lunes, 31 de diciembre de 2012

LA DELGADA FRONTERA ENTRE LO VERDE Y LO MENOS VERDE (II)


En la entrada anterior expuse parte de la historia de la isla caribeña La Española, territorio en el cual dos países —con distinta suerte— comparten su destino: Haití y la República Dominicana. Para graficar parte de su desarrollo a través de los años utilicé el libro de Jared Diamond titulado “Colapso”. En resumen, la isla fue colonia tanto española, como francesa y tras varios sucesos que definieron la posesión y dominio de tierras en el primer lugar de América donde Colón puso los pies, ambos países isleños se fueron diferenciando, por lo que hoy en día podemos hablar de casi dos categorías distintas de realidades; una catastrófica: Haití; y una menos catastrófica e incluso esperanzadora: República Dominicana.

Así, luego de una historia de vaivenes y de peleas internas, a inicios del siglo pasado, las potencias extranjeras veían en la isla dos realidades distintas. Por un lado, Haití era visto como un país formado por una sociedad africana que hablaba una lengua criolla y en donde el ambiente era hostil a los extranjeros, debido, en parte, a la presencia de ex esclavos. Por otro lado, la Republica Dominicana era vista como un país hispanohablante formado por una sociedad parcialmente europea que veía con buenos ojos la presencia extranjera y el comercio con europeos. De esta manera, pese a la inyección de capitales económicos desde Europa y Estados Unidos, la economía isleña fue marchando a dos velocidades y tomando distintos rumbos.

A partir de 1870 hubo un auge agrícola en especial en la República Dominicana, donde sobresalían los cultivos de café, cacao, tabaco y las grandes plantaciones de caña de azúcar. Sin embargo, el caos político también campeaba en la isla lo que traía consigo mucha inestabilidad política y conflictos de nunca acabar. A eso es necesario agregar que, en plena Primera Guerra Mundial, Estados Unidos puso una base militar en ambos países de la isla para “vigilar de cerca” cualquier alteración en el tráfico fluvial del Canal de Panamá. La presencia de los “gringos” se dio, en Haití, entre los años 1915 hasta 1935; y en la República Dominicana de 1916 hasta 1924. Tras la salida de estadounidenses, la inestabilidad política y las disputas entre aspirantes a presidentes regresaron a ambos países.

Sin embargo, con la llegada al poder de dos dictadores famosos por su maldad, los desordenes políticos cesaron y llegó “una cierta calma y estabilidad”. Nos referimos a, por el lado dominicano, Rafael Leonidas Trujillo Molina, “El Chivo”, quien luego de ser jefe de la policía nacional dominicana y jefe supremo del ejército, tomó el poder en 1930. Trujillo administró su país como si fuese un negocio propio y, además de los delitos que cometió y del dominio absoluto que ejerció, controló —junto a su familia— la mayor parte de la economía del país mediante monopolios a escala nacional.

Por el lado de Haití, en 1957 se hizo del poder el famoso dictador François “Papa Doc” Duvalier, quien era médico y tenía mucha más formación que Trujillo. El tirano llegó a aterrorizar a su gente y era muy astuto y despiadado. No obstante, Duvalier no tenía la más mínima intención de modernizar su país y de desarrollar su industria. Ante su parsimoniosa y violenta mano dura, el país se estancó en el terror. Murió en 1971 de muerte natural y fue sucedido por su hijo Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier, quien gobernó Haití hasta 1986, año en que fue obligado al exilio.

¿Dictaduras a favor del medio ambiente?
    
Sin duda alguna, asociar a una dictadura con un buen manejo del medio ambiente, puede parecer algo extraño. No obstante, la dictadura de Trujillo es un caso interesante que vale la pena ser analizado, no sin antes saber algunos detalles sobre la manera tan déspota que tuvo para dirigir a su país. El dictador dominicano dominaba casi toda la actividad forestal y era dueño de casi todas las plantaciones de caña de azúcar. Además, era propietario de líneas aéreas, bancos, hoteles, de grandes extensiones de tierras y hasta de empresas marítimas. E incluso, como parte de sus políticas, determinó que el 10% del sueldo de los funcionarios del Estado y que una parte de los beneficios de la prostitución deberían ir a sus arcas.

En el colmo de la locura del dictador, la capital de República Dominicana, Santo Domingo, pasó a llamarse Ciudad Trujillo y la montaña más alta del país, el Pico Duarte, recibió el nombre de Pico Trujillo. Asimismo, los programas escolares se encargaban de incluir en el currículo escolar todas las buenas acciones del dictador y en todos los espacios públicos se encontraba carteles dándole gracias por el agua y por el gran servicio al país. Y para asegurarse de que nadie se revele, destinó el dinero suficiente para tener el mejor ejercito del Caribe, incluso más grande y poderoso que el de México.

