En la entrega anterior lapidé mi prometedora vida política. Así, tras hacer la siguiente confesión: “Me he vuelto un anticomunista, parezca o no. Pero a lo que le he agarrado total turra o fobia es a ese grupo de personas que cree ser la reserva moral del país”, algunas puertas se han cerrado para mí. Asimismo, varios adalides del pensamiento zurdo, crítico y por supuesto exclusivo y certero de lo que se necesita para el país, me han negado el voto de confianza. Profundamente dolido y consternado y tras una pequeña crisis nerviosa, me vi tentado a repensar lo dicho y reflexionar al respecto, porque yo también debería ser una reserva moral y ética para el país y el mundo como ellos, pero al final, me puse a ver mi serie en Netflix y se me pasó.
Recuerdo
claramente cómo, en las elecciones municipales del año 2010, cuando la votación
debería definir si asumía el sillón de Pizarro una candidata de derecha o una
de izquierda, comenté abiertamente que votaría por la primera. En esos días de
octubre, las puyas en las redes sociales no eran nada, en comparación con las
de ahora. Y al conversar telefónicamente con una amiga claramente izquierdista,
fue inevitable platicar sobre el momento electoral de ese entonces y fue ahí
cuando me dijo: “¿vas a votar por Lourdes?, ¡Asuuuu!”. Así, tras sentir cómo el
tono de la conversación se fue haciendo más áspero, cerramos la conversa y tras
una fría despedida, colgué el teléfono (¿o ella me colgó?).
Para
el lector, posiblemente, no haya nada extraño en esta pequeña narración. No
obstante, el tono soberbio del comentario por mi decisión electoral, las
circunstancias en el que se dio y el hecho de que cada uno sabía cuál es la
postura política de su interlocutor, me dejaron en claro lo siguiente: si no
piensas como ellos, estás fuera de foco, eres bruto, achorado, inmoral y un
“apestado” político. Claro está que esa supuesta superioridad moral no se
restringe a una sola persona. Esa argolla ideológica es típica de aquellos
denominados por muchos como “caviares”, progres, social confusos, comunistas de
ventana y otros apelativos.
Las
personas de este rubro son fáciles de identificar. Todo les preocupa, sobre
todo, lo relacionado a los derechos humanos, a los “pobres” indígenas y a los
hombres del campo explotados, a la igualdad (¿qué es eso?, no lo entiendo) y a
todo a lo que a este privilegiado grupo burgués la parece injusto o de tufo derechista.
Claro, siempre y cuando, el pronunciarse por lo que ellos creen que es lo
correcto, no les perjudique ni los deje sin trabajo. Desde cómodas casas
veraniegas, extensos jardines citadinos, restaurantes lujosos; y para los más
jóvenes de esta estirpe, desde cafés de moda (por no decir, desde el
imperialista Starbucks) e “inclusivos que resaltan el valor del productor
oprimido” y desde sus laptops con su sticker del Che Guevara, defender todo lo
que creen “justo”; y envalentonados por sus camaradas, es fácil y para nada,
contradictorio. Total, en casa no les falta nada y está todo bien.
Estos
conciudadanos por supuesto piensan que el Estado debe tener más control en
temas como educación, energía, servicios, cultura, etc.; le hacen guiños al
terrorismo (¿o a la confrontación y reivindicación de las clases oprimidas?) y
a los luchadores sociales que, según ellos, no merecerían ser tratados de tal
manera, que se atente contra sus derechos humanos, porque lo que habrían hecho,
lo hicieron para ayudar al pueblo, a las masas, a la plebe, sin saber
exactamente si eso era lo que estas deseaban. Este último punto de discusión es
uno de los más severos entre los de derecha e izquierda. No ahondaré al
respecto. No obstante, una de las cosas que más me irrita es que estas personas,
creen ser las llamadas a convertirse en la reserva moral del país, porque,
según ellos, siempre defienden lo justo y “lo socialmente correcto”.
Por
su lado, para MVLL, Flaubert, que era visto como alguien que le tenía cierto
rencor a la humanidad, contradictoriamente tal vez, realizó “una obra que en la
práctica supone (en la medida que las exige) la adultez y la libertad del
lector: si hay una verdad en la obra literaria (porque es posible que haya
varias y contradictorias), se halla escondida, disuelta en el entramado de
elementos que constituye la ficción, y le corresponde al lector descubrirla,
sacar por su cuenta y riesgo las conclusiones éticas, sociales y filosóficas de
la historia que el autor ha puesto ante sus ojos. El arte de Flaubert respeta
por sobre todas las cosas la iniciativa del lector”.
Esta
comparación me sirvió para entender un poco más a esta camada izquierdosa, tras
haber yo mismo, pasado por un trance de no pocos años en las telarañas zurdas,
si es que eso existía en unas épocas de juventud en un país llamado Perú que
estaba en el último lustro de los años noventa del siglo pasado al borde del
abismo.
Consulta
por sobre todas las cosas
Su
supuesta superioridad moral y a veces gaseosa defensa de todos los valores de
la humanidad hacen que estos ciudadanos se vean obligados a defender cualquier
acto de injusticia y/o la toma de decisiones que no van con sus pensamientos o con
su postura política atomizada de izquierda (por lo menos en el Perú). Cualquier
alternativa que pueda ser efectiva para dar solución rápida, efectiva y real a
problemas ambientales, sociales, culturales y otros, no va si no tiene su venía.
Estos jueces morales de la humanidad deben certificar si alguna propuesta es
válida y no atenta contra los principios sociales. Si por alguna razón no
logran imponer su agenda, se indignan y exigen que todos se indignen. Pero si
ven algo que criticaron o no apoyaron, pero que al fin de cuentas les es útil o
les da chamba, ya no se indignan.
En resumen y ya para no hacer hígado, podrán existir algunos puntos ideológicos con los que podría comulgar con esta estirpe salvadora de la humanidad, pero con lo que sí no puedo tranzar es con la soberbia y la falsa creencia impuesta de que su postura es la única que salvará a la humanidad y que es lo único correcto para hacer. ¿Solo ellos pueden indignarse? Yo me acabo de indignar y no me siento caviar, pese a que muchos creen que sí lo soy y que sí me he indignado; y que otros piensan que no lo soy y que no me he indignado. Lo que sí sé es que intento ubicarme al centro y no avalar una derecha pro-naranja como salvadora de la economía de un puñado de gente; y menos avalar una izquierda esperpéntica que recibe loas por unos soberbios que pregonan una cosa y hacen otra.
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