miércoles, 24 de marzo de 2010

MANHATTAN


La única vez que estuve en Manhattan, merodeando por las dos torres gemelas, no imaginé que aquellos monumentos del coloso norteamericano, dejarían algún día de cubrirlo todo. En ese verano boreal conocí por primera vez la “capital del mundo” y caminé varias horas anonadado por la majestuosidad e imponencia del concreto. No dejaba de mirar hacía arriba para intentar escarbar el poco espacio que no era poblado por la selva de cemento. Pisaba ese pedazo de tierra que acogió a los primeros holandeses que arribaron a las costas americanas para conquistar una tierra baldía y de nadie, sin imaginarse que se establecerían en un punto neurálgico para toda la humanidad.

Caminaba como un turista más por Five Points, el barrio que, en la naciente Nueva York del siglo XIX, fuera el más avezado de los Estados Unidos. Un testigo de la época describió el ambiente que reinaba por aquellos años de la siguiente manera: “Los cerdos que deambulaban por las calles se deben sorprender de ver a los otros cerdos de dos patas caminando”. Este escenario también sirvió para ambientar la película de Martín Scorsese: “Pandillas de Nueva York”, una impecable radiografía de la sociedad de aquella época. Mientras tomaba afanosamente fotos, andaba quizá por la cuna de “América” tras haber vertido en un mismo recipiente a los nativos descendientes de los ingleses, a las hordas de inmigrantes irlandeses, a chinos trabajadores y disimulados, así como a esclavos deambulando por doquier. Un barrio en donde el asesinato, el alcoholismo, la prostitución, la violencia y el maltrato eran, quizá como en la actualidad, el pan de cada día.

Las superpobladas calles de Manhattan no dejaban entrever su fiero pasado. Desde la feroz lucha de supervivencia, los difíciles “locos años veinte” (el periodo de entreguerras y de la ley seca, también conocido como “la época del Jazz”), hasta el vertiginoso desarrollo del sueño americano.

Para describir todo ese mundo encapsulado, como lo es “la gran manzana”, se debe tener tal vez a la misma ciudad como personaje principal de la narración. Es por esto mismo que Nueva York ha servido de inspiración al periodismo literario. Muchos autores americanos han empezado su noviazgo con la literatura haciendo periodismo como reporteros de la calle. Entre los principales podemos nombrar a Mark Twain, Jack London, Ernest Hemingway, Tom Wolfe, Sinclair Lewis, Truman Capote y hasta el gran William Faulkner.

Estos autores no apelaron únicamente a la ficción y a las musas de la inspiración para escribir sus trabajos, sino, plasmaron en sus obras lo que verdaderamente vivieron. Se adentraron en la sociedad hasta sus más profundas entrañas y desde ahí construyeron un nuevo estilo de prosa, dándole al periodismo un nuevo giro en su concepción y en su mensaje. La noticia era presentada como una historia que involucraba, no solo a sus protagonistas, sino a la sociedad y a las diferentes circunstancias que moldeaban el destino de cada uno de sus habitantes.

Manhattan Transfer

Nueva York y sus poderosos rascacielos me incitaron a revisar algunas lecturas. Una de ellas fue Manhattan Transfer (1925), de John Dos Passos. Fue la que mejor me hizo entender a esta ciudad como el personaje protagónico de una novela. Este corto pero valioso viaje me permitió caminar por este “protagonista” polifacético que acoge a miles de personas y que se las traga sin compasión si es necesario; que no cesa, ni cesará de hacerlo.

La novela utiliza un sarcasmo seco y crudo que describe con exactitud lo cotidiano en la gran urbe. El término “hogar” desaparece en aquella telaraña gigante que captura y no suelta a sus osados habitantes, así sobrevivan o no. Nueva York es y fue el escenario quizá perfecto para poder mezclar el periodismo y la literatura. La novela de Dos Passos marcó un hito trascendental en la literatura, fomentando que otros escritores continuaran su estilo tan peculiar y preciso de Dos Passos para captar un suceso, como si fuera una fotografía, confrontando al lector con la cruda y despiadada realidad. Jean Paul Sartre comentó: “Dos Passos ha inventado una sola cosa: un arte de contar. Pero eso basta para crear un universo”.

