Con lágrimas en
los ojos contemplo dos delfines prisioneros en una vulgar piscina cerca a la
playa La Herradura. Muchos exigen su libertad. Me invade la impotencia, sé que
esa no es la solución. A veces, el remedio es peor que la enfermedad.
Foto: Lindolfo Souto |
En los últimos días desfilan por televisión y por las
redes sociales un par de campañas y de reportajes televisivos que sugieren
entre líneas que “devolver” animales en cautiverio a la naturaleza es un acto
de buen corazón. No dudo de las buenas intenciones de aquellas sacrificadas
personas, pero no es tan fácil como parece; y menos si no existe un control
para la liberación de especies. Así entonces, sería una barbarie soltar
alegremente y sin miramientos a los dos delfines prisioneros en nuestro litoral.
Y no solo en este caso, sino, en el caso de todos los animales que por alguna
razón han sido privados de su libertad. En especial, cuando el animal ha sido
trasladado a otro lugar que no es su hábitat natural o si ha permanecido mucho
tiempo en cautiverio.
La reintroducción de especies es el acto de liberar
deliberadamente uno o más individuos de una especie en un hábitat seleccionado
que está incluido, de preferencia, dentro de su rango original de distribución y
en el que ya no se encuentra. Este mecanismo es aplicado siempre y cuando la
especie esté amenazada y el lugar ofrezca las condiciones para su
supervivencia. Además, para hacerlo, debe haber un estudio previo que determine
lo que podría implicar la presencia de nuevos individuos en el hábitat. Para su
correcta realización existen protocolos internacionales que reducen los impactos
negativos al mínimo. El más utilizado y reconocido mundialmente es el que
propone la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza
(UICN).
Adicionalmente, los especímenes a ser reintroducidos
deben pasar varios exámenes médicos, con el propósito de descartar que traigan
consigo enfermedades, en especial si es que provienen de un lugar distinto a
aquel en donde serán liberados. Además, se debe evaluar si las nuevas especies alterarían
el ciclo natural local, ya que su presencia inesperada podría generar
competencia con sus congéneres por el agua, por alimento, por parejas para la
reproducción o por los lugares de caza. Esto debe ser tomado muy en cuenta, en
especial en especies muy territoriales. Toda intervención y manipulación en el
medio ambiente es un asunto delicado y ambas no pueden ser hechas sin estudios
previos.
Ahora, ¿de dónde proceden las especies para una
reintroducción? Como ya se mencionó, la reintroducción de especies se debe
realizar tan solo si la especie está altamente amenazada y si se dan las
condiciones para su liberación deliberada y controlada. Entonces, bajo esta
premisa, obtener especímenes de una especie determinada bajo esas condiciones
es difícil pues implicaría, por un lado, extraer del entorno natural donde se
haría la reintroducción como mínimo un par de individuos para que se
reproduzcan en cautiverio, con el fin de obtener descendencia para liberar; o
por el otro, traer especímenes de algún otro lugar donde la especie todavía esté
presente en buenas cantidades y condiciones. Todo esto debe hacerse sin
amenazar la integridad de las poblaciones en donde se interviene.
Existe una tercera variante algo distorsionada:
reintroducir especies que han sido rescatadas o decomisadas y que provienen de algún
zoológico clandestino, circo o de otro lugar poco apropiado para ellas y que
han sido entregadas a algún “centro de rescate”. Pongo comillas porque no
cualquier centro o iniciativa que ose llamarse así, lo es realmente o tiene los
permisos necesarios para ello. Lamentablemente, en los últimos años ha
proliferado el número de estos “centros”, lo cual, no está mal, pues le dan una
esperanza de vida a muchos animales, pero es necesario fiscalizarlos y asegurar
de que no liberen especies sin ningún tipo de protocolo y sin ningún estudio
científico serio que respalde tales acciones.
Cuando la
reintroducción implica una introducción de amenazas
Introducir a una especie en la naturaleza no es fácil. Nadie
puede asegurar que va a sobrevivir. Si todo sale bien podría darse el caso de
que la especie reintroducida se logre reproducir con algún ejemplar silvestre,
asegurando descendencia y con eso, una posible expansión de la especie. Hasta
ahí todo bien. Sin embargo, cuando se libera ejemplares que provienen de otro
lugar a un nuevo medio donde ya existe una población estable y bien conservada
de la especie, se está introduciendo información genética distinta que puede
tener un impacto negativo en la población nativa si no se ha realizado los
estudios necesarios.
