miércoles, 26 de enero de 2011

LA ISLA DE PASCUA: COLAPSO EN ALTA MAR (II)

Continuando con el texto anterior sobre la isla Rapa Nui, explicaré cómo se presume que fueron construidos los famosos Moáis, pues como bien afirma Diamond, no existe registro escrito de dicha época. También abordaré algunos aspectos que explican el declive de los pobladores de la isla de Pascua. En cuanto al primer punto, es posible plantear opciones en base a las tradiciones orales y a los restos arqueológicos encontrados. Así, en la cantera de Rano Raraku se puede apreciar Moáis en diversos estados. Algunos, que ya habían sido tallados y que deberían haber sido trasladados a otros destinos, descansan en las laderas del cerro. Otros están aún “pegados” a la roca de la cantera a medio terminar y casi una decena de ellos están partidos y, con el paso del tiempo, forman ya parte del entorno natural.

Los antiguos Rapa Nuis hacían uso de piedras especiales (básicamente, más duras) para trabajar la toba volcánica y esculpir los Moáis en la misma falda del volcán hasta darle la forma deseada. El cuerpo de las estatuas quedaba unido a la roca principal a través de un pequeño apéndice. Cuando ya todo estaba listo, se liberaba a la figura de piedra para su posterior traslado. Antes de eso, se tallaba las orejas, la nariz, la cabeza y otros detalles característicos. El espacio para los ojos era lo último que se tallaba y se hacía en el lugar donde finalmente descansarían. Se ha encontrado solo un ojo original (que está en el museo de la isla) en la playa de Arakena, el cual estaba hecho de coral blanco con una “pupila” de un material rojo llamado escoria. Los ojos actuales que presentan los Moáis son solo réplicas.

Los Moáis eran así deslizados desde las pendientes del cerro hasta su destino final, el cual distaba hasta 14 kilómetros de la cantera Rano Raraku. Para obtener una de estas estatuas se necesitaba un trabajo arduo y decenas de hombres tallando la piedra, además de bastante alimento y centenares de árboles para obtener leña, madera para el posterior transporte y para fabricar las lianas que facilitaban su traslado. Esto obligó a un agotamiento acelerado de la masa forestal de la isla.

La pregunta inmediata es ¿cómo eran transportados los Moáis hasta sus destinos finales? Se ha planteado diversas explicaciones al respecto e incluso se ha hecho simulaciones para intentar obtener una respuesta. Una posibilidad (en base a tradiciones orales) es que estas hayan sido trasladadas de manera vertical, es decir que las figuras eran movilizadas como si estuviesen caminando. Es como cuando se traslada lentamente en un movimiento zigzagueante un mueble pesado sin cargarlo. Otra explicación se basa en que los Moáis fueron transportados mediante una sucesión de troncos de madera —engrasados con el aceite de frutos silvestres— dispuestos de manera horizontal que fungían como una especie de faja transportadora.

Para Diamond, el método más convincente es el que propuso Jo Anne van Tillburg que consiste en unir con travesaños fijos diversos troncos de madera ubicados paralelamente, algo así como una camilla. Esta opción fue incluso practicada recientemente con buenos resultados. La clave es sincronizar esfuerzos a la hora de jalar a la misma vez (como cuando se practica remo). Una vez que los Moáis llegaban a su destino final, estos eran colocados de manera vertical mediante el uso de rampas y de plataformas hechas de piedra, apoyados por palancas en base a troncos de madera.

Demanda energética extrema

Construir, transportar y colocar en su destino final a los Moáis significó una demanda muy alta de mano de obra, alimento y recursos forestales. Dada la estructura social de los antiguos Rapa Nuis y los acuerdos entre los distintos clanes, alimentar a los grupos de talladores implicó diversas rencillas entre los pobladores por someterse a un sistema que los empujaba casi exclusivamente a dirigir sus esfuerzos a la construcción de las estatuas de piedra. Según datos recogidos por Diamond, construirlas incrementó en un 25% las exigencias alimentarias de los isleños durante los 300 años de construcción.

Si bien durante ese periodo de tiempo en las partes altas e interiores de la isla existían buenos lugares de siembra y había alimento suficiente para toda la población, ¿de dónde sacaban los Rapa Nuis árboles grandes y resistentes? Los estudios botánicos hechos en base al polen depositado en diversos sedimentos (palinología) revelan que en la isla existieron —antes de la llegada de humanos— bosques subtropicales con árboles altos y arbustos leñosos. Posteriormente, en el siglo XX solo fueron inventariadas 48 especies vegetales autóctonas, de las cuales sobresale el toromiro, un árbol que puede alcanzar hasta dos metros de altura.

Es decir, los isleños encontraron un bosque lleno de especies maderables de alta calidad que les proporcionó abúndate leña y troncos, pero claro, dado el uso y los requerimientos de la época, la extinción de dichos árboles fue inevitable. Asimismo, diversos estudios han demostrado que en la isla de Pascua vivían por lo menos seis especies de aves terrestres: una garza, dos loros, una lechuza y dos aves similares a los pollos. Hoy en día, la isla solo tiene especies introducidas. Así también, en sus costas anidaban cerca de 25 especies de aves marinas, lo cual convertía a la isla en el lugar de anidación más rico en toda la Polinesia.

Dichas aves —entre petreles, pelícanos, golondrinas de mar y otras— anidaban en un paraíso distante de otras islas y con las condiciones excepcionales para reproducirse hasta que… llegó el hombre. Y es que, dado que la dieta de los isleños era pobre en pescados y mariscos (aunque sí comían eventualmente delfines, tortugas marinas y atunes), las aves marinas se encargaron de otorgarles proteínas de origen animal. Sin embargo, en algún momento las aves terrestres desaparecieron de la dieta porque se extinguieron ante la presencia humana. Seguidamente, sucedió lo mismo con las aves marinas hasta condenar a casi todas las especies a la extinción.