Dos Passos (1896 – 1970), al igual que muchos escritores norteamericanos que fueron hijos o nietos de inmigrantes o de refugiados, poseía un don especial para plasmar la cruda realidad. El abuelo de Dos Passos era de Portugal y migró a los EEUU, a fin de construir un futuro más “digno” como los miles de inmigrantes que llegan anualmente a los EEUU. Entre estos grandes encontramos a John Steinbeck, un descendiente de padres irlandeses. Steinbeck, desde otra realidad —California y las plantaciones del sur— describe a la perfección la miseria humana de los esclavos y de los blancos atrapados en esa maraña.

Dos Passos logró describir Nueva York a través del olor, del ruido y de sus simples y mortales habitantes. Según las palabras de Sinclair Lewis, Dos Passos consiguió lo que muchos de sus predecesores habían intentado en vano. Lewis agrega sobre Manhattan Transfer: “un libro largo, tiene sin duda casi doscientas mil palabras y abarca cerca de veinticinco años de desarrollo y decadencia de no sólo cien y más personajes, sino de toda la masa de la ciudad, de los millones de personajes – los cuales uno siente palpitar detrás de las personas nombradas y descritas”.

En esta novela se plasma la epopeya de una masa heterogénea amorfa, contradictoria y violenta, que gira en torno a sí misma sobre el panorama de una megalópolis infernal en la que toda tentativa de evasión es ahogada y aplastada desde su origen. Toda esta masa se precipita como un alud hacia su propia destrucción.

Caminar por Manhattan me dejaba algo muy claro, esta ciudad es un gran colectivo que se convierte en una gran muchedumbre que te absorbe y te succiona. Uno llega con la intención de sobrevivir; sin embargo, la velocidad de la ciudad y su ritmo frenético te desvía a otras actividades atrapándote en otros quehaceres. Las movidas aguas de Nueva York te obligan a nadar contra la corriente en busca del “Big Money”. Unos logran salir a flote, otros se ahogan y desaparecen.

En la novela de Dos Passos, los “otros” personajes son captados en diversas facetas de su vida, generando historias únicas y excepcionales. Estas historias reales, que no son producto de la mera imaginación del autor, se entremezclan para alimentar a la gran ciudad. La confusión y futilidad de sus vidas, así como sus cualidades humanas, son ingredientes indispensables del gran conglomerado citadino que la caracteriza.

Una de las experiencias más importantes que recogí en Nueva York —excluyendo el baño cultural y social— es el poder diferenciar que, dentro de un marco total que amenaza cubrir y coparlo todo, se puede encontrar esos pequeños mundos aislados que nos ofrecen explicaciones variopintas de nuestra realidad.

Casi setenta años después de la publicación de Manhattan Transfer, podemos reconocer que su exitosa visión de Nueva York, entre los años 1890 y 1925, incluye también una crítica al capitalismo desmedido. Dos Passos intentaba tal vez, a través de la acusación de un sistema voraz, advertir la crisis que la novela anticipa: el crash del 29 y la consiguiente Gran Depresión. Sin embargo, Nueva York sobrevivió a esa crisis, y con ella, todo el país continuó con su destino.

Asimismo, Nueva York sobrevivió a la guerra fría, así como a la caída del Muro de Berlín. Del mismo modo, tras una recuperación y apogeo, sufrió los estragos del 11-S. Hoy en día, intenta levantarse como un ente único y rector. No podrá olvidar el ataque terrorista y su dinámica seguirá obrando y avanzando sin detenerse como un árbol amazónico que pugna por llegar más rápido que otros hacia arriba y captar la mayor cantidad de luz solar para su supervivencia. En ese intento, arrastra a sus ciudadanos, quieran o no, se adapten o no.

Espero volver a caminar por dicha urbe e intentar entender esa maraña de gente y culturas. Definitivamente el mundo ya no es el mismo tras los atentados del 11-S, y pese a la globalización, existen submundos, uno de ellos es Nueva York.

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