viernes, 6 de diciembre de 2019

LOS PRIMEROS CINCO AÑOS DE MAYA


El 7 de diciembre de 2019 no es cualquier día, es la fecha en la que Maya Meylín Angulo Escudero cumple cinco años. Cada minuto a su lado es la mejor inversión que he hecho en mi vida. Ver y sentir que mi “chibolita hermosa” crece, aprende y que cada día nos divertimos (aunque muy pocas veces se “me achora” y no hace caso), es lo más bonito de la tediosa rutina diaria. Caminar de la mano viendo aves o conversando sobre cómo le fue en el colegio o recordando algún viaje, es disfrutar al máximo su presencia. Siento que tengo la dicha de poder darle a mi hija lo mejor de mí. Cada día es un nuevo reto para seguir adentrándome en su corazón y en su cerebro. Y cada beso que recibo de ella es como una potente descarga de energía nuclear que activa la central energética, ya obsoleta, en lo más profundo del destartalado y decrepito cuerpo de su papito.  

Maya sabe. Sabe perfectamente qué hacer conmigo para lograr su cometido. Cuando quiere que le dé algo o quiere que le ayude o la cargue, me dice “papi”. Por el contrario, cuando no quiere obedecer o algo no le parece, me dice “papá”. Astutamente, cuando estamos de muy buen humor y nos divertimos, me dice Kiko. Esta simple anotación denota que mi hijita ya alcanzó una madurez intelectual muy importante para sus primeros cinco años. Por supuesto que lo anterior es solo una pincelada de todo lo que una niña sabe y debe saber a tan corta edad. Lo interesante es constatar que Maya está forjándose en un mundo caótico que está destinado, tal vez, a no resistir a la humanidad.

Cuando Maya nació, sentí que mi vida dio un giro excepcional. Si bien, el giro fue esperado, por todo lo que conlleva ser padre y mantener a medias una familia, también implicó un giro inesperado porque no sabía qué significaba tener a una bebé recién nacida entre mis brazos y sentir que desde ese momento dependerá de mí, por lo menos una gran parte de su vida. Darle el primer beso, olerla, acariciarla, buscar su mirada y apretarla (suavecito) y sentir que esa pequeña masa de músculos, huesitos y órganos proviene de uno, es algo que hasta ahora, en ocasiones, no me la creo.

Cuando despierto, casi siempre, lo primero que viene a mi mente es: cómo estará Maya, cómo habrá dormido, qué habrá soñado. Y muchas veces, cuando voy a verla y ya está despierta y escucho que me llama, acudo a ella ilusionado para deleitarme cuando me dice: papá, ven, échate conmigo. En ese momento, siento que no hay nada más sublime y hermoso en el planeta que estar al costado de mi hija, dándole todo el cariño que necesita y que ella me lo devuelve con besos y abrazos; y que corona el momento diciéndome que me quiere hasta el infinito. Sin duda me quedaría por el resto del día acurrucado junto a ella, pero la primera en regresarme a la realidad es ella misma porque luego me dice: “ya papá, me voy a cambiar, ándate”.

Dicho esto, aprovecho el pánico para darle un beso gigantesco y decirle que la amo hasta el infinito y más allá y de paso para abrazarla y sentir el calor que irradia, que para mí, no es calor, sino más bien todo su amor que se traslada como energía térmica hacia mi cuerpito y entra a mí por osmosis. Con esa dosis de cariño y los besos que recibí, lo que venga en el día, me vale madre. Y con solo pensar que en la noche le voy a ayudar a ponerse su piyama, la voy a apretar contra mí para desearle que duerma bien y de paso, darle decenas de besos, pese a que me dice. “¡ya papá, mejor cuéntame un cuento!”, hace que cada día trate de estar con ella antes de que se acueste; y que pueda sentirme el más útil del planeta.

