El señor Reyes fue un reconocido hombre de letras y leyes, un
destacado diplomático y un gran escritor. Estuvo incluso voceado para recibir
el Premio Nobel de Literatura. Además, tuvo entre sus amistades al reconocido
filósofo español José Ortega y Gasset y al literato argentino Jorge Luis Borges.
Este último le entregó a Reyes el manuscrito de ─nada más y nada menos─ El Aleph
para que le dé una opinión antes de su publicación. Reyes falleció el 27 de
diciembre de 1959 en la ciudad de México y tuvo la “desgracia” de tener que
convivir con el maleficio de los errores involuntarios en sus obras.
Reyes fue miembro de la Academia de Lengua Mexicana y fue
galardonado con el Premio Nacional de Literatura, lo que demuestra que este
señor sí sabía lo que hacía. Durante su larga carrera publicó más de una
veintena de obras, entre lírica, narrativa y ensayos. Y fue justamente él quien
definió a la errata como: “especie de viciosa flora microbiana siempre tan
reacia a todos los tratamientos de desinfección”. Y es tan cierto que debido a
ello, estoy escribiendo estas líneas.
Pero regresando al señor Reyes, hay varios autores con los que
las erratas se ensañan de manera abusiva y despiadada. Conocida es la frase que
lanzó Ventura García Calderón sobre uno de los poemarios del susodicho, el cual
rebosaba de errores y faltas tipográficas: “Nuestro amigo Reyes acaba de
publicar un librito de erratas salpicado de algunos versos”. Esa frase lo
lapidó y lo hizo (más) conocido. Debo reconocer que es solo por eso que lo
conozco, sino, posiblemente en mi vida hubiese leído algo de él y sobre él.
¿Y a qué viene todo
esto?
Releyendo algunos textos míos he encontrado más de un par de
errores garrafales que me avergüenzan enormemente y que hacen que me sonroje y que
me dé pánico cada vez que pienso en ellos. Mi gran temor es que alguien los
descubra y los ventile para burlarse de mí o los use como parte de una venganza
maquiavélica. Los podría corregir, esconder e incluso no dejar evidencia de la
metida de pata, pero no me atrevo a hacerlo porque iría en contra de la
honradez, la tecnología y el trabajo; o en contra de algo que no sé explicar.
Me preocupa enormemente que algún envidioso y testarudo hurgue por algunos de
mis escritos.
Pero a ese o a esa posible criatura maligna y desconfiada que
emprenda esa quijotesca aventura, debo decirle que no la tiene fácil porque los
errores que he cometido no son fáciles de encontrar. Estos se confunden entre
la verborrea que he plasmado en los textos que escribo desde el 2004 a la
fecha. Por eso, les aviso que en vez de perder el tiempo intentando capturar y
sacar a la luz algunos de mis tropiezos, dedíquense mejor a buscar los suyos.
Reyes
El amigo Reyes. |
Pero sigamos con este caballero ilustre. El mexicano que acá nos
reúne y que ha despertado el pavor en mí, decía sobre las erratas: "He ahí
el enemigo". Y no le falta razón, ellas son mi peor enemigo y mi mayor
trauma. A veces me vuelvo maniático por querer que lo que reviso no tenga algún
error, omisión o falta tipográfica. Sin duda, eso hace que lea y relea lo que
se pone frente a mis ojos; y con más razón si es un tema laboral o si son los
textos que yo redacto. Pocas veces funciona. Pero no hay que frustrarse ni
detener todo. Además, como se sabe, la perfección es enemiga de la eficacia.
¡Hay que seguir para adelante! Debemos publicar y perder el miedo a
equivocarnos.
El amigo Reyes, en 1940, comentaba que alguna vez, el poeta
chileno Pablo Neruda entabló una conversa con Manuel Altolaguirre, impresor
español, acerca del poemario de un vate cubano. Acerca del libro, le preguntó:
― ¿Errores?
― Ninguno, contestó Altolaguirre.
Pero al abrir el elegantísimo impreso, se descubrió que allí
donde el versista había escrito: “Yo siento un fuego atroz que me devora”, el encargado de la impresión había colocado
su obra maestra: “Yo siento un fuego atrás
que me devora”.
Harto de las erratas en los y en sus libros, Reyes invirtió un
año de su vida para corregir personalmente uno de sus manuscritos. Hasta que
envalentonado por tal proeza, en el colofón se animó a escribir con mucho
orgullo: “Este es el primer libro impreso en México sin eratas”. Hay que estar
poseído y al borde del suicidio para pasar por lo que pasó este intelectual
mexicano. Al final de todo, para él, la lógica de las erratas es simple: “La
errata se busca con lupa, se caza a punta de pluma, se aísla y se sitia con
cordón sanitario... Y a última hora, entre las formas ya compuestas, cuando ruedan los cilindros
sobre los moldes entintados, aparece, venida no se sabe de dónde”.
Con todo lo anterior, podríamos afirmar que no existen las publicaciones
sin errores. Parecería ser esta, una conclusión lapidaria y hasta simplista,
pero cada día creo que es verdadera e irrefutable. A todos nos pasa. A famosos
y a desconocidos no les es indiferente el error. Por eso, la única manera de
evitarlos es escribiendo. Por eso escribo. Y si encuentran una erata, me
avisan.
Noviembre 2019
Muy buena esta nota. Te felicito. Y, por cierto, yo mismo he vivido y vivo con eso. A los propios errores, que en mi caso se multiplican por mi uso frecuente del portugués que tiene influencia en mi castellano, se suman los de los famosos "correctores de estilo" en el caso de libros. Por ejemplo, en mi "Áreas Naturales Protegidas: El Comienzo", este personaje cambió todos mis " en los años ..." por "en el año...", con lo que creó distorsiones mentirosas irreparables. Tantos fueron los errores del corrector que tuve que hacer una edición privada publicada en la Internet para no sentirme tan mal.
ResponderEliminarGracias Marc por tus palabras. Ese tema recorre permanentemente mi cabeza y sé que tú también padeces ese mal. Y es que a veces da gana de que nadie toque lo que uno escribir, pero a veces puede ser necesario y en ese ínterin es que pasan estos problemas. Me imagino que en tu caso, es más complejo salir airoso por el tema de los idiomas. No sabía lo referente al libro de las ANP; pero ahora entiendo porque lo vi en pdf como segunda edición. Qué problema es tener a veces que lidiar con los correctores de estilo. Me ha tocado estar a ambos lados y creo que uno debe ser flexible y exigir que los otros también lo sean. al final, todos somos humanos y tenemos errores, lo que sí no se puede permitir s que te impongan regla. Saludos y un fuerte abrazo.
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