No me considero un animal político. Nunca me ha interesado discutir mucho
sobre política, pero en los últimos años, creo que hacerlo, es inevitable. Y
sobre todo, es ineludible, —¿o me equivoco?— en estas elecciones generales
2021, previas al bicentenario de la Bolivariana República Bananera del Gran
Perú. Esta última votación ha polarizado al país de tal forma que o eres un
maldito zurdo o un maldito derechista. Lo que me preocupa es que el abismo en
el medio crece mucho más y al final, intentar retomar el centro, la decencia o
la ecuanimidad va a parecer un acto suicida, cobarde o imposible. Y lo más
gracioso es que muchos decían “¡no me importa la política!”, pero en estos
días, los nuevos politólogos son infalibles, eruditos y hasta pueden calificar
rápida e inequívocamente a las personas por un solo comentario o “meme” que
publica el vecino. Tanto así, que, con toda la frescura y objetividad del
mundo, clasifican a uno de terruco o capitalista, de honesto o corrupto, de
capacitado o incapacitado moralmente para algo; y hasta de bruto o argollero.
¡Dios nos coja confesado a los bananeros y bananeras del Perú a partir del 29
de julio de 2021! ¡Sapeeee!
Poznan en Polonia. |
En los últimos años del colegio y debido a diversas influencias familiares, mi conducta podría ser, hoy en día, calificada como “roja”, “progre”, “revolucionaria” o condimentada de alguna salsa roja. Claro, no era muy complicado, allá por el final de los años ochenta del siglo pasado, recibir solo información sesgada y tener que conformarse con lo que había a la mano. Aún no habíamos entrado a la globalización, acababa de caer el Muro de Berlín y no había Google. Recuerdo que Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y la nueva trova cubana eran parte de mi repertorio musical. Incluso hasta ahora lo son, pero con menos frecuencia. Sí, los escucho muy de vez en cuando, pero sin prestar atención a las letras. Estas, en su mayoría, me parecen panfletarias y sosas. El hecho es que por mi accionar, mis gustos musicales, mis influencias intelectuales, por “la moda” y por las amistades del momento, era considerado un “rojo”.
Lo más interesante es que para muchos o para casi todos, ando en las
mismas, ideológicamente hablando; y claro, me imagino que mis actos, mis
opiniones, los recuerdos, las afirmaciones que debo haber hecho, hacen su parte
para llegar a esa conclusión. Me causa curiosidad saber si el hecho de no
pronunciarme abiertamente por algunos temas, no tener muchos amigos y cultivar
el ostracismo, ser bipolar, demostrar tibieza política, jugar a doble cachete,
consumir sustancias tóxicas y alotrópicas, el abuso del café, por culpa de
Vizcarra, el cambio climático o alguna otra razón desconocida, hacen que se me
perciba como una persona que tiende hacia la izquierda.
Centro derecha
Haré un resumen ejecutivo, a fin de intentar explicar por qué me considero
(ahora) de centro derecha, sin tener claro a qué realmente me comprometo. El año
1990 me fui a Alemania con mi mochila roja. La cargaba de manera inconsciente
sin saber muy bien qué hacer con ella o realmente para qué servía. Llegué sin
saber que a los pocos meses visitaría Polonia en la Navidad de aquel año.
Así,
tras gozar unos meses la vida en un país “del primer mundo”, visité Polonia, uno
de los países que formaba parte del bloque comunista, detrás (visto desde
occidente) de la “cortina de hierro”. Para llegar a Poznan, ciudad ubicada a 270
km, al este de Berlín, tuve que atravesar las dos caras de Berlín ya sin muro.
Sin duda, para un tercermundista y sudaca como yo, apreciar claramente las dos
caras de una moneda era una experiencia asombrosa. Pero, lo más interesante era
que Polonia, recién “salidita” del bloque comunista, se parecía, en ese
entonces, bastante al Perú.
¡Cómo olvidar esa goleada!
Por supuesto, ya en Poznan, no entendía ni una palabra de polaco, pero podía
usar palabras fundamentales como vodka (vodka, en todos los idiomas del
planeta), Zigaretten (cigarros, en alemán) y Bier (cerveza, en alemán) para
sobrevivir. Para ellos, era un bicho exótico y raro, procedente de un país
extraño al otro lado del mundo. La única idea que tenían de Perú estaba asociada
al fútbol. Cuando mencionaba los nombres Lato y Boniek y señalaba con las manos
el 5 a 1 que nos propinó la selección polaca de fútbol en el Mundial de España
1982, escuchaba en polaco la palabra Perú. Solo así podían vagamente alucinar de
dónde venía. No obstante, lo más importante era conocer un país que
recientemente acababa de dejar de ser socialista; y que me hacía recordar la
realidad peruana que había dejado algunos meses atrás.
