El Astillero de Tumbes. Foto: Enrique Angulo Pratolongo |
Tumbes es uno de mis departamentos preferidos y lo digo porque realmente me fascina andar por estas tierras que son el refugio de una inmensa diversidad biológica única y tan preciada. En un espacio (político) tan pequeño confluyen el mar caliente peruano, los manglares, el bosque seco y el bosque tropical del Pacífico. En esta porción del país, los bosques desembocan en el mar logrando que, por ejemplo, algunas poblaciones de monos estén muy cerca de la costa. Estas tierras son asociadas —lamentablemente y espero que esto cambie— únicamente con sus playas y con las conchas negras. ¡Tremenda equivocación!
Posee una diversidad biológica extremadamente importante que felizmente se encuentra parcialmente protegida en las tres Áreas Naturales Protegidas (ANP) ubicadas en sus dominios: el Santuario Nacional los Manglares de Tumbes (SNLMT), el Parque Nacional Cerros de Amotape (PNCA) y la Reserva Nacional de Tumbes (RNT). Las tres últimas ANP forman, junto al Coto de Caza el Angolo (CCA) —ubicado en Piura, en la zona fronteriza con Tumbes—, la Reserva de Biosfera del Noroeste.
Dado que la zona alberga una flora y fauna única que se encuentra exclusivamente en Tumbes, Piura, Chiclayo, parte de La Libertad y Cajamarca, así como en la parte sur del Ecuador, se ha acuñado el término: Región de Endemismo Tumbesina o Región Tumbesina como también se le conoce. Esta denominación identifica una zona de gran importancia biológica, dado el alto número de especies únicas (especialmente aves) que se encuentra en un espacio tan reducido. Cabe mencionar que existen varias regiones de endemismo en el mundo y que la Región Tumbesina es una de las más amenazadas del planeta.
Sin embargo, estas líneas no están dedicadas a abordar el tema de la diversidad biológica de Tumbes, no obstante, es una gran omisión no mencionarla. El fin de este texto es dar a conocer una situación que grafica parte de lo que sucede en este lugar y posiblemente en otros rincones del país. Así, tomando como referencia el libro de Mario Vargas Llosa titulado: "El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti", me permito incluir una cita del libro: “Los críticos empeñados en ver en la novela (El Astillero) una descripción involuntariamente marxista de la lucha de clases y el fracaso del capitalismo nacional en el Uruguay, han descuidado un aspecto del subdesarrollo latinoamericano que no es económico, ni social sino cultural, algo que Lawrence E. Harrison describió magníficamente en un estudio célebre: ‘El subdesarrollo es un estado de ánimo’”. ¿Será esto cierto? ¿Será que no queremos salir de nuestro letargo? ¿Sucumbimos ante el clima, la mediocridad y la baja autoestima acostumbrándonos a seguir en las mismas?
El Astillero de Tumbes
Luego de dejar la ciudad de Tumbes y enrumbar hacia el sur, en dirección a Zorritos, tomamos un camino afirmado a la altura de Bocapan, el cual nos conduciría —en dirección opuesta al mar, es decir al este— a poblados como Trigal, Averia, Cañaveral, Casitas, Bellavista, Chicama, Férnandez Alto, hasta la comunidad campesina de Mancora en la frontera con Piura. Pero vamos por partes. Tras dejar la Panamericana Sur y adentrarnos en esa parte desconocida por muchos (y que es visitada por muy pocos foráneos, pues no es parte de un circuito turístico, ya que las playas son las preferidas) entramos a una hermosa quebrada que, conforme se aleja de la costa, se hace más húmeda y con ello más fértil.
Los pueblitos que atravesábamos (un domingo) se veían muy tranquilos y reposados ante el calor sofocante del norte. Llegamos hasta la zona de amortiguamiento del PNCA para luego bordearla y avanzar de forma paralela al parque (y al mar) disfrutando de excelentes paisajes. Al fondo teníamos a los cerros Amotape mostrando todo su esplendor verdoso. Así, continuando el viaje, llegamos a la quebrada Fernández donde se ubica el pueblo del mismo nombre, justo en la frontera del PNCA y del CCA. Dicha quebrada separa Tumbes de Piura y desemboca en la Panamericana Norte.
Nos detuvimos en Fernández Alto a beber algo de agua y me impresionó lo fantasmal que lucía (a pesar de ser domingo, el ambiente no cambia mucho en otros días y lo sé porque he estado repetidas veces en varios poblados similares en la zona). En medio de una conversa mientras nos refrescábamos, uno de los pobladores nos contó que existía un taller instalado con maquinarias nuevas para procesar alimentos y desarrollar una pequeña industria en la zona y un equipo de apicultura sin uso. En ambos casos, todo se hallaba en estado de inamovilidad permanente.
Los equipos provienen de la cooperación internacional con el apoyo o contraparte de los gobiernos locales (a los que generalmente se les termina cediendo toda la infraestructura). Su obtención —se supone— responde a las necesidades primarias de esos poblados, pero ¿quién determina qué necesitan?, ¿los pobladores mismos o las autoridades para salir en la foto? Es insólito cómo esos equipos, que deberían aportar ingresos a la comunidad, se deterioran con el paso del tiempo esperando tal vez que trabajadores y jefes fantasmas los manejen o que sean trasladados a ciudades inexistentes para funcionar.
Los únicos que han sacado algo de provecho son las alimañas (ratas, murciélagos y otras de dos patas) que pululan felices en estos lugares abandonados.Vimos además, espacios que fungían de oficinas, pero, oficinas ¿para qué? Me pareció estar visitando El Astillero. ¿Qué hacen o dicen las autoridades al respecto? Ahora que se vienen tiempos electorales seguro abrirán estos lugares para promocionarse y buscar votos de personas desesperadas y esperanzadas en salir de su estado actual.
Es importante que construyamos un mejor futuro para el país pero que también aprendamos a planificar y a identificar claramente qué podemos hacer para mejorar nuestra situación. Asimismo, urge analizar si lo que pensamos es sostenible en el tiempo, de tal manera que encontremos cómo abastecernos de la materia prima y de las capacidades técnicas y humanas para que realmente podamos sacar provecho. Las soluciones deben ser realmente eso, medidas que nos permitan solucionar problemas y no acciones que nos dejen como ineptos.
El viaje terminó con un suculento cebiche de mero en el pueblo de Mancora (tras recorrer la quebrada Fernández de este a oeste hasta desembocar en la Panamericana Norte). Este lugar se ha convertido en un conglomerado impresentable de puestos de artesanías y de chucherías, de restaurantes al paso y de toda clase de alojamientos y chinganas para pasar momentos de jolgorio asistidos por sustancias que incitan el debate sobre su legalización en el país. Mancora fue un sitio realmente paradisíaco, pero ahora es una de las muestras más claras de la improvisación, de la huachafería de nuestra gente, así como de la falta de previsión y de planeamiento de nuestras autoridades. Este balneario es una bomba de tiempo que en algún momento podría colapsar ante tanto hacinamiento humano, pero esa es otra historia.
Artículo publicado el 15 de febrero de 2010 en la versión online de la Revista Viajeros:
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