Continuando con la entrega
anterior, en la cual se habló sobre la necesidad imperiosa que existe de buscar
que la información científica trascienda más allá de descansar en revistas
especializadas, va lo siguiente. El fin de todo esto es buscar que los
resultados de las investigaciones puedan ser incorporados de manera más activa
en la construcción de políticas públicas y en la toma de decisiones. Además, necesitamos
lograr que la información generada tenga impactos perceptibles que permitan
asegurar un desarrollo sostenible y un bienestar que vaya de la mano de
acciones basadas en conocimientos adquiridos por el hombre para el hombre. Suena
fácil, pero no lo es. Vayamos al grano. No tenemos mucho tiempo para estar perdiendo
el tiempo en discusiones como esta.
Este tema podría enfrascarnos en una discusión casi interminable y además
tiene varias aristas, pero por ahora solo apunto a buscar puntos de apoyo para tres
aspectos. El primero de ellos, se basa en la necesidad de recalcarle a los
científicos e investigadores que debería haber un mayor esfuerzo para lograr que
la información que producen llegue a más personas. Urge que se comparta
información científica procesada para motivar y explicarle a los de a pie por
qué debemos actuar y esforzarnos para generar cambios en el planeta en aras de anhelar
un mejor futuro. Los resultados y conocimientos de los especialistas deben
tocar más tiempo el piso de lo cotidiano y ser la génesis para apoyar la
elaboración de políticas públicas y la puesta en marcha de acciones concretas a
favor del entorno.
El segundo aspecto intenta justificar la necesidad imperante de que las
comunicaciones y el periodismo se despercudan de su accionar tan condicionado a
acumular y a encantar lectores, oyentes y espectadores, así como a actuar según
lo que dictan los intereses económicos y políticos. Es necesario que se fajen
más en la construcción de nuestro destino. No se les puede exigir que publiquen
todo lo que la ciencia produce o sobre lo que alerta, propone y sugiere hacer,
pero sí es necesario darle más espacio y buscar acercarse más a ella. Urge también
capacitarse para no “patinar” en el intento y para poder entender medianamente la
información especializada.
El tercer aspecto recae en los tomadores de decisión y en los encargados
de elaborar y poner en marcha las políticas públicas y privadas que dirigen
parcialmente nuestro destino y que generan repercusiones en la sociedad con los
consecuentes impactos en el medio ambiente. Debería ser evidente que para tomar
acertadas decisiones, se debe contar con información técnica que sea veraz,
actual y que provenga de especialistas, pero no lo es. Esta información debería
traducirse, total o medianamente, en políticas que sean favorables y necesarias
para el desarrollo humano en armonía con el medio que lo rodea.
En resumen, no se debe actuar de manera egoísta y altanera, así como
aislados de la realidad; ni tampoco de manera facilista, interesada y sin
valores éticos, prescindiendo de realizar verdaderos esfuerzos para construir
una mejor sociedad; ni tampoco cumpliendo funciones sin conocimiento de causa,
apelando irresponsablemente a la improvisación y al beneficio propio. Esto vale
para los científicos, comunicadores y políticos respectivamente, para todos
igual o en el orden que quieran darle. Todos debemos “mojarnos”.
Ciencia, comunicación y política
Escarbando entre mis papeles, me topé con un par de artículos que nos
pueden ayudar en este entripado. El primero es de Peter Weingart[1]
y se titula: “Comunicación científica en los medios de las sociedades democráticas”. En él, el autor afirma que “(…) Existe una brecha entre el grupo
directamente involucrado con la ciencia y el dedicado a la investigación de la
comunicación científica”. En el primer grupo estarían incluidos los
investigadores, editores de revistas científicas y periodistas especializados
en temas científicos; mientras que el segundo grupo estaría formado por los “especialistas”
que estudian las ciencias y los medios de comunicación. Si bien esta
clasificación puede sonar algo extraña para nuestra realidad, veamos que
estaría alejando a estos dos grupos, en base a tres suposiciones.
