Hace unos días cumplí cuarenta años. En realidad,
cumplí cuarenta años y ocho meses y pico (¿o eran siete meses y algo?) porque
yo fui concebido antes de ver la luz de un hospital en la Avenida Angamos en
Miraflores. Luego, recuerdo, viví en San Isidro, cerca a la comisaria de ese
distrito y, si mal no recuerdo, en lo que queda de mi mente y en un rincón
inubicable, tengo unas escenas del terremoto del año 1974. A veces dudo que
desde ese año (nací en 1972, te lo vuelvo a repetir) pueda recordar algo. Tal
vez es una ilusión. Lo cierto es que uno de mis primeros recuerdos es cuando
vivía en la calle Olavide y me pasaba horas jugando “penales” (o arco-arco) con
mi hermano. Luego recuerdo las distintas guerras que hacíamos con barcos de
Lego que estrellábamos uno contra el otro a ver cuál resistía más para
proclamarse ganador. Infaltable son los recuerdos del laboratorio clandestino
que habíamos montado en el sótano al final de un larguísimo corredor oscuro,
misterioso y húmedo.
Me demoraría toda mi niñez en nombrar todo lo que
tengo en mente almacenado entre neuronas semi despiertas que me lleve a
recordar lo que fue esa etapa tan fantástica que recuerdo como la época en la
que fui un niño tranquilo, apacible, obediente, curioso y condenado a ser aquel
joven que le sucedía; y que hasta ahora es después de cuarenta años y pico. Las
épocas de mi niñez son sumamente numerosas. Recuerdo haber dado un examen o
prueba o algo así para entrar a uno de los tantos nidos, Kindergarten u otros
en donde he estado, lo cual fue tan fácil, lógico y normal que me asombraba
mucho la celebración posterior, una vez que había pasado con éxito esa prueba. Creo
que eso ocupa un lugar preocupante en mi cerebro, no sé por qué.
Recuerdo también haber creído firmemente en que,
con mi Primera Comunión, ya estaba a puertas de tener mi espacio asegurado en
el Cielo. Recuerdo cómo sentí ese trance. Percibí, con nueve años encima, como
mi mente y alma se enriquecían de uranio para ser más radioactivo de lo que soy
o de lo que debería ser (o de lo que seré, quién sabe). Solo el salir a jugar fulbito
en el “patio de la B” en la Agrupación Risso, podía desviarme de mi misión bíblica
de cumplir con lo estipulado en algún lugar del planeta Tierra. En ese
entonces, todo era más chico, más fácil y más simple. Solo una nanométrica
selección de momentos me permite idear un universo para mi época de niño, en el
cual siempre me hallaré cómodo, seguro y protegido de lo que debía venir.
10-20
Lo más difícil siempre fue saber qué era lo que
estaba haciendo para pagar mi derecho a pisar tierras terrícolas infestadas de
otros seres que, de alguna manera tormentosa, se parecían a mí. Supe ser un
perfecto desadaptado en un mundo que se adaptaba al desperfecto total. No supe
nunca hacia dónde iba, pese a que tampoco era necesario. Era de suponer que
nunca encontraría algo similar a lo que debería haber sido en un mundo
ilusorio. La prehistoria y la realeza se confundían en mi cerebro entre paredes
repletas de figuras, alcachofas con salsa de limón y aceite, figuras
paleolíticas en la pared, patios de diversas letras, canciones ochenteras,
excursiones al campo y aviones llenos de rusos.
Todo parecía que iba a estar bien y de hecho lo
estuvo. Nunca dejó de estar bien el viajar a una ciudad cosmopolita sin razón
alguna, a tierras congeladas, a pantanos llenos de patos ahora inexistentes o a
lagunas citadinas. Todo tenía su explicación. Ahora lo entiendo. Bueno, siempre
lo entendí, pero no sé si sabía para qué me servía entender todo lo que vivía
si ahora todo es igual o mejor. No obstante, todo tiempo futuro era mejor,
siempre y cuando creyese que sí valía la pena vivir para creer hacer lo
correcto.
20-30
Fui muy noble e ingenuo. Me arrepiento de haber
sido uno más del montón, pero me alegro de haber sido el único entre millones.
Ver más allá de lo evidente me ha permitido sobrevivir a un mundo bipolar. Desarrollar
el instinto de supervivencia hasta casi naufragar en un vaso de agua me ha sido
de mucha utilidad. Ser un templario de la soledad y leer condenado casi a la
ceguera, me ha valido un premio: ingresar a un mundo paralelo del que entro y
salgo repetidas veces confundiendo mi día a día con una epopeya de una cabeza
en un mundo o de un mundo en una cabeza. Nunca llegué a ver doble y esa es una
de mis frustraciones.
Echado en una llanura medieval pensaba en solo
vivir lo que me tocaba mientras comía hierba. Me sobrepuse a tempestades
tenebrosas pensando siempre en lo que se venía y no en lo que me pasaba. Eso me
salvó. Y es que, como decía mi pata El Turco, no queda otra que ir “pa’lante como
el cangrejo”. En fin, así pasa cuando sucede.
30-40
Acá estaba hasta hace unos días. En esta época he
aprendido a valorar lo poco que tengo y a ver las cosas de la manera más
crítica posible para el bien de la humanidad. No he sido el más ordenado, ni el
más dedicado, ni el más justo y menos el más respetuoso y cuerdo. He cometido
barbaridad y media; y de hecho me arrepiento de muchas cosas. Mi confianza
absurda en la supremacía de lo caótico y del desorden, me ha llevado a cometer
muchos errores humanos imperdonables para un ser de mi calaña.
Sabe Dios qué partes de mi existencia he perdido o
he dejado en algún lugar donde he de regresar. La suma de mis errores, de mis
experiencias, de mi aprendizaje, de mi genialidad, de mi desfachatez, de mi
torpeza y de mi locura me ha restado posibilidades de llegar más rápido a
sumergirme en miasmas necesarias. Soy la suma de todo lo que he hecho y pensado
en este tiempo; pero, eso no es todo, me falta seguir haciendo desbarajustes
con mi vida y seguir demostrando mi ineptitud para entender lo que se me ponga
al frente, así no sepa para qué.
40-50
Acá estoy con el ánimo en alto y la moral por los
suelos; o si se quiere, desanimado y con la moral al tope. Sea como fuere, lo
que me queda es seguir renegando, seguir escribiendo, seguir creyendo en que el
ser humano es un perfecto idiota, seguir viendo mi novela, seguir creyendo en
que Jorge y Gerald me acompañan de manera permanente y que contestan mis
preguntas, seguir ilusionándome con lo más simple, seguir siendo —en secreto— un
ser solitario y huraño; y finalmente seguir pensando que toda esta situación no
tiene remedio a menos de que me hagan caso.
Tenía que escribir todo esto solo porque soy un
atormentado y un obsesivo que no termina de creer que es un relajado e incompetente
para hacer lo que debe hacer. Ya escribí estas líneas Wilbur, ¿estás contento?
No del todo, porque sé que las has escrito por obligación y no porque realmente las
sientas. Tienes razón maldito verdugo de mis esperanzas. Pero es verdad, deja
de escribir para sorprender a esos demonios y fantasmas. Escribe para sacar
esos espíritus malignos que tú y yo conocemos. Ojalá los pueda coger del cogote
y se los pueda retorcer para que me dejen en paz. Ya deja describir, ya te
pasaste las mil palabras. Además, ya ni siquiera sabes, ni sabemos para qué y
por qué estás escribiendo esto. Yo no lo sé. Tú sí lo sabes. Mentira, ni tú ni
yo no lo sabemos.
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