Punta Veleros |
Particularmente
y sobre todo en los últimos años —y pese a los esfuerzos que “debo hacer” por
Maya, mi hija de cuatro años—, toda la parafernalia navideña me parece una
pérdida de tiempo y una celebración decadente y absurda. Pero para mi buena
suerte, en estos días, en los que bajan algunas revoluciones, puedo tener un
pequeño respiro. Así, aprovecho el tiempo para cristalizar parte de mis últimos
pensamientos del año en curso y poder ponerlos en papel. Por ello, decidí
volcar en estas líneas algunas reflexiones que me produjo leer hace unos meses
un texto vargallosiano, antes de que se pierdan entre miles de neuronas y que se
queden atrapadas entre sinapsis intermitentes. A propósito, el título me vino a la mente luego de haber escuchado una canción del extinto
grupo argentino Sui Generis y creo que hace juego con lo escrito, o no.
Punta Veleros, Los
Órganos, Piura, Perú, octubre de 2018. Mientras recibía una descarga importante
de rayos ultravioleta y veía de reojo el vuelo de decenas de aves fregatas o
tijeretas americanas (Fregata magnificens),
piqueros de patas azules (Sula nebouxii),
pelicanos peruanos (Pelecanus thagus),
de cormoranes (Phalacrocorax brasilianus)
y de otras aves playeras, agarré con firmeza el libro de turno y concentré mi
mirada en la página 187.
En el capítulo
referido a Sir Karl Popper (1902 – 1994) del libro: La llamada de la tribu, del
compatriota Mario Vargas Llosa, el autor arequipeño y ganador del Premio Nobel
en el año 2009, señala lo siguiente: “¿Por qué prefiere el reformista modificar
o reformar las instituciones existentes en vez de reemplazarlas, como el
revolucionario? Porque, dice Popper en uno de los ensayos de su libro Conjeturas y refutaciones, el
funcionamiento de las instituciones no depende nunca solo de la naturaleza de
estas —es
decir, de su estructura, reglamentación, tareas o responsabilidades que le han
sido asignadas o las personas a su cargo— sino, también, de las tradiciones y
costumbres de la sociedad. La más importante de estas tradiciones es el “marco
moral”, el sentido profundo de justicia y de la sensibilidad social que una
sociedad ha alcanzado a lo largo de su historia”.
Me quedé pensando al
respecto. Y es que tras haber transitado por varios organismos, tanto públicos
como privados, sí creo que lo que define las instituciones, al margen de sus
funciones y responsabilidades, son las personas que en ellas laboran, las
mismas que representan parte de la “moral nacional”. Es decir, pienso que en
base al accionar de las masas, condicionado en parte por su moral, se marca la
pauta en el funcionamiento de las instituciones. Centrándome en el Estado, tal
dependencia podría ser excelente o podría ser atroz, pues en un país como el
nuestro —que no se cansa de demostrar que a veces se asemeja bastante a una
república bananera— es complicado (pero no imposible) hacer patria.
Una institución
estatal cualquiera podrá tener el mejor marco legal, los mejores planes
estratégicos, un buen presupuesto, las mejores instalaciones y otros aspectos
que podrían hacerla “de primera”, sin embargo, si las personas que la conforman
son en gran número mediocres, conformistas y con poca moral, el presente y
futuro de la misma podrían verse bastante socavado y oscuro.
Me explico. En mi
paso por varios lugares he identificado que existen personas que solo cumplen
su labor para llevar el pan a su mesa (o a varias mesas) y aportan lo justo y
necesario sin sudar la camiseta. No podríamos decir que esté mal dicho
accionar, pero claro, en ellos (y ellas, para evitar problemas) no se percibe
el entusiasmo y no muestran tener “camiseta” por lo que hacen. Es una manera de
hacer un tránsito sosegado y libre de riesgo por una a veces larga y compleja
vida laboral. Si este tipo de personas “le entran” a la “cochinada” es difícil
de determinar, pues justamente por involucrarse lo menos posible, tal vez no
tengan ni ánimos ni valentía de hacerlo (¿o sí?). Al final, podríamos asumir
que eso es bueno.
También están los
que intentan demostrar que están compenetrados hasta el tuétano con la
institución y que tienen puesta “la camiseta” y todo el ajuar institucional
porque sienten que han sido los elegidos y los llamados a demostrar que donde
están es lo mejor que hay. Pero en el fondo, necesitan recibir elogios para sí
mismos (o mismas) porque al final se creen imprescindibles. Sin ellos, su
centro de trabajo no es nada. Claro, hay entusiasmo, pero no hay convicción ni
ganas sinceras de aportar realmente al fin institucional. Si al día siguiente, se
van a trabajar a otra empresa o institución, repetirán la historia. No está mal
tampoco. Estos elementos (o elementas) son necesarios. Si “le entran” a la
“cochinada”, difícil saberlo, aunque me parecería que estarían algo tentados
porque para ellos, el fin justificaría los medios. En todo caso, es discutible.
