En la entrada anterior expuse parte de la historia de la
isla caribeña La Española, territorio en el cual dos países —con distinta
suerte— comparten su destino: Haití y la República Dominicana. Para graficar
parte de su desarrollo a través de los años utilicé el libro de Jared Diamond
titulado “Colapso”. En resumen, la isla fue colonia tanto española, como
francesa y tras varios sucesos que definieron la posesión y dominio de tierras
en el primer lugar de América donde Colón puso los pies, ambos países isleños
se fueron diferenciando, por lo que hoy en día podemos hablar de casi dos
categorías distintas de realidades; una catastrófica: Haití; y una menos
catastrófica e incluso esperanzadora: República Dominicana.
Así, luego de una historia de vaivenes y de peleas
internas, a inicios del siglo pasado, las potencias extranjeras veían en la
isla dos realidades distintas. Por un lado, Haití era visto como un país
formado por una sociedad africana que hablaba una lengua criolla y en donde el
ambiente era hostil a los extranjeros, debido, en parte, a la presencia de ex
esclavos. Por otro lado, la Republica Dominicana era vista como un país
hispanohablante formado por una sociedad parcialmente europea que veía con
buenos ojos la presencia extranjera y el comercio con europeos. De esta manera,
pese a la inyección de capitales económicos desde Europa y Estados Unidos, la
economía isleña fue marchando a dos velocidades y tomando distintos rumbos.
A partir de 1870 hubo un auge agrícola en especial en la
República Dominicana, donde sobresalían los cultivos de café, cacao, tabaco y
las grandes plantaciones de caña de azúcar. Sin embargo, el caos político
también campeaba en la isla lo que traía consigo mucha inestabilidad política y
conflictos de nunca acabar. A eso es necesario agregar que, en plena Primera
Guerra Mundial, Estados Unidos puso una base militar en ambos países de la isla
para “vigilar de cerca” cualquier alteración en el tráfico fluvial del Canal de
Panamá. La presencia de los “gringos” se dio, en Haití, entre los años 1915
hasta 1935; y en la República Dominicana de 1916 hasta 1924. Tras la salida de estadounidenses,
la inestabilidad política y las disputas entre aspirantes a presidentes
regresaron a ambos países.
Sin embargo, con la llegada al poder de dos dictadores
famosos por su maldad, los desordenes políticos cesaron y llegó “una cierta
calma y estabilidad”. Nos referimos a, por el lado dominicano, Rafael Leonidas
Trujillo Molina, “El Chivo”, quien luego de ser jefe de la policía nacional
dominicana y jefe supremo del ejército, tomó el poder en 1930. Trujillo
administró su país como si fuese un negocio propio y, además de los delitos que
cometió y del dominio absoluto que ejerció, controló —junto a su familia— la
mayor parte de la economía del país mediante monopolios a escala nacional.
Por el lado de Haití, en 1957 se hizo del poder el famoso
dictador François “Papa Doc” Duvalier, quien era médico y tenía mucha más
formación que Trujillo. El tirano llegó a aterrorizar a su gente y era muy
astuto y despiadado. No obstante, Duvalier no tenía la más mínima intención de
modernizar su país y de desarrollar su industria. Ante su parsimoniosa y
violenta mano dura, el país se estancó en el terror. Murió en 1971 de muerte
natural y fue sucedido por su hijo Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier, quien
gobernó Haití hasta 1986, año en que fue obligado al exilio.
¿Dictaduras a
favor del medio ambiente?
Sin duda alguna, asociar a una dictadura con un buen manejo
del medio ambiente, puede parecer algo extraño. No obstante, la dictadura de
Trujillo es un caso interesante que vale la pena ser analizado, no sin antes
saber algunos detalles sobre la manera tan déspota que tuvo para dirigir a su
país. El dictador dominicano dominaba casi toda la actividad forestal y era
dueño de casi todas las plantaciones de caña de azúcar. Además, era propietario
de líneas aéreas, bancos, hoteles, de grandes extensiones de tierras y hasta de
empresas marítimas. E incluso, como parte de sus políticas, determinó que el
10% del sueldo de los funcionarios del Estado y que una parte de los beneficios
de la prostitución deberían ir a sus arcas.
En el colmo de la locura del dictador, la capital de
República Dominicana, Santo Domingo, pasó a llamarse Ciudad Trujillo y la
montaña más alta del país, el Pico Duarte, recibió el nombre de Pico Trujillo.
Asimismo, los programas escolares se encargaban de incluir en el currículo
escolar todas las buenas acciones del dictador y en todos los espacios públicos
se encontraba carteles dándole gracias por el agua y por el gran servicio al
país. Y para asegurarse de que nadie se revele, destinó el dinero suficiente
para tener el mejor ejercito del Caribe, incluso más grande y poderoso que el
de México.
