Con todo lo que se viene para el planeta en cuanto a la búsqueda de soluciones a la problemática ambiental, el panorama es nada prometedor. No obstante, debemos hacer lo posible para guardar cierto optimismo, ¿o no? Es importante saber que existen muchas personas que creen que la Tierra va a empezar a enfriarse y que el pánico reinante sobre el futuro ambiental del planeta es una “cosa de locos”. Sin embargo, científicos estadounidenses han realizado diversas investigaciones (objetivas y no parcializadas) y han llegado a la conclusión de que no existe indicio alguno que muestre alguna tendencia que indique el descenso de las temperaturas globales.
Muy por el contrario, el planeta se está calentando y se calcula que el año 2009 sería el más caluroso que se registre en los últimos 130 años. A la fecha se sabe que el 2005 fue el año que portaba esta “distinción”. Y justamente con este último dato, más aquel de que el año 1998 también fue uno de los más calurosos; y que ambos años ya son “muy lejanos en el tiempo”, algunos afirman que actualmente la tendencia es que la temperatura global promedio está descendiendo.
En toda esta realidad planetaria (pues ya no podemos hablar de casos aislados) debemos reconocer que si no hacemos algo al respecto, los años futuros seguirán dándonos sorpresas negativas que dificultarán nuestra existencia. Como todos sabemos, el dióxido de carbono o CO2 es el principal gas causante del calentamiento global, pero de lo que no se sabe mucho es que el 60% de ese gas no se queda en la atmósfera (de lo contrario ya estaríamos cercanos al fin del mundo), sino, es captado por los océanos, los bosques y el suelo. Empero, la capacidad de almacenamiento de estos está colapsando y con esto podemos colapsar todos.
Es por eso que en varios círculos científicos se habla de maquinarias dotadas de tecnología limpia que, en resumen, lo que hacen es captar el CO2 directamente apenas se genera, es decir, antes de que sea liberado a la atmósfera. Seguidamente, el gas capturado es almacenado bajo tierra en cámaras especiales o en superficies porosas. De esta manera, se liberaría a nuestro recargado planeta de este gas. No obstante, en la discusión sobre qué tecnología es la más limpia, barata y efectiva, nos olvidamos que la naturaleza cuenta con el mejor método para protegerse del ser humano. Sin embargo, tras tanto “trabajo”, sus mecanismos parecen estar desgastándose para nuestra mala suerte.
Todo tiene su final, nada dura para siempre
Como ya se mencionó, las plantas, los océanos y el bosque captan el 60% del CO2 que se emite a la atmósfera. En el caso de los mares, se sabe que la capacidad de captación del dióxido de carbono disminuye conforme aumenta la temperatura de las aguas marinas. Además, mediante el deshielo de gigantescas masas procedente de los polos, entran al mar grandes cantidades de dicho gas limitando su captación. Es decir, la eficiencia de los mares en esta tarea es cada vez menor. Pero también se ha determinado que la capacidad de los ecosistemas a tolerar estos cambios climáticos es mucho mayor de lo que pensamos. Felizmente.
El científico ingles Wolfang Knorr de la Universidad de Bristol en Inglaterra, publicó un artículo en la revista especializada “Geophysical Research Letters” donde afirma entre otros que los océanos y la atmósfera ayudan a que el calentamiento global no sea más dramático. Contra más CO2 produce el hombre, la Tierra en su conjunto (y como sistema) lo absorbe para evitar daños ambientales. Para Knorr, es fascinante que un sistema tan complejo realice una actividad tan simple. Sin este mecanismo, las causas del calentamiento global hubiesen sido mucho más drásticas.
Pese a esto, Knorr no duda que la cantidad de CO2 emitido a la atmósfera, comparada a través de los años, ha aumentado exponencialmente. Asimismo, existe otro resultado que debe ser tomado en cuenta en las conversaciones sobre la política climática mundial: no se sabe con certeza cuál es la cantidad de bosque que se deforesta y cuánto CO2 es liberado, así como captado por las extensas masas forestales. Es por eso que se debe desmitificar la premisa de que protegiendo las selvas tropicales se protege al planeta del calentamiento global.
Y es que con este argumento los países con las más extensas superficies de bosques le reclaman a las naciones industrializadas que los indemnicen para combatir la tala ilegal. No obstante, estas últimas pueden negarse a hacer dicho pago si es que no se llega a establecer cifras exactas en torno a la deforestación (esto nos compete directamente). Para Knorr, la captación de CO2 por la masa forestal es lo que menos vale de un bosque. Más importante es la conservación de la diversidad biológica (y de hecho la generación de lluvias) ya que si se quiere “monetizar” a los bosques, lo que menos valor tiene es su capacidad de reducir el dióxido de carbono de la atmósfera.
Además, para los científicos está claro que sus conocimientos sobre el dramatismo que significa el cambio climático, no va a cambiar la situación actual. Según Knorr, “a la fecha no ha pasado nada, pero eso no significa que en un futuro cercano no pase algo terrible para la humanidad”. Ya se sabe que los “captadores” naturales de CO2 cada vez son menos efectivos. Con eso ya el futuro se ve turbio.
