El Ñuro en Piura. Foto: Enrique Angulo Pratolongo |
Todos
o casi todos los que andamos metidos en las arenas movedizas de la conservación
hemos escuchado alguna vez la palabra CITES. Para muchos es obvio qué es y qué
significa; para otros no tanto. Debemos saber de antemano que CITES se refiere
a la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna
y Flora Silvestres —aprobada en 1973— y que entró en vigencia el 01 de julio de
1975 tras una reunión de la Unión Internacional para la Conservación de la
Naturaleza (UICN). Al 31 de diciembre de 1990 ya eran parte de la convención
109 países, entre ellos el Perú, país que estuvo desde los inicios. Hoy son
miembros de ella 177 países.
Este
tratado tiene por objeto conservar especies de valor comercial que están
amenazadas, permitiendo a su vez el comercio de especies silvestres cuyas
poblaciones puedan soportarlo. CITES prohíbe todo tipo de comercio relacionado
con especies amenazadas, las cuales están (o deberían estar) enumeradas en su
Apéndice I. En el Apéndice II se incluye a las especies, cuyo comercio
descontrolado podría poner en peligro su existencia. Y en el Apéndice III están
incluidas las especies que están protegidas a nivel de un país miembro, con el
fin de que los otros países puedan o ayuden a contribuir a la prohibición de la
compra o venta de tales especies.
Ahora,
¿ayuda o sirve para algo CITES? Por supuesto que lo primero que se me vino a la
mente es que no sirve para nada después de ver y enterarme —a través de muchos
conocidos— de la inoperancia y la poca disponibilidad de recursos del Estado
para controlar la captura y comercio de especies silvestres de flora y fauna. Y
justamente, después de haber escuchado innumerables veces que existen grupos de
interés que discuten eternamente sobre CITES, de conocer algunas experiencias donde
en vez de facilitar las cosas, esta convención las entorpece con engorrosos
trámites; y por último, después de haber visto en Canoas de Punta Sal un par de
mantarayas muertas (posteriormente, me hicieron notar amigos biólogos marinos
que no eran mantarayas sino mobulas, las cuales son bien parecidas a las
primeras) y de haber conversado con unos pescadores sobre el destino incierto
de las especies marinas, me veo obligado a escribir estas líneas.
Mobula en Canoas de Punta Sal. Foto: Enrique Angulo Pratolongo |
Y
así, conversando con Ximena Velez-Zuazo y Shaleyla Kelez de ecOcéanica, me
enteré de las mobulas y pude convencerme de que sí es importante CITES, pese a
que me cuesta no desconfiar de estos tratados y convenios algo difusos en la
vida real. ¿Por qué ayuda argumentar y luchar para que una especie X esté
incluida en CITES en el Apéndice que realmente le conviene dado su estado de
conservación? Muy simple, porque abogar para que la especie X o Y esté, por
ejemplo, en el Apéndice II, implica que los productos provenientes de ellas para
la exportación deben ser meticulosamente verificados.
Es
decir, en el caso de las mobulas o de
los tiburones, se debe analizar detalladamente de qué especie proceden las
aletas, la carne u otro producto que se comercializa para satisfacer un mercado
asiático hambriento de productos exóticos con supuestamente poderes afrodisíacos
y “misteriosos”. Además, al estar tal o cual especie en CITES, estas ya no
pueden ser exportadas (por lo menos de manera legal, dado que aún queda el
maldito contrabando de especies).
Ahora,
¿quién determina qué especie debe o no debe ser incluida en CITES? El Estado es
el responsable, dado que los recursos naturales son parte del patrimonio de
todos los peruanos.
Regresando
a las rayas y tiburones (1), existe actualmente una “discusión” entre el Ministerio
de la Producción (Produce) —encargado de los temas pesqueros— y el Ministerio
del Ambiente (Minam), cartera que es la autoridad científica CITES en el país,
es decir, la encargada de proponer y validar la inclusión o no de especies de
flora y fauna en el país; y de verificar su cumplimiento. La autoridad
administrativa de CITES para especies de flora y fauna que se reproducen en
tierra es el Ministerio de Agricultura.
Entonces,
para incluir a una u otra especie de tiburón amenazado que debe ser protegida
debido a la inminente reducción de individuos, producto de la caza excesiva, se
supone que Produce establece la normativa a partir de información técnica que,
generalmente, proviene del Instituto del Mar Peruano (IMARPE) para poder
proponerle al Minam la clasificación de especies en CITES en los apéndices
indicados. Si esto se da —no sin antes haber un tira y jala— ambos ministerios
deben trabajar de la mano para otorgar permisos de exportación, identificar
claramente los productos, vigilar los desembarques en los puertos, establecer
las cuotas de pesca, definir (¡y comunicar oportunamente!) las vedas y regular otras
disposiciones para controlar el uso de nuestros recursos naturales.
En
el caso de los tiburones, muchos de ellos son pescados impunemente; no existe
una regulación de sus tallas; no se sabe, por ejemplo, en el caso de las aletas
a qué especie pertenecen (2); no existe personal suficiente para
revisar todas las descargas de peces que vienen del mar, entre otras
limitantes. En otras palabras, no existe regulación alguna para muchos escualos
y rayas. Para ello, un paso importante es conocer a las especies y contar con
información técnica y científica para definir políticas urgentes de
conservación y buen manejo. Un paso es importante es analizar la inclusión de
especies claves en CITES, en este caso, abogo por los tiburones.
En
estos “tira y jala” entre ministerios, donde además existen, en el caso de
muchas especies, intereses comerciales, es necesario tomar siempre en cuenta la
opinión técnica de la gente que sabe y estudia determinadas especies. Su
opinión sí importa; y mucho.
Febrero 2013
Artículo aparecido en la revista impresa Viajeros (Año 11, N° 32, agosto 2013).
(1) Este grupo de especies debe ser uno de los más
ignorados en temas de conservación, ya que hasta ahora más han sido vistos como
recursos de aprovechamiento que como especies claves.
(2) Acá juega un rol importante el conocimiento científico
y sobre todo genético.
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