lunes, 30 de diciembre de 2019

¡YA NO ME MANDEN CORREOS ELECTRÓNICOS!


Ya pronto a cerrar el año 2019, me puse a revisar los correos electrónicos almacenados en mis bandejas de entrada, porque me llegó un aviso que anunciaba que ya estaba por alcanzar la capacidad total de almacenamiento. Y en esas andaba cuando, producto de una sinapsis remota en mi masa cerebral, recordé que en algún lugar leí que los e-mails tienen una mala reputación en relación al calentamiento global del planeta. Ya se imaginarán por qué. ¿O no?


Ya recordé. Estaba viendo la repetición de unos partidos de futbol de la liga inglesa y vi algo que me llamó la atención —además de la buena calidad de juego de los británicos—. Me detuve en el slogan de una campaña de la empresa inglesa proveedora de energía Ovo que decía algo así como: “Piensa, antes de decir gracias”. Al final, la campaña se podía resumir en: quien deja diariamente de ser amable, cuida el medio ambiente. Según la empresa inglesa, si cada adulto en Gran Bretaña deja de mandar un correo de agradecimiento, se podría ahorrar anualmente la emisión de 16 000 toneladas de dióxido de carbono (CO2), lo que equivaldría a 80 000 vuelos de Londres a Madrid.

Esta podría ser una mala noticia para aquellos que siempre quieren quedar bien y ser gentiles; o una buena noticia para los que nunca contestan los correos. Solamente en Gran Bretaña, se mandaría anualmente cerca de 64 millones de correos de agradecimiento totalmente prescindibles.

Será que ahora, por flojera y falta de tiempo, me he vuelto más “ecológico” porque contesto menos correos que antes, pese a que soy un maniático y traumado que no puedo permitir que haya correos sin leer en mis bandejas de entrada. Por otro lado, veo a muchas y muchos conocidos que tienen 300, 500, 700, 1000 correos sin abrir. En esos casos, yo estaría al borde del suicidio. ¿Serán ellos más “ecoamigables” que otros por no abrir sus correos electrónicos y por ende, no contestar?  

Energía para todo el mundo

Cuando se habla de temas digitales y de tecnología, pocas veces se toca lo que concierne al gasto de energía detrás de todo ello. Hablamos de los últimos avances, los software, las aplicaciones, los metales raros que se necesita para producir celulares y de una serie de temas, pero nadie se refiere a la cantidad de energía que se necesita para producir y usar todo esto. Es sabido que desde los años noventa, el consumo de energía mundial aumenta cada año; y todo indica que así seguiremos per secula, seculorum, amen.


 
Y eso que muchos artículos eléctricos como los equipos de música con casetes o CD e incluso televisores —ya obsoletos, cuando en mis años mozos eran lo último y lo más avanzado— ya han sido reemplazados por celulares inteligentes, televisores digitales y laptops, equipos que en comparación con los primeros, ahorran bastante energía.

Según la organización ambientalista francesa The Shift Project el crecimiento del uso de energía en la tecnología digital es el que más rápido estaría aumentando. Tanto así que este sector tendría el 4% de la cantidad total de emisiones de CO2 a la atmósfera. Con ello, este rubro liberaría más dióxido de carbono que todo lo que implica el tráfico mundial de aviones comerciales. Y para el año 2025, la organización no gubernamental francesa estimaría que el porcentaje se duplicaría. Bueno, y ahora sabemos por dónde va la cosa en referencia a los correos electrónicos: donde estos son almacenados, existe un gasto de energía.

¡Ya basta de mandar correos (inútiles)!

Dicho lo anterior, creo que es momento de reflexionar sobre qué tantos correos electrónicos mandamos y respondemos. Debemos evaluar si realmente lo que enviamos tiene una utilidad, a cuántos le mandamos lo mismo y si no es mejor utilizar Dropbox o los famosos “drive” de Google para almacenar documentos, fotos y otros, en vez de estar haciéndolos pasear por el universo informático y que deban ser almacenados en distintos servidores con un respectivo gasto de energía. 

Y es que, independientemente de que los correos electrónicos sean almacenados en los discos duros o “en la nube”, para ello se requiere energía. Si colocamos un archivo “pesado”, por ejemplo en Dropbox, por lo menos no estará mucho tiempo en una computadora o en los servidores de las cuentas de los receptores. 

Por supuesto y como debe ser, existen posiciones contrarias o no tan fatalistas ni alarmistas que critican el “ataque” a los correos electrónicos y que exigen prudencia. Algunos afirman que no es lo más estratégico en el combate que libramos frente al calentamiento global del planeta, hacer que la gente tenga la conciencia sucia por mandar un e-mail. Y es ahí, donde algunos dirigen las miradas hacia los correos spam o no deseados. Su llegada a diversos servidores y su posterior procesamiento para eliminarlos o la necesidad de tener que poner filtros implica también el uso de energía. Sabemos que estos no son pocos y que llegan por “toneladas”.

Para estos últimos, el consumo de energía entre alguien que manda un correo de vez en cuando y otro que se la pasa todo el día viendo videos en Youtube varía enormemente. Un “adicto” o un usuario empedernido de las redes sociales estaría aportando más al calentamiento global que el primero; un poco en contradicción con lo que se afirma líneas arriba. Por ende, sería necesario que las grandes empresas que brindan servicios de internet, opten progresivamente por fuentes de energía totalmente renovales para lograr que todo el consumo de energía para el tráfico de datos sea neutral.

Entonces…

El aumento del uso de energía en el mundo digital también se debería a que los costos para el acceso y uso de hardwares eficientes y rápidos han disminuido enormemente. Hoy en día, muchas personas pueden invertir dinero en comprar servicios de almacenamiento “en la nube”, en comparación con hace diez años por ejemplo, en que se debía pagar altos montos para financiar el uso de servidores de almacenamiento. Actualmente, esos costos son comparativamente menores. Eso a su vez origina que al final se gaste más energía en más aplicaciones, equipos, servicios y otros.

En el caso de las aplicaciones, la parte más “problemática” es la de producción. Y es que casi la mitad del gasto de energía se va en “hacer” las aplicaciones y programas. En el caso de los teléfonos inteligentes, su balance es todavía más negativo, dado que el 90% del gasto de energía en todo su ciclo de vida (calculado en dos años) se va antes de que el cliente lo tenga entre sus manos, es decir, cuando es producido.

No obstante, no pretendo crucificar a la tecnología. Eso sería totalmente incongruente de mi parte y de casi todos los que vamos a leer esto y estamos “rodeados” de estos aparatos y programas. Por otro lado, sin tecnología no podríamos intentar frenar y controlar el cambio climático. Lo mejor, creo, es intentar reducir el uso de estos “aparatejos”, “programejos” y demás hierbas; usarlos lo más que se pueda, repararlos, en vez de correr hacia lo nuevo e incluso, se recomienda comprar equipos usados y reciclar. Y si no estás de acuerdo, bueno, anda a la siguiente COP 26 a pie y expón tu caso; o habla con Greta.

Diciembre 2019

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