Esperando entonces que estas líneas sirvan para algo, paso a sustentar algunas ideas. Para ello, debo informar que hace unos meses llegó a mis manos el artículo de Oscar Gonzalez[1] titulado: “Sobre la producción y revisión de artículos en revistas científicas”, publicado en el 2012 en la revista peruana The Biologist. En este manuscrito, el autor lanza algunos argumentos que justifican, según su punto de vista, la importancia de producir, publicar y revisar literatura científica desde la visión de la biología; e intenta alertar sobre algunos conflictos de intereses que surgen en el camino. Gonzalez trae a colación una frase que parece ser cierta en el mundo científico: “publish or perish”, es decir, ¡Publica o pereces! Y al parecer, si te dedicas a las ciencias (en este caso, a las naturales) y no tienes publicaciones, no eres nadie. Por ende, muchas veces, bajo esa presión y esa premisa, algunos estarían tentados a publicar textos de pobre calidad y lo peor es que estarían sucumbiendo a esa tentación.
Así
también, Gonzalez indica que “es por esto
que los resultados de una investigación se deben presentar con calidad e
integridad. No es lo mismo una publicación científica que una publicación
periodística; la cual puede ser espuria, falsa, injuriosa y totalmente
deleznable. Lamentablemente ha habido casos y puede seguir habiéndolos de
publicaciones científicas sin calidad alguna, repitiendo y hasta copiando
información sin reconocer su fuente, inventando datos, forzando la estadística
para producir resultados predeterminados que favorezcan a ciertos grupos o para
ganar reputación”.
En
teoría, debería entrar en cólera y arremeter contra este señor que deja al
periodismo mal parado y como un vil oficio, pero no es esa la intención de
estas líneas. No voy a hacer un escándalo por eso (aunque, ¿debería?). El tema
acá es que, según indica Gonzalez, existirían científicos que estarían
incurriendo en malas prácticas. Y es que en todos los rincones del planeta se
“cuecen habas”. Gonzalez añade que “lamentablemente
estas críticas pueden interpretarse como injurias personales; fue muy sonado el
caso en nuestro país el caso de un biólogo llevando a juicio a un colega por,
según una parte, criticar un resultado científico y por la otra parte por
difamación (…)”[2].
Dicho
lo anterior, en este “mundito” de las ciencias peruanas (naturales, pues no
conozco lo que sucede en las ciencias sociales), existirían algunas pugnas y
broncas menores que irían alejando a los involucrados de los fines que, creo
yo, deberían ser puestos por encima de todo. Es decir, debemos lograr que los
resultados y los nuevos conocimientos generados puedan ser incorporados a las
políticas públicas destinadas a la conservación y al uso sostenible de nuestra
diversidad biológica y en general, a todo el engranaje del sector público y
privado que decide y dirige nuestros destinos. Me parece que a veces, el fin
supremo de todo esto es publicar, hacer que se conozca el trabajo realizado (lo
cual, no está mal), enrostrarle lo escrito a los colegas y sumar publicaciones
como trofeos de guerra o galeones en el uniforme militar, sin dedicar esfuerzos
para buscar que lo escrito sea asumido por los que toman decisiones
trascendentales para el resto de los mortales.
En
este punto podríamos hablar de dos culpables. Por un lado están los científicos
e investigadores que se manejan muchas veces como una cofradía y que no quieren
hacer el esfuerzo por difundir sus resultados a un público más amplio porque
temen que no se les entienda o dudan que los “otros” puedan hacer algo con
“sus” conocimientos. Y por otro lado están los flojos, facilistas y algo
ignorantes periodistas o comunicadores que prefieren temas más banales o que
todo les llegue “masticado” para no tener que investigar, procesar y pensar. Es
cierto, a veces estos temas científicos “no venden” y se debe lidiar con
verdaderos “plomazos” bastante aburridos. Pero también tenemos el caso de periodistas
a los que les interesa un pepino estos temas porque no entienden nada. Por eso,
todo esto debe cambiar por los clavos de Cristo.
Ahora,
antes de continuar, es necesario velar para que los artículos científicos a ser
publicados, pasen por una buena, objetiva y seria revisión, la cual a su vez,
deje de lado las pasiones, odios y favoritismos. Para ello, Gonzalez anota que
“el proceso de revisión de artículos
científicos por peritos en el tema (“peer review”) se supone debería ser
independiente pero en nuestro caso, con lo pequeña que es la comunidad
científica en nuestro país, puede que no lo sea”. Esto es cierto. Falta
potenciar este tema en el país, pero felizmente vamos mejorando día a día. Sin
lugar a dudas, este es un camino tortuoso que debe motivarnos a seguir bregando
para que los profesionales de todas las ciencias (naturales y sociales) sigan
aumentando en número (y en calidad) y dejen un legado contundente para los que
vienen más adelante y para que, vuelvo a repetir, sea entendido y adoptado por
los que dirigen el destino del país.
Revisión por pares
Para
detenerme en lo referido a la revisión de los artículos científicos y en un
acto de “auto plagio”, de flojera, de boicot personal, de propaganda para el
Boletín de la Unión de Ornitólogos del Perú (que usted puede leer acá[3])
e incluso de falta de elegancia y estilo por “autocitarme”, reproduciré parte
del editorial del último número (Volumen 10 Nº 1 – 2015) del mencionado
boletín. Este acto cuestionable y bochornoso tiene una explicación. Y es que
quiero abordar tangencialmente la modalidad más usada para estos fines, la
misma que es también utilizada en el Boletín de la UNOP.
Y dice
así, “para llegar a sacar un nuevo número
del boletín, a veces no se sabe cuánto trabajo hay detrás de todo el proceso de
revisión y corrección de los artículos científicos bajo la modalidad de la
revisión por pares (peer review) que es la que utilizamos en el Boletín UNOP.
