Hace unos días terminé de leer el excelente libro de Mario Vargas Llosa “El viaje a la ficción. El Mundo de Juan Carlos Onetti”. Me siento bastante contento de haber descubierto a este gran autor uruguayo, al cual solo conocía por algunas referencias. Leyendo sobre él siento que su estilo de vida se me hace conocido. Onetti era huraño, disfrutaba de un aislamiento voluntario en su hogar leyendo novelas policíacas, bebiendo whisky y fumando. Me pasa por ahora algo similar, pues últimamente prefiero quedarme en mi casa, leer o ver cualquier sonsera en televisión, o en el mejor de los casos, escribiendo y leyendo. Además, huyo de la mayor cantidad de compromisos sociales. Cuando estoy solo disfruto de la soledad en demasía. Incluso he llegado al extremo de conversar en voz alta conmigo mismo. En esos momentos también me asaltan los más profundos pensamientos malignos y a veces hasta desquiciados que se basan entre otros en escenas obscenas, retorcidas y de desprecio hacia muchas situaciones y hechos cotidianos.
También aparecen en mi cerebro saltos violentos de tiempo, en donde se confunden momentos pasados con los actuales como si estuviesen todos en una continuidad perfecta, es decir, como si el tiempo que distancia los hechos unos de otros no existiese. No me da miedo comunicar esto, al contrario, siento que todo esto enriquece mis pensamientos y me mantiene alerta (aunque no lo parezca) de todo lo extraño que resulta convivir con seres humanos dada su imprevisibilidad. En los momentos de estar solo maquino cómo describir a la fauna tan sinvergüenza en la que nos hemos convertido los humanos.
Un escritor con las influencias de James Joyce, John Dos Passos y en gran medida del genio escritor estadounidense William Faulkner, más esa mezcla de ficción y cruda visión de la miseria humana, solo puede ser de mi admiración. Yo creo que el hombre es un ser miserable y que a veces la única manera de entender este mundo en decadencia es explorar el interior del humano para intentar encontrar su comportamiento irracional y combatirlo. Crear un mundo ficticio para escapar de este laberinto maldito que puede ser nuestra vida, me parece una opción interesante y válida para sobrevivir en un remolino de desgracias. A Faulkner le debemos el Macondo de Gabriel García Márquez, el Comala de Juan Rulfo y la ciudad ficticia de Santa María creada por Onetti.
Yoknapatawpha Country, esa ciudad ficticia creada por Faulkner y ubicada en algún lugar del sur profundo de los Estados Unidos, es el lugar perfecto para “insertar” personajes y escenas que narran la decadencia humana. Luego de haber leído hace ya varios años “El ruido y la furia” de Faulkner (y muchos otros libros de él) y ahora, después de haber descubierto a Onetti, siento que tengo la excusa perfecta para ir creando un lugar ficticio que me aleje de toda esta mierda. No es que me vaya a aislar del mundo. Al contrario, uno puede estar en medio de todo, pero lo importante es dónde está nuestra mente cocinando nuestros más oscuros secretos y deseos. Analizar una misma situación a través de diversas miradas y en un lugar inexistente me ofrecería la oportunidad perfecta para dejar que algunos de mis más oscuros pensamientos tomen vida y salgan a flote para bien o para mal. No todo es bello y lindo en este mundo. La situación terrícola es cada vez más preocupante.
También aparecen en mi cerebro saltos violentos de tiempo, en donde se confunden momentos pasados con los actuales como si estuviesen todos en una continuidad perfecta, es decir, como si el tiempo que distancia los hechos unos de otros no existiese. No me da miedo comunicar esto, al contrario, siento que todo esto enriquece mis pensamientos y me mantiene alerta (aunque no lo parezca) de todo lo extraño que resulta convivir con seres humanos dada su imprevisibilidad. En los momentos de estar solo maquino cómo describir a la fauna tan sinvergüenza en la que nos hemos convertido los humanos.
Un escritor con las influencias de James Joyce, John Dos Passos y en gran medida del genio escritor estadounidense William Faulkner, más esa mezcla de ficción y cruda visión de la miseria humana, solo puede ser de mi admiración. Yo creo que el hombre es un ser miserable y que a veces la única manera de entender este mundo en decadencia es explorar el interior del humano para intentar encontrar su comportamiento irracional y combatirlo. Crear un mundo ficticio para escapar de este laberinto maldito que puede ser nuestra vida, me parece una opción interesante y válida para sobrevivir en un remolino de desgracias. A Faulkner le debemos el Macondo de Gabriel García Márquez, el Comala de Juan Rulfo y la ciudad ficticia de Santa María creada por Onetti.
Yoknapatawpha Country, esa ciudad ficticia creada por Faulkner y ubicada en algún lugar del sur profundo de los Estados Unidos, es el lugar perfecto para “insertar” personajes y escenas que narran la decadencia humana. Luego de haber leído hace ya varios años “El ruido y la furia” de Faulkner (y muchos otros libros de él) y ahora, después de haber descubierto a Onetti, siento que tengo la excusa perfecta para ir creando un lugar ficticio que me aleje de toda esta mierda. No es que me vaya a aislar del mundo. Al contrario, uno puede estar en medio de todo, pero lo importante es dónde está nuestra mente cocinando nuestros más oscuros secretos y deseos. Analizar una misma situación a través de diversas miradas y en un lugar inexistente me ofrecería la oportunidad perfecta para dejar que algunos de mis más oscuros pensamientos tomen vida y salgan a flote para bien o para mal. No todo es bello y lindo en este mundo. La situación terrícola es cada vez más preocupante.
Recién ahora puedo seguir leyendo, ya que esos “malos” pensamientos no me dejaban tranquilo y me conminaron a escribir estas líneas para continuar sumergiéndome en más páginas de calidad. Nada más reconfortante que leer un buen libro en estos días de vertiginosos minutos incontenibles. Dejar salir a nuestros demonios (y/o a nuestros ángeles) para entender lo que nos rodea, no es una mala idea. Claro, no estoy haciendo una apología a la maldad. Tampoco pretendo que todos nos convirtamos en monstruos. Pero sí creo que una pizca de ira, desconfianza, violencia, sangre fría y de “huevos” es necesaria para intentar cambiar algo. Por último, todo esto alimenta (aunque suene extraño) a fortalecer mi espíritu. Le agradezco a Onetti por mostrarme un mundo fascinante. Además, reitero mi admiración por Faulkner, ese gran escritor que me ha hecho ver toda esta aventura que es la vida de una manera distinta.
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