jueves, 20 de junio de 2013

¿POR QUÉ OPONERSE A UNA CARRETERA EN TIEMPOS DE INCLUSIÓN SOCIAL?

A propósito del Proyecto de Ley N° 1035/2011-cR que propone declarar de necesidad pública y de interés nacional la conectividad terrestre de la ciudad de Puerto Esperanza con la ciudad de Iñapari, agrego un par de puntos para echarle más leña al fuego. Es necesario mirar más allá de intereses cortoplacistas y aprender del pasado sin encapricharnos en posturas muy férreas. Esto no significa que se deba tolerar a falsos profetas y a vendedores de sebo de culebra; ni que debamos esperar a la divina providencia para que solucione nuestros problemas.   


Ojo, no es cuestión de oponerse a una carretera por estar en contra de una iniciativa que, en un primer momento, podría parecer una opción razonable para una población aislada geográficamente de la “civilización” en tiempos de inclusión social. No se trata tampoco de oponerse tajantemente a la necesidad de ofrecerle mejores condiciones y alternativas duraderas a miles de compatriotas. Tampoco se trata de encapricharse y dejarse llevar por la inercia conservacionista del “no tocar” y tratar a algunos espacios como intocables porque allí viven animalitos y arbolitos. No. Y mucho menos se trata de solamente querer conservar los bosques amazónicos porque son los “pulmones” del planeta (el cual es un argumento débil y enclenque). 

No, así no es. Y no creo que yo ayude a solucionar este tema con mi firma digital en una u otra página web. Mejor escribo lo que pienso. Además, ¿cuántos peruanos saben dónde diablos queda Puerto Esperanza?, ¿Cuántos saben qué es un parque nacional, una reserva comunal o una reserva territorial y para qué sirven? Empecemos por brindar información y elementos de juicio a los que se interesan por el tema. Ya luego, cada uno sacará sus propias conclusiones.   

Necesitamos usar el raciocinio, aprender de experiencias pasadas, comprender realmente el territorio y el entorno en el que se da este caso, escuchar a las poblaciones involucradas y mirar al futuro con propuestas cuerdas que permitan hacer bien las cosas. No tenemos todo el tiempo del universo para seguir despilfarrando esfuerzos innecesarios, ni para dejar pasar alternativas sostenibles que nos deparen un mejor futuro.

Por supuesto, todo lo anterior debemos hacerlo sin dejar de luchar por cambiar también mentalidades, con el firme propósito de demostrar que sí se puede dejar en el planeta mentes capaces de identificar con certeza lo que nos conviene; y de recoger las enseñanzas del pasado para tomar buenas decisiones.

Recordemos que el mencionado proyecto pretende unir la capital de la provincia de Purús en el departamento de Ucayali, Puerto Esperanza, con la ciudad de lñapari en la provincia fronteriza de Tahuamanu en el departamento de Madre de Dios, mediante una carretera o una línea férrea. Al margen del tema legal que indica que este proyecto violaría la Ley de Áreas Naturales Protegidas y su reglamento; que vulneraría los derechos de indígenas en aislamiento voluntario y el proceso de consulta previa; que no tiene un respaldo local mayoritario; que la bendita carretera no es de interés nacional y que diversas comisiones del Congreso y expertos han opinado que no es viable bajo ningún aspecto; este es un tema que debe alertarnos sobre los modelos de desarrollo que estamos pensando para el país.

No es un capricho oponerse

Lo importante de resaltar en esta polémica es que la oposición al proyecto de ley no busca imponer un “capricho” de los “ecologistas”. Y como me considero parte de ese grupo humano que, entre otros, defiende el uso racional de nuestra diversidad biológica, pienso que es necesario sacar a relucir argumentos sólidos para demostrar que, en este caso, no conviene construir una carretera de más de 300 kilómetros que no llevaría progreso alguno (término entendido bajo la mirada más simple y “occidental” de llevar alimentación, salud y educación) a una población indígena que ya ha elegido otro estilo de vida.

Los purusinos desean vivir como siempre lo han hecho. Los que deben adaptarse al entorno son los que llegan y los que, en teoría, llevan consigo impactos positivos. Esta población mayoritariamente nativa afincada en el territorio de un país llamado Perú desea (y merece) recibir los beneficios que implica ser un ciudadano peruano. Al mismo tiempo y bajo este último concepto, nuestros compatriotas de Purús están también obligados a cumplir sus deberes como ciudadanos. Uno de ellos es preservar su entorno. 