Un detalle interesante que nos debe llamar la atención es que en los restos de basura analizados para determinar la alimentación de los antiguos isleños se encontró, entre otros, los restos de un caracol marino. El tamaño del caparazón fue disminuyendo con los años debido a que se le explotó de manera irracional y al final se consumía caracoles cada vez más chicos hasta que desapareció. ¿No podría pasarle lo mismo en el Perú a las conchas negras y a otras especies como el camarón de río?

En los años de apogeo de la cultura Rapa Nui la población se incrementó, mientras que el limitado territorio era cada vez más frágil. No es de extrañar además que en este caso, la presión hacia la isla en cuanto al acceso a los recursos naturales —tanto para la supervivencia, como para lograr con los cometidos que su creencia les imponía, es decir, construir Moáis— fuese el factor determinante para llevar a los isleños al ocaso.

Destrucción en el Pacífico

Según Diamond, “el dibujo general de la isla de Pascua es el ejemplo más extremo de destrucción forestal en el Pacífico, y se encuentra entre los más extremos del mundo”. Tomando solo como referencia la deforestación masiva de los grandes árboles en la isla, Diamond narra una escena que describe en parte lo agónico de la situación. En 1838, un barco francés se acercó a la costa de la isla y le salieron al frente cinco canoas agujereadas con indígenas que repetían maravillados la palabra “miru” que hace referencia a la madera que usaban los polinesios para construir sus embarcaciones.

Los Rapa Nui se quedaron sin árboles, lo cual significó detener la construcción de Moáis y no tener leña para cocinar y para pasar las noches frías. Tal situación los obligó a quemar pastos, hierbas y lo que encontrasen. Además, tuvieron que dejar de cremar a sus muertos, pues dicha práctica requería bastante leña. Adicionalmente, sin madera para nuevas canoas y en el aislamiento al que estaban sometidos, la situación se complicó, pues ya no podían pescar en alta mar y eran pocos los peces a los que podían acceder desde las costas de la isla. Y sin aves (ni marinas, ni terrestres), sin frutos silvestres (como los cocos) y con la desaparición de los mariscos, lo único que les quedó para comer eran las ratas silvestres.

La deforestación trajo consigo otro problema en la isla: la erosión de los suelos —por la lluvia y los vientos— y con eso la disminución de su rendimiento. Dicha situación obligó a migraciones dentro de la isla, debido a que los sectores más secos de la isla eran ya improductivos e inhabitables. Alrededor del año 1400, varias partes de la isla fueron totalmente abandonadas. Y si bien alrededor del año 1500 se volvió a utilizar parte de los terrenos abandonados, la pérdida de nutrientes y la desertificación ya habían hecho estragos en varias partes de la isla convirtiéndolas en inservibles.

Como es de suponer, la hambruna y la desesperación se fueron asentando en la isla. Producto de dicha situación se empezó a practicar el canibalismo. Un testimonio sobre esta situación lo ofrecen las estatuas denominadas Moáis kavakava que son estatuas de piedra que representan a hombres con las mejillas hundidas y las costillas marcadas. Cuando el capitán Cook describió en 1774 a los isleños, los calificó como “pequeños, enjutos, tímidos y pobres”. Ya en el siglo XVIII la población había disminuido en casi el 70% y se hallaba confinada a las partes costeras (las cuales, anteriormente eran ocupadas exclusivamente por la élite). Dada la escasez de alimentos, no les quedó otra que redirigir su mirada a sus semejantes para paliar el hambre.

Para haber llegado a dicho extremo es necesario analizar también qué factores determinaron tal situación de penuria y hambre. Hasta ese entonces, ¿cómo se había mantenido la sociedad polinésica de la isla de Pascua? Los jefes y sacerdotes de Rapa Nui justificaron la construcción de los Moáis y el orden establecido a través de su “vínculo” con los dioses. De esta manera, las clases dominantes controlaban a las masas y las hacían producir estatuas y alimentos, así como participar de ceremonias a favor de los dioses. Con el tiempo, todas las promesas de tiempos mejores y prosperidad se fueron haciendo más lejanas.

En 1680, varios líderes regionales (llamados matatoa) derrocaron a la clase dominante. Automáticamente después, se produjo una guerra civil por el poder y el caos se impuso en la isla. Incluso, muchos pobladores se refugiaron en cuevas con entradas muy estrechas para evitar ingresos no deseados. El crepúsculo de los Rapa Nui fue producto, según Diamond, del deterioro no solo de la ideología política, sino también de la religión. ¿Cuánta energía y dedicación significó erigir a los famosos Moáis? ¿Se justificó todo el esfuerzo y el sacrificio hecho? Todo indica que no.

El aislamiento de los Rapa Nuis, su casi “obsesión” por sus Moáis, su estructura social y política, su falta de visión (¿tenían que tener alguna?) y el mal uso de sus recursos naturales ocasionaron el fin de una sociedad que dedicó sus fuerzas a construir grandes estatuas de piedra para que los protegiesen. Lo hicieron sin saber que esas mismas estructuras con miradas fijas y dominantes serían los testigos de su casi desaparición.

En la tercera y última entrega se abordará el declive final de la población de la isla de Pascua y se hará una breve mirada a su situación actual.
Enero 2011

viernes, 14 de enero de 2011

LA ISLA DE PASCUA: COLAPSO EN ALTA MAR (I)

Descubrí a Jared Diamond en una ya remota clase de la maestría en el 2005. Cuando escuché su apellido, inmediatamente lo asocié con la fabulosa canción de Pink Floyd: Shine on you crazy diamond, escrita en homenaje al gran fundador y compositor de la banda inglesa, Syd Barret. La profesora estadounidense que dictaba el curso me hizo saber que su paisano —birdwatcher aficionado y ganador en 1998 del Premio Pullitzer por su obra: “Armas, gérmenes y acero”— estaba por publicar un libro sobre algunas sociedades en el mundo que en el pasado sucumbieron y otras que lograron perdurar en el tiempo.