Existiría un tercer
grupo de empleados que son los que pasan algo desapercibidos desde sus
trincheras, pero que son piezas claves para el funcionamiento de una
institución. Su accionar es a veces ejemplar, otras veces discutible o hasta
polémico. Sea como fuere, tienen la camiseta puesta, pero tal vez no lo
evidencian porque su mirada trasciende a la institución y a su puesto, dado que
su concepción es más sectorial o amplia. Es decir, son aves de paso, pero saben
que lo que construyen es parte de algo más grande. Son cohesionadores, empujan
procesos y no solo cumplen funciones únicas y no concatenadas, sino que buscan
trascender y eso es bueno. Si “le entran” a la “cochinada”, difícil saberlo,
pues no arriesgarían su apostolado por unas monedas; o quién sabe, tal vez sí
lo hagan.
Corrupción v.02
En resumen, pese a esta
tosca y parcializada clasificación de tipos de funcionarios públicos, podría
parecer que todos estaríamos propensos a obrar mal. Pero ser amoral no implicaría
solamente caer en la tentación de “meter uña” sino también, ser holgazán o no poder
cumplir con lo que tu cargo te exige, ya que por esas cosas de la vida
accediste a un puesto para el cual no estás capacitado. Asimismo, como
funcionario público se tiene responsabilidad para con la ciudadanía, dado que uno
debe tomar decisiones que involucran a personas, aprobar pagos, así como manejar
y disponer de recursos financieros de tal manera que beneficie a la población y
que cada sol invertido tenga un destino justificado.
Por otro lado, como
servidor estatal, uno recibe capacitaciones, accedes a talleres, seminarios y
otros por ser un “especialista” del Estado, en el cual se invierte dinero y
energías. En otras palabras, ir a dormir o a perder el tiempo a las reuniones a
las que se es enviado como autoridad, es una manera de sacarle la vuelta al
país y a todos los que pagan impuestos. Así también, servir en el Estado
conlleva a estar apto para cargar consigo una pesada mochila en lo referido a
la toma de decisiones de diversa índole que pueden resultar al final poco
eficientes o inservibles, con lo que, si se comprueba que se actuó con
meditación y con alevosía, se estaría incurriendo en otra variante de lo
amoral. La aprobación o no de temas importantes podría depender de un
funcionario público, quien a veces por ignorancia, desidia, mala leche o por
razones no muy claras pude truncar procesos o anticipar el colapso de muchas
cosas.
MVLL agrega además
sobre el éxito o fracaso de las instituciones sociales que estas “… por
inteligentemente que hayan sido concebidas, solo cumplirán los fines
presupuestos si sintonizan de manera cabal con ese contexto inefable, no
escrito, pero decisivo en la vida de una nación que es el ‘marco moral’”. Así,
una institución destaca sobre las demás, no solo por los logros realizados o
por las metas cumplidas, las cuales, claro, al final son importantes porque las
gestiones deben ser medidas en base a algo concreto. Sin embargo, estos logros
podrían ser solo paliativos y de corto plazo, de tal manera que al final
resultarían poco pensados y dejarían traslucir que habrían sido alcanzados solo
para cumplir con los benditos planes y evaluaciones.
Empero, cómo hacer
para que la institución X trascienda y sea un modelo a seguir y forme parte del
aparato estatal, de tal forma que realmente ayude a construir el país en base a
cimientos sólidos, “limpios” y duraderos en el tiempo. Sin duda, cada servidor
o servidora cumple un rol fundamental. Además de poner sus conocimientos,
experiencias y sapiencia a disposición del país y de la ciudadanía, debería ser
también un ejemplo de entereza y honestidad. El código de ética está escrito y
debe ser leído y puesto en práctica, pero no hay un código moral escrito. Cada
uno lleva la moral “puesta” y demuestra de qué está hecho.
Por lo tanto, a los
que estén en el Estado, esa cosa etérea y trajinada llamada moral exige dar lo
mejor de uno y sugiere que se tenga en cuenta de que se está ahí para servir a
la gente, fortalecer la institucionalidad, construir un mejor futuro, dejar
algo bueno para los que vienen y hacer que el país sea más justo. En algunos
casos, las críticas llueven porque nunca se puede hacer felices a todos y menos
con limitaciones de diversa índole. No obstante, vale la pena trabajar para lo
ya nombrado. Además, alguien tiene que hacerlo. Si eres uno de ellos (o de
ellas), demuestra entonces que tienes las agallas para hacer las cosas bien. No
es mucho pedir, ¿o sí?.
La ilustración del ave fregata proviene (otra vez) del
libro: Aves de los humedales de la costa peruana, de Javier Barrio y Carlos
Guillén (Serie de Biodiversidad CORBIDI 3 del año 2014).
Excelente y muy oportuno el artículo. Fuerte abrazo y que sigan éxitos los próximos años!!
ResponderEliminarGracias y a seguir trabajando fuerte por el país.
EliminarMe gustó, Enrique, pues concuerdo con que, en esencia, las instituciones las hacen las personas y tu tipificación de los funcionarios es un punto de entrada para analizar cómo estos "moldean" una institución. Faltarían los líderes (sea que ejercen ya una posición de líder o que tienen dotes de tal), que al final pueden generar la diferencia entre una institución mediocre y otra innovadora, a la vanguardia, que inspire confianza etc. Un Feliz Año!
ResponderEliminarGracias por el comentario. Efectivamente, todavía falta mucho por hacer. Y efectivamente, necesitamos lideres que marquen la ruta y si no hay, nosotros mismos debemos asumir ese rol.
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