A propósito
del Proyecto de Ley N° 1035/2011-cR que propone declarar de necesidad pública y
de interés nacional la conectividad terrestre de la ciudad de Puerto Esperanza
con la ciudad de Iñapari, agrego un par de puntos para echarle más leña al
fuego. Es necesario mirar más allá de intereses cortoplacistas y aprender del
pasado sin encapricharnos en posturas muy férreas. Esto no significa que se
deba tolerar a falsos profetas y a vendedores de sebo de culebra; ni que
debamos esperar a la divina providencia para que solucione nuestros problemas.
Ojo, no es cuestión de oponerse a una
carretera por estar en contra de una iniciativa que, en un primer momento,
podría parecer una opción razonable para una población aislada geográficamente
de la “civilización” en tiempos de inclusión social. No se trata tampoco de oponerse
tajantemente a la necesidad de ofrecerle mejores condiciones y alternativas
duraderas a miles de compatriotas. Tampoco se trata de encapricharse y dejarse
llevar por la inercia conservacionista del “no tocar” y tratar a algunos
espacios como intocables porque allí viven animalitos y arbolitos. No. Y mucho
menos se trata de solamente querer conservar los bosques amazónicos porque son
los “pulmones” del planeta (el cual es un argumento débil y enclenque).
No, así no es. Y no creo que yo ayude
a solucionar este tema con mi firma digital en una u otra página web. Mejor
escribo lo que pienso. Además, ¿cuántos peruanos saben dónde diablos queda
Puerto Esperanza?, ¿Cuántos saben qué es un parque nacional, una reserva
comunal o una reserva territorial y para qué sirven? Empecemos por brindar
información y elementos de juicio a los que se interesan por el tema. Ya luego,
cada uno sacará sus propias conclusiones.
Necesitamos usar el raciocinio,
aprender de experiencias pasadas, comprender realmente el territorio y el entorno
en el que se da este caso, escuchar a las poblaciones involucradas y mirar al
futuro con propuestas cuerdas que permitan hacer bien las cosas. No tenemos
todo el tiempo del universo para seguir despilfarrando esfuerzos innecesarios,
ni para dejar pasar alternativas sostenibles que nos deparen un mejor futuro.
Por supuesto, todo lo anterior debemos
hacerlo sin dejar de luchar por cambiar también mentalidades, con el firme
propósito de demostrar que sí se puede dejar en el planeta mentes capaces de identificar
con certeza lo que nos conviene; y de recoger las enseñanzas del pasado para
tomar buenas decisiones.
Recordemos que el mencionado proyecto
pretende unir la capital de la provincia de Purús en el departamento de
Ucayali, Puerto Esperanza, con la ciudad de lñapari en la provincia fronteriza
de Tahuamanu en el departamento de Madre de Dios, mediante una carretera o una línea
férrea. Al margen del tema legal que indica que este proyecto violaría la Ley
de Áreas Naturales Protegidas y su reglamento; que vulneraría los derechos de
indígenas en aislamiento voluntario y el proceso de consulta previa; que no
tiene un respaldo local mayoritario; que la bendita carretera no es de interés
nacional y que diversas comisiones del Congreso y expertos han opinado que no
es viable bajo ningún aspecto; este es un tema que debe alertarnos sobre los
modelos de desarrollo que estamos pensando para el país.
No es un capricho
oponerse
Lo importante de resaltar en esta
polémica es que la oposición al proyecto de ley no busca imponer un “capricho”
de los “ecologistas”. Y como me considero parte de ese grupo humano que, entre
otros, defiende el uso racional de nuestra diversidad biológica, pienso que es
necesario sacar a relucir argumentos sólidos para demostrar que, en este caso,
no conviene construir una carretera de más de 300 kilómetros que no llevaría
progreso alguno (término entendido bajo la mirada más simple y “occidental” de
llevar alimentación, salud y educación) a una población indígena que ya ha
elegido otro estilo de vida.
Los purusinos desean vivir como
siempre lo han hecho. Los que deben adaptarse al entorno son los que llegan y
los que, en teoría, llevan consigo impactos positivos. Esta población
mayoritariamente nativa afincada en el territorio de un país llamado Perú desea
(y merece) recibir los beneficios que implica ser un ciudadano peruano. Al
mismo tiempo y bajo este último concepto, nuestros compatriotas de Purús están
también obligados a cumplir sus deberes como ciudadanos. Uno de ellos es
preservar su entorno.