La primera indica, según Weingart, que “el público tiene una escasa comprensión de las ciencias, y ello
explica su resistencia a nuevos conocimientos (…). En cambio, si el público
contara con más información, estaría más predispuesto a aceptar el progreso
científico y sus productos”. La segunda indica que “el conocimiento científico debe ‘mediatizarse’ ya que es demasiado
complicado para que el ciudadano promedio lo entienda. Esta mediatización debe
cumplir ciertas condiciones: captar el interés del público (…) y la transmisión
veraz de la información difundida por los científicos. Las múltiples formas de
mediatización (…) involucran a periodistas científicos (…) y otros, que pueden
llamarse sumatoriamente ‘los medios’”.
En el tercer supuesto, Weingart anota que “existe una clara distinción entre ciencia (…) y los medios (…). La
ciencia (…) produce conocimientos nuevos y autorizados y está separada de la
política. Difunde su conocimiento sin más interés que decir la verdad. Los
medios, por otra parte, transmiten este conocimiento al público de un modo
comprensible, pero carecen de profundidad (…). Tienden a aplicar ciertos
criterios de selección y representación inadecuados, concentrándose en lo
sensacional, en lo emocional, lo irracional, y así sucesivamente”. En base
a todo lo anterior, ¿Qué es lo que tenemos? Tenemos un modelo comunicacional
unidireccional y lineal que va desde el emisor (la comunidad científica) hacia
un receptor pasivo (el público), donde los medios hacen la transferencia y son
responsables de las “distorsiones”, omisiones y tratamiento poco serio que
pudiesen darse en el camino.
Dicho lo anterior, lo ideal sería contar con una estrecha relación
entre la ciencia, los medios de comunicación y la clase política, en la cual,
los riesgos particulares se vean aminorados y se empuje el coche hacia una
misma dirección. Así, dado que cada uno de estos tres “actores” actúa según sus
propios criterios de pertinencia, conveniencia, percepción y según la
billetera, encontrar puntos de congruencia es algo complicado. Y es que la
información que ofrecen los científicos puede ser interpretada erróneamente o
ampliada y sobrevalorada llegando a la deformación de la misma; o puede ser tan
mal tratada (por los medios de comunicación) que pasa totalmente desapercibida,
creando frustración en ambos lados, porque puede ser incluso ignorada por el
público.
Así también, las motivaciones económicas harán que los medios de
comunicación utilicen la información científica (y en general, toda a la que
tengan acceso) según su conveniencia, lo cual podría ser bueno, pero a su vez,
podría ser peligroso. Finalmente, los políticos y los tomadores de decisión
pueden procesar la información de manera distinta y errónea en contextos y
formas que podrían diferir de los mensajes y de los fines originales. Por ello,
es probable que los responsables de las políticas, intenten controlar a su
antojo y conveniencia la manera de presentar la información para que no afecte
su credibilidad (o desnude su ignorancia), lo que podría dar pie a posibles
tergiversaciones y usos incorrectos.
Por último, los científicos podrían comprometerse y desviar su
atención hacia temas alarmistas, a temas que respondan a intereses económicos o
a otros que estén mal planteados y que sean repetitivos, con el objetivo de intentar
mantenerse vigentes y no perder credibilidad (y tal vez dinero). Esto, tarde o
temprano, podría mellar su compromiso con la ciencia y hacer tambalear sus capacidades,
lo que finalmente se convierte en un “harakiri”. En el caso de los medios de
comunicación, estos son más resistentes a los embistes del dinero, pero son más
porosos y permeables, por lo que, si no se ejerce un control constante y se
vela por los contenidos (sin exagerar), pueden convertirse en los medios
perfectos para ejercer una influencia no deseada (o todo lo contrario) y vender
“sebo de culebra”. Además, los periodistas son flojos y no les gusta leer mucho
y tener que “empaparse” con temas complicados y poco “atractivos”.