No obstante, en la década de 1950, Trujillo empezó a
perder poder, debido al despilfarro gubernamental para financiar sus caprichos,
a la caída de los precios de algunos productos que exportaba República
Dominicana y debido a las malas inversiones del Estado. Y es el 30 de mayo de
1961, cuando un grupo armado emboscó —al parecer con el apoyo de la CIA— el
carro del sátrapa, quien viajaba solo con su chofer, para asesinarlo, poniendo
fin a una dictadura sin precedentes[1].
En ese escenario isleño, tras las dictaduras de los
Duvalier en Haití, el país retomó su inestabilidad y su economía siguió
debilitándose mientras su población humana seguía creciendo. La República
Dominicana, mientras tanto y tras el asesinato de Trujillo, continuó su vida
republicana con inestabilidad política hasta que en 1966 salió elegido Joaquín
Balaguer, con el apoyo de ex oficiales del ejército de Trujillo, quien se quedó
en el poder 34 años (de 1966 hasta 1978 y desde 1986 hasta 1996, ejerciendo
además un gran poder en el Estado durante el periodo que no gobernó).Y dos años
antes de morir, en el 2000 —con 94 años, ciego y enfermo— Balaguer luchó por la
recuperación de la red de reservas naturales del país.
Es así como, a partir de 1961, la República Dominicana
inició su camino a la modernización, diversificando sus cultivos (dejaron la
dependencia de la caña de azúcar) y sus servicios (hoteles, comercios,
minería). Además, tanto allí como en Haití se dio una migración masiva de
personas hacia, principalmente, Estados Unidos, lo que significó que
posteriormente llegue a ambos países dinero (remesas), contribuyendo así
fuertemente a la economía en la isla.
El medio
ambiente como un factor determinante para el desarrollo
En ese contexto, la pregunta que se hace Diamond es: “¿por
qué se desarrollaron de un modo tan distinto las historias políticas,
económicas y ecológicas de estos dos países que comparten una isla?”. Para este
autor, la respuesta es la siguiente: por las diferencias medioambientales.
Veamos cómo así. Empecemos por las lluvias. En la isla, estas provienen
principalmente del este, es decir, la vertiente dominicana (oriental) recibe
más lluvias y tiene mayores índices de crecimiento vegetal. Adicionalmente, la
montaña más alta de la isla está en la República Dominicana y los ríos que allí
se generan, discurren principalmente hacia el lado dominicano. La vertiente
dominicana está compuesta por amplios valles, llanuras y con un mejor suelo,
donde destaca el valle del Cibao, uno de los más fértiles del planeta.
Por otro lado, en Haití, la situación es más complicada
ya que la cadena montañosa en el lado dominicano impide parcialmente el paso de
las lluvias procedentes del este, ocasionando que sus territorios sean más
áridos. Asimismo, en comparación con su vecino, Haití tiene un territorio más
montañoso, con mucho menos espacio llano para desarrollar una agricultura a
gran escala. Además, su suelo no es de tan buena calidad, pues la capa no es
tan gruesa, es menos fértil y no se recupera tan rápido.
Pero debemos recordar (y sobretodo tomar nota) de lo
siguiente: si bien la cuenca haitiana no era tan “dotada” como la dominicana,
la primera desarrolló, antes que la segunda, una gran producción agrícola
sacrificando sus bosques y suelos. Al principio funcionó, luego ya no. El
factor medioambiental de hecho supone una parte de la explicación de las
diferencias entre ambos países, pero según el análisis de Diamond, las
principales causas son de orden político y social. Veamos por qué.
Otras
diferencias
Un factor predominante en la diferencia entre ambos
países recae en el hecho de que Haití fue colonia francesa (la más importante
de ultramar) y que la República Dominicana fue colonia española, la misma que
fue descuidada por los ibéricos por la crisis que ellos mismos atravesaban. De
esta manera, Francia pudo asegurar una agricultura intensiva en Haití (ya
sabemos a costa de qué) con el uso de esclavos. Los españoles no pudieron hacer
lo mismo. Esto trajo consigo que la población haitiana fuera, en ese entonces,
siete veces mayor que la dominicana, lo que se refleja parcialmente hasta la
actualidad, pues existen casi once millones de haitianos, frente a los casi
nueve millones de dominicanos (no perdamos de vista que el territorio de Haití
es mucho menor que el de su vecino).
