sábado, 25 de mayo de 2019

UNA COSMOVISIÓN SOBRE LORETO


El río Momón es un afluente del río Nanay. 
Tras las dos primeras visitas a Iquitos que originaron dos artículos míos[1], regresé a Iquitos tres o cuatro veces más por trabajo. La última incursión a la capital loretana la hice hace unos días con mi familia. Fue un viaje bastante interesante y aleccionador. Y si bien intenté no incluir aspectos laborales para poder disfrutar y pasar el tiempo gratamente —lo cual, por supuesto hice— siempre “se me sale” la vena periodística. Lo visto en tierras loretanas me demuestra una vez más que aún estamos muy distantes de ser una sociedad decente y sobre todo, que entienda por qué es importante usar nuestra diversidad biológica y cultural de manera inteligente para salir adelante. ¿Cuál es la receta del éxito? Planificar acertadamente, usar conocimientos científicos y tradicionales a favor del bienestar general y del mantenimiento de nuestro entorno natural, así como de los bienes y servicios que nos ofrecen; y lo más importante: mejorar como ciudadanos, es decir, reducir la corrupción, exigir una educación de calidad y no dejarnos engañar por nuestra clase política pero actuando y no solo renegando.   


Se viene un puente sobre el río Nanay. 
Mientras navegábamos por el río Nanay, a los pocos minutos de haber salido del puerto de Bellavista – Nanay, rumbo hacia la desembocadura del río Momón para surcarlo, noté que había sobre el río unas estructuras de cemento. Me quedé asombrado porque el guía me dijo que eran para un puente que atravesaría el Nanay y conectaría a Iquitos con Colombia, con lo cual, se abriría una ruta comercial que les iba a beneficiar enormemente. Me aseguró además que el proyecto duraría “solo cinco años y que ya iban por el tercero”, pero a razón de lo que vi, pienso que no se ha avanzado nada y que esa iniciativa va a durar mucho más. Asimismo, auguro que no va a traer soluciones a largo plazo, sino más bien problemas, si es que no se toma las medidas necesarias.

Debo confesar que no tenía la menor idea de esta obra y ahora sé que el puente es solo la punta de lanza de un proyecto de construcción de la carretera Bellavista-Mazán-Salvador-El Estrecho. Al pensar en la carretera Iquitos – Nauta y en esta nueva maravilla arquitectónica, se me erizaron los pelos. No sé qué estarán pensando. Ojalá los loretanos no reciban otro elefante blanco. En fin, habrá que averiguar más al respecto. Lo que me llamó la atención es que le pregunté a varios lugareños y estaban emocionados con la obra, pues esperaban con ansias que se les abra la “puerta al mundo y a otros mercados”, con lo cual mejorarían sus ingresos económicos y podrán conocer otras realidades. ¿Estará Iquitos preparada para recibir una posible “invasión ciudadana extranjera”?

Estos armadillos ofrecidos en el mercado de Belén
serán consumidos seguramente en un
buen guiso.
Me asombró también la proliferación de mototaxis. Es cierto, no debería extrañarme, pero en realidad pienso que en un momento la población de vehículos de este tipo sobrepasará a la de los humanos de esta parte del país. El ruido es ensordecedor. Por lo menos deberían cerrar las calles alrededor de la plaza de armas para poder sentarse en cafés o bancas, a fin de poder disfrutar del entorno. Es insólito ver cómo la ciudad pierde glamur e imponencia conforme pasa el tiempo. Sin duda, este podría ser un espacio con muchos más turistas, movimiento cultural, oferta gastronómica y por qué no, ser el epicentro peruano de la llanura amazónica para conocer y disfrutar de la inmensa riqueza étnica y biológica que ofrece esta parte del país.

¿Se come y caza todo lo que se mueve?

Orgulloso, un loretano me decía, conforme nos acercábamos al mercado en el puerto de Bellavista - Nanay, que ellos son conocidos porque se comen todo lo que se mueve. Claro, creo que no pueden ser comparados con los chinos, pero, en el país sí tienen esa fama. Basta darse una vuelta por el mercado de Belén en Iquitos y adentrarse camino al río Itaya para ver la oferta de carne de monte que es exhibida sin ninguna restricción. No voy a ahondar en el tema, pero lo que sí me preocupó fue lo que me dijo una señora que vendía unos armadillos y a la que le pregunté si alguna vez se le había decomisado algo. Me dijo: “no joven, le das su piernita de majaz y no pasa nada”. También le pregunté a un par de sus colegas, ¿para quién es la carne de los animales? Me dijeron que era para los “gringos” y para la gente de la ciudad. Me comentaron también que los restaurants son los que más la demandan. 

No pude dejar de preguntar, de dónde venía la carne de monte. Y a ello, me respondieron que se la manda (o trae) sus familiares cuando vienen para la ciudad. Cambiar estos hábitos alimenticios es una labor casi imposible. ¿Dónde está la frontera entre la caza de subsistencia y aquella que se da para abastecer esta demanda gastronómica? La caza de subsistencia se da o se debe dar solo en los territorios de comunidades nativas o campesinas; y ahí se da. Su consumo debe ser dentro de sus territorios y por los comuneros. Así está normado. Pero si es fuera de estos espacios y se lucra al respecto, ¿cómo hacemos? Acá todavía hay mucho pan por rebanar.

