Salí hecho una huaraca hacia la chamba. Otra vez estaba por llegar tarde al trabajo. Felizmente encontré un puto taxi que me cobró una tarifa módica. El taxista conocía a la perfección la mejor ruta pues tomó unas calles desconocidas para mí y llegué mucho más temprano de lo que pensaba. Desde que me subí, intentó meterme floro y hacerme diversos comentarios, sin embargo, cuando vio que saqué mi periódico y que recibí una llamada telefónica desistió de querer abordarme para entablar una tal vez amena conversación.
No sé si por venganza o ridiculez, cambió el dial para poner una maldita estación de radio con un tipo de música que me pone más irascible y amargado de lo que soy: nueva ola. Sin embargo, esta vez me armé de valor para decirle que por favor cambiará esa emisora radial de mierda que me ponía de mal humor con esa música endemoniada. Si bien el taxista aceptó a regañadientes y puso algo más decente (no recuerdo qué, pero era algo mejor) no desperdició la oportunidad para ametrallarme con preguntas sobre las futuras elecciones. Claro, me hizo la pregunta del momento: “y usted mister, ¿Por quién va a votar?” Antes de que soltará mi respuesta (creo que no le interesó escucharla), me dijo: “yo votaré por Ollanta".
"Y va a ganar maestro, acuérdate de mí. Por fin esta huevada va a cambiar, es la única manera”. Me quedé pensando en su respuesta (aunque yo no le había preguntado nada, pero era obvio que se lo tenía que preguntar), pero no por mucho tiempo porque el avezado chofer del taxi me aseguró que todo su barrio votará por el cambio. Y claro, en ese momento no tuve ningún argumento ni las ganas de rebatir dicha intención de voto.
Escuchando lo que me decía el taxista sobre la injusticia social, la falta del “chorreo” económico, las promesas incumplidas, los Congresistas vestidos de terno que nos asaltan de lunes a viernes en horario de oficina, los “marcas”, los violadores, el gas de Camisea, los candidatos “pacharacos” que desfilan por los programas de la farándula, la corrupción, la falta de mano dura, la decadencia de la política, los homosexuales, la “invasión” chilena, los antipatriotas y otros puntos que, ante esa diarrea verbal de nuestra política ya no recuerdo, mi cerebro no pudo pronunciar palabra alguna. Por eso (asumo) opté exclusivamente por darle la razón en todo al cultivado chofer.
Tras un instante de tregua, le pregunté al distinguido humalista si pensaba que estábamos mejor que antes. Su respuesta no se hizo esperar: “yo no sé tú (nos tuteábamos como grandes amigos, bueno él no tenía más de 30 años), pero mi familia y yo seguimos igual de cagados. ¿Por qué crees que hago taxi?” Claro, qué pregunta tan tonta. “Compadre, tú quieres que todo esto siga igual, no seas pendejo pe, ya nos toca a nosotros vivir mejor y tener algo más para llevarnos a la boca”. “¡Claro!” Dije yo, “es lo justo”. Al parecer mi respuesta no fue muy convincente ni sonaba muy convincente, pues al segundo, el taxista me clavó la mirada por el espejo retrovisor y me dijo casi gritando: “varón, ¿para qué pagas impuestos? No seas malo pe, esa plata nunca más la ves y todo se lo llevan los pendejos de arriba. Nosotros les pagamos todo”.
Me armé de valor y le contesté en tono desafiante: “¿tú crees que tu candidato no va a vender la patria a intereses extranjeros? ¿No te parece que lo que este maldito país necesita es salir adelante con su gente y con sus recursos de manera inteligente sin que nos metan la rata?” Mis preguntas causaron una carcajada.
Yo, muy indignado, reaccioné airado afirmando que la solución está en mantener el modelo económico actual con algunos ajustes. Añadí además que la culpa recae también en muchos de los peruanos que se las dan de vivos y que no tienen (o han recibido) educación y que además se la quieren dar de “pendejitos” (por fin nos pusimos de acuerdo en algo) jodiendo muchas de las cosas buenas que aún tenemos. El uso de estos argumentos poco consistentes y simples me permitió ir ganando tiempo mientras intentaba asumir este debate crucial para decidir mi voto.
El chofer me dijo —finalmente— algo que me devolvió la calma y me hizo mirar con optimismo el futuro (y me exoneró de seguir ideando otras razones para imponer mi voto). “Esta huevada va a seguir igual, pero en algo hay que creer y en algo debemos confiar para ver si salimos de esto”. Ilusionado con lo que se nos viene y esperando con muchas ansias ejercer mi labor ciudadana de ser un el puto secretario del Presidente de Mesa en las siguientes elecciones presidenciales, no oculté mi alegría y le dije al taxista: “compadre, a este país solo lo cambia un ataque extraterrestre que nos deje en ruinas y que nos obligue a reconstruir esta tierra de nadie”.
De esta a la otra esquina a la izquierda me bajo. Ok mister. Gracias compadre, cóbrate. Gracias y ya sabes, Ollanta ganará, te acordarás de mí. Claro chochera, ya veremos qué sucede. Di unos cuantos pasos y pensé que, pase lo que pase, si no cambiamos como sociedad, entre quien entre al Gobierno nos seguirá paseando.
Pero mi amigo taxista me dijo algo muy cierto. Algunas cosas deben cambiar si queremos que esto mejore. Me cagó el cerebro. Y ahora, ¿por quién voto?
Marzo 2011
Hay que votar nomás Kikito, razonando y con una mano en el corazón...
ResponderEliminarDe hecho! hay que votar pensando, el problema es que no todos lo hacen así.
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