La conservación debe dar dividendos, sino, no pasa nada
La desaparición de la diversidad biológica no es solo un drama ecológico, sino también un drama económico. Científicos y economistas han elaborado un reporte que muestra la problemática del caso y la necesidad de demostrar que la conservación sí es rentable. Hablar únicamente de desastres ecológicos no es un argumento suficiente, por eso se está buscando agregarle el tema económico ya que una vez que la amenaza se dirige a la billetera, las reacciones parecen ser inmediatas. Algunas tendencias ecologistas intentan ponerle precio a la diversidad biológica a fin de demostrar qué tan costoso es perderla en comparación con lo barato que puede resultar conservarla y lo caro, penoso y poco efectivo que es recomponer un ecosistema.
Estamos viviendo una extinción masiva de especies que parece imparable. Por eso, si no la detenemos ahora, “ya fue”. En la reunión de los Ministros de Ambiente del G-8 en Postdam, Alemania, hace dos años, surgió esta idea que fue plasmada en el informe: “La economía de los ecosistemas y de la diversidad biológica”, el cual debería ser una especie de Informe Stern sobre la naturaleza. Uno de los puntos que se desprende de dicho documento es que el capital natural puede convertirse en una buena inversión y que los puntos neurálgicos a tomar en cuenta son: la deforestación de los bosques, la preservación de los corales marinos, la sobrepresca y la degradación de ecosistemas.
¿Cómo hacer para frenar todos estos problemas? La solución parece estar, no en la prohibición, sino en fomentar el buen uso de los servicios ambientales que ofrece la naturaleza. Pero para eso, los Estados deben invertir dinero a fin de preservar los ecosistemas y sentar las bases para que su uso, de manera sostenible, aporte dividendos. El ejemplo clásico es el de la preservación de los bosques. Cada árbol que no es deforestado (o que es plantado) ahorra emisiones de CO2 y por ende, dinero también. Mantenerlos en pie es más barato y provechoso. En este panorama aparece la propuesta llamada REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación) propiciada por las Naciones Unidas.
Argumentos para proteger a los bosques sobran, no obstante ya existen voces que reclaman que la iniciativa REDD es invasiva, prohibitiva y discriminatoria. La discusión está abierta y habrá que escuchar a todas las partes. Lo importante es reconocer que algo se debe hacer con suma urgencia. No podemos anhelar a conservar todo, pero tampoco podemos permitir que la naturaleza pague los platos rotos porque finalmente los más perjudicados seremos nosotros. Necesitamos ejemplos claros que demuestren que el desarrollo sí puede ir de la mano de la conservación. Más barato es manejar y conservar ecosistemas que restaurarlos después de haber sido destruidos.
Muy por el contrario, el planeta se está calentando y se calcula que el año 2009 sería el más caluroso que se registre en los últimos 130 años. A la fecha se sabe que el 2005 fue el año que portaba esta “distinción”. Y justamente con este último dato, más aquel de que el año 1998 también fue uno de los más calurosos; y que ambos años ya son “muy lejanos en el tiempo”, algunos afirman que actualmente la tendencia es que la temperatura global promedio está descendiendo.
En toda esta realidad planetaria (pues ya no podemos hablar de casos aislados) debemos reconocer que si no hacemos algo al respecto, los años futuros seguirán dándonos sorpresas negativas que dificultarán nuestra existencia. Como todos sabemos, el dióxido de carbono o CO2 es el principal gas causante del calentamiento global, pero de lo que no se sabe mucho es que el 60% de ese gas no se queda en la atmósfera (de lo contrario ya estaríamos cercanos al fin del mundo), sino, es captado por los océanos, los bosques y el suelo. Empero, la capacidad de almacenamiento de estos está colapsando y con esto podemos colapsar todos.
Es por eso que en varios círculos científicos se habla de maquinarias dotadas de tecnología limpia que, en resumen, lo que hacen es captar el CO2 directamente apenas se genera, es decir, antes de que sea liberado a la atmósfera. Seguidamente, el gas capturado es almacenado bajo tierra en cámaras especiales o en superficies porosas. De esta manera, se liberaría a nuestro recargado planeta de este gas. No obstante, en la discusión sobre qué tecnología es la más limpia, barata y efectiva, nos olvidamos que la naturaleza cuenta con el mejor método para protegerse del ser humano. Sin embargo, tras tanto “trabajo”, sus mecanismos parecen estar desgastándose para nuestra mala suerte.
Todo tiene su final, nada dura para siempre
Como ya se mencionó, las plantas, los océanos y el bosque captan el 60% del CO2 que se emite a la atmósfera. En el caso de los mares, se sabe que la capacidad de captación del dióxido de carbono disminuye conforme aumenta la temperatura de las aguas marinas. Además, mediante el deshielo de gigantescas masas procedente de los polos, entran al mar grandes cantidades de dicho gas limitando su captación. Es decir, la eficiencia de los mares en esta tarea es cada vez menor. Pero también se ha determinado que la capacidad de los ecosistemas a tolerar estos cambios climáticos es mucho mayor de lo que pensamos. Felizmente.