Garra, dientes y colmillos de jaguar para la venta. 
Y a una hora de tomar el avión de regreso a Lima, caminábamos con Fátima y Maya por el centro de Iquitos y al mezclarnos con un grupo de animosos turistas extranjeros, un pujante comerciante se me acercó a ofrecerme algunas baratijas regionales, entre ellas colmillos, incisivos y uñas de jaguar (Panthera onca). ¿A cuánto el colmillo? “300 soles, pero te lo dejo a 250”; ¿y los incisivos y uñas? “a 70 soles”. Y ante mi pregunta: ¿Por qué tan caro? ¿de dónde “vienen” estos jaguares? El amigo me contestó: “de esto vivimos y hay que irse muy lejos al monte y meterse 20 días por lo menos”. Por supuesto sé otros datos al respecto que no revelaré, pero lo sucedido me muestra que el tráfico ilegal de fauna silvestre y de sus partes es un grave problema que debemos enfrentar. Por eso, no seas cómplice, no compres ni vendas fauna silvestre de origen ilegal[1].

Verdades

Como parte de lo que visitamos por los alrededores del río Momón, estuvimos en un poblado de la “tribu” Bora. Allí, un alegre grupo de pobladores de esta etnia, reunidos en su maloca, ofrecían sus productos artesanales y mostraban sus alegres danzas. Esta práctica es común en nuestra Amazonía. Así, luego de que una niña pasara pidiendo “una colaboración”, el guía mencionó que los habitantes de esta comunidad vivían a 45 minutos a pie de donde estábamos y aseguró además que ellos venían hacia esta zona para “mostrar su arte y luchar por su preservación y claro, para ganar algo con ello”. Por más que parezca simple, esto me parece interesante porque en ocasiones anteriores, se le hacía creer al turista que la gente vivía ahí. Lo mismo sucedió en la comunidad Kokama – Kokamilla de Padre Cocha a orillas del río Nanay. Sentí que los pobladores de estas zonas han adoptado otro discurso y que empiezan a reconocer que para progresar también hay que merecer algunas cosas y cambiar algunos patrones de conducta y entender que no solo basta con estar ahí a veces esperando que pase algo a su favor.

Me asombró también la cantidad de turistas nacionales que he visto esta vez. Con lo anterior, pienso que es bueno sincerar las cosas y mostrar realmente lo que hay. Hace años, un ciudadano iquiteño me dijo que muchas de las “cosas” que se mostraba en su ciudad eran “construidas y exageradas” para atraer a turistas, sobre todo “gringos” que se creen todo y que son fáciles de timar; y que además pagan por todo lo que se les pide y ofrece. Estoy seguro que no es la visión de todos, pero sí de muchos.

No todo lo que brilla es oro

A modo de conclusión incluyo lo escrito en el 2011 por Marc Dourojeanni[3]. “… hay que recordar que los indígenas amazónicos son personas como cualquier otra. Parece absurdo tener que decir esto, pero las distorsiones respecto a los pueblos indígenas son tan grandes que no puede evitarse relevar esta verdad. No son perfectos ni son de otro planeta. (…) el amor de los indígenas por la naturaleza, su tan voceada sabiduría y conocimientos y; en especial, su supuesta armonía con su entorno, deben ser calibrados a su justa dimensión. (…) Existen sí indígenas que aman la naturaleza por encima de todo y que, confrontados con la necesidad de conservarla, realmente quieren cuidar de ella. Pero, asimismo, hay muchos indígenas que, aunque rodeados por la selva, son totalmente ajenos a la necesidad de protegerla y contribuyen alegremente a su destrucción cuando les conviene”.

Perturbadora imagen en el aeropuerto de Iquitos. 
Así también, el mismo Dourojeanni afirmó en el 2013[4] que “(…) Loreto se desarrolla sin un plan integral, es decir que construye su futuro ladrillo a ladrillo, pero sin saber ni entender la forma que tendrá el edificio que está haciendo. En verdad, como van las cosas, el futuro de Loreto no es deseable para su pueblo ni para el Perú. Es un futuro que augura un colapso social, económico y ambiental. Por eso, es tiempo (…) de que el pueblo loretano aborde con realismo su futuro y que elabore el plan de su desarrollo con una mirada pragmática, como lo hacen quienes construyeron las grandes obras humanas, sean estos edificios admirados o países prósperos".   

Entonces, dos cosas: conozcamos bien a nuestros compatriotas y tomemos con pinzas eso de que ellos tienen “la” cosmovisión (¿y nosotros no tenemos una?) y que por eso saben qué hacer con “su” selva porque están conectados con la naturaleza y eso los hace inocentes, intocables e incluso, un modelo a seguir para vivir en armonía con la naturaleza para gozar de la madre naturaleza por siempre. Y por otro lado, lo descrito acá, es cierto, no es exclusivo de nuestra amazonia, sin embargo, nos hace reflexionar sobre lo que estamos construyendo como país. Pese a todo, ¡visiten Iquitos y esa hermosa parte de nuestro país!    

Mayo 2019




[3] Dourojeanni, M. J. 2011. Amazonia probable y deseable: Ensayo sobre el presente y futuro de la Amazonía. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima. 273 p.

[4]Dourojeanni, M. J. 2013. Loreto sostenible al 2021. DAR. Lima 354 p. 

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