No exagero cuando digo que, pese a sus casi 30
millones de habitantes, el DF (o distrito federal) me pareció más limpio,
cuidado, moderno, acogedor y hospitalario que la pálida y sucia Lima. No estoy
de acuerdo cuando se dice (aunque yo lo pensaba antes de viajar) que somos la
misma vaina. Es cierto, a veces dicha frase es muy cierta, pero en general pienso
que cada vez somos más distintos. Y tomando como ejemplo lo que he visto en la
capital mexicana (claro, en el entendido de que era turista; que no visité la
periferia ni los lugares “feos”; que estuve en días festivos —semana santa— cuando
no había mucha gente en el DF; que recorrí y conocí muy poco de la ciudad —en
cuanto a tiempo y a espacio— y que dada mi alergia social reciente que me aleja
de las masas, solo entablé el mínimo contacto con los mexicanos; no puedo, lo
sé, generalizar) estoy apto para poder afirmar, con temor a un apanado, que
Lima es una ciudad de mierda (ya sé que si no me gusta, pues debo irme. Pero como
dice el Negro Mama: “algún día”) y creo que algunos de sus habitantes son peor.
En mi defensa debo traer a colación algunos
argumentos que sustentan mi afirmación. En primer lugar, en la ciudad que me
vio nacer viven demasiados energúmenos que no tienen la menor consideración por
los demás. Pienso que la “Ciudad de los Reyes” alberga a una inmensa fauna de
gente egoísta, desconsiderada, grosera, cochina y conchuda. Esto es razón
suficiente para que esta urbe sea considerada como poco amigable. Pero claro,
acá vivo, así que por ahora, poco puedo hacer por acabar con eso. ¿Cómo puede
uno explicarse los diversos sucesos que vemos a diario? La brutalidad de los
choferes de combi por ganar pasajeros; los taxis que se meten por doquier sin
respetar nada; la gente bruta que saca la mano en cualquier lugar para parar un
taxi o combi y que estos paren sin pensar en el orden ni en el caos que
ocasionan; la manera como los apacibles citadinos tocan la bocina; el hecho de
que se suba una persona a un medio de transporte público con sus parlantes a
todo volumen, se siente a tu costado y ponga su música sin importarle que a ti
no te guste sin respetar el espacio público (¿qué es esa vaina?); la movilidad
escolar que pasa a las 6.06 am tocando la bocina para que bajen las criaturas
sin importarle los vecinos, cuando puede bajar a tocar el timbre; que el idiota
del auto moderno pase con la música a todo volumen sin ningún miramiento; que
la gente tire la basura por todos lados habiendo basureros (casi siempre); que
la gente hable por celular en el cine y que te calle si les exiges que dejen de
hablar; que no cedan el asiento en los buses; que se quieran colar en la cola;
y otras, no son razón suficiente para preocuparse por esta ciudad infestada de
malos elementos.
Pero regresando a México, el DF cuenta con un
servicio de transporte público muy bien estructurado que está adaptado a una
ciudad enorme. Ya con eso, me parece, nos lleva décadas de ventaja. Además, la
gente allá sí quiere a su ciudad (y sí la siente como suya) y la respeta
cuidándola. Eso ya es razón suficiente para que nos haga pensar un poco más
sobre cómo nos comportamos. A eso debo decir que Lima está ya a punto de
colapsar. Ya solo el tráfico infernal es algo que puede sacar de quicio a
cualquiera, pero además lo peor es que el caos vehicular es peor, debido al comportamiento
de la gente. Es cierto, la ciudad no está preparada para la avalancha de energúmenos
(dentro de los cuales me incluyo) y de carros que circulan a diario, pero
estaría menos jodida si no fuese por la gente inconsciente que cree que la
calle es su chacra. En fin, ya no ahondaré más al respecto.
Pero bueno, debo también plasmar un par de cosas
más para poder quedarme tranquilo. La comida mexicana no me gustó y no me
convenció del todo por lo que me siento frustrado por eso. Además, sentí una
silenciosa frustración por no haber encontrado buen chocolate y buen café. Eso
me tiene hasta la fecha deprimido. Pero lo que más me ha causado algo de
preocupación e incluso, ya con el tiempo, algo de sarcasmo es el hecho de que
varios guías me hayan dicho que los mayas conocían la rueda pero que no la
usaron porque, como tenía la forma del sol, no podían colocar nada encima de
ella porque era algo sagrado. No puedo creerme ese cuento por más que intento.
Quiero creer que es mentira, pero varios guías y personas en la zona de Chiapas
me dijeron lo mismo. Estaré atento a los que quieren aclarar ese punto y lógicamente
presentar la verdad (o lo más cercano a ella).
Tal afirmación me ha dejado preocupado. No puedo
creer que eso sea cierto y seguro muchos mexicanos lo van a desmentir. Me
parece lo más razonable, pero me quedó un sabor agridulce tras dicha
vehemencia. Seguro que tal afirmación de índole regional no es compartida por
todos los demás, pero bueno, la dejo ahí por si acaso.
Igual me quedé fascinado del país de donde era mi
abuela paterna. México lindo y querido, ya regresaré a tus fabulosas tierras
tal vez para quedarme escapando del infierno limeño (y peruano). Prometo
saborear con más calma tu comida, tomarme más tiempo para degustar tu café,
deleitarme con tu cacao, pasear más por tus entrañas, escuchar tu música
dejándome llevar por tus dulces, dolorosas y a la vez alegres melodías; y
bueno, tengo tantos pendientes México que debo regresar a las buenas o a las
malas.
Mayo 2012
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