Estoy seguro que solo a un par de marcianos le
interesa tu muerte. Bueno, a mí sí me interesa y seguro que a otros marcianos
también. Sé que tu corazoncito falló luego de más de cien años en las Islas
Galapagos. Cuando leí la noticia, sentí una pena inusual. Claro, nadie va a
creer que me puse triste, pero eso a mí me importa un bledo. Sí, me puse triste.
Y lo hice porque sabía de tu existencia y sabía que ese maldito día iba a
llegar. Claro, como no iba a llegar si vivías aislado de todos en unos
territorios que nosotros, los malditos cerdos de dos patas, poblamos de gatos, de
ratas, de cabras, de hierbas invasoras y de otras alimañas exóticas que se
fueron adueñando de tus dominios hasta dejarlo como unas simples rocas
antropizadas de la peor forma (felizmente no te criaste cerca a las costas peruanas).
Me apena saber que te fuiste a otro lugar, pero te
envidio, pues eres uno de los seres solitarios más fascinantes que he conocido
(bueno, por referencia, pues no te pude ver vivo). De hecho, eres (o eras) un
solitario muy conocido y querido, algo que poco o nadie logra en esta cabrona
vida y menos siendo solitario. Has muerto de viejito y no de una enfermedad.
Eres (eras; es que no me acostumbro aún) un acorazado de primera y de cuatro
patas que nos diste una lección de vida: púdranse cabrones con sus técnicas
cojudas de conservación. Nosotros, esos seres que debes recordar como los que
perturbamos tu existencia, no pudimos hacerte daño a ti pues nos llevabas años
de ventaja en este complejo negocio de la evolución.
Chelonoidis
abingdoni te fuiste. Vas a tener a varios humanos tratando de saber
más sobre ti. ¡Te felicito! Los dejaste en ascuas a esos maricas. Y lo más
interesante es que los dejaste sin tu descendencia. Bien hecho carajo. ¿Por qué
debías dejarnos “Georgitos”?, ¿acaso, para que también los exterminemos? Te
aplaudo Jorge, muy bien hecho. Lo bueno es que te despachaste con hartas
hembras, te ganaste y no les diste el gusto a esos humanos enfermos a los que más
les gustaba verte copular que hacer algo por proteger a tu reino.
Me enteré que te volvieron a descubrir en el año
1972 en la isla Pinta, justo en el jodido año en el que yo nací. O sea, hay algo
más que tenemos en común amigo tortuga. En realidad, te redescubrieron pues
creían que tu subespecie ya estaba extinta. Y esos “redescubridores” casuales
fueron unos desadaptados criadores de cabras que hacían pastar a esos malditos
animales en tus territorios. Si bien luego te llevaron a la isla Santa Cruz
para tenerte encerrado, tú eras un animal que no le pertenecías a esta
humanidad, le pertenecías a esa clase de seres bendecidos por las fuerzas de la
naturaleza.
Sé que te encontró muerto tu cuidador, Fausto
Llerena, quien tal vez te conocía más que todos los demás. Estoy seguro que se
puso triste, pero George, todos los que queremos a la naturaleza estamos
tristes. Todos los que hacemos algo para salvarla de nosotros mismos estamos de
luto. Amigo George, me he demorado en escribir estas humildes líneas, pero sé
que sabrás disculparme. Tú, que tuviste el privilegio de ser el hijo (o nieto)
de otros de tu especie que vieron pasar a Darwin allá por el año 1835, eres un
ser divino (eras). Es por eso que en estos días de duelo, solo deseo que la
evolución te tenga en su gloria.
¡Descansa
en paz Amigo Jorge!
Junio 2012
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