Y bueno, hablar de la clase política, sobre todo de la peruana, nos demandaría
mucho esfuerzo; y además no sabríamos por dónde empezar ni por dónde acabar. Lo
único que, momentáneamente, debemos anotar al respecto es que nuestros muy
venido a menos políticos deben recibir información científica y especializada
(procesada, claro está) para poder tomar mejores decisiones. Debemos asegurar
que la reciban y —sobre todo— que la entiendan. Por eso, así como diversas
religiones tocan tu puerta a llevarte la palabra del “Señor” y la de sus
similares, debemos (y me incluyo) convertirnos en una religión y empezar a
evangelizar con la palabra de la ciencia. No se me ocurre otra opción por
ahora.
¿Divorcio entre ciencia y
sociedad?
El segundo artículo al que hice referencia líneas arriba es de Sergio
Escobar-Lasso de la Fundación RANA (Restauración de Ambientes Neotropicales
Alterados) de Colombia, titulado: “Los biólogos de la conservación en
Latinoamérica: el papel del biólogo anfibio en el divorcio entre ciencia y
sociedad”, aparecido en la Revista Latinoamericana de Conservación,
volumen 4, número 1 en el 2014 (págs. 52-55). Escobar-Lasso utiliza una
clasificación para ilustrar los tipos de biólogos que, en su opinión, existen:
a) el biólogo dinosaurio y b) el biólogo anfibio. Extrapolando a los biólogos,
podríamos referirnos a los científicos en general. Y vale la pena aclarar que
el uso del término anfibio utilizado por el autor, se basa en las raíces de la
palabra Amphibia que viene del griego amphi
(ambos) y bio (vida) que significa “ambas vidas”. Es decir, este tipo de
biólogo puede (o debe) moverse en dos ambientes distintos, el científico y el
no científico.
Para Escobar-Lasso, el biólogo dinosaurio “se caracteriza por generar importantes avances en el conocimiento y
entendimiento de la biota latinoamericana, plasmándolos en numerosos libros y
artículos científicos, generando y transmitiendo conocimientos en una sola
dirección, enriqueciendo únicamente el mundo al que se adaptó: ‘el científico’”.
Mientras que el biólogo anfibio “(…) al
igual que el dinosaurio, genera importantes avances en el conocimiento de la
biota latinoamericana, plasmándolos en numerosos libros y artículos científicos;
pero se diferencia de él, ya que sabe adaptarse a los códigos culturales
correspondientes a diversos medios y a diversas tradiciones, puede tomar
fragmentos de un ambiente (científico) e introducirlos en otro (político)
después de haberlos transformado. Por lo tanto (…) es un interlocutor reciproco
del conocimiento generado por la comunidad científica y la no científica”.
Claro, yo podría decir que para los “biólogos anfibios”, asumiendo que
son en su mayoría los más jóvenes, es más fácil hoy en día transmitir y recibir
información con la ayuda de la tecnología y de las redes sociales. Pero, el tema
es que, en primer lugar hay que querer y convencerse de la necesidad que existe
de transmitir información. Seguidamente, se debe estar en la capacidad de
transformar esa información a un lenguaje más simple y amigable (y entretenido
si es posible) para, por último, saber cómo difundirlo y tener claro a qué
público se apunta. Y en todo esto, lo más complicado es velar para que esa
información pueda ser usada e incluida en actividades y acciones concretas a
favor del entorno (para ya no decir que sea exclusivamente para el bien de los
animalitos y de los arbolitos).
Para Escobar-Lasso, los biólogos anfibios deben ser “(…) buenos interlocutores y
recontextualizadores del saber biológico” y estar capacitados para “actuar en el marco de la diversidad cultural
propia de América Latina”. Asimismo, en su concepción, el autor menciona
que “el biólogo anfibio, debido a que puede
desenvolverse bien en diferentes ambientes tanto científicos como políticos y
sociales (…) toma el saber científico y lo transforma de manera tal que pueda
ser utilizado por comunidades no científicas”.
Julio
2015
[1] Scientific Committee on
Problems of the Enviroment (SCOPE). 2007. Communication global change science
to society: an asseessment and case study studies. Edited by Holm Tiessen et al.
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