Dicho libro titulado: “Colapso: Por qué algunas sociedades perduran y otras desaparecen” es una obra muy interesante que nos narra —en casos comprensibles y conocidos— el ocaso de algunas sociedades debido a diversos factores, dentro de los cuales destacan o son protagonistas los impactos ambientales. Por ahora, solo me dedicaré al caso de la Isla de Pascua (que debo estar visitando en los siguientes días) para entender algo de los planteamientos de Diamond y asociarlos con lo que sucede en la actualidad.

El libro (que aún no termino de leer) reúne otros casos como el de la cultura maya, el de la región noruega de Groenlandia y otros menos conocidos como el de los anasazi en el oeste estadounidense y el de las islas Pitcairn en la Polinesia sudoriental que desaparecieron indefectiblemente. No obstante, Diamond reseña también casos en los que las sociedades supieron sobreponerse a las exigencias del medio ambiente, tal es el ejemplo de los agricultores de las partes altas de Nueva Guinea que desarrollaron unos sofisticados sistemas de cultivos en terrenos con una gran pendiente y una alta precipitación pluvial.

El capítulo dedicado a la Isla de Pascua abre la segunda parte del libro: Sociedades del pasado. De esta manera, nos adentramos en una isla ubicada a 3,700 kilómetros al este de Chile y a 2,100 kilómetros de las islas polinesias de Pitcairn. Su extensión es de tan solo 164 Km² y es habitada en la actualidad por no más de 4,000 personas. Lo que llama la atención de esta porción de tierra son sin duda las misteriosas figuras de piedra con forma humana. Según Diamond, en el cráter volcánico de Rano Raraku, se cuenta 397 estatuas, donde la mayoría de ellas alcanza los 4,5 y 6 metros de altura, sin embargo, existe una estatua de 21 metros de altura que pesa entre 10 y 270 toneladas. ¿Por qué y para qué las construyeron? No se sabe a ciencia cierta aunque hay algunas explicaciones al respecto que veremos más adelante.

Isla triangular polinésica

La isla de Pascua tiene una forma triangular que reúne a tres volcanes que emergieron del mar. Su altitud máxima es de 500 metros. Según Diamond, su topografía es “suave”, así que puede ser visitada a píe sin ningún problema. La isla se encuentra realmente aislada de casi todo. Sus pobladores de origen polinesio son venidos de Asía y no de América del Sur como se planteó en algún momento. Cuando el capitán Cook visitó la isla en 1774 anotó que en ella se hablaba un dialecto de origen polinesio vinculado al hawaiano y al que se hablaba en la isla Mangareva, ubicada en el archipiélago de Pitcairn al oeste de la Isla de Pascua.

La gran parte de los utensilios de los antiguos pobladores, tales como anzuelos, arpones y otros, tienen un estilo muy similar al de las Islas Marquesas. Los análisis de ADN de antiguos restos humanos denotan rasgos morfológicos típicos de los habitantes de la Polinesia. Adicionalmente, los cultivos encontrados en la isla como el plátano, la caña de azúcar y otros, así como el único animal domesticado criado en la antigüedad, el pollo, provienen del sudeste de Asía. Incluso las ratas que llegaron como polizontes provienen de esta parte del planeta.

Para Diamond, la Polinesia fue conquistada de oeste a este y de manera contraria a la dirección de los vientos y de las corrientes dominantes (y en dirección opuesta a lo que se pensaba, es decir, de América hacia Asia).

La población de la isla antes de iniciar su ocaso ha sido estimada entre 6 y 30 mil habitantes, es decir, entre 55 y 270 habitantes por kilómetro cuadrado. Pese a la discusión que existe sobre estas cifras, Diamond apuesta por las más altas y para tal fin se basa en los estudios recientes de arqueólogos chilenos, estadounidenses y europeos. Si bien algunos misioneros que llegaron a la isla en el año 1864 documentaron la presencia de tan solo 2,000 isleños, se sabe que ese mismo año hubo una epidemia que aniquiló a varios miles y que anteriormente, entre 1863 y 1864, varios barcos peruanos saquearon la isla para llevarse más de 1,500 pobladores como esclavos para la explotación guanera (posteriormente, ante la protesta internacional, regresaron no más de 100 de ellos a la Isla de Pascua).

Además, se sabe también que en 1863 hubo otras dos epidemias de viruela que mermaron la población isleña y se presume que a partir de 1770 hubo un par de epidemias más que arrasaron con los isleños, sin embargo, estas dos últimas no están documentadas.

Las enfermedades traídas por foráneos (en este caso, europeos) ocasionaron un daño terrible a los nativos. Esa historia ya la conocemos. Y ante la pregunta: ¿De qué vivía la población de la Isla de Pascua? La respuesta es la siguiente: de la agricultura, de la crianza de pollos, de la escasa recolección de mariscos y de una pesca incipiente. Un dato curioso que aporta Diamond es que ante la escasez de agua dulce, los isleños bebían abundante zumo de caña de azúcar lo que produjo una alta cuota de caries dental, tal como lo evidencian recientes excavaciones.

Se podría presumir que los isleños al estar rodeados de mar, serían pescadores por excelencia, sin embargo, este no es el caso. La ausencia de corales en sus costas, así como de alguna laguna o lago en su territorio generó que solo consumieran poca proteína animal de origen marino, a pesar de que se ha descubierto restos de delfines y de aves marinas.