Los que nos oponemos a la carretera pensamos que es un grave error pregonar que tener una vía asfaltada es sinónimo de progreso. Muy por el contrario, una carretera mal planificada puede ser el catalizador de una serie de desgracias. La presencia latente de colonos malintencionados, de narcotraficantes, de traficantes de madera, de cazadores furtivos, de mineros ilegales e informales y de gente que está esperando para arrasar con uno de los últimos rincones amazónicos bien conservados que nos queda, trayendo además consigo violencia, prostitución, alcoholismo y más lacras sociales, es una razón suficiente para no precipitarse y actuar sin pensar.

Forzar lo innecesario

La población purusina está concentrada casi en su totalidad (poco más de 3500 habitantes) en Puerto Esperanza y está conformada principalmente por pobladores indígenas. De esta población, tan solo una minoría (menos de 1000 personas) es la que está solicitando la carretera; y de ellos, casi todos son colonos. Por otro lado, la mayoría indígena se opone a la conexión terrestre (carretera o ferrocarril) y lo que solicita es la conexión aérea con Pucallpa mediante vuelos cívicos más frecuentes.

A todo esto, no debemos perder de vista el accionar del párroco de Puerto Esperanza, Miguel Piovesán, quien estaría jugando en pared con personas a las que les interesa un bledo la conservación y el buen uso de los espacios amazónicos y que solo quieren explotarlos irracionalmente. Este italiano es un lobo disfrazado de cordero que ha adoptado con suma facilidad lo peor de nuestra cultura: la repulsiva “criollada”. Así, imita a muchos “gringos”, quienes en su intento de mimetizarse en nuestra sociedad también la adquieren. Además, desde su casi intocable posición de “guía espiritual” se cree dueño de la verdad y se autoproclama vocero de las mayorías purusinas.

A este señor hay que frenarlo en seco y no permitir que utilice su investidura para pregonar intereses ajenos y dañinos. Es tiempo ya de pasar a la acción. Los defensores de la integridad de la zona debemos ponernos las pilas y contraatacar. No es posible que Piovesán domine el territorio mediante una radio que maneja a su antojo y desde donde se despacha a su gusto. Ante la falta de información y ante la desinformación, el primero que agarra el micrófono o dice algo, gana. Esto debe cambiar.

Propongamos soluciones

Es cierto, estamos frente a un caso de aislamiento, pero dicha situación puede ser bien aprovechada. Se podría impulsar la zona como un destino único para el turismo especializado y para la investigación científica. Así, se podría “vender” Purús como un paraíso al que solo se puede llegar, desde el Perú, por vía aérea. Esto le daría un mayor atractivo, pues se consideraría a este hermoso lugar como un destino remoto y como una especie de isla en un mar selvático.

Esta posibilidad podría traer consigo una dinámica socioeconómica que, bien manejada, tendría impactos positivos y obligaría a los pobladores de la zona a esforzarse también por mejorar su calidad de vida. Y es que tampoco pueden estar esperando que todo les caiga del cielo (aunque en este caso, es mejor que venga de ahí).   

La conservación debe dar réditos económicos para los pobladores locales, sino, la situación se vuelve dramática. Ya no podemos repetir la cantaleta de que es necesario hacer planes de acción para de acá a diez años. Necesitamos soluciones que den dividendos a corto, mediano y largo plazo y que a su vez garanticen la conservación y reposición de la diversidad biológica utilizando también la sabiduría local. Urge analizar con celeridad la posibilidad de poner en marcha diversas alternativas productivas sostenibles en el tiempo como los sistemas agroforestales, la piscicultura u otras actividades que ofrezcan soluciones y que generen progreso.  

Claro, todo esto sin dejar de evaluar su viabilidad, pues tampoco es conveniente crear falsas expectativas a la población local y luego desmotivarla con actividades que luego resulten ser un fracaso. Tampoco debemos crear “elefantes blancos”, es decir, construir, viveros, reservorios para peces y otras obras de infraestructura para que después de un par de años, no sirvan para nada. Eso aporta únicamente frustración y argumentos pro carretera.

Existe un plan de acción para la provincia. ¿Qué estamos esperando para ponerlo en marcha y para exigir que se cumpla?, ¿o es que estamos esperando que Piovesán lo bendiga y que nos confiese a todos? De ser así, prefiero que Dios no nos coja confesados para hacer algo más por Purús. 

Junio 2013

Artículo publicado en la versión online de la Revista Rumbos:

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