En algunos casos, la revisión puede tardar meses, varios meses. La revisión
peer review asegura la calidad de los artículos mediante una revisión a cargo
de los “colegas”. Con ello, se supone que se mantienen los estándares internacionales
y la rigurosidad científica. Sin embargo, las demoras y los vaivenes ya han
causado miles de dolores de cabeza. Además, se debe tomar en cuenta que este
trabajo es casi siempre ad honorem”.
Tras
este bochornoso incidente del cual soy yo el único culpable, quiero apuntar lo
siguiente: ¿qué es lo que se debe evaluar para obtener un buen artículo
científico? Al respecto, existen varias respuestas y discusiones. Los revisores
científicos anotan que se debe revisar, entre otros, los métodos utilizados
para llegar a los resultados, analizar la hipótesis o enunciados que se quiere
demostrar o sobre los cuales se parte, identificar si se ha utilizado todas las
referencias y trabajos previos existentes sobre el tema, definir si el tema es
relevante o no y si aporta al conocimiento científico y otros detalles que
mejoran el producto. Asimismo, se debe poner énfasis en los resultados,
conclusiones y en las recomendaciones para redondear un producto de calidad.
Y
justamente en el caso de las recomendaciones, creo yo, se podría ahondar un
poco más. Sin embargo, sé que los autores alegan generalmente que no sería
parte de su responsabilidad proponer medidas para utilizar la información
entregada, dado que ellos “ya cumplieron” con presentarla. Puede ser que en
parte tengan razón. El solo hecho de producir estos textos es ya un gran
esfuerzo. En la mayoría de los casos, se debe trabajar contra el tiempo,
sacrificando horas de ocio e invirtiendo incluso dinero propio, pues, para
variar, son pocos los que reciben un estipendio económico para dedicarse
exclusivamente a este rubro.
¿Cómo haríamos?
No
pretendo presentar un ensayo ni una disertación al respecto, pero sí creo que
debemos buscar la manera de, insisto, “llevar” los resultados científicos a
terrenos menos técnicos y (lamentablemente) más políticos. Por ejemplo, cómo
podemos hacer para que un trabajo que reporta el aumento del rango de
distribución en el país de determinadas especies ornitológicas que ocupan y
aprovechan lugares deforestados e intervenidos por el hombre, pueda ser
trascendente para tomar medidas contra el cambio del uso del suelo en la
Amazonía peruana. Por un lado, estarán los que opinen que tal vez es bueno que
una especie de ave, que antes solo era registrada, por ejemplo, en Brasil en
zonas deforestadas, ahora “entró” al Perú, porque en nuestro país encontró
nuevos espacios (deforestados) para colonizar. ¡Es una nueva especie para el
Perú! ¡Aleluya!
Es
cierto, pero ¿qué implica este hecho? Implica, entre otros y en cristiano, que estamos
destruyendo parte de nuestra Amazonía (esto no es nada nuevo) y potenciando los
efectos del cambio climático en el planeta; y que siempre hay especies
biológicas que se benefician y otras que se ven perjudicadas con el cambio
climático. ¿Qué puede aportar el científico que reporta esta situación? En este
caso, podría aportar muestras tangibles de que estamos
tumbándonos el monte de manera descontrolada, podría reportar tal vez algo sobre las especies que han sido perjudicadas con la deforestación (aunque eso sería material para otro trabajo) y podría tal vez hacer un llamado de alerta sobre el hecho y sugerir que se tome cartas en el asunto para detener el cambio de uso del suelo.
Por
otro lado, ¿a quién corresponde hacer algo con la información presentada? Sin
lugar a dudas, los llamados a hacer algo, en primera instancia, son las
autoridades nacionales, regionales o locales, según el espacio donde se den los
hechos. Es decir, en este caso, si hablamos de áreas naturales protegidas
(fronterizas), el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado
(SERNANP) debería enterarse de esto. Si estamos en terrenos establecidos para
una concesión forestal, para conservación o para otros usos, el Servicio
Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR) y el Organismo de Supervisión de los Recursos Forestales y de Fauna
Silvestre (OSINFOR) deberían, por lo menos, saber qué está pasando. Y si son
terrenos comunales o del Estado, los gobiernos regionales y locales
(provinciales y distritales), según corresponda, deberían tomar cartas en el
asunto.
Y si esto sucede en territorios indígenas o en
reservas territoriales establecidas para poblaciones indígenas no contactadas o
en aislamiento voluntario, el Ministerio de Cultura debería estar informado. Si
esto sucede en terrenos privados, bueno a ponerse las pilas. Finalmente, el
“simple” reporte de una nueva especie de ave en “nuevos” territorios puede (y
debería) desencadenar una serie de medidas para saber qué está pasando, dónde,
cómo, qué consecuencias trae el hecho consigo y poner a los responsables en
autos para que no se les ocurra decir “yo no sabía nada”. La idea es entonces
hacer una bola de nieve que empiece a rodar cuesta abajo con las consecuencias
lógicas y necesarias.
Es decir, urge denunciar lo que haya que denunciar
(aunque digan que no es función de los artículos científicos, sino del
periodismo, pero no del que hace mención Gonzalez), aclarar y explicar lo que
no se conoce, ofrecer cabos sueltos para futuras investigaciones, proporcionar
información para construir y aplicar medidas de conservación y de desarrollo y finalmente, también para dar
buenas noticias, pues no todo es negativo. Y bueno, lo siento mucho pero esto
continuará en una siguiente entrega.
Julio 2015
Artículo publicado originalmente en la versión online de la Revista Rumbos:
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