Estatuas y clanes

Para explicar el origen de los famosos Moáis han surgido diversos planteamientos, entre los que destacan los del explorador noruego Thor Heyerdahl (aquel de la expedición Kon - Tiki), el cual afirmaba que de ninguna manera los polinesios habrían elaborado dichas figuras de piedra y más bien, estas habrían sido traídas de América del Sur (1). Las expediciones de Heyerdahl intentaron demostrar la vinculación que existiría entre las sociedades avanzadas sudamericanas, la cultura egipcia y las gigantescas estatuas de piedra de la Isla de Pascua.

Por otro lado, el investigador suizo Erich von Däniken atribuía la aparición de los Moáis a la presencia de extraterrestres en la isla. No obstante, excavaciones y estudios recientes han demostrado que las figuras taladas en piedra fueron construidas en la isla, tal como lo evidencia la presencia de la cantera Rano Raraku. Se sabe además, mediante las tradiciones orales y las investigaciones arqueológicas, que la Isla de Pascua estaba dividida en 12 territorios, cada uno destinado a un clan o linaje y que partía de la costa hacia el interior de la isla. Como anota Diamond, era como “un pastel cortado en una docena de cuñas radiales”.

Cada uno de estos territorios tenía su jefe y su propia plataforma para soportar a sus estatuas y los diferentes clanes competían de manera pacífica (al inicio) para ver quién construía mejores y más grandes plataformas y estatuas. Así, en vista de que cada uno de esta docena de pequeños reinos era distinto en cuanto al acceso a recursos (como el agua dulce) y a la calidad de la tierra para la agricultura, con el fin de acceder de un territorio a otro, los pobladores debían pedir el permiso necesario. Pese a todo, los isleños podían ser considerados como una población conjunta bastante integrada.

En las partes traseras de los Ahus o plataformas donde descansan los Moáis se ha descubierto crematorios con miles de cuerpos. Esta práctica de cremación es exclusiva de la isla, pues en toda la Polinesia, los muertos eran enterrados. Se sabe además que los Ahus eran de color amarillo, blanco y rojo, pero hoy en día presentan una coloración gris oscuro, que grafica en parte el ocaso de los antiguos pobladores. Se ha determinado también que con paso de los años, se incrementaba el tamaño de las estatuas, al parecer por la competitividad entre los clanes.

¿Y cómo lo hacen?

Pero la pregunta sigue siendo: ¿Cómo y por qué construyeron esas estatuas? Para llegar a una respuesta clara debemos conocer algunos puntos planteados por Diamond. Él sugiere que existen cuatro aspectos fundamentales que explicarían la existencia de los Moáis. El primer factor es la piedra existente en la isla, la toba volcánica, la cual es fácil de tallar. Asumo que, al no ser tan dura y no muy pesada, es óptima para tal fin. Seguidamente, dado el aislamiento de los isleños y el hecho de que no se podían dedicar al comercio, la colonización, la exploración, los asaltos y la migración, no les quedaba otra que “quedarse en casa” y competir entre ellos.

Como tercer punto, Diamond afirma que la “suavidad” del lugar y la presencia —hasta ese entonces— de recursos suficientes para abastecer a sus pobladores y a la producción de los Moáis, tales como árboles para fabricar lianas y obtener madera, alimentos para todos los trabajadores y claro, canteras, facilitó esta actividad. Además, la estructura unificada de sus clanes facilitó un mejor trabajo. Por último y en relación al punto anterior, dado que las élites controlaban las zonas más productivas, estas podían abastecer de alimento a los pobladores encargados de tallar y erigir las estatúas. Estos hechos hicieron posible que el desarrollo social, económico y hasta cultural llegue a un apogeo del cual hoy sabemos algo. No obstante, no todo dura para siempre.

Si bien, no existe ningún registro exacto de cómo fueron construidos los Moáis, existen varias explicaciones. Empero, en la próxima entrega será abordado este punto para desembocar en las principales causas que llevaron al ocaso de la sociedad en la Isla de Pascua.

(1) Las piedras de algunas plataformas o Ahu están tan bien encajadas que para muchos, como Heyerdahl, la similitud con las construcciones incas era evidente. Sin embargo, existen otras Ahu que están revestidas de piedra y no son grandes bloques de piedra trabajados como el de los Incas.

Enero 2011

domingo, 9 de enero de 2011

LA AMAZONÍA EN EL MUNDO MODERNO

Quinta reseña sobre el libro de Betty J. Meggers, "Amazonía. hombre y cultura en un paraíso ilusorio".

Según Meggers, “antes de que la población humana alcanzara un tamaño que fuera perjudicial, la selección natural había establecido una adaptación finamente equilibrada con los recursos del ambiente”. Dicha afirmación con respecto a la selva tropical lluviosa parece ser cierta, puesto que antes de que se diera la invasión de estos territorios por los europeos, el equilibrio en la zona se mantuvo perfectamente.

En ese aspecto, la naturaleza hostil se encargó de mantener un estado de armonía entre el hombre y el medio ambiente. Los pobladores mismos eran conscientes de la necesidad de no tener una población muy numerosa. Asimismo, la naturaleza ofrecía a las tribus indígenas un nicho ecológico limitado, pese a ser tildada de paraíso, lo cual finalmente no lo es.

La invasión europea de la selva tropical lluviosa tuvo consecuencias devastadoras, debido a principalmente a dos motivos. El primero fue la explotación irracional de estos territorios. El segundo fue la implantación de costumbres foráneas que contradecían todo lo anteriormente establecido. Este “agente externo” extracontinental se mantuvo inmune a los patrones que definen la selección natural en la zona, por lo que pudieron salir en parte airosos.

Los afanes conquistadores y las diversas disputas entre los europeos tuvieron consecuencias devastadoras en la población indígena. Al exterminio ocasionado por la toma de esclavos y las guerras entre las naciones, se le debe sumar el gran número de indios muertos por enfermedades a las cuales no eran inmunes, tales como la viruela y otros males muy contagiosos que desaparecieron pueblos enteros. Adicionalmente, la exportación de esclavos africanos ocasionó que adicionalmente se introdujera enfermedades foráneas como el paludismo y la fiebre amarilla.

