En esa maldita noche de invierno, la niebla y la humedad lo cubrían todo. El viento hacía ruidos raros por todos lados. Estaba lloviznando. Me molestaba esa lluviecita. Tenía mucho frío. Me dolía la espalda como el demonio.
El primer edificio por donde empecé estaba ubicado en una esquina. Las bolsas de basura estaban tiradas al pie de un poste que alumbraba la avenida. La luz era bien rala y casi no se veía nada. Llevaba ya más de veinte minutos rebuscando bolsas de todos los colores. Mary estaba al otro lado de la calle.
En una bolsa encontré una muñeca sin ropa. Me pareció raro. La cogí y la puse a un lado. Le faltaba un brazo. Seguí buscando mientras los olores feos me revolvían el estomago. Me paré para alejarme de la cochinada. La vi a la Mary haciendo lo mismo que yo hacía, revolviendo pura mierda. Tomé aire para seguir trabajando.
Solo encontré algunas botellas para reciclar, un cuaderno a medio usar y media docena de lapiceros que tal vez aún servían. La muñeca estaba tirada boca arriba entre cáscaras de tomate, zanahoria y cebolla. Levanté la muñeca y me di cuenta recién de que pesaba más de lo normal. La agarré bien y la revisé. Vi que en el hueco del brazo había una bolsa. Sudé frío y se me puso la piel de gallina. Metí mis dedos y saqué lo que había dentro. Me quedé cojudo. Había hartas joyas. Me agaché y me hice el loco. Las puse en mi mano. Eran varios collares de oro, unos anillos y no sé que más. Mierda. Pensé que todos me estaban mirando. Me asusté. Hice como que buscaba algo en el piso. Me provocó revolverme dentro de toda esa basura asquerosa por la emoción. Y del nerviosismo, me dio un ataque de risa. ¡Qué tal suerte la mía por la granputa!
Me senté a pensar qué iba a hacer. Decidí seguir trabajando para que nadie se diera cuenta. Avancé unos metros más. Recogí un pedazo de queso duro envuelto en papel de aluminio y una vieja cuchilla para afeitar. Llegué hasta la otra esquina mucho más rápido que Mary. Me senté en el piso húmedo. Estaba alterado. No sabía qué hacer. Metí la bolsa en todos los bolsillos que tenía hasta que decidí dejarla en el único bolsillo sin hueco de mi saco.
Mary vino luego y me preguntó qué me pasaba. Le dije que nada, que había acabado antes porque no había nada. Se sentó a mi costado y me enseñó varios juegos de cartas, una botella con algo de licor y unos libritos. Me enseñó otras cosas pero yo estaba pensando dónde vender lo que encontré. Vamos a la casa, le dije. Mary quería seguir buscando. Yo no quería seguir más. Me dijo que iba a revisar un par de cuadras más. Me quedé sentado en medio de la avenida.
Metía la mano a cada rato para ver que la bolsita todavía esté allí. Mary regresó después de un rato. Yo no le hablaba. Ella me hablaba de no sé qué. Quería irme a mi casa. Le dije que agarremos rápido el micro. No me dijo nada. Subimos. Yo seguía con la mano en el bolsillo agarrando mi bolsita. Ella pagó el pasaje. En un momento, Mary me miró raro como preguntándome qué era lo que me pasaba. Me hice el loco y le dije que nada, que me sentía un poco mal. Creo que no me creyó. Yo estaba en otra. Veía todo distinto. Todo iba más rápido. No sé qué era. Las luces me hablaban. La Mary estaba sentada a mi costado mirando la ventana del micro.
Caminamos hasta la casa. El piso estaba un poco mojado. Llegamos y entré rapidísimo. Me fui a la parte de atrás. Me escondí entre la ropa tendida y me puse a ver la bolsita. No veía mucho por la luz. Prendí una vela. Había harta plata ahí. No lo creía. Escuché que Mary me llamaba. Me asusté. Miré para todos lados pensando que alguien me estaba chequeando. Ya voy, grité. Guardé la bolsita. Fui a ver qué quería. Quería que compre una gaseosa. Puta mare dije, ¿y si me cuadran en el camino?, pensé. Fui pero asustado como nunca. Sin darme cuenta, miraba a todos lados como loco.
Regresé a la casa con la botella de gaseosa. La puse encima de la mesa y me fui otra vez afuera. No sabía qué hacer. Escuché otra vez los gritos de Mary. Agarré de vuelta la bolsita e intenté pensar que nadie me miraba, en realidad, quién me iba a mirar en esa porción de arenal. A la mierda. Mañana vendo todo y punto.
Fui a comer tallarines con tuco. Mary me hablaba de una pollada o no sé que vaina que había el fin de semana en el barrio para ayudar al borracho del chato a que construya su casa. Le dije a Mary que iríamos un rato a ver qué pasa. Comí poco. Pensé que Mary se iba a dar cuenta. Me levanté y le dije que yo lavaba todo.
Mary se fue al cuarto. Le dije que iba a arreglar unas cosas. La escuché que se movía por todos lados. Yo estaba a mil por hora. Era imposible que me vaya a dormir. Arreglé todo y me quedé sentado en la