Pero ¿cuál es esa bendita noticia
que me llamó la atención? Esta es: un dentista inglés, aficionado a la botánica,
registró en Gran Bretaña una orquídea muy rara de ver en estado silvestre. Desde
hace más de quince años, no se tenía registros de esta especie. Lo interesante
es que nadie sabe a ciencia cierta dónde crece y cómo es que sobrevive en
espacios bastante reducidos y amenazados.
Estamos hablando de la
orquídea fantasma (Epipogium aphyllum), una especie que está presente en
casi toda Europa y que habita en densos y oscuros bosques. Según la Sociedad
Botánica Inglesa e Irlandesa de Orquídeas, no más de cinco personas han podido
ver en el Reino Unido a esta orquídea en estado silvestre, por lo que muchos la
consideran como la “joya de la corona”.
Adicionalmente, lo
llamativo es que desde el año 2009 era considerada como desaparecida en todo el
Reino Unido, hasta hace unas pocas semanas, que el médico dentista Richard Bale
la pudo encontrar, tal como lo informó el diario británico The Guardian.
Poder ver a la mencionada orquídea es sumamente complicado. A ello se suma que, una vez que sale a la superficie, sobrevive solo horas o días porque su presencia atrae a una serie de animales que se la comen, desde caracoles hasta venados. Por eso, se debe tener suerte y saber sobre la biología de esta planta para tener la dicha de apreciarla.
Tras este feliz hallazgo,
los científicos ingleses se ven en la necesidad de proteger a esta especie,
tanto de sus depredadores naturales, así como de los recolectores ilegales de
dos patas que andan tras estos especímenes. Además, se le debe tratar con mucha
delicadeza, dado que las partes de la planta que permanecen bajo tierra son muy
frágiles y sensibles a la perturbación humana. Por todo ello, el lugar del
hallazgo se ha mantenido en secreto.
El nombre de la orquídea
se debe a su color pálido y marfil; y sobre todo a que vive y florece en
oscuros, cerrados y fantasmagóricos bosques europeos. Además, estas plantas no
tienen hojas y no producen clorofila, dado que no realizan fotosíntesis. Los
nutrientes necesarios los obtienen del suelo, donde pasan gran parte de su
vida. Solo cuando las condiciones climáticas son óptimas para la floración,
estas particulares orquídeas “salen a la luz”.
El primer registro de esta
orquídea data del año 1854; y como indican algunos especialistas, fue algo
“tarde” para una especie nativa. Pero claro, en base a lo anteriormente
nombrado, verla en estado silvestre es casi un milagro del Señor. En esos 170
años desde que fuera vista por primera vez, se pudo ver su floración solo pocas
veces.
Lo resaltante es que la naturaleza nos demuestra una y otra vez que es más resiliente de lo que creemos. Al final, entre líneas, nos dice, creo yo, aún hay algo de esperanza para proteger lo que queda de nuestra diversidad biológica. Quiero ser optimista, aunque debo confesar que empiezo a perder la fe.
¿Y a qué viene todo
esto?
Como ya ha sido documentado, el cambio climático no es el único problema “ecológico” del planeta. La pérdida ─ya casi imparable e irreversible─ de la diversidad biológica nos está pasando la factura. A nivel planetario, se habría ya perdido el 30% de la cobertura forestal, en comparación a los años anteriores a la Era Industrial. Según el IPBES (2019), ya hemos perdido, a partir del año 1870, más de la mitad de los corales vivos. Y no solo eso, se estima que el 40% de todas las especies de insectos podrían desaparecer de la Tierra; y que más de un millón de especies biológicas registran algún grado de amenaza.
A raíz de ese escenario
apocalíptico, las Naciones Unidas crearon el mencionado IPBES, tomando como
referencia el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático
(IPCC), con el fin de revisar, ordenar y unificar la información científica que
se tiene sobre este problema mundial. Justamente este conglomerado de
científicos ha generado recientemente dos informes sobre la utilidad y
necesidad de salvaguardar la diversidad biológica del planeta y sobre el valor y
significado que tiene esta para nuestra vida cotidiana.
Producto de ello, el IPBES
alerta sobre la urgencia de tomar acciones políticas inmediatas para frenar la pérdida
de la diversidad biológica terrícola, la cual puede significar a la larga una
amenaza a la supervivencia humana. Todos dependemos de los bienes y servicios
que nos ofrecen la flora y fauna silvestre planetaria, de la diversidad
genética de estos recursos y de los ecosistemas que los albergan. Solo por
mencionar algunos ejemplos, tenemos a los bienes como madera, pesca, frutos,
semillas, hongos, algas, caza; y servicios, como el uso recreacional que
hacemos de nuestros ecosistemas, la regulación del clima, captación de agua y
otros. Todos ellos son elementos indispensables para sostener la vida humana.