Esta situación es conocida por todos, puesto que también es considerada como una de las causas del aniquilamiento de culturas como la incaica o aquellas desarrolladas en Centroamérica. No obstante, en el caso de la selva tropical lluviosa, la invasión europea tuvo otro efecto demoledor: las prácticas locales fueron sustituidas. Esto significó modificar el uso del medio ambiente de los indígenas por otros usos provenientes de una realidad y un hábitat totalmente distinto.

Sin embargo, para los intereses europeos, la distribución geográfica dispersa (y frágil) de las tribus indígenas en la Amazonía colisionaba con sus costumbres productivas concentradas. Es por eso que se vieron obligados a modificar los patrones de asentamiento y de producción de los indígenas. Muchas costumbres “primitivas” fueron eliminadas con frecuencia de manera violenta y otras fueron debilitadas a través de la imposición de la nueva cultura. Para Meggers entonces, la situación actual de la Amazonia es consecuencia de la transformación hecha por los europeos, con el fin de amoldar esta vasta región a satisfacer su demanda de recursos.
La autora afirma también que en cuanto a las costumbres de todos los pueblos amazónicos, no existe mucha diferenciación, por lo que estos pueden ser vistos como un todo. Y es así como las tribus indígenas de la Amazonía han debido modificar sus usos y adoptar aquellos impuestos por los europeos, lo que los obliga a depender del nuevo sistema impuesto. Tal dependencia los obliga también a no poder desarrollarse mejor y a ser únicamente el primer eslabón en una cadena productiva que en ningún momento les ofrece beneficios reales.

Además, no solo el hombre amazónico ha sufrido cambios drásticos, sino también, el medio ambiente. La escasez de recursos es cada vez más notoria lo que ocasiona una amenaza a la supervivencia. A esta situación se le debe sumar el avance descontrolado de las poblaciones en la selva basado en el erróneo concepto del paraíso amazónico. No se ha tomado en cuenta los conocimientos ancestrales de aprovechamiento sostenible del medio desarrollados por los indígenas “bajo la lenta influencia de la selección natural”. Y como afirma Meggers, pese a que nosotros deberíamos poder hacerlo mejor, no lo hemos hecho. Existen varios ejemplos del uso equivoco del medio ambiente en la Amazonía: la ganadería, la agricultura extensiva y otros.

Así también, existen diversos usos sostenibles que han podido ser adoptados, tales como la silvicultura, la crianza de tortugas y otros que son desaprovechados hasta ahora. Esto denota por consiguiente que la imposición de modos de producción desarrollados en otras realidades, colisiona y desmantela un equilibrio que pudo haber ofrecido desarrollo y progreso para sus habitantes.

Coincido con Meggers en estos aspectos, sin embargo, creo que ante la afirmación de que “en tanto las iniciativas para la explotación de Amazonia se originen en culturas extrañas, no hay posibilidades de que se establezca un programa racional para su desarrollo”, dicha posibilidad es inviable hoy en día, debido a la necesidad de desarrollar mecanismos de conservación ante el mal uso que se le ha dado hasta la fecha a esta región. Es decir, debe haber una conjunción de elementos nativos y de elementos introducidos, pero con la consigna de que deben ser respetados los usos y costumbres tradicionales, los cuales han atravesado los procesos evolutivos y la selección natural.

Por otro lado, habiendo tomado conciencia de que la Amazonia —pese a la arremetida occidental— ha sobrevivido y se ha repuesto, tiene un futuro incierto si no se toman las medidas adecuadas. Si es que Meggers tiene razón y que producto de la selección natural existen algunas especies “preadaptadas” a las nuevas condiciones de vida imperantes, es hora de utilizarlas racionalmente.

La complejidad, diversidad y riqueza de la Amazonia se debe al proceso evolutivo que atravesó, en el cual el hombre solo ocupó un papel muy reducido. En la actualidad, el papel del ser humano es preponderante, si no es que definitivo, para bien o para mal.

Aportes

Los aportes de Meggers son, según mi opinión, varios y muy relevantes para entender el mundo amazónico como un complejo sistema ambiental de diversas relaciones que ha generado un espacio harto difícil de entender. Para tal fin, debe ser asumido como un todo con una gran interdependencia entre sus partes. Uno de los principales aportes de la arqueóloga estadounidense es definir de manera acertada e ilustrativa los conceptos de terra firme y de várzea. Ambos términos conforman parte de la explicación de todas las dinámicas que se dan en la selva tropical lluviosa.

Una vez que se entiende esta diferenciación del territorio y las diferentes estrategias de adaptación que desarrollaron los siete pueblos indígenas descritos en su obra, se puede comprender por qué la Amazonia es definida por la autora como un paraíso ilusorio. Asimismo, además de entender esta hipótesis, se puede interiorizar las diferentes estrategias de supervivencia desarrolladas por el hombre amazónico en su afán de convivir y desarrollarse en este medio tan inhóspito.

Meggers utiliza los distintos procesos adaptativos de los indígenas amazónicos para demostrar que el medio geográfico determina el grado de desarrollo. De manera paralela afirma que los pueblos que se desarrollaron en la várzea y que gozaron de un mejor acceso a los recursos naturales, tuvieron un desarrollo mucho mayor a aquellos pueblos que se desarrollaron en la terra firme. Esta última afirmación se ve sustentada en los relatos acerca de las tribus de los Omagua y de los Tapajos.

Analizando únicamente el sistema amazónico, me parece que es cierta la afirmación esbozada entre líneas que sostiene que el medio geográfico determina el grado de desarrollo. Analizando en primer lugar los dos “medios geográficos” de la Amazonia, se encuentra que, pese a que la terra firme tiene la mayor diversidad en recursos, estos están dispersos y son más difíciles de obtener. En el caso de la várzea, pese a que su uso optimo depende marcadamente del ciclo del agua, su abundancia y acceso es mucho mayor para el poblador amazónico. Esto de por sí marca una gran diferencia en el desarrollo del hombre amazónico.