Boniek, Lato y nuestra selección goleada. |
En esa
década del noventa fui regularmente a Polonia y cada nueva estadía me permitía
ver cómo el país europeo iba saliendo del letargo y se iba “occidentalizando”.
De la misma manera, en esos diez años, viajé al Perú por lo menos cinco o seis
veces. Era interesante ver cómo había cierta similitud en ambos países en lo
referido a los cambios en el poder adquisitivo del pueblo, como “entraba” la
modernización; y, sobre todo, cómo era la transición hacia la “democracia” en
Polonia; y la vida tras un golpe de Estado en el Perú y la vida sin terrorismo
(no guerra civil). En esos dos lustros, ambos países parecían ser más felices,
más desarrollados, más modernos y estables políticamente e iban contentos,
camino al cambio de siglo.
La ex DDR
Cuando ya masticaba el idioma alemán, pude conversar con muchos polacos sobre la
situación de su país y sobre lo poco que yo podía contarles del panorama
político en el Perú y América del Sur. Así, siempre les preguntaba cuáles eran o
fueron los beneficios de vivir bajo el manto de la ex URSS y comentaba que, en
América del Sur —y con la sombra de mi pasado rojo aun pululando por ahí— Cuba
era casi el paraíso y un ejemplo que “nosotros” veíamos, en parte, como el
futuro anhelado para muchos. La gran mayoría de mis interlocutores me miraban de
reojo y entre serios y sarcásticos me explicaban las desventajas de haber vivido
en un país comunista.
Tras estas experiencias empecé a cuestionarme el modelo
que me habían vendido o en el que creía como el necesario para mi país. Así
también, conocí muchas personas de Bulgaria, Hungría, Moldavia, de la antigua
República Checa y de otros países “del este” que me dieron diversas versiones de
su pasado en dictaduras comunistas, algunas más duras y otras más blandas que
otras. En todos los casos, el comunismo se me fue desdibujando y mi radar
político se fue alejando de lo que creía ser mi opción política.
Recuerdo
también con mucha claridad, una conversación con un chofer que era de la ex DDR,
es decir de la República Democrática de Alemania (RDA), que me contaba las
penurias que pasó él y su familia para sobrevivir al otro lado del muro; y que
siempre me decía que él al igual que yo, era un “extranjero” en su país ya
unificado. Rainer, como se llamaba, me rebatía punto por punto lo que yo pensaba
y defendía rabioso, sobre lo que era o debería ser un modelo económico que
velaba por “el pueblo” y que era dirigido por el mismo pueblo. Así, tras
acaloradas discusiones, varias cervezas y cigarros, tenía que reconocer que, a
mis, en ese entonces, no más de veintidós años, estaba, políticamente, a la
deriva; y que mis argumentos de defensa de un sistema político que ni siquiera
conocía, eran bastante pobres.
Otro punto de inflexión fue cuando, también en
Alemania, me encontraba en la biblioteca leyendo “Der Spiegel” y me topé con un
artículo que analizaba lo que significaba la clásica figura del Che Guevara y
cómo era “visto” en muchos lugares alejados de Cuba. El Che era para muchos un
símbolo pop que disfrazaba un ser que tenía manchas negras en su guerrillera
vida; y que al final, parecía más de extrema derecha que de izquierda. Sin duda,
nunca fui admirador del argentino, pero reflexionar desde la distancia sobre una
realidad que siempre me fue ajena, pese a que yo suponía que era mi “marca”
política, me abrió los ojos.
Tras estos sucesos y por supuesto, tras ser testigo
casi in situ de cómo se desmoronó el bloque socialista, fui haciendo un giro
político e ideológico hacia el centro. Esto debe continuar. Hace tiempo que
quería escribir estas líneas. La actual desgracia política que envuelve al Perú
me obligó a no retrasar más esta confesión. Me he vuelto un anticomunista,
parezca o no. Pero a lo que le he agarrado total turra o fobia es a ese grupo de
personas que cree ser la reserva moral del país. Pese a todo, el 06 de junio de
2021 votaré en blanco o viciado. ¿Quieren mi voto? ¡Sobre mi cadáver! (o háganme
una propuesta económica seria).
Junio 2021
Gracias Enrique. No es fácil abrirse y expresar con sinceridad lo que uno siente (si siente, por que la política de hoy en día es más emocional que racional) políticamente en un momento tan polarizado. Abrazos
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