jueves, 23 de julio de 2015

¡ESCRIBIR O MORIR EN EL INTENTO! (II)


Continuando con la entrega anterior, en la cual se habló sobre la necesidad imperiosa que existe de buscar que la información científica trascienda más allá de descansar en revistas especializadas, va lo siguiente. El fin de todo esto es buscar que los resultados de las investigaciones puedan ser incorporados de manera más activa en la construcción de políticas públicas y en la toma de decisiones. Además, necesitamos lograr que la información generada tenga impactos perceptibles que permitan asegurar un desarrollo sostenible y un bienestar que vaya de la mano de acciones basadas en conocimientos adquiridos por el hombre para el hombre. Suena fácil, pero no lo es. Vayamos al grano. No tenemos mucho tiempo para estar perdiendo el tiempo en discusiones como esta.  

Este tema podría enfrascarnos en una discusión casi interminable y además tiene varias aristas, pero por ahora solo apunto a buscar puntos de apoyo para tres aspectos. El primero de ellos, se basa en la necesidad de recalcarle a los científicos e investigadores que debería haber un mayor esfuerzo para lograr que la información que producen llegue a más personas. Urge que se comparta información científica procesada para motivar y explicarle a los de a pie por qué debemos actuar y esforzarnos para generar cambios en el planeta en aras de anhelar un mejor futuro. Los resultados y conocimientos de los especialistas deben tocar más tiempo el piso de lo cotidiano y ser la génesis para apoyar la elaboración de políticas públicas y la puesta en marcha de acciones concretas a favor del entorno.

El segundo aspecto intenta justificar la necesidad imperante de que las comunicaciones y el periodismo se despercudan de su accionar tan condicionado a acumular y a encantar lectores, oyentes y espectadores, así como a actuar según lo que dictan los intereses económicos y políticos. Es necesario que se fajen más en la construcción de nuestro destino. No se les puede exigir que publiquen todo lo que la ciencia produce o sobre lo que alerta, propone y sugiere hacer, pero sí es necesario darle más espacio y buscar acercarse más a ella. Urge también capacitarse para no “patinar” en el intento y para poder entender medianamente la información especializada.

El tercer aspecto recae en los tomadores de decisión y en los encargados de elaborar y poner en marcha las políticas públicas y privadas que dirigen parcialmente nuestro destino y que generan repercusiones en la sociedad con los consecuentes impactos en el medio ambiente. Debería ser evidente que para tomar acertadas decisiones, se debe contar con información técnica que sea veraz, actual y que provenga de especialistas, pero no lo es. Esta información debería traducirse, total o medianamente, en políticas que sean favorables y necesarias para el desarrollo humano en armonía con el medio que lo rodea.

En resumen, no se debe actuar de manera egoísta y altanera, así como aislados de la realidad; ni tampoco de manera facilista, interesada y sin valores éticos, prescindiendo de realizar verdaderos esfuerzos para construir una mejor sociedad; ni tampoco cumpliendo funciones sin conocimiento de causa, apelando irresponsablemente a la improvisación y al beneficio propio. Esto vale para los científicos, comunicadores y políticos respectivamente, para todos igual o en el orden que quieran darle. Todos debemos “mojarnos”.

Ciencia, comunicación y política

Escarbando entre mis papeles, me topé con un par de artículos que nos pueden ayudar en este entripado. El primero es de Peter Weingart[1] y se titula: “Comunicación científica en los medios de las sociedades democráticas”. En él, el autor afirma que “(…) Existe una brecha entre el grupo directamente involucrado con la ciencia y el dedicado a la investigación de la comunicación científica. En el primer grupo estarían incluidos los investigadores, editores de revistas científicas y periodistas especializados en temas científicos; mientras que el segundo grupo estaría formado por los “especialistas” que estudian las ciencias y los medios de comunicación. Si bien esta clasificación puede sonar algo extraña para nuestra realidad, veamos que estaría alejando a estos dos grupos, en base a tres suposiciones.

