martes, 3 de agosto de 2010

LA COSMOVISIÓN DEL PERUANO: ¿EXISTE EL HOMO PERUVIANUS COMPLEJO?

Ante la pregunta si la evolución es lineal y constante en el caso de los humanos; la respuesta es NO. Si nos preguntamos; si el peruano es complejo, la respuesta es SÍ. La evolución del hombre es un proceso que puede tomar varias aristas; y si bien, es irremediable y común para todos los seres humanos, existen algunos casos, en los que la evolución se convierte en un proceso particular y único. En el caso del ciudadano peruano, y en especial del peruano común y corriente de clase media o emergente (o también decadente), al parecer, la evolución se confunde con un proceso de adaptación a condiciones especiales que parecen frenar este proceso inevitable.

Si el hombre evoluciona (hacia dónde, no es motivo de este ensayo, pero no deja de preocuparnos encontrar una respuesta que nos deje tranquilos), el peruano parece querer saltear este incomodo proceso y desea solo sobrevivir y tener cómo llegar al fin de semana y cómo olvidarse de sus problemas. ¡Qué se encarguen otros de evolucionar!, el peruano está muy ocupado en sus menesteres y en sus peripecias para “hacerla” y tratar de llevar la fiesta en paz.

Después de vivir diez años en Europa, precisamente en Alemania, siempre hubo una frase que me explicaba, y me sigue explicando, el estado emocional, psicológico, monetario y hasta anímico de mis queridos compatriotas. Ante la pregunta: ¿Cómo estas? obtenía muchas veces al unísono: “jodido pero contento”. Estas tres palabras sustentan, a mi parecer, una cosmovisión que escapa muchas veces a la verdadera realidad del país, pero que a su vez explica claramente lo que sucede en nuestra sociedad.

Más que una evolución, lo que ocurre en el país es un proceso de humanización disparejo, incontrolable y sin rumbo fijo que sustenta el día a día a como de lugar. El peruano puede estar “misio”, sin trabajo, con varias preocupaciones, pero siempre está contento, siempre hay algo para festejar, para olvidarse de los problemas, o incluso, siempre hay algo para discutir, sin entender necesariamente de que se trata. Esta manera de afrontar la vida crea diversos mecanismos de supervivencia que motivan un análisis más profundo. Empecemos a entender, en primer lugar, qué significa estar jodido pero contento, pues no es tan fácil como parece.

El peruano asume su condición y su destino como venga o como tenga que venir. Los problemas hay que evitarlos o esperar quizá al día siguiente para contar con la mejor estrategia para combatirlos. También es común esperar que desaparezcan invocando quizás algún favor divino. Siempre hay alguna manera de esquivar la dura realidad. El peruano sabe siempre (o casi siempre) cómo evitar que los problemas le impidan continuar con lo que viene haciendo. ¿Cómo explicar esta situación? la explicación, al parecer, radica y procede de una sociedad que se encuentra permanentemente en cambio y que lucha contra varios esquemas fijos y férreos que la impiden desenvolverse con mayor libertad.

La complejidad del peruano es más compleja de lo que parece

Para Morin, el hombre vive y reflexiona sobre lo que hubo, hay, habrá y lo que podía haber, lo que debería haber y lo que habría que impedir. En esto, el peruano es experto, pues gran parte de la visión de la vida se basa en el pasado, desde el aspecto futbolístico, hasta la memoria permanente de los seres queridos siempre imperturbables y presentes en todos los actos. La remembranza del pasado juega un papel muy importante, pues su simple recuerdo y evocación constante, forman una sólida base para justificar muchos actos del presente.

Para el peruano existen diversos aspectos que comprueban que todo lo pasado fue mejor. Desde las reuniones en el “barrio” hasta las épocas quizá de bonanza y bienestar. Todo ese pasado rico y digno de tenerlo siempre presente es para otros, un motivo para olvidar. El pasado recalca en la mente como una acumulación de experiencias que pueden ser útiles para salir adelante a como de lugar, pero claro, sin descuidar el presente. La realidad es un campo muy difícil en el que se mueve desesperadamente a veces sin saber a dónde se dirige, pero es a la vez tan familiar y amigable en ciertos aspectos, que vale la pena seguir afrontándola. Ya vendrán tiempos mejores.

El futuro, en la visión del peruano, parece, en determinadas ocasiones, no ocupar un lugar muy importante. Las perspectivas para lo que “pueda venir” son a veces ajenas a toda planificación. Ejemplos de esta manera de “tomar” la vida los tenemos —y de manera muy clara— en el deporte y en algunos círculos del espectáculo (pero también en el peruano promedio). Una vez que se obtiene el éxito y con ello algunos ingresos económicos considerables, solo se asegura el presente (comprarse un carro, mudarse a un barrio “más decente” y comprarle la casa a la mamá), sin pensar en una inversión a largo plazo.

