jueves, 13 de agosto de 2009

GERALD


Mientras escuchas la voz angelical de Tori Amos junto a Robert Plant interpretando “Down By The Seaside”, deseas que la noche termine de una vez por todas. Sin embargo, antes de que eso suceda, decides salir al techo de tu casa. Intentas disfrutar un rato de calma luego de que el tráfico se ha apaciguado y el ruido es menor. Te sientas en el muro del techo y aprecias algunas estrellas rebeldes que se asoman en el cielo citadino. Hace calor, pero el aire te refresca un poco. Te quedas mirando las caprichosas ramas del algarrobo que han invadido parte del techo. Un par de gatos se entrecruzan por ahí. Tu mirada se queda fija en el algarrobo. Recuerdas pasajes de esos días acalorados de verano que pasaste en el norte con tu hermano gozando del apacible sol norteño. La música llega hasta donde estás. Te quedas alucinando a la pelirroja desnuda en una bañera. Sus ojos verdes te recalcitran el cerebro y sus cabellos te hacen un nudo en el cuello que te acerca a ella. Huele como el extracto más fino de Jean Baptiste. Su voz te provoca una erección explosiva. De pronto, de entre las ramas del algarrobo aparece el gnomo. Te mira inquisidor desde su rincón. El liliputiense maneja una bicicleta y da vueltas por el techo.

Se llama Gerald. ¿Qué idioma de mierda habla? No intentas entender esa mescolanza de términos. Tal vez hable búlgaro, finlandés o vasco. Qué importa carajo, si igual no deseas hablarle, ¿o sí? Tras unos minutos, Gerald se detiene y se baja de su bicicleta. Se acomoda la ropa y busca tu mirada haciendo unos gestos extraños. Tu mente nublada por recuerdos vaporosos provenientes de Neckarsteinbach y de una pared medieval inundada por plantas rojas trepadoras, se resiste a prestar atención. Una puesta de sol en el hermoso río verde, queda impregnada en tus pupilas desorbitadas. Gerald te llama por tu nombre. Escuchas la moto y los timbales que te despiertan. Enano de mierda me has asustado. Tu corazón palpita más de lo normal.

Todo terminará en llamas te dice, agarrándose el diminuto mentón. Concentras tu mirada en él. Gerald dice un par de cosas más, pero no le prestas atención, pues estás intentando imaginar cómo combatir el voraz aniquilamiento de todo lo que te rodea. ¿Y tú cómo lo sabes? No lo sé, lo presiento, pues todo apunta a eso. Habla tu idioma Eugene (Gerald te dice Eugenio). El enano viste como si se fuese de cacería al monte y porta una cantimplora negra. Le preguntas qué bebe. Te responde, mirando el cielo, que toma vino tinto. Te provoca beber un Shiraz de buen culo que te invada todas las células con sus divinas mescolanzas de cerezas y fuertes robles.

Gerald sigue hablando. Abrió su diminuta cantimplora y tomó un violento trago de vino. Se limpió la boca con la manga. Mientras, tú, por si acaso, limpias tus lentes con tu polo verde.

Lo contemplas ensimismado en su pequeñez y astucia. Gerald sigue platicando contigo pero tú no le haces caso y sigues pensando en cualquier otra cosa. Te paras y piensas en nada y en todo a la vez. La música sigue disparando dardos de melodías alegres que te traen agradables recuerdos. Pese a que Gerald eleva el tono de su voz y te sigue hablando -aunque más parece que te está recriminando algo-, te esfuerzas por apartarlo de ti pero te acostumbras rápidamente a él. La noche se va volviendo más calma. Miras el cielo otra vez y reparas que se ha vuelto más negro.

Te vuelves a sentar Eugene. No tomas en cuenta de que Gerald te sigue hablando y contemplando. Te quedas mirando el algarrobo y ves que todo desaparece ahí. Decides retirarte a descansar. La noche te venció otra vez. El día siguiente será tu destino ineludible. Ya en tu dormitorio sientes que algo te persigue. Del cajón de tu ropero se escapan ruidos sospechosos. Gerald está tirado, entre calzoncillos y medias, panza arriba mirando el techo. Te quedas contemplándolo como si fuese un ajolote en una pecera. Se levanta y te mira fijamente. Su mirada chiquita se impone. En el fondo ves una luna casi llena. Un gato te maúlla desesperado. Hace calor.