Meggers presenta de manera interesante la comparación de diferentes aspectos correspondientes a siete tribus indígenas. Esto permite comparar la adaptación al medio geográfico, lo cual se traslapa con un proceso de selección natural que también juega hasta la actualidad un papel determinante en el desarrollo de los pueblos amazónicos. Así también, se presenta diversos patrones culturales que resultan de los diversos procesos adaptativos.

Los aspectos culturales, como las guerras y la presencia de los chamanes y brujos, encuentran un sustento natural en la Amazonía y determinan en parte el grado de desarrollo alcanzado por los pueblos allí asentados. La conjunción de la cultura con el medio ambiente nos proporciona distintas técnicas de adaptación que Meggers se encarga de recoger, presentar y utilizarlas como modelos que pueden ser adaptados a los patrones modernos. Dichas conclusiones son algunos de los aportes de la autora.

Otro aporte de Meggers es la explicación bastante coherente y fundamentada de los estragos que significó la introducción de patrones culturales totalmente ajenos al medio, los cuales han tenido un efecto devastador hasta la actualidad. Dicha afirmación se sustenta en los procesos modernos de desarrollo de la Amazonia que no han logrado proporcionarle las herramientas necesarias para permitir encontrar una armonía entre el medio ambiente y el hombre de tal manera que beneficie a ambos.

Otro aspecto rescatable de la autora es el llamado que hace con respecto a la necesidad de comprender mucho mejor la forma en que la cultura y el medio ambiente se “influyen recíprocamente”. Hoy en día este punto es inevitable para asegurar un desarrollo ambiental que permita sentar las bases para poder conservar el medio ambiente y satisfacer las necesidades del hombre amazónico y de los demás pueblos.

Finalmente, como aporte de la obra de Meggers, me parece importante rescatar cómo la selección natural puede favorecer la conservación de un comportamiento adaptativo, salvo que el deterioro ambiental sea muy agudo. Esto nos permite virar hacia ciertas estrategias evolutivas y de de adaptación que han generado diversos patrones culturales de desarrollo entre el hombre y su medio ambiente. Entender estas estrategias nos puede ofrecer la oportunidad de aplicarlas en los procesos modernos de producción.

Si bien para Meggers, la cultura es un producto de la selección natural más que el resultado del ingenio humano, las culturas son diferentes de los organismos biológicos. Esto permite entender que los aspectos biológicos y los aspectos culturales son distintos. Sin embargo, según la autora, en la ciencia se aplica actualmente criterios que intentan unificar ambos conceptos para explicar los procesos evolutivos. Para Meggers, estos deben ser diferenciados, debido a que representan dos campos totalmente distintos.

Yo opino que esta afirmación es cierta en muchos aspectos, pues al principio de la humanidad, lo “único” que predominó para el hombre fue asegurar su supervivencia y para tal fin tuvo que afrontar una selección natural, de la cual salió airoso. No obstante, dicha selección es constante, y una vez que se ha tomado las medidas adecuadas para sobreponerse, el hombre desarrolla aspectos culturales como producto de su evolución condicionada indefectiblemente por el medio ambiente.

Crítica

En cuanto a la cultura como forma de comportamiento adaptativo, Meggers afirma que “el hombre es el producto de un proceso que se inició muchísimo antes de su aparición, y tan complejo que está más allá de su capacidad de comprensión; al principio sobrevivió debido a su adaptabilidad biológica, y se afirmó con la adquisición de la cultura”. Además, la autora afirma que la selección natural no puede prever cuáles serán las condiciones imperantes en un futuro, por lo que se producen diversas especies preadaptadas a los cambios que se puedan dar para asegurar una cierta continuidad. Es así como también se desarrolla una diversidad biológica. Esta, según la autora, también está asociada a la diversidad cultural. En este punto no concuerdo con Meggers.

Si bien es cierto que de la diversidad biológica se desprende parte de la diversidad cultural (y viceversa) y con esta, mayores posibilidades de supervivencia, creo que esto no siempre es así, debido a la existencia de diferentes grados de desarrollo en un medio ambiente muy homogéneo como la Amazonia.

Para Meggers, la diversidad cultural tiene la misma explicación que la diversidad biológica: “la primera permite una explotación más eficiente de los hábitat existentes y proporciona un máximo de senderos potenciales para afrontar lo futuro”. Es así como el primer punto se evidencia en la adaptación aborigen a la terra firme, y el segundo en el desarrollo de civilizaciones cuando las condiciones son optimas.

Personalmente creo que este punto es muy discutible ya que en el caso de territorios con una gran diversidad biológica, el desarrollo cultural no ha permitido alcanzar un nivel óptimo que evidencie el grado de diversidad cultural. Es sabido que se desarrollaron grandes culturas en estos territorios, sin embargo, no siempre se da tal binomio, esto se evidencia en todo el hemisferio sur del planeta. El avance cultural, basado en la diversidad biológica, debería desembocar en un uso racional, sostenible y bien planificado de los recursos naturales, pero esto no ha sido siempre así.

Diciembre 2007

lunes, 3 de enero de 2011

LOS OMAGUA

Cuarta reseña sobre el libro de Betty J. Meggers, "Amazonía. hombre y cultura en un paraíso ilusorio".

Los Omagua alcanzaron un alto desarrollo cultural que les permitió, entre otros, aprovechar al máximo los recursos naturales y las características de la várzea. Pese a que (lamentablemente) fueron poco estudiados y que al parecer se extinguieron totalmente, esta tribu llama mi atención también por la influencia andina que evidenciaron y por la manera de desarrollar el sistema de esclavos.