La primera indica, según Weingart, que el público tiene una escasa comprensión de las ciencias, y ello explica su resistencia a nuevos conocimientos (…). En cambio, si el público contara con más información, estaría más predispuesto a aceptar el progreso científico y sus productos. La segunda indica que el conocimiento científico debe ‘mediatizarse’ ya que es demasiado complicado para que el ciudadano promedio lo entienda. Esta mediatización debe cumplir ciertas condiciones: captar el interés del público (…) y la transmisión veraz de la información difundida por los científicos. Las múltiples formas de mediatización (…) involucran a periodistas científicos (…) y otros, que pueden llamarse sumatoriamente ‘los medios’.

En el tercer supuesto, Weingart anota que existe una clara distinción entre ciencia (…) y los medios (…). La ciencia (…) produce conocimientos nuevos y autorizados y está separada de la política. Difunde su conocimiento sin más interés que decir la verdad. Los medios, por otra parte, transmiten este conocimiento al público de un modo comprensible, pero carecen de profundidad (…). Tienden a aplicar ciertos criterios de selección y representación inadecuados, concentrándose en lo sensacional, en lo emocional, lo irracional, y así sucesivamente. En base a todo lo anterior, ¿Qué es lo que tenemos? Tenemos un modelo comunicacional unidireccional y lineal que va desde el emisor (la comunidad científica) hacia un receptor pasivo (el público), donde los medios hacen la transferencia y son responsables de las “distorsiones”, omisiones y tratamiento poco serio que pudiesen darse en el camino. 

Dicho lo anterior, lo ideal sería contar con una estrecha relación entre la ciencia, los medios de comunicación y la clase política, en la cual, los riesgos particulares se vean aminorados y se empuje el coche hacia una misma dirección. Así, dado que cada uno de estos tres “actores” actúa según sus propios criterios de pertinencia, conveniencia, percepción y según la billetera, encontrar puntos de congruencia es algo complicado. Y es que la información que ofrecen los científicos puede ser interpretada erróneamente o ampliada y sobrevalorada llegando a la deformación de la misma; o puede ser tan mal tratada (por los medios de comunicación) que pasa totalmente desapercibida, creando frustración en ambos lados, porque puede ser incluso ignorada por el público. 

Así también, las motivaciones económicas harán que los medios de comunicación utilicen la información científica (y en general, toda a la que tengan acceso) según su conveniencia, lo cual podría ser bueno, pero a su vez, podría ser peligroso. Finalmente, los políticos y los tomadores de decisión pueden procesar la información de manera distinta y errónea en contextos y formas que podrían diferir de los mensajes y de los fines originales. Por ello, es probable que los responsables de las políticas, intenten controlar a su antojo y conveniencia la manera de presentar la información para que no afecte su credibilidad (o desnude su ignorancia), lo que podría dar pie a posibles tergiversaciones y usos incorrectos.

Por último, los científicos podrían comprometerse y desviar su atención hacia temas alarmistas, a temas que respondan a intereses económicos o a otros que estén mal planteados y que sean repetitivos, con el objetivo de intentar mantenerse vigentes y no perder credibilidad (y tal vez dinero). Esto, tarde o temprano, podría mellar su compromiso con la ciencia y hacer tambalear sus capacidades, lo que finalmente se convierte en un “harakiri”. En el caso de los medios de comunicación, estos son más resistentes a los embistes del dinero, pero son más porosos y permeables, por lo que, si no se ejerce un control constante y se vela por los contenidos (sin exagerar), pueden convertirse en los medios perfectos para ejercer una influencia no deseada (o todo lo contrario) y vender “sebo de culebra”. Además, los periodistas son flojos y no les gusta leer mucho y tener que “empaparse” con temas complicados y poco “atractivos”.

Y bueno, hablar de la clase política, sobre todo de la peruana, nos demandaría mucho esfuerzo; y además no sabríamos por dónde empezar ni por dónde acabar. Lo único que, momentáneamente, debemos anotar al respecto es que nuestros muy venido a menos políticos deben recibir información científica y especializada (procesada, claro está) para poder tomar mejores decisiones. Debemos asegurar que la reciban y —sobre todo— que la entiendan. Por eso, así como diversas religiones tocan tu puerta a llevarte la palabra del “Señor” y la de sus similares, debemos (y me incluyo) convertirnos en una religión y empezar a evangelizar con la palabra de la ciencia. No se me ocurre otra opción por ahora.