Eugene es hora de dormir. Vas a estar cansado mañana. Basta ya de consejos inútiles. Gerald se cuelga de tu brazo. Se coge de ti como un perezoso selvático y te incrimina para que lo lleves hasta la sala. Bajas prendiendo todas las luces un tanto desconfiado de la situación. Depositas tu humanidad en el sillón. Al frente tuyo descansa Gerald con su uniforme de cacería, su cantimplora y una pequeña libreta de notas, realmente pequeña.

Te voy a contar una historia Eugenio. No dijiste nada. No te voy a decir de dónde vengo, ni a dónde voy, ni qué hago acá. Tampoco te interesa, por lo que me dice tu mirada. El día que nací, decidí que no me quedaría donde estaba y que seguiría mi rumbo, tal como lo vengo haciendo. No me detengo, mañana me voy. He recorrido muchos lugares. En ninguno me quedo. He visto de todo. Estuve en Brasil, en una selva tupida apreciando seres extraños que se confundían en la espesura del bosque con divinidades muy antiguas. He estado en el mar de Uruguay, refrescándome con una brisa suave de oriente y percibiendo varios olores salinos, carniceros y atlánticos. Estuve en Argentina, en calles bulliciosas descansando en un hotel barato donde sentí que una fuerza extraña me atravesaba el cuerpo. En Chile viajé varias veces en un metro frío y extraño para bajar con gruesas botas a caminar por La Moneda. En Tacna estuve en una estación de bus rodeado de paquetes innumerables llenos de golosinas, zapatos, ropa, artefactos y mil chucherías. Estuve en la puna de tu país caminando por alejados páramos comiendo habas fritas hasta casi reventar. En la selva alta visité unas aguas gigantescas que salpicaban por doquier. En la costa visité pirámides de espectacular belleza que apuntan hacia el mar y que están rodeadas de bosques milenarios. En la selva baja estuve en un pueblito perdido entre dos ríos saboreando diversas frutas y viendo a las gallinas caminar. Intentas disimular un bostezo. Estuve luego en una playa interminable donde por primera vez entendí lo que son los espejismos.

En Estados Unidos caminé por un valle hermoso de imponente figura y me perdí luego en una avalancha de concreto. En España estuve en las arenas apreciando mujeres desnudas de todos los colores y comiendo chorizo picante en un bar repleto de gente. En Francia caminé bajo la lluvia por callecitas de ensueño y aprecié el río Sena que alguna vez se tiñó de rojo. En Ámsterdam estuve en un parque iluminado y en diversos bares rojos de sórdida música e inconfundibles olores. En Luxemburgo caminé por calles perfectas y tomé asiento en una silla amarilla y dura, mientras esperaba un avión. En Cuba estuve en una pista de aterrizaje con un calor bárbaro, escuchando gritos por todos lados. En Canadá patiné en una capa de hielo y aprecié un horizonte único de mixtura naranja con azul. En Irlanda del Norte estuve en un baño frío y vacío. En Italia estuve durmiendo en un terreno volcánico y recolectando liras para un expresso. En Suiza caminé por un pueblo envejecido y pulcro que olía a vacas y a chocolate. En Alemania anduve en bicicleta por un lago y visité un estadio donde me embutí salchichas hasta casi explosionar. También recogía para alimentar a la mascota de una amiga -que era un cuy- varias hojas de “diente de león” que crece como mala hierba. Te acordaste inmediatamente, mientras Gerald seguía parlando, de cómo te estremeciste cuando leías “Lo bello y lo triste” de Yasunari Kawabata y te topaste con esta hierba. Tu mente se alejó y se aisló. Gerald continuaba su narración. En Eslovaquia casi desaparezco en la nieve y me quebré mientras caminaba por el frío maldito de un camino que nunca terminaba. En Polonia viajé en un tren y frente a mi asiento iba una vieja con la cara acartonada por el frío que bebía una extraña mezcla de alcohol con extrañas hierbas. Gerald detiene su monólogo y bosteza. Me estás contagiando Eugenio.

