Salón de Nursery A del Colegio Abraham Lincoln. Para los que no la conocen, Maya es la que me está viendo. |
Los primeros
días de junio de este aún inconcluso 2018 transcurrían tranquilos, no sin verse
afectados de diversas formas por la pasada (¡felizmente y gracias a Dios!)
fiebre mundialista al estilo peruano. Es ahí cuando Fátima me consultó si el
miércoles 13 de junio podía ir al colegio de Maya a las 8.20 am a contarle un
cuento a todo el salón de Nursery A, donde estudia mi princesa. Esa semana era
la “Semana de los Valores” y Maya salió sorteada, lo cual indicaba que sus
papás debían contar un cuento. Nos tocó el tema respeto.
Acepté sin
chistar, primero porque me parecía una excelente experiencia y segundo porque
en mi cerebro se fijó la idea de que ese día me darían un cuento sobre el
respeto para que yo lo lea y tal vez lo comente y explique. Hasta ahí, todo
bien. Yo estaba de lo más tranquilo y emocionado de ir a conocer a los
amiguitos de Maya. Sin embargo, unos días antes de la tan ansiada fecha, Fátima
me preguntó si ya había escogido el cuento que iba a contar. En ese instante
casi me da un derrame cerebral porque según fui informado, no solo debía contar
el cuento que yo elija, sino que también debía actuar y hacer que sea lo más
ameno para que los niños (todos entre tres y cuatro años) puedan entenderlo y puedan
retener el mensaje que tenía que ser en torno al respeto.
Tras reponerme
del shock y estar seguro de que no me hallaba en una unidad de cuidados
intensivos con una embolia, empecé a carburar qué cuento podría contar y cómo
podía hacer para que los niños no se aburran y no me quieran linchar. Pase dos
días de suma angustia pensando únicamente en mi misión y preocupado solo de no
defraudar a mi exigente audiencia. Busqué casi una docena de cuentos, consulté
a expertos e incluso pensé en desertar de mi misión alegando que tenía una
enfermedad terminal, pues sentía que iba a fracasar. Confieso que me confié y
no calculé el impacto que tendría en mí la tarea que me fue encomendada.
Pasé dos noches
de terror, sobre todo la que le precedía al día en que me tocaba salir al
ruedo. Esa noche previa casi me desvelé hasta que por fin pude determinar —casi
a la medianoche y solo con la invalorable ayuda de Fátima, porque solo no lo
hubiese hecho— qué cuento contar. Dormí atormentado pensando en que iba a
fracasar en mi intento, luego de tratar casi por una hora —por supuesto, de
manera infructuosa— de memorizármelo para no hacer papelones. Incluso grabé el
cuento en mp3 para tratar de escucharlo todas las veces que sea posible a ver
si algo retenía.
Felizmente podía
usar un proyector y una PC para “ayudarme” con mi titánica tarea. Decidí llevar
el pequeño video (con imágenes del libro del cuento elegido —que por suerte
estaba en YouTube—, a fin de hacerlo visualmente atractivo) para así ponerlo
sin volumen y pasar solo las imágenes. Pese a esa “pequeña” ayuda y después de
dejar a Maya para que entrara a su salón a las 7.30 am aproximadamente, pasé
casi una hora en recepción esperando a que me llamen para enfrentar a ese
auditorio de 18 niños que me iban a masacrar en su “cancha”. Pasé casi una hora
escuchando el cuento intentando pensar cómo debía hacer para no hacer un
papelón.
Elmer, el elefante de colores. |
He enfrentado
diversos públicos exigentes; he sustentado mi tesis de maestría y mi
licenciatura; he expuesto en congresos, simposios, talleres, etc.; dictado
clases en la universidad, diplomados y otros; enfrentado entrevistas laborales;
y dado algunas entrevistas en medios de comunicación; se supone que debería tener
“cancha” y no estar tan nervioso, pero esta vez estaba “muñequeado” como nunca
antes. Los minutos que pasé sentado en la recepción del colegio fueron
angustiantes. Pensé en fugarme, en simular un desmayo, en hacer sonar la
alarma, pero recapacité y esperé a que la señorita me llamara para ir a
enfrentar mi destino. En eso estaba hasta que escuché mi nombre y tras casi un
infarto fulminante, sentí un vacío en el pecho que me hizo sudar frío. Caminé
hacia el salón de Maya como si me estuviese yendo al patíbulo. Pensé otra vez
en salir corriendo despavorido, pero al ya estar cerca del salón escuché la voz
inconfundible (claro, para mí) de mi reinita que pregonaba a los cuatro
vientos: ¡mi papá!
En ese momento me
inundó una racha de valentía y entré a los pocos segundos al salón de Maya.
Saludé a las dos profesoras y a cada uno de los niños, mirándolos fijamente a
los ojos y dándole el beso o apretón de manos correspondiente a ver si así les
imponía temor y los “ablandaba”, pero todo eso fue en vano. Sentí que cada uno
me miraba de manera inquisidora. Así que pasé al frente, otra vez angustiado por
no hacer un papelón.
Conté el cuento
de manera fluida y estuve atento a cada reacción de los niños. Incluso me vi
enfrentado a varias preguntas, pero hubo dos de ellas que me sacaron de cuadro
en ese momento. ¿Por qué no hay elefantes “mujeres” en el cuento? y ¿por qué no
hay elefantes en el Perú? No recuerdo qué niños o niñas me hicieron esas y
otras preguntas, pero felizmente al responderlas salí airoso de ese trance; y
al final creo haber hecho una buena performance. Maya estuvo todo el rato
atenta e incluso se adelantó a algunas partes, pese a que no había leído el cuento,
con lo cual, debí aclarar que ella no tuvo acceso al cuento hasta ese momento.
Este es mi tan valioso diploma. |
Al final recibí
el aplauso de mis distinguidos interlocutores y pude charlar con ellos un poco,
pues si bien hubiese querido quedarme un rato más, su horario no se los
permitía. Y tras despedirme de cada uno y dejarles un par de mensajes sobre el
respeto a sus compañeros, profesores y por supuesto, a sus padres, salí raudo
no sin antes comerme a besos y abrazar a Maya, pese a que la debo haber hecho
pasar un momento “rochoso”. Finalmente me fui por donde vine y sentí que había
regresado a la vida. Miré mi diploma y me sentí orgulloso y como si hubiese
sustentado mi tesis post doctoral en la NASA y en chino mandarín sobre física
cuántica aplicada a la construcción de drones espaciales. Ahora puedo decir que
pasé una de las pruebas más difíciles que he tenido.
Acá está una de
las versiones del cuento por si lo desean ver:
https://www.youtube.com/watch?v=MMq5zWMQl-o
Agosto 2018
Felicitaciones!!! Este YA es TODO un cuento. sólo le falta el título, que podría ser.. "LA DIFÍCIL Y MARAVILLOSA TAREA DE SABER SER PADRES". Me encantó Pratolongo, hasta tu apellido sirve de título!!!!!
ResponderEliminarGracias Lupe, un fuerte abrazo.
ResponderEliminarA mi también me tocó contar un cuento en el salón de mi hija, ella tenía en ese entonces 3 años y fue una experiencia complicada, angustiarte pero al final compensatoria al ver las sonrisas de los niños, me identifiqué por completo en tu narración.
ResponderEliminarOe si compare, de hecho es más complicado de lo que parece, pero la experiencia es altamente gratificante. Un fuerte abrazo.
EliminarQue lindo cuento el que escribiste .. me emocionó mucho leerlo, ser padres tiene ese lado maravilloso que solo lo descubres cuando estás allí.
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