Los que nos oponemos a la carretera pensamos
que es un grave error pregonar que tener una vía asfaltada es sinónimo de
progreso. Muy por el contrario, una carretera mal planificada puede ser el
catalizador de una serie de desgracias. La presencia latente de colonos
malintencionados, de narcotraficantes, de traficantes de madera, de cazadores
furtivos, de mineros ilegales e informales y de gente que está esperando para
arrasar con uno de los últimos rincones amazónicos bien conservados que nos
queda, trayendo además consigo violencia, prostitución, alcoholismo y más
lacras sociales, es una razón suficiente para no precipitarse y actuar sin
pensar.
Forzar lo
innecesario
La población purusina está concentrada
casi en su totalidad (poco más de 3500 habitantes) en Puerto Esperanza y está
conformada principalmente por pobladores indígenas. De esta población, tan solo
una minoría (menos de 1000 personas) es la que está solicitando la carretera; y
de ellos, casi todos son colonos. Por otro lado, la mayoría indígena se opone a
la conexión terrestre (carretera o ferrocarril) y lo que solicita es la
conexión aérea con Pucallpa mediante vuelos cívicos más frecuentes.
A todo esto, no debemos perder de
vista el accionar del párroco de Puerto Esperanza, Miguel Piovesán, quien
estaría jugando en pared con personas a las que les interesa un bledo la
conservación y el buen uso de los espacios amazónicos y que solo quieren explotarlos
irracionalmente. Este italiano es un lobo disfrazado de cordero que ha adoptado
con suma facilidad lo peor de nuestra cultura: la repulsiva “criollada”. Así,
imita a muchos “gringos”, quienes en su intento de mimetizarse en nuestra
sociedad también la adquieren. Además, desde su casi intocable posición de
“guía espiritual” se cree dueño de la verdad y se autoproclama vocero de las
mayorías purusinas.
A este señor hay que frenarlo en seco
y no permitir que utilice su investidura para pregonar intereses ajenos y
dañinos. Es tiempo ya de pasar a la acción. Los defensores de la integridad de
la zona debemos ponernos las pilas y contraatacar. No es posible que Piovesán
domine el territorio mediante una radio que maneja a su antojo y desde donde se
despacha a su gusto. Ante la falta de información y ante la desinformación, el
primero que agarra el micrófono o dice algo, gana. Esto debe cambiar.
Propongamos
soluciones
Es cierto, estamos frente a un caso de
aislamiento, pero dicha situación puede ser bien aprovechada. Se podría
impulsar la zona como un destino único para el turismo especializado y para la
investigación científica. Así, se podría “vender” Purús como un paraíso al que
solo se puede llegar, desde el Perú, por vía aérea. Esto le daría un mayor
atractivo, pues se consideraría a este hermoso lugar como un destino remoto y como
una especie de isla en un mar selvático.
Esta posibilidad podría traer consigo
una dinámica socioeconómica que, bien manejada, tendría impactos positivos y
obligaría a los pobladores de la zona a esforzarse también por mejorar su
calidad de vida. Y es que tampoco pueden estar esperando que todo les caiga del
cielo (aunque en este caso, es mejor que venga de ahí).
La conservación debe dar réditos
económicos para los pobladores locales, sino, la situación se vuelve dramática.
Ya no podemos repetir la cantaleta de que es necesario hacer planes de acción
para de acá a diez años. Necesitamos soluciones que den dividendos a corto,
mediano y largo plazo y que a su vez garanticen la conservación y reposición de
la diversidad biológica utilizando también la sabiduría local. Urge analizar con
celeridad la posibilidad de poner en marcha diversas alternativas productivas sostenibles
en el tiempo como los sistemas agroforestales, la piscicultura u otras
actividades que ofrezcan soluciones y que generen progreso.
Claro, todo esto sin dejar de evaluar
su viabilidad, pues tampoco es conveniente crear falsas expectativas a la
población local y luego desmotivarla con actividades que luego resulten ser un
fracaso. Tampoco debemos crear “elefantes blancos”, es decir, construir,
viveros, reservorios para peces y otras obras de infraestructura para que
después de un par de años, no sirvan para nada. Eso aporta únicamente
frustración y argumentos pro carretera.
Existe un plan de acción para la
provincia. ¿Qué estamos esperando para ponerlo en marcha y para exigir que se
cumpla?, ¿o es que estamos esperando que Piovesán lo bendiga y que nos confiese
a todos? De ser así, prefiero que Dios no nos coja confesados para hacer algo
más por Purús.
Junio 2013
Artículo publicado en la versión online de la Revista Rumbos:
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