Te queda grabado el instante preciso en el que te conmoviste al pensar en el ritual del recojo del alimento para el cuy. Ese animal emblemático en una tierra que le era totalmente ajena. Solo, como tú nunca quisieras estar Eugene. Gerald continúa hablando sobre sus experiencias y desazones. Tú le haces caso a medias. Te preguntas una vez más ¿qué coño hago acá? El viaje de Gerald comienza a parecerse a tus últimas experiencias Eugene. Gerald te narra la historia de aquellos hombres que se encontraron en la guerra y que decidieron hacerse amigos. Uno de ellos tuvo que subirse a un asta a izar la bandera de su país. Mientras descendía, fue alcanzado por un proyectil enemigo. El amigo recibió el cuerpo de su amigo entre lágrimas y furia. Lo primero que hizo fue jurar venganza. Depositó el cuerpo de su compañero en el piso y le cerró los ojos. Arrancó una medalla, extrajo un lapicero de su bolsillo y de su pantalón sacó una libretita.

Dibujó un tulipán, anotó el día y la hora, así como el nombre de su amigo. Luego, partió en dirección hacia donde podía haber venido el proyectil. Nunca más se supo de él. Algunos dicen que no descansó hasta aniquilar a todos los enemigos. Otros dicen que desistió y que se casó con una mujer. Los más incrédulos aseguran que ni bien desapareció fue asesinado de tres balazos. La bandera permanece hasta hoy sacudiéndose con el viento, pese a que la isla es ocupada por dos etnias. Eugene siguió pensando, mientras Gerald intentaba darle otros aspectos de su historia que podrían ayudarlo a entenderla.

Gerald se quedó callado. Eugene hacía lo mismo ya hace bastante rato. En la puerta se reflejaban extrañas figuras. Gerald salta del sillón y empieza a caminar de un lado a otro. Eugene lo sigue con la mirada sin decir nada. Se va haciendo cada vez más chiquito. Su voz es débil. De pronto, Gerald empieza a esfumarse. Su cuerpo se empieza a desdibujar. Unos segundos más tarde, ya no está más. Te niegas a buscarlo y piensas que ya debe regresar. Te quedas reflexionando sobre esos momentos que tal vez ya no van a regresar, como por ejemplo, viajar por paisajes llenos de nieve, conversar con turcos, griegos italianos, kurdos, alemanes, nigerianos y marroquíes en una sola mesa, andar por calles empedradas con varias cervezas encima y bailar en un techo antes de irte a Estados Unidos.

Gerald ya no está. Eugene ahora sí estás solo. Debes ir a dormir. Es tarde. Te niegas a levantarte y te echas en el sillón. Te quedas dormido con las luces prendidas en una posición demasiado incómoda. Te levantas en la madrugada con frío. Estás vivo. Escuchas una voz que te llama. Cierras los ojos. Finalmente te levantas de un salto. Piensas ver a Gerald en el sillón. Solo ves unos cojines y algunos cráneos. Decides ir finalmente a tu cama.

Ya en tu cama, no puedes conciliar el sueño. Te da miedo. Te entra un repentino pánico. No estás solo Eugene. Eso crees. Escuchas la noche caducar. Te abrazas a tu almohada. Intentas recordar momentos bellos en los últimos días, cuentas escenas gratas. De pronto, te quedas dormido.

Te levanta el simple deseo de levantarte. Corres al cajón de tu closet. No está, claro que no está. Tampoco está abajo. Buscas en tu memoria. Ahí está, ahí está todo Eugene.

3 comentarios:

  1. Pink Floyd tiene una cancion titulada Bike, del album The piper at the gates of dawn que dice asi:
    I know a mouse and he hasn't got a house
    I don't know why I call him Gerald
    He's getting rather old but he's a good mouse
    You're the kind of girl that fits in with my world
    I'll give you anything, everything if you want things

    ResponderEliminar
  2. ademas de la cancion Careful With That Axe Eugene.....

    ResponderEliminar
  3. Efectivamente, Gerald y Eugene provienen de ambas canciones de Pink Floyd.

    ResponderEliminar

¡MAMÍFEROS COMO CANCHA!

  Perú, país de ratas. “Mastozoológicamente” hablando, somos un país de ratas y ratones.   Hace unas semanas, mientras revisaba junto a ...