El científico ingles Wolfang Knorr de la Universidad de Bristol en Inglaterra, publicó un artículo en la revista especializada “Geophysical Research Letters” donde afirma entre otros que los océanos y la atmósfera ayudan a que el calentamiento global no sea más dramático. Contra más CO2 produce el hombre, la Tierra en su conjunto (y como sistema) lo absorbe para evitar daños ambientales. Para Knorr, es fascinante que un sistema tan complejo realice una actividad tan simple. Sin este mecanismo, las causas del calentamiento global hubiesen sido mucho más drásticas.
Pese a esto, Knorr no duda que la cantidad de CO2 emitido a la atmósfera, comparada a través de los años, ha aumentado exponencialmente. Asimismo, existe otro resultado que debe ser tomado en cuenta en las conversaciones sobre la política climática mundial: no se sabe con certeza cuál es la cantidad de bosque que se deforesta y cuánto CO2 es liberado, así como captado por las extensas masas forestales. Es por eso que se debe desmitificar la premisa de que protegiendo las selvas tropicales se protege al planeta del calentamiento global.
Y es que con este argumento los países con las más extensas superficies de bosques le reclaman a las naciones industrializadas que los indemnicen para combatir la tala ilegal. No obstante, estas últimas pueden negarse a hacer dicho pago si es que no se llega a establecer cifras exactas en torno a la deforestación (esto nos compete directamente). Para Knorr, la captación de CO2 por la masa forestal es lo que menos vale de un bosque. Más importante es la conservación de la diversidad biológica (y de hecho la generación de lluvias) ya que si se quiere “monetizar” a los bosques, lo que menos valor tiene es su capacidad de reducir el dióxido de carbono de la atmósfera.
Además, para los científicos está claro que sus conocimientos sobre el dramatismo que significa el cambio climático, no va a cambiar la situación actual. Según Knorr, “a la fecha no ha pasado nada, pero eso no significa que en un futuro cercano no pase algo terrible para la humanidad”. Ya se sabe que los “captadores” naturales de CO2 cada vez son menos efectivos. Con eso ya el futuro se ve turbio.
La conservación debe dar dividendos, sino, no pasa nada
La desaparición de la diversidad biológica no es solo un drama ecológico, sino también un drama económico. Científicos y economistas han elaborado un reporte que muestra la problemática del caso y la necesidad de demostrar que la conservación sí es rentable. Hablar únicamente de desastres ecológicos no es un argumento suficiente, por eso se está buscando agregarle el tema económico ya que una vez que la amenaza se dirige a la billetera, las reacciones parecen ser inmediatas. Algunas tendencias ecologistas intentan ponerle precio a la diversidad biológica a fin de demostrar qué tan costoso es perderla en comparación con lo barato que puede resultar conservarla y lo caro, penoso y poco efectivo que es recomponer un ecosistema.
Estamos viviendo una extinción masiva de especies que parece imparable. Por eso, si no la detenemos ahora, “ya fue”. En la reunión de los Ministros de Ambiente del G-8 en Postdam, Alemania, hace dos años, surgió esta idea que fue plasmada en el informe: “La economía de los ecosistemas y de la diversidad biológica”, el cual debería ser una especie de Informe Stern sobre la naturaleza. Uno de los puntos que se desprende de dicho documento es que el capital natural puede convertirse en una buena inversión y que los puntos neurálgicos a tomar en cuenta son: la deforestación de los bosques, la preservación de los corales marinos, la sobrepresca y la degradación de ecosistemas.
¿Cómo hacer para frenar todos estos problemas? La solución parece estar, no en la prohibición, sino en fomentar el buen uso de los servicios ambientales que ofrece la naturaleza. Pero para eso, los Estados deben invertir dinero a fin de preservar los ecosistemas y sentar las bases para que su uso, de manera sostenible, aporte dividendos. El ejemplo clásico es el de la preservación de los bosques. Cada árbol que no es deforestado (o que es plantado) ahorra emisiones de CO2 y por ende, dinero también. Mantenerlos en pie es más barato y provechoso. En este panorama aparece la propuesta llamada REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación) propiciada por las Naciones Unidas.
Argumentos para proteger a los bosques sobran, no obstante ya existen voces que reclaman que la iniciativa REDD es invasiva, prohibitiva y discriminatoria. La discusión está abierta y habrá que escuchar a todas las partes. Lo importante es reconocer que algo se debe hacer con suma urgencia. No podemos anhelar a conservar todo, pero tampoco podemos permitir que la naturaleza pague los platos rotos porque finalmente los más perjudicados seremos nosotros. Necesitamos ejemplos claros que demuestren que el desarrollo sí puede ir de la mano de la conservación. Más barato es manejar y conservar ecosistemas que restaurarlos después de haber sido destruidos.
Artículo publicado el 07 de diciembre en la versión online de la Revista Viajeros:
http://www.viajerosperu.com/articulo.asp?cod_cat=11&cod_art=1550
Pueden revisar el sgte. enlace para conocer una posición contra REDD:
ResponderEliminarhttp://www.servindi.org/actualidad/19607