Los informes del IPBES
estiman que un tercio de los recursos biológicos del planeta han sido agotados
en los últimos 40 años. En especial, en los últimos 20 años, la demanda por
estos ha aumentado de manera grotesca. Tal situación no pasa desapercibida,
dado que de ello se estima que una gran cantidad de especies de orquídeas,
cactus y palmeras podrían desaparecer del planeta en los siguientes años. A
ello se suma el comercio ilegal de animales y plantas silvestres, actividad que
ahonda la crisis de la diversidad biológica planetaria.
Debemos sumarle a esto, el
hecho de que aún se tiene muchos vacíos de información para determinar con
exactitud qué tan grave es el problema que afrontamos. Incluso existiría un
alto número de especies vegetales que ni siquiera han sido descritas para la
ciencia, lo que nos demuestra que tenemos una carencia relacionada a la
investigación científica. Como leen, aún tenemos muchos pendientes.
¿Qué hacer?
Los informes mencionados aconsejan que el aprovechamiento (sostenible) que se le debe dar a la diversidad biológica debe incluir políticas de inclusión y participación que aseguren que se tome en cuenta los contextos ecológicos y culturales, tanto en el plano internacional, como nacional y local. Se recomienda también que los costos y ganancias de todo el proceso productivo deben ser distribuidos de manera justa entre todas las partes de la cadena.
Los científicos a cargo
del informe subrayan que es importante tomar en cuenta el rol de las comunidades
nativas y campesinas, dado que estos grupos humanos pueden aportar
conocimientos ancestrales sobre el manejo y aprovechamiento de los bienes y
servicios que nos ofrece la diversidad biológica a nivel local, sobre todo en
aspectos de recuperación, épocas de veda o restricciones para el uso de
determinadas especies biológicas.
En el segundo informe se hace énfasis en la relevancia de la naturaleza para el ser humano y subraya que la principal causa de la pérdida de la diversidad biológica es el afán de asegurar el crecimiento económico, para lo cual muchas decisiones políticas son hechas a medida de grandes intereses sin medir su impacto en la “ecología”. Estas políticas y decisiones no toman en cuenta el valor y el rol de la naturaleza y son hechas a medida para satisfacer intereses que tienen al dinero como único fin y para promover actividades, tales como un turismo masivo o una industria alimentaria abusiva con el planeta.
El segundo informe exige
también que de una vez por todas se tome real conciencia de este problema y que
se haga un “cambio de chip” urgente. Y ya para finalizar, ambos documentos del
IPBES hacen un llamado urgente: ¡ya no hay tiempo para más informes, debemos
actuar y tener un plan de acción claro! Las investigaciones científicas deben
centrarse en prioridades y no solo dar buenos argumentos para actuar, sino
determinar claramente qué demonios debemos hacer para no lamentarnos más
adelante.
Esperemos (aunque yo ya no espero nada) que para la 16 COP del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) de las Naciones Unidas, a celebrarse, entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre de 2024 en Cali, Colombia, haya algo que rescatar. Estamos dejando un planeta destruido, contaminado, caliente y con cada vez más terrícolas a los que les vale madre lo que pase con la diversidad biológica, porque aún no sienten las consecuencias de su pérdida. ¡Espérense cabrones!, aunque ya este año estamos batiendo récords en temperaturas, vemos incendios forestales más frecuentes y prolongados, así como un rosario de efectos del calentamiento global del planeta.
Pese a este escenario tremendista, como lo demuestra la orquídea protagonista de estas líneas, la naturaleza es más resiliente de lo que pensamos. Seguramente gran parte de la riqueza biológica del planeta sobrevivirá a los embistes del Homo sapiens. Claro, ustedes y yo no veremos cómo terminará esta historia, pero de hecho espero que termine bien. No quisiera tener que reencarnarme en algún ser vivo y en este planeta herido o en algún otro planeta que la humanidad haya conquistado y esté en camino de la destrucción, para ver con mis propios ojos que de nada sirvió lo que acá comento.
Y con respecto a las
orquídeas, estas plantas están presentes en todo el planeta, excepto en zonas desérticas
y en los polos. Lógicamente, en las zonas tropicales es donde más especies
existen, debido a las condiciones climáticas y a la variedad de ecosistemas
existentes. Espero que las dos personas a las que escuché debatir sobre las
orquídeas en el Perú y que seguramente seguirán pensando en que estas especies son
como el ceviche y la Inca Kola, lean estas líneas.
No solo en el Perú existen
orquídeas. Tengan en cuenta eso. Lo que sí es exclusivo del país es el Plan
Nacional de Conservación de las Orquídeas Amenazadas del Perú, un documento
de gestión clave para salvaguardar a este fascinante, diverso, multicolor, enigmático
grupo de especies vegetales de gran valor. Esperamos que, en el congreso
venidero sobre este grupo botánico, y en concordancia con lo que nos dicen los
informes del IPBES, no se nos escape esta oportunidad para aterrizar en
acciones concretas que contribuyan a cumplir con el plan.
Setiembre 2024
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