¿Divorcio entre ciencia y sociedad?

El segundo artículo al que hice referencia líneas arriba es de Sergio Escobar-Lasso de la Fundación RANA (Restauración de Ambientes Neotropicales Alterados) de Colombia, titulado: “Los biólogos de la conservación en Latinoamérica: el papel del biólogo anfibio en el divorcio entre ciencia y sociedad”, aparecido en la Revista Latinoamericana de Conservación, volumen 4, número 1 en el 2014 (págs. 52-55). Escobar-Lasso utiliza una clasificación para ilustrar los tipos de biólogos que, en su opinión, existen: a) el biólogo dinosaurio y b) el biólogo anfibio. Extrapolando a los biólogos, podríamos referirnos a los científicos en general. Y vale la pena aclarar que el uso del término anfibio utilizado por el autor, se basa en las raíces de la palabra Amphibia que viene del griego amphi (ambos) y bio (vida) que significa “ambas vidas”. Es decir, este tipo de biólogo puede (o debe) moverse en dos ambientes distintos, el científico y el no científico.

Para Escobar-Lasso, el biólogo dinosaurio se caracteriza por generar importantes avances en el conocimiento y entendimiento de la biota latinoamericana, plasmándolos en numerosos libros y artículos científicos, generando y transmitiendo conocimientos en una sola dirección, enriqueciendo únicamente el mundo al que se adaptó: ‘el científico’. Mientras que el biólogo anfibio “(…) al igual que el dinosaurio, genera importantes avances en el conocimiento de la biota latinoamericana, plasmándolos en numerosos libros y artículos científicos; pero se diferencia de él, ya que sabe adaptarse a los códigos culturales correspondientes a diversos medios y a diversas tradiciones, puede tomar fragmentos de un ambiente (científico) e introducirlos en otro (político) después de haberlos transformado. Por lo tanto (…) es un interlocutor reciproco del conocimiento generado por la comunidad científica y la no científica”.

Claro, yo podría decir que para los “biólogos anfibios”, asumiendo que son en su mayoría los más jóvenes, es más fácil hoy en día transmitir y recibir información con la ayuda de la tecnología y de las redes sociales. Pero, el tema es que, en primer lugar hay que querer y convencerse de la necesidad que existe de transmitir información. Seguidamente, se debe estar en la capacidad de transformar esa información a un lenguaje más simple y amigable (y entretenido si es posible) para, por último, saber cómo difundirlo y tener claro a qué público se apunta. Y en todo esto, lo más complicado es velar para que esa información pueda ser usada e incluida en actividades y acciones concretas a favor del entorno (para ya no decir que sea exclusivamente para el bien de los animalitos y de los arbolitos).

Para Escobar-Lasso, los biólogos anfibios deben ser “(…) buenos interlocutores y recontextualizadores del saber biológico” y estar capacitados para “actuar en el marco de la diversidad cultural propia de América Latina”. Asimismo, en su concepción, el autor menciona que “el biólogo anfibio, debido a que puede desenvolverse bien en diferentes ambientes tanto científicos como políticos y sociales (…) toma el saber científico y lo transforma de manera tal que pueda ser utilizado por comunidades no científicas”.

Esta clasificación de los biólogos latinoamericanos en dos modelos claramente establecidos es ampliamente discutible, pues no todo es blanco o negro. Sin embargo, estos anfibios y dinosaurios nos ofrecen una plataforma para el debate y para ir tocando puntos interesantes que refuercen la necesidad de reflexionar sobre el hecho de que la información científica por sí sola no genera acciones de conservación. 

 Julio 2015

Artículo aparecido en la versión online de la Revista Rumbos:

 
 

[1] Scientific Committee on Problems of the Enviroment (SCOPE). 2007. Communication global change science to society: an asseessment and case study studies. Edited by Holm Tiessen et al.

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