Fátima y yo hemos hecho, según mi evaluación nada objetiva, todo lo posible para que Maya crezca en un ambiente controlado, de tal manera que, según yo, se convierta en la futura presidenta del Perú. Este proyecto nada ambicioso va por buen camino. Maya es una chica astuta, inteligente y sobre todo, curiosa e independiente. Me sorprende cada día con sus frases, su raciocinio, su manera de enfrentar retos, su lógica y con todo lo que hace día a día. Es fabuloso poder mantener una conversación fluida con ella y poder explicarle, por ejemplo, por qué las hojas de los árboles se caen y estos se quedan pelados para volver a tener todas sus hojas; o por qué las personas no pueden ser como las sirenas. Y así, debo responder varias preguntas que ponen a prueba mi poder de convencimiento, de disuasión y de poder esquivar preguntas incómodas o difíciles de responder.

Ver cómo crece Maya es un proceso alentador. Me encanta ver cómo se desenvuelve ante los diferentes retos que se le presentan; cómo se alista para ir al colegio, a sus fiestas o para irnos a comprar o a donde sea; cómo pinta con una asombrosa dedicación y cómo duerme sin culpa alguna. Me fascina escuchar sus narraciones y tener que seguir sus órdenes cuando le cuento las historias que me invento y que al final son sus historias, porque yo olvido rápidamente cuál es el hilo conductor y además me quedo dormido antes que ella. Maya me dice siempre: “… e hicieron tal cosa ¿ya?” y luego, “pero no es así, porque no se puede, mejor lo hicieron de esta manera, ¿ya?”. Por supuesto nunca osó contradecirla, salvo algo ya muy salido de la realidad, aunque prefiero dejar que su mente vuele. Total, es una niña contenta que está explorando un universo enorme; y en algún lugar de ese vasto espacio inacabable, sueño con saber que en algún punto debo estar yo. Por lo menos, eso creo y con eso me voy a dormir.

Me encanta llevarla cargada a su cama “como un paquete” porque se quedó profundamente dormida y luego sentir que mi hombro está algo húmedo porque derramó algo de saliva. Me hace tremendamente feliz cocinarle, así como preparar su desayuno y sus loncheras. Esto último lo he tenido que hacer muchas veces al alba, de noche, casi como un espectro o como un zoombie, pero al saber que es para alimentar a Maya, no hay problema, lo hago feliz de la vida. Y claro, a veces me alegro por cosas tan simples y tal vez banales para muchos, como por ejemplo, ver que los tapers regresan vacíos del colegio o cuando escucho que Maya le dice a sus amigas y amigos “… porque mi papá me ha dicho que esa ave es un botón de oro” (y yo creo además escuchar: “… y si él lo dice, es un botón de oro y punto final”).  

Jugaría todo el día con Maya “ritmo a gogo” ─o cómo diablos se escriba ese juego─ para soplarle decenas de animales y hacer que ella me gane. Pero, ojo, un momento. Todo esto no podría ser posible sin el amor que su mamá le da. Frente al amor madre – hija es imposible intentar comparación alguna, tampoco es necesario. Solo debemos admirar esa capacidad maternal de abrazar y proteger a sus hijos. Sin ello no somos nada. Ese nexo sobrepasa todo lo que podemos imaginar. Esa energía ni siquiera es medible. Es todo lo que hace que el universo siga su marcha.    

Pd. Esta no es una oda a tener hijos, pero sí busca, además de homenajear a mi hija, decirles lo siguiente: aprovechen cada minuto con su(s) hijo(s) y/o hija(s). Al final, no lo hagan por ustedes, háganlo por ellas y ellos. Es la única manera de ser eternos.  


Diciembre 2019

6 comentarios:

  1. Sin duda, un padre enamorado. Felicidades Enrique y felices cinco Maya.

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    1. Así es Lucas, Maya ha cambiado toda ni visión del universo. Solo me queda darle lo mejor y apostar por un mejor futuro. Saludos a Liam y a la familia, Ya nos vemos pronto.

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  2. Que hermoso lo escrito, y sobre todo que lo disfrutas al máximo; realmente cada minuto que pasa con los hijos son momentos únicos que ya no volveran, ellos van cerrando etapas y siempre habrá una última vez en todo lo que ellos hagan. Feliz 5 añitos Mayita !!

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    1. Gracias Charito!! Sí, cada día con maya es una lección de vida y siempre hay cosas nuevas por aprender y por enseñarle. Ustedes también lo saben con mis dos sobrinos. Un fuerte abrazo y gracias por estar en esa fecha tan especial.

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