En Haití, la mortal combinación de una alta densidad
demográfica con una baja pluviosidad resultó ser muy dañina para el medio
ambiente: deforestación (los barcos franceses que dejaban esclavos regresaban
cargados de madera haitiana), cambio de uso del suelo y disminución de la
fertilidad. Otro factor importante fue que los dominicanos con sus antepasados
españoles fueron más receptivos a los inmigrantes y comerciantes europeos, a
diferencia de la población criolla haitiana, compuesta en su mayoría por antiguos
esclavos negros. Esto significó que todo el capital humano y financiero europeo
vaya a la República Dominicana, lo que, quiérase o no, contribuyó al desarrollo
del país.
Un factor adicional que permitió una diferenciación de
ambas economías es el siguiente: como producto de la rebelión de los esclavos
en Haití, la mayoría de haitianos eran propietarios de sus tierras (lo cual, no
debería ser negativo), pero, sin embargo, solo las utilizaron para alimentarse
y no para producir algún recurso, dado que el Estado no aportó ningún tipo de
incentivo económico para tal fin. Esto trajo como consecuencia que Haití no
tuviese casi nada para comercializar ni para exportar, a diferencia de su
vecino dominicano. Así también, la élite haitiana se identificaba más con
Francia y no invirtió nada para su desarrollo y solo pensaba en cómo
aprovecharse de los de clases sociales inferiores.
No se puede dejar de lado el siguiente punto: las
aspiraciones de sus dictadores. Mientras que Trujillo se obsesionó por
construir una economía industrial y un Estado moderno (para sí mismo y para su
beneficio), Duvalier no tuvo la menor intención de hacer algo por su país.
Según Diamond, esta diferencia personal entre ambos dictadores podría deberse
también a la idiosincrasia de cada uno de ellos o podría explicarse en que
ellos son el reflejo de sus sociedades. Este punto da para una acalorada
discusión, pues al parecer eso de que el pueblo tiene al gobernante que se
merece parecería ser verdad.
Y en los últimos años, la crisis política, social,
económica y hasta medioambiental en Haití se ha agravado (a lo que se le debe
sumar la acción de los fenómenos naturales) sin visos de ver una solución a la
mano. Empero, en la República Dominicana el futuro se ve distinto.
Retrocediendo en el tiempo, Trujillo hizo una planificación a largo plazo para
construir centrales hidroeléctricas, las mismas que fueron construidas por
Balaguer y los mandatarios siguientes. Adicionalmente, dada la gran masa
forestal (en comparación con su vecino) dominicana, Balaguer puso en marcha
diversos programas para frenar el uso del bosque como combustible e importó
gas. La pobreza haitiana obligó a sus habitantes a usar carbón vegetal, es
decir, a talar sus bosques, aniquilando casi toda la cobertura forestal de
Haití.
Lo anterior me lleve a sacar algunas conclusiones
preliminares. Una de ellas es que los países que fueron colonias francesas la
pasan “menos bien” que otros que fueron colonias españolas e incluso
portuguesas. Eso se puede ver también en África, según me comentan algunos
conocidos. Asimismo, se puede determinar que el medio ambiente puede tener una
gran influencia —sin llegar a ser determinante— en el desarrollo económico de
un país.
Eso se puede ver en nuestro país a una mayor escala, las
zonas más fértiles y aptas para el desarrollo agrícola y para el manejo
forestal, no son necesariamente las zonas con mayores ingresos per capita ni las que más aportan al
PBI. Y bueno, que nos merecemos los gobernantes que tenemos, eso es muy
discutible, lo que sí nos merecemos (y tenemos) es un Congreso repugnante. Otro
tema interesante es el referido a las políticas del Estado para manejar los
recursos naturales. No es que apoye a las dictaduras, pues en mi concepción no
son necesarias, pero sí creo que se necesita mano dura en temas de importancia
nacional, los cuales también requieren una planificación estatal ordenada con
un órgano que la lidere (no como en nuestro país, donde existe un desorden
preocupante) y que supervise la ejecución de políticas y de obras para el
beneficio de futuras generaciones.
Estoy totalmente en contra del cortoplacismo y de los
cambios constantes de políticas en todos los niveles debido al cambio constante
de autoridades. No apoyo el “entornillamiento” de presidentes, alcaldes u otros,
pero sí creo que su gestión debe alinearse a políticas de largo plazo
consensuadas. Tenemos un medio ambiente privilegiado, ¿qué nos falta?
En la tercera parte de esta saga seguiremos viendo el
desempeño de ambos países caribeños. Este es un buen ejemplo para entender algunos
aspectos que pueden definir el destino de sociedades, donde el medio ambiente
juega un rol vital.
Diciembre 2012
[1] Para saber más al
respecto, recomiendo leer el libro de Mario Vargas Llosa “La Fiesta del Chivo”.
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