No obstante, en la década de 1950, Trujillo empezó a perder poder, debido al despilfarro gubernamental para financiar sus caprichos, a la caída de los precios de algunos productos que exportaba República Dominicana y debido a las malas inversiones del Estado. Y es el 30 de mayo de 1961, cuando un grupo armado emboscó —al parecer con el apoyo de la CIA— el carro del sátrapa, quien viajaba solo con su chofer, para asesinarlo, poniendo fin a una dictadura sin precedentes[1].

En ese escenario isleño, tras las dictaduras de los Duvalier en Haití, el país retomó su inestabilidad y su economía siguió debilitándose mientras su población humana seguía creciendo. La República Dominicana, mientras tanto y tras el asesinato de Trujillo, continuó su vida republicana con inestabilidad política hasta que en 1966 salió elegido Joaquín Balaguer, con el apoyo de ex oficiales del ejército de Trujillo, quien se quedó en el poder 34 años (de 1966 hasta 1978 y desde 1986 hasta 1996, ejerciendo además un gran poder en el Estado durante el periodo que no gobernó).Y dos años antes de morir, en el 2000 —con 94 años, ciego y enfermo— Balaguer luchó por la recuperación de la red de reservas naturales del país. 

Es así como, a partir de 1961, la República Dominicana inició su camino a la modernización, diversificando sus cultivos (dejaron la dependencia de la caña de azúcar) y sus servicios (hoteles, comercios, minería). Además, tanto allí como en Haití se dio una migración masiva de personas hacia, principalmente, Estados Unidos, lo que significó que posteriormente llegue a ambos países dinero (remesas), contribuyendo así fuertemente a la economía en la isla.

El medio ambiente como un factor determinante para el desarrollo

En ese contexto, la pregunta que se hace Diamond es: “¿por qué se desarrollaron de un modo tan distinto las historias políticas, económicas y ecológicas de estos dos países que comparten una isla?”. Para este autor, la respuesta es la siguiente: por las diferencias medioambientales. Veamos cómo así. Empecemos por las lluvias. En la isla, estas provienen principalmente del este, es decir, la vertiente dominicana (oriental) recibe más lluvias y tiene mayores índices de crecimiento vegetal. Adicionalmente, la montaña más alta de la isla está en la República Dominicana y los ríos que allí se generan, discurren principalmente hacia el lado dominicano. La vertiente dominicana está compuesta por amplios valles, llanuras y con un mejor suelo, donde destaca el valle del Cibao, uno de los más fértiles del planeta.

Por otro lado, en Haití, la situación es más complicada ya que la cadena montañosa en el lado dominicano impide parcialmente el paso de las lluvias procedentes del este, ocasionando que sus territorios sean más áridos. Asimismo, en comparación con su vecino, Haití tiene un territorio más montañoso, con mucho menos espacio llano para desarrollar una agricultura a gran escala. Además, su suelo no es de tan buena calidad, pues la capa no es tan gruesa, es menos fértil y no se recupera tan rápido.

Pero debemos recordar (y sobretodo tomar nota) de lo siguiente: si bien la cuenca haitiana no era tan “dotada” como la dominicana, la primera desarrolló, antes que la segunda, una gran producción agrícola sacrificando sus bosques y suelos. Al principio funcionó, luego ya no. El factor medioambiental de hecho supone una parte de la explicación de las diferencias entre ambos países, pero según el análisis de Diamond, las principales causas son de orden político y social. Veamos por qué.

Otras diferencias

Un factor predominante en la diferencia entre ambos países recae en el hecho de que Haití fue colonia francesa (la más importante de ultramar) y que la República Dominicana fue colonia española, la misma que fue descuidada por los ibéricos por la crisis que ellos mismos atravesaban. De esta manera, Francia pudo asegurar una agricultura intensiva en Haití (ya sabemos a costa de qué) con el uso de esclavos. Los españoles no pudieron hacer lo mismo. Esto trajo consigo que la población haitiana fuera, en ese entonces, siete veces mayor que la dominicana, lo que se refleja parcialmente hasta la actualidad, pues existen casi once millones de haitianos, frente a los casi nueve millones de dominicanos (no perdamos de vista que el territorio de Haití es mucho menor que el de su vecino).