El peruano no tiene reparo en reclamarle a la vida, al futuro, o al destino lo que debería venir para estar feliz y contento y asegurar el porvenir de los suyos. Está seguro de lo que debería haber y está convencido que los demás son los culpables. Asume también que los migrantes son los que ocasionan el caos (como el tráfico), así como que el clima, los políticos, el vecino y hasta algunos familiares son los causantes del desorden. Uno mismo no es culpable, siempre son los otros.

Lo que se debería impedir o evitar está también presente en el esquema mental del peruano, pero al parecer solo de manera tangencial. Pensar en el futuro es angustiarse, es crear más problemas de los que se tiene y no permite disfrutar del momento. Asimismo, no permite estar “jodidos” pero contentos. El futuro es a veces un aspecto que no desea afrontar y del cual se desea estar lejos. Evolucionar no significa asumir lo que deba venir. Es algo inevitable, pero para entenderlo de esa manera hace falta en primer lugar entender qué es lo que realmente está sucediendo.

La multidimensionalidad como herramienta para sobrevivir

Continuando con Morin, el pensamiento complejo debe respetar la multidimensionalidad de los seres y de las cosas. Del mismo modo, esta manera de pensar, obliga a trabajar y desenvolverse en ciertos aspectos con la incertidumbre si lo que uno hace es racional o no lo es. En ciertos casos, el límite entre lo racional y lo irracional es tan claro que no cabe la menor duda, pero a veces, ese límite es tan frágil y a veces tan imperceptible que sus fronteras parecen confundirse, tanto así que lo racional linda con lo irracional de una manera casi imperceptible. Esta situación a su vez empieza a hacerse tan cotidiana y común que ya forma parte de nuestra cultura.

Para intentar explicar lo anterior, las siguientes dos situaciones que paso a relatar ofrecen una aproximación a estos temas. Así, en el concurrido Jirón de la Unión del megadiverso centro de Lima, fui testigo de una escena que me dejó pensando varios días y que me ha hecho buscar explicaciones que siempre han desembocado en la “viveza criolla” y en las ganas inmediatas y urgentes de sobrevivir.

En una tienda de artefactos eléctricos que exhibía distintos televisores —desde los más pequeños hasta los más grandes y sofisticados— encontré a astutas personas que alquilaban un control remoto al otro lado de la tienda, (es decir, en plena calle) para que el transeúnte —apurado y ansioso de un poco de relajo— pueda ver en los televisores de la tienda, los programas de su preferencia. ¿Cuánto te cuesta, cuánto te vale? Un sol o una “quina” (o sea medio sol). Todo depende del tiempo que disponga el cliente para tan relajador y necesario ejercicio.

Esta escena parece haber sido tomada de uno de los libros que, con mucho recelo, guardaba el Profesor Kien en su preciada biblioteca (1). Algo fuera de este mundo, pero tan real, que se confunde en el variado mosaico que es nuestra sociedad. El “cliente” hace uso de “su” control remoto y dispone de la programación del cable para saciar su apetito de información, cultura o simplemente para ver lo que se le antoje sin que nadie le diga nada.

Para explicar esta situación solo hace falta unir dos palabras: las ganas y la necesidad. Lo que para muchos es tan normal y cercano a un encuentro con camaleones acercándose a escuchar un concierto en piano (2) en uno de los epicentros del país, como lo es nuestra capital, esta es una escena más del complejo mundo de la sobrevivencia y de la astucia. Dicha situación solo es posible que se origine y que provenga de la necesidad y del constante combate entre las ganas de llevarse algo a la boca y la de saciar necesidades “normales” siempre y cuando se disponga de tiempo y de unos soles.

El otro caso que roza con la irracionalidad (e irresponsabilidad) del accionar del peruano y con la proeza de un acelerado e imparable afán por salir del paso de la responsabilidad, es el siguiente: en uno de esos “micros” grandes y antiguos, con la palanca de cambios casi atrás del chofer, tomé asiento al costado del chofer y al poco tiempo de haber entrado en vigencia la obligación de utilizar el cinturón de seguridad (para lo cual, por supuesto, muy pocos automóviles particulares, y menos aún el transporte público estaban acondicionados), puse atención en el chofer. Después de algunos minutos de viaje me quedé perplejo. El conductor manejaba de lo más relajado con un polo blanco que tenía estampado un cinturón de seguridad de manera diagonal en el mismo. Lo más probable es que el distinguido chofer no haya tenido tiempo para acondicionar (o en el mejor de los casos, reparar) ese desconocido implemento que se llama cinturón de seguridad. Ese cuadro linda con lo demencial, lo irreverente y con la astucia (no hay que negarlo) de la increíble viveza criolla.

