Ni en mis
peores pesadillas hubiese imaginado que íbamos a pasar Navidad y Año Nuevo
encerrados en casa. Sin duda, esto tiene una gran ventaja, pues me ahorro las
incontables e insufribles reuniones prenavideñas, así como los tediosos e
inútiles encuentros para intercambiar ideas absurdas y celebrar el espíritu de
la Navidad; y, sobre todo, evito el stress de las calles llenas de energúmenos
y energúmenas galopando desesperados por buscar regalos cumplidores que solo
calman conciencias y no significan mucho al final. Por mi parte, me parecen estos
puntos algo positivo de la actual pandemia. Y si bien lo señalo en el post
data, lo digo acá: ¡fuerza mi querido amigo Manuel Salazar Campos!White Lines
No podía cerrar el año sin escribir el último artículo de este tan agitado, único e inolvidable año. Por supuesto, al momento de sentarme a escribir estas líneas, todas las ideas que tenía en mente plasmar en este escrito desaparecieron por arte de magia; y la verdad es que ya no creo que regresen. Sin duda, vendrán una vez que esto ya esté publicado, pero ni modo, así es el arreglo con el destino. Deseaba hacer una lista de pros y contras del encierro, pero ya no recuerdo los puntos que quería resaltar. En fin, lo importante es que, pese a lo duro que ha sido (y sigue siendo) este confinamiento, hay algunas cosas rescatables y otras para el olvido.
Ninguno que sobreviva al Sars-Cov-2 olvidará este año 2020. La carta bajo la manga de este virus maldito es que nos agarró a todos con los pantalones abajo y que no sabíamos casi nada de él. Así, todavía no lo conocemos bien para poder combatirlo y mantenerlo a raya; y ya el hijo de su madre está mutando y dándonos a conocer una nueva variante, al parecer más contagiosa, pero felizmente, según dicen, no muy letal. Claro, igual es una mala noticia.
Ventajas
Una de las ventajas de la pandemia es que en las reuniones —lógicamente virtuales—, después de una buena conversa, simplemente me desconecto y me voy a dormir. Cuando estas eran presenciales, debía hacer literalmente magia para desaparecer y evitar las típicas frases como: “un par más y nos vamos”, “pisao”, “mañana no hay que chambear” y claro, la infaltable, “no seas maricón, quédate oe”. Todas estas vocalizaciones se cristalizaban en que me era imposible fugar y que debía quedarme una o dos horas más, pese a que ya quería ir a dormir y estaba ya con la mente en blanco.
Por otro lado, pocas cosas me dan tanto placer como estar todo el día en pantalones cortos, camisa o polo y sandalias, aún en el “crudo” invierno limeño. Es apoteósico entrar a una insulsa reunión como si me fuera a la playa, con mi café cargado y con la posibilidad de que no me vean mientras duermo o planifico qué serie o película veré más adelante. Además, mientras las y los parlanchines discuten sobre temas irrelevantes, puedo cortarme las uñas de los pies, revisar mis libros o pensar en el menú de los siguientes días.
Asimismo, ha quedado comprobado que uno puede ahorrar tiempo y dinero (y bueno, “reducir” su huella de carbono) a través de las reuniones virtuales. Hasta antes del virus, existía un gran número de viajes programados desde Lima u otros puntos, para ir a alguna ciudad del país, con el fin exclusivo de tener una, o con suerte, dos reuniones en un solo día. Eso implicaba viajar de madrugada y regresar en el último vuelo. Ahora queda comprobado que esas gollerías y el desperdicio absurdo de viajes y viáticos deberían quedar reducidos al mínimo. Con esa plata se puede hacer otras cosas más provechosas y productivas; y con el tiempo se puede… trabajar, sí trabajar y no repetidamente salir a pasear y a hacer relaciones públicas discutibles.
Ahora, si organizas un evento presencial y van tres gatos, tienes la excusa perfecta: distanciamiento social. Esta es otra ventaja que te ofrece la pandemia. Debemos ver el lado amable de las cosas. Así también, lo bueno es que en las bastante efectivas misas virtuales (a las que entré para intentar aportar algo a la salud de mis amigos) ya no hay que abrazarse con cientos de feligreses infectados para “darse la paz”; y lo más importante, ya no hay que dar diezmo o contribuciones libres de impuestos.
Pérdidas irreparables
Hasta nunca Karina. |
Es lamentable por supuesto saber de estos casos y reconocer que nuestro país, en temas de salud pública, es una república bananera a la vanguardia del camino hacia el ocaso del bienestar ciudadano. Claro, los que no pasan por el sistema de salud estatal no sentirán la pegada, pero cientos de miles de compatriotas la han visto negras y con suerte pudieron quedarse en el planeta; otros por supuesto no. Este tema ameritaría un análisis mucho más profundo, pero este no es el espacio. Lo que sí puedo decir es que como siempre, reaccionamos cuando la desgracia ya está instalada.
Ocio y trabajo
Werner Herzog en El Mandaloriano. |
Ahora, cuando empezó este
encierro pensé que me iba a leer por lo menos 40 libros e iba a ser casi un
erudito en muchos tópicos, pero no ha sido así. Le puedo echar la culpa a
Netflix por supuesto, pero también a que uno acaba destruido cada día. Las
actividades del trabajo con sus reuniones insufribles que a veces se extienden
fuera del horario laboral; los quehaceres del hogar (que no son pocos y que
tampoco son impostergables); la atención suficiente o insuficiente que le debo dar a Maya, mi
hija de seis años; entre otras actividades productos del encierro, hacen que,
aunque suene extraño, me falte tiempo.
Si bien ahorro tiempo porque ya no debo ir y venir del trabajo; porque no participo, forzada o voluntariamente, de reuniones sociales presenciales absurdas y aburridas; porque no hago compras presenciales (ahora y mientras pueda, pido todo por delivery); y porque estoy exonerado de otras acciones de la “vida antes de la pandemia”, el día queda corto. Es por eso por lo que no puedo culturizarme y cultivar mi alma ya pérdida. Con ello, hago de conocimiento público que existe una pieza que no encaja en todo este forzado proceso evolutivo para salvarnos, el cual nos toca afrontar y para el cual nadie había practicado.
Adicionalmente, me llama la atención que el único hijo de su madre que nunca paró de pasar por mi calle, aún en las épocas más severas de la cuarentena, es el puto heladero (o heladera). Todas las tardes escucho su característica bocina. No entiendo. O existe una sobreproducción y gran demanda de helados o es el nuevo producto culinario bandera del país; o es que no ha vendido nada ese señor (o señora) en todos estos más de nueve meses de encierro.
Look diciembre 2020. |
Pese a todo, ¡Feliz Navidad! Y Espero que el 2021 sea un año mejor. Espero regresar a las pichangas de los lunes, jueves y domingos, viajar y, sobre todo, poder seguir quedándome en casa tomando hectolitros de café.
P.D. Mientras escribo estas líneas, parte de mis pensamientos están con mi amigo Manuel Salazar Campos, el querido ingeniero “charapa” que está luchando ahora mismo contra la Covid 19. ¡Fuerzas compañero! Ya saldrás de esta para seguir conversando sobre el fascinante mundo del género Cedrela.
Diciembre
2020
Muy lamentable la partida de quien conocí y con quien trabajé, estupenda persona y muy comprometida. DEP Karina Rivera Z.
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