Es lamentable reconocer que su población fue casi masacrada por nuestra civilización. Al parecer, los Omagua fue la población indígena que alcanzó el mayor desarrollo cultural en toda la Amazonía, sin embargo, al igual que los Tapajos, estaban muy expuestos y eran vulnerables a ataques, debido a su ubicación geográfica. Es interesante anotar también que la ubicación de sus casas y poblados se daba a lo largo de toda la ribera del río, tal como hoy en día se puede apreciar en algunos poblados selváticos, lo cual se diferencia notablemente de la dirección casi circular de las tribus de la terra firme. Dicha ubicación hace pensar que los pueblos Omagua parecían ser puertos o poblados más “modernos” que los de la terra firme. Estos últimos se asemejan más a campamentos temporales poco estructurados.

La disposición de las viviendas de los Omagua está condicionada por la posibilidad de acceso directo al río del cual dependen. Justamente a través de los ríos se realizaría un intercambio cultural con algunos poblados andinos. Además, llama la atención que, pese a que la tribu fue exterminada, su lenguaje ─perteneciente a la familia lingüística tupí─ fue elegido por los misioneros como lengua oficial para el catecismo y la comunicación entre diversas tribus indígenas. Dicha elección se sustentaría en que su lengua reunía elementos más variados y complejos en comparación a otras lenguas amazónicas, lo cual revelaría por ende, un mayor desarrollo cultural.

Asimismo, es interesante anotar que los Omagua se encontraban en una zona con menos terrenos inundables que los Tapajos. Sin embargo, al parecer, tenían mayor acceso a los alimentos, lo que podría haber ocasionado que obtuviesen un desarrollo más complejo.

Como ya ha sido mencionado, el medio ambiente hostil frenó el desarrollo cultural de algunas tribus indígenas. En el caso de los Omagua, parece haber sido lo contrario. Pese a que atravesaron periodos anuales de escasez, debido al ritmo normal de la várzea y a diversos fenómenos naturales, el medio ambiente no les era tan hostil. Es por eso que alcanzaron un mayor desarrollo, el cual posiblemente se haya visto complementado a través del contacto con los pueblos andinos.

Otro punto resaltante es el de las deformaciones craneanas que aplicaban a los recién nacidos, lo cual, como se indica en el texto, es exclusivo de esta tribu. Dicha práctica tiene un origen andino, así como el uso de escudos. Si bien, no se indica cuáles son los motivos de dicha conducta, tal vez esta se deba a alguna práctica religiosa. Otro punto que me llama la atención es la variedad de frutos y productos comestibles que obtenían los Omagua y sus técnicas de almacenamiento. Asimismo, sobresalen las maneras de cocinar, preparar, macerar y tratar los alimentos. Incluso, hornear “bizcochos” y “tortas” como productos del uso de varios alimentos, indica un desarrollo mayor y un mejor aprovechamiento de los recursos naturales disponibles.

El desarrollo de los Omagua también abarcó un manejo de la fauna silvestre, en especial el de las tortugas. Pese a que esta actividad, también se registra en algunas tribus de la terra firme, en este caso, parece haber sido realizada de una manera más completa y a mayor escala. Esta práctica y la facilidad para la pesca les proporcionaban una fuente casi inagotable de proteínas. Es así como esta tribu casi no practicaba la recolección ni la caza de animales silvestres, debido a que no las necesitaban como fuente de alimento.

Con respecto a las técnicas combativas, es sobresaliente el grado de poderío alcanzado por esta tribu (aunque también sobresalen las mujeres combativas de los Tapajo, así como sus letales flechas envenenadas) que se mantenía en constante estado de alerta debido a las hostilidades con los habitantes de la terra firme. El uso exclusivo de escudos y la aptitud combativa los hacía ser muy temidos por sus vecinos. Es importante rescatar que sus motivos bélicos eran la búsqueda de esclavos y la consumación de venganzas, además de repeler ataques para los cuales estaban bien preparados.

La captura de esclavos implicaba parcialmente una selección natural, pues se sacrificaban a los ancianos, a los que no eran aptos para la esclavitud, así como a los que podían revelarse. El trato que se les daba era como el de tener objetos propios. Los esclavos estaban destinados a ser servidores. Y a diferencia de aquellos en algunas tribus de la terra firme, donde los esclavos llegaban a formar parte del parentesco, en los Omagua estos eran como el apéndice de una sociedad que en cualquier momento podía ser eliminado debido a la escasez de alimento o a una sobrepoblación.

Finalmente, es resaltante notar la influencia andina evidenciada en las deformaciones craneanas, el uso de escudos, la vestimenta, los templos religiosos y la organización político-social. Sin embargo, pese a esta influencia, que coadyuvo a un mejor desarrollo cultural, los aspectos culturales de los Omagua no se vieron modificados, ni tampoco su relación adaptativa al medio ambiente.

El manejo ambiental orientado a un desarrollo ambiental

En el libro de Meggers se indica, en cuanto a la supervivencia del patrón aborigen en la utilización de los recursos naturales, algunas de las técnicas para su uso. Algunas de ellas se vienen utilizando actualmente y derivan de las técnicas utilizadas por las tribus indígenas de la selva amazónica.

Como ejemplo tenemos la pesca estacional que se da cuando habitantes de la selva moderna se instalan entre agosto y setiembre en las orillas de los ríos para esta actividad. Esto lo pude comprobar personalmente en el Huallaga (cerca de la localidad de Shapaja) donde a principios de octubre, un puñado de pescadores se había “mudado” desde setiembre a orillas de dicho río, aprovechando su bajo caudal, para abastecer de pescado fresco a Tarapoto y a los hoteles de la zona.

Si bien hoy en día estas actividades se realizan para fines comerciales y no necesariamente para la supervivencia, estas prácticas son vistas como artesanales y solo satisfacen necesidades inmediatas a una escala muy reducida que no puede ser vista como desarrollo ambiental.