Pero como hay que trabajar y cumplir con las obligaciones, una “simple” ordenanza no puede impedir que el chofer trabaje y maneje más de doce horas diarias. Para eso están los “cerebros” del país. Ellos confeccionan una prenda con cinturón de seguridad incorporado para así esquivar las exigencias de la ley momentáneamente hasta recibir la primera multa. De lejos parece que el responsable conductor cumple con la ley. Grave error. No se debe ser racional. No es la incertidumbre la que nos persigue, es la necesidad de justificar lo irracional para seguir adelante y burlar la ley hasta que sea posible.

Regresando a la premisa de “jodido pero contento” es necesario explicar algunos aspectos de la mentalidad del peruano. Siempre existe un motivo para desconfiar de lo que se recibe. Es muy común observar en nuestro entorno, como las cosas que a veces son impensables en otras sociedades, acá en nuestro medio son normales. Recuerdo perfectamente una escena que es antagónica a las anteriormente expuestas que suceden en nuestro país, pero que explica otros parámetros de conducta y que ofrece una visión distinta de lo que puede suceder en otra sociedad. De estas comparaciones surge la necesidad de hallar un elemento racional que proporcione explicaciones a la conducta humana, las cuales pueden ser encontradas en la formación cultural.

Un domingo en la mañana iba en un bus en Alemania en pleno centro de la ciudad. De repente, uno de los pasajeros del bus, se bajó en un paradero y como el semáforo estaba en rojo, el bus se mantuvo detenido unos minutos. El hombre, apenas bajó, se fue al árbol más cercano a unos metros y empezó a miccionar. Yo me quedé asombrado pues era la primera vez en mi vida que veía a un alemán (en Alemania) “ir al baño” en plena vía publica. Algunos pasajeros en el bus empezaron a aplaudir festejando ese acto heroico, inaudito y poco común. El hombre rompió esquemas y quebró un orden establecido.

Acá, eso es lamentablemente lo normal y forma parte de la escena cotidiana. Por qué asumir que eso debe ser así. No es parte de nuestra idiosincrasia, sino, es parte del mecanismo complejo de la relación entre la comodidad, la falta de recursos y la falta de cultura. La mente del peruano parece estar hecha para sortear problemas sin medir las consecuencias. En un sistema como el nuestro, las explicaciones a estas conductas recaen en dos aspectos fundamentales: la educación y el subdesarrollo.

La educación como herramienta de desarrollo

Morin propone una reforma del pensamiento y sostiene que la educación tiene que ser reorganizada totalmente. Esta reorganización no está referida al acto de enseñar, sino a la lucha contra los defectos del sistema. Por ejemplo, la enseñanza de disciplinas separadas y sin ninguna intercomunicación produce una fragmentación y una dispersión que nos impide ver cosas cada vez más importantes en el mundo.

La conducta del peruano en situaciones adversas que lo obliga a tomar todo de una manera poco responsable proviene de la educación que ha recibido. Asimismo, las diferentes maneras de comportarse tienen un origen común en la educación y en los valores que se recibe en el hogar. El complejo andamiaje de las relaciones en la sociedad peruana no es punto de estudio en este caso, pero definitivamente este influye en el comportamiento de las personas. Por un lado es el sistema el que falla, pero por el otro, es la persona en sí, la que adquiere ciertos hábitos y costumbres que inducen a un comportamiento que no necesariamente puede ser el más racional.

Morin expone la complejidad como una aventura y como el estado de alerta extrema ante la simplificación. En el caso del peruano que toma la vida como una aventura con obligaciones necesarias —pero que se pueden postergar— la aventura de vivir se convierte en una constante lucha que nunca parece detenerse, menos en estos tiempos de incertidumbre y de recesión económica. Muchas de los aspectos que rodean a nuestra cultura son parte del sistema complejo en el que nos hallamos inmersos, y no solo el sistema es complejo, sino, nosotros mismos como seres complejos, formamos una cultura que parece simplificar diversos temas.

El mortero de situaciones que representa la unión de diversas manifestaciones culturales en la sociedad peruana —machacada por diversas crisis y situaciones de violencia, corrupción y de inestabilidad económica— se mantiene vigente y dispuesto a sobrevivir a toda tempestad. Para abarcar el estudio de lo complejo hay que ubicar al objeto de estudio en su entorno y relacionarlo totalmente con los expertos en el tema sociológico.

El elemento que no puede incorporarse y adaptarse a este sistema, puede desaparecer y ser absorbido por la sociedad. Es decir, existe un símil con la selección natural. El sistema va generando mecanismos de descarte y al parecer las condiciones actuales de la humanidad funcionan bajo esa premisa. En el caso del peruano, es muy difícil asegurar su supervivencia, pero a la fecha lo ha conseguido.
(1) Del libro de Elias Canetti: Auto de fe (Die Blendung).
(2) Truman Capote, Música para camaleones.
Noviembre 2005

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