En Haití, la mortal combinación de una alta densidad demográfica con una baja pluviosidad resultó ser muy dañina para el medio ambiente: deforestación (los barcos franceses que dejaban esclavos regresaban cargados de madera haitiana), cambio de uso del suelo y disminución de la fertilidad. Otro factor importante fue que los dominicanos con sus antepasados españoles fueron más receptivos a los inmigrantes y comerciantes europeos, a diferencia de la población criolla haitiana, compuesta en su mayoría por antiguos esclavos negros. Esto significó que todo el capital humano y financiero europeo vaya a la República Dominicana, lo que, quiérase o no, contribuyó al desarrollo del país.

Un factor adicional que permitió una diferenciación de ambas economías es el siguiente: como producto de la rebelión de los esclavos en Haití, la mayoría de haitianos eran propietarios de sus tierras (lo cual, no debería ser negativo), pero, sin embargo, solo las utilizaron para alimentarse y no para producir algún recurso, dado que el Estado no aportó ningún tipo de incentivo económico para tal fin. Esto trajo como consecuencia que Haití no tuviese casi nada para comercializar ni para exportar, a diferencia de su vecino dominicano. Así también, la élite haitiana se identificaba más con Francia y no invirtió nada para su desarrollo y solo pensaba en cómo aprovecharse de los de clases sociales inferiores.

No se puede dejar de lado el siguiente punto: las aspiraciones de sus dictadores. Mientras que Trujillo se obsesionó por construir una economía industrial y un Estado moderno (para sí mismo y para su beneficio), Duvalier no tuvo la menor intención de hacer algo por su país. Según Diamond, esta diferencia personal entre ambos dictadores podría deberse también a la idiosincrasia de cada uno de ellos o podría explicarse en que ellos son el reflejo de sus sociedades. Este punto da para una acalorada discusión, pues al parecer eso de que el pueblo tiene al gobernante que se merece parecería ser verdad.  

Y en los últimos años, la crisis política, social, económica y hasta medioambiental en Haití se ha agravado (a lo que se le debe sumar la acción de los fenómenos naturales) sin visos de ver una solución a la mano. Empero, en la República Dominicana el futuro se ve distinto. Retrocediendo en el tiempo, Trujillo hizo una planificación a largo plazo para construir centrales hidroeléctricas, las mismas que fueron construidas por Balaguer y los mandatarios siguientes. Adicionalmente, dada la gran masa forestal (en comparación con su vecino) dominicana, Balaguer puso en marcha diversos programas para frenar el uso del bosque como combustible e importó gas. La pobreza haitiana obligó a sus habitantes a usar carbón vegetal, es decir, a talar sus bosques, aniquilando casi toda la cobertura forestal de Haití.

Lo anterior me lleve a sacar algunas conclusiones preliminares. Una de ellas es que los países que fueron colonias francesas la pasan “menos bien” que otros que fueron colonias españolas e incluso portuguesas. Eso se puede ver también en África, según me comentan algunos conocidos. Asimismo, se puede determinar que el medio ambiente puede tener una gran influencia —sin llegar a ser determinante— en el desarrollo económico de un país.

Eso se puede ver en nuestro país a una mayor escala, las zonas más fértiles y aptas para el desarrollo agrícola y para el manejo forestal, no son necesariamente las zonas con mayores ingresos per capita ni las que más aportan al PBI. Y bueno, que nos merecemos los gobernantes que tenemos, eso es muy discutible, lo que sí nos merecemos (y tenemos) es un Congreso repugnante. Otro tema interesante es el referido a las políticas del Estado para manejar los recursos naturales. No es que apoye a las dictaduras, pues en mi concepción no son necesarias, pero sí creo que se necesita mano dura en temas de importancia nacional, los cuales también requieren una planificación estatal ordenada con un órgano que la lidere (no como en nuestro país, donde existe un desorden preocupante) y que supervise la ejecución de políticas y de obras para el beneficio de futuras generaciones.

Estoy totalmente en contra del cortoplacismo y de los cambios constantes de políticas en todos los niveles debido al cambio constante de autoridades. No apoyo el “entornillamiento” de presidentes, alcaldes u otros, pero sí creo que su gestión debe alinearse a políticas de largo plazo consensuadas. Tenemos un medio ambiente privilegiado, ¿qué nos falta?

En la tercera parte de esta saga seguiremos viendo el desempeño de ambos países caribeños. Este es un buen ejemplo para entender algunos aspectos que pueden definir el destino de sociedades, donde el medio ambiente juega un rol vital.

Diciembre 2012     



[1] Para saber más al respecto, recomiendo leer el libro de Mario Vargas Llosa “La Fiesta del Chivo”. 

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