Personalmente creo que las técnicas de aprovechamiento presentadas por Meggers podrían derivar hacia un desarrollo ambiental, siempre y cuando sean realizadas en una dimensión que tome en cuenta la capacidad de carga del medio ambiente y que sean hechas de manera regulada. Sin embargo, adicionalmente, es necesario para tal fin, darle un valor agregado a los productos que se obtienen. El aprovechamiento de recursos como el paiche, la chonta, el aguaje, los frutos y otros puede y debe mejorar si es que se quiere apuntar y llegar a un desarrollo ambiental sostenible.

Hoy en día, el tamaño poblacional se ha incrementado en los territorios amazónicos, por lo que la cantidad de alimentos que necesita la población actual no podría ser cubierta en su totalidad con lo que la selva les proporciona. Es por eso también que urgen las mejoras en el uso y en el aprovechamiento de los recursos naturales. Ya no es viable extraer solo para consumir, sino es imprescindible manejar, producir y mejorar el uso de los recursos naturales para garantizar un desarrollo sostenible.

Anteriormente, el exceso de pesca por ejemplo, podía ser almacenado. Actualmente, esto no es posible debido a la exigencia por vender lo recolectado para satisfacer otras necesidades o a la falta de refrigeración, pues ya no se utiliza las técnicas de almacenamiento que utilizaban los antiguos indígenas.

El conocimiento que nos han dejado las antiguas tribus indígenas tanto de la várzea como de la terra firme, nos sirven para entender sus procesos adaptativos y su desarrollo cultural, más no para sentar las bases para un desarrollo local en sus costumbres, pues en la actualidad los mecanismos económicos son otros. No obstante, sí se puede rescatar algunas actividades indígenas que se fueron perfeccionando con el tiempo, como producto de su adaptación al medio ambiente y condicionado a la manera de entender y conocer este sistema natural y social tan complejo.

Encuentro por lo tanto, dentro de estas técnicas de subsistencia, solamente algunos elementos procedentes del saber tradicional que nos dan ciertas luces para entender los procesos adaptativos y de supervivencia, más no para enlazarlos directamente con un desarrollo ambiental sostenible a largo plazo. Para tal fin, es necesario unir conocimientos, saber qué es lo que se tiene exactamente, cómo utilizarlo y cómo hacer que con un buen manejo se pueda conservar y utilizar para beneficio de las poblaciones actuales.

Desarrollo ambiental originado en estrategias de adaptación al territorio

Sí creo que se puede tomar como punto de partida los conocimientos adquiridos por el poblador amazónico a través de las estrategias de adaptación al territorio. No obstante, es necesario diferenciar los territorios de la terra firme con un suelo mucho más infértil y en donde los recursos naturales están más dispersos; con aquellos de la várzea que son más fértiles pero que dependen fuertemente de los flujos del río y que además son territorios menos extensos.

En cuanto a la várzea, estos territorios tienen, según Meggers, dos limitaciones principales, por un lado la marcada estacionalidad y por el otro, su fluctuación impredecible. Además creo yo que se le debe sumar que en la actualidad, su uso implica una concentración demográfica demasiada acentuada en estas zonas que trae consigo diversos problemas de contaminación, sobrepoblación y depredación de los recursos naturales. Por otro lado, en muchos casos, la visión a corto plazo se contradice con las dinámicas de la várzea.

Es así como, pese a que se podría establecer una diferencia de desarrollo cultural entre las tribus indígenas de la terra firme con aquellas de la várzea, actualmente, creo que estas diferencias son menos acentuadas y están regidas por otros factores. Sin embargo, existen muchos elementos que se pueden rescatar del uso de estas zonas para asegurar un desarrollo ambiental para la selva amazónica en general en combinación con el uso de la terra firme.

Por ejemplo, las plantaciones de algunos productos podrían ser hechas en la várzea en vez de ser hechas en terra firme, debido a la naturaleza de los mismos y a las exigencias de agua y nutrientes. Por otro lado, en la terra firme se puede implementar la plantación de frutales, madera y otros. Las dinámicas de las aguas en la várzea pueden ser utilizadas para planificar también un manejo programado de los recursos naturales.

Si bien el crecimiento demográfico de la selva amazónica es inferior al de la costa y al de la sierra, se ha incrementado en los últimos años. Esto implica que ya no se podría hablar de abundancia de recursos para las poblaciones y de almacenamiento para las épocas de escasez. En base a los conocimientos adquiridos, se debe estudiar los recursos existentes y establecer dónde y cómo pueden ser aprovechados.

Así también, se puede establecer qué zonas deben ser protegidas de manera intangible y cuándo y dónde se debe imponer vedas o restricciones de uso. También se puede implementar plantaciones combinadas como el caso del maíz con el fríjol o el ajo con la fresa. Con estos conocimientos se podría introducir algunas especies foráneas (con un manejo responsable) o domesticar especies silvestres.

Otro punto importante a tomar en cuenta y sobre el cual insisto en hacer hincapié, es la necesidad urgente de compatibilizar los usos antiguos con los modernos, es decir, darle un valor agregado. Todo esto, sin alterar (o alterando lo menos posible) el complejo orden de la selva amazónica. Además, aunque en la actualidad no podemos hablar de las técnicas de las tribus indígenas para controlar el tamaño y la densidad de la población, sí se puede combinar las adaptaciones de la terra firme con la várzea como adaptaciones a la escasez de recursos naturales.

Esto es posible también gracias a que las hostilidades han cesado y si bien estas eran una manera de regulación poblacional, también atentaban contra el desarrollo. Es por eso que se puede rotar el uso de toda la Amazonía entre los periodos óptimos para la várzea y los adecuados para la terra firme.
Noviembre 2007

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