. Por eso, debo parecer un experto.
Y como a casi todo le echamos la culpa al calentamiento global, debo hacer algo
al respecto; bueno, en este caso, debo escribir algo al respecto. Entretanto, no
es que no quiera hacer nada para evitar las amenazas que significa que el
planeta se esté calentando cada día más; pero así el Perú reduzca casi a cero la
cantidad de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que emite a la atmósfera, ¡no
pasa nada!, seguiremos jodidos. Solo nos queda (por ahora) adaptarnos y mitigar
la pesadilla que se nos viene. Insisto, eso no significa que no debamos hacer
algo. En ese entendido, ese algo es, entre otros, enterarnos y entender mejor este
menudo problema y algunas de sus aristas.
En diciembre de este año tendremos en Lima la “tan
esperada” Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre Cambio Climáticos, es decir, la ya (para algunos cuantos) conocida
COP 20. Del 01 al 12 de diciembre de 2014, el Perú —y específicamente, Lima,
como suele suceder para bien o para mal— estará en la mira de casi todo el
planeta. Y es que esta reunión convocará a más de 20 mil delegados de 190
países. Así, los representantes mundiales que algo tienen que ver con el medio
ambiente en sus respectivos países se sentarán a negociar las medidas que
“debemos” tomar como planeta para reducir la emisión de GEI y con ello paliar
los efectos del cambio climático, producto del calentamiento del planeta.
Para tal fin, presidentes, ministros, empresarios,
científicos y expertos ambientales se agarrarán de las mechas (¡eso espero!) en
el intento de ponerse de acuerdo sobre qué debemos hacer para asegurarnos un
destino más digno, así como para postergar nuestra inevitable extinción y la cada
vez más cercana y necesaria fuga hacia Marte. La cosa se ve difícil sabiendo
que existen países en vías de desarrollo, como China, India y Brasil, que no
ven con buenos ojos que se les pida reducir sus GEI porque ellos “están
creciendo” y tienen el derecho de hacerlo para llegar a ser países del “Primer
Mundo” como justamente lo son algunos de los países que reclaman (y que a su
vez no asumen muchos compromisos). Estos últimos tienen el poder de decisión y
podrían cambiar las cosas si quisieran, pero parece que no quieren.
En este “tira y jala”, el Perú cumple un rol protagónico
este año. Además de mostrarse al mundo como un supuesto recinto de
oportunidades que anhela dar algunos pasos firmes para convertirse en un país
de vanguardia en lo referido al accionar medioambiental, es el encargado de
dirigir las negociaciones y de buscar que se tome decisiones concretas y reales
que puedan ir preparando el terreno para seguir construyendo en el planeta las
bases necesarias para un cambio global en lo relacionado al consumo de energía,
en especial aquella proveniente de los combustibles fósiles. ¡Tremendo encargo!
Pero el fin de estas líneas no es discutir sobre la COP
20 y sobre los efectos del cambio climático en el Perú y en el mundo. Para eso,
hay centenares de artículos rondando por ahí. No obstante, me da la impresión
que esta importante reunión es como si un equipo de mitad de tabla de la
segunda división del fútbol peruano invite a un triangular al FC Bayern München
y al Barcelona FC e intente imponer su estilo de juego (si es que tiene uno)
para “mejorar” el fútbol mundial. Ojalá me equivoque y se tomen buenas
decisiones.
Lo más urgente que tenemos como país es preocuparnos de
cuidar nuestros bosques tropicales y adaptarnos a los cambios climáticos y a
sus consecuencias. Sobre esto último, ya se ha escrito bastante. No olvidemos
que, si bien la deforestación contribuye con un importante volumen de las
emisiones antrópicas de GEI, en contraposición a ello, los ecosistemas
forestales intervienen en la lucha contra el cambio climático a través de la
absorción de grandes cantidades de CO2 gracias a la fotosíntesis. Por esto y
otras razones más, el Perú debe no solo ser un buen anfitrión y buscar que se
firmen acuerdos vinculantes, sino también preocuparse por proteger nuestra
diversidad biológica con todo lo que ello implica.
Mi intención en lo que viene es dar a conocer un problema
silencioso que se desliza permanentemente al vaivén de las olas en todos los
mares y océanos del planeta. Me refiero a la acidificación de las aguas
marinas.
Aguas
ácidas
En el mar está sucediendo algo que a simple vista no
podemos detectar. Y es que, dado que el ser humano sigue emitiendo toneladas de
GEI a la atmósfera, los mares absorben el CO2 en grandes cantidades.
Así, las aguas marinas se van volviendo progresivamente más acidas. Se estima
que los océanos absorben ¡20 millones! de toneladas al día y que cada vez se
acelera la acidificación de estas aguas que albergan a un gran número de
especies biológicas. Las más afectadas son especies como los corales, las
ostras y todos aquellas que tienen un caparazón o concha; además de las que
viven en las aguas polares, pues en el agua helada el ácido se disuelve mejor.
Según estudios del Panel Intergubernamental sobre Cambio
Climático (IPCC) de la ONU, desde la industrialización de la humanidad a la
fecha, los océanos se han ido volviendo más ácidos. Esta acidificación estaría
dándose de una manera más acelerada de lo que se pensaba y en contraposición
con lo que se creía, pues los científicos asumían que los océanos
“amortizarían” la absorción de dióxido de carbono evitando que el equilibrio
químico de las aguas se vea alterado; pero no es así.
¿Y, cómo
así?
Todos sabemos (o deberíamos saber) que el agua marina es
alcalina con un valor promedio del pH de 8,2. Basta que esta cifra haya bajado
a 8,1 para que las alarmas empiecen a sonar. Entretanto, si la cantidad de CO2,
en comparación con los años de la revolución industrial, se duplica, tal como
parecería que será a final de este siglo, el pH del agua marina podría
descender a cerca de 7,9 (y si se triplica, podría bajar a 7,7). Vale la pena
recordar que el valor neutral del pH es 7 (como el de la sangre y del agua
pura) y que la escala va del 0 al 14, donde del 1 a 3 es bastante ácido y del
11 al 14 bastante alcalino.
Pero como la naturaleza siempre nos da sorpresas, existen
bastantes algas que estarían reaccionando positivamente a esta situación. Así
por ejemplo, la alga Emiliania huxleyi,
de distribución global y de una abundancia tal que conforma casi la mitad de
toda la masa de organismos conformados por calcita (cal) en los mares del
planeta, ha demostrado —en el laboratorio— que frente a un medio más ácido del
normal reacciona muy bien e incluso que produciría discos de calcita más
grandes. Entonces, el dióxido de carbono no solo actuaría como “destructor” de
formaciones calcáreas, sino también como fuente de energía. Algunos científicos
afirman que la “sobredosis” de CO2 en los mares sería una ventaja
para algunos organismos. Incluso, se ha reportado que desde la era industrial
algunas algas marinas habrían aumentado su tamaño en casi el 40%.
No se sabe a ciencia cierta como los mamíferos marinos y peces reaccionarán ante estos cambios en las aguas marinas. Foto: AP - NDR |
Es necesario anotar que muchos organismos viven
plácidamente en medios ácidos. En algunos lagos y en las profundidades de los
mares (sobre todo polares) el agua es ácida como la que se espera para el
futuro si la cosa sigue así. Lo que sucede es que a algunos organismos no
adaptados a estos cambios tan rápidos (como los cambios climáticos que siempre
ha habido en el planeta) los van a agarrar “con los pantalones abajo”.
Felizmente, también algunos corales han demostrado (en el laboratorio) poder soportar un medio más ácido (pH de
7,3). Pese a perder su protección calcárea y dejar sus partes blandas al
descubierto, cuando las aguas regresaron a sus valores normales, los corales pudieron
reconstruir sus “esqueletos”. Esto explicaría también el porqué estos seres han
sobrevivido en la historia del planeta con todos los cambios que ha
habido.
Otra vez
la incertidumbre
Saber exactamente cómo reaccionará el mundo marino a la
acidificación de los mares sigue siendo un misterio. Los organismos reaccionan
de diversas maneras, incluso existen diferencias entre las distintas especies
de un mismo género. Lo importante será que justamente esa gran diversidad
biológica se imponga y que no se pierda. Algunas especies triunfarán, otras
sucumbirán. No lo sabemos. Todo esto podría ser una cuestión de “energía”. En un medio ácido, los organismos vivos necesitan más energía para construir su esqueleto, lo que le podría dar ventaja a otros organismos que “salen a flote” con poca energía.
Parte de la incertidumbre se debe a que este “problemita”
ha salido hace poco a la luz. Recién empezamos a entender qué es lo que estaría
pasando. El mayor inconveniente que debemos enfrentar es que muchas de las
certezas que tenemos provienen del laboratorio y no han sido probadas en la
naturaleza bajo otras condiciones. No se ha hecho los estudios en el
“mismísimo” mar. Esto aumenta la incertidumbre. Un aspecto interesante en todo
esto es que en la era de los dinosaurios, cuando el planeta era testigo de un
gran “efecto invernadero”, es decir, la atmósfera contenía enormes cantidades
de CO2 (mucho más que ahora), los organismos calcáreos la pasaban
muy bien. Existen evidencias geológicas de enormes formaciones de estos
organismos que comprueban lo anterior.
Dicho todo esto y un poco al margen de lo que sucede con
las algas marinas y con la acidificación de los mares, no sabemos mucho. Un
informe de la ONU sostiene que el medio marino se adapta muy bien a los cambios
y que no se sabe finalmente cómo reaccionará ante lo que tenemos y ante lo que
se viene. Adicionalmente, no sabemos tampoco a ciencia cierta cómo reaccionarán
los mamíferos y peces ante la acidificación de las aguas marinas. Lo único
claro es que los océanos están cambiando y que se espera consecuencias
negativas, pero no sabemos cuál será el costo. Ojalá no nos ahoguemos en este
mar de incertidumbres.
Abril 2014
Artículo aparecido en la versión online de la Revista Rumbos:
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