Además, lo más grave es cuando sacas animales de otro
lugar sin permisos y “a la mala” para introducirlos —también “a la mala”— en
terrenos que no son su hábitat natural, solo por intereses propios y no para
fines de conservación, sino de lucro. Argumentar que “se desea” repoblar una
zona X con la especie Y porque esta vivía hace tiempo allí, es poco
profesional. Esta práctica debería quedar descartada en el país y debería ser
penalizada. Pero, para eso debe existir primeramente la intención de
reglamentar este tema y es ahí donde el Estado debería llevar la batuta.
Urge saber qué centros de rescate, albergues y otros
cumplen realmente con los requisitos para ser reconocidos como tales. Pareciera
que en el Estado se tiran la pelota unos a otros para determinar quién debe fiscalizar
este tema tan espinoso. Ya es hora de que se tome al toro por las astas. Las
consecuencias de estas acciones mal encaminadas podrían traer impactos
negativos en el medio ambiente, como introducir enfermedades, generar la
pérdida de la diversidad genética u otros. Ojalá que pronto se sienten los
involucrados y especialistas en la mesa (¡ver Postdata!) para saber quién es
quién, qué se está haciendo al respecto, qué medidas se debe tomar, cuál es el
panorama que nos espera y para, en consenso, ponernos las pilas de una vez.
Finalmente, lo peor que se puede hacer es alimentar a
especies que han sido liberadas tras estar mucho tiempo acostumbradas a los
humanos; o peor aún, alimentar a especies silvestres. Esto es un acto de vandalismo
ecológico. No entraré, por ahora, en detalles, pero un ejemplo claro de ello es
lo que sucede con el Oso de Anteojos o Ukumari (Tremarctos ornatus) en América del Sur cuando los plantígrados son
alimentados en zonas agrícolas o ganaderas para evitar que ataquen al ganado o
a las aves de corral; o más grave aún, para que permanezcan en los alrededores,
con el objetivo de hacer atractivo un lugar para incautos turistas. Muchos osos
mueren; ya sea porque se vuelven muy agresivos cuando ya no reciben alimento por
parte de los humanos y estos finalmente se ven obligados a matarlos o porque
luego se acostumbran a depender del hombre y posteriormente se vuelven ineptos
para sobrevivir por sí mismos.
Buenas
intenciones, pero…
Sin lugar a dudas, para muchos, lo más lógico es que los
animales sean devueltos a la naturaleza. Verlos partir a sus dominios saltando,
caminando, nadando o volando nos causa esa sensación de reencontrarnos con la
buena voluntad humana y nos deja con la conciencia tranquila. Sin embargo, eso
no significa que el pobre animal sobreviva. Por eso, liberar especies sin un
respaldo técnico no es lo correcto. No podemos seguir siendo tildados por
muchos científicos extranjeros (aunque nos duela) como un país de improvisados
en este aspecto. Lamentablemente, en los tópicos arriba mencionados el
desconocimiento y el descontrol campean alegremente.
Aprovecho estas líneas para preguntar a los involucrados
por la actualización de la lista de especies de fauna amenazada del Perú. Se
sigue trabajando en base al DS 034-2004-AG, el cual, a mi entender, ya es casi obsoleto
para muchos de los casos incluidos. Esperamos que pronto sea publicada la
mencionada lista, con el fin de enfocar y priorizar mejor los esfuerzos de
conservación y manejo de aquellas especies que realmente sí están en peligro de
extinción.
PD.
Quisiera
pedir que estemos atentos y que difundamos la realización del II SIMPOSIO DE
PRIMATOLOGÍA EN EL PERÚ en Iquitos, del 7 al 10 de noviembre de 2013,
en la Universidad Nacional de la Amazonia Peruana (UNAP). El evento es
organizado por el Centro
Primatológico Alemán (DPZ), la ONG Yunkawasi, la UNAP y
por la Sociedad Peruana de Mastozoología. Ojalá que en esta
importante reunión, tanto la Dirección General Forestal y de Fauna Silvestre
(DGFFS) del Ministerio de Agricultura, el Servicio Nacional de Áreas Naturales
Protegidas por el Estado (SERNANP) y la Dirección General de Biodiversidad del
Ministerio del Ambiente, así como la mayor cantidad de expertos se pongan de
acuerdo para, de una vez por todas, delinear y aprobar los lineamientos necesarios
para frenar la liberación de especies a diestra y siniestra. Necesitamos
regular estos temas, darlos a conocer y, lo más importante, fiscalizar y velar
que se cumpla lo que se establezca como lo más indicado.
Más
información en: www.monosperu.org/2do-simposio.html
Junio 2013
Artículo aparecido en la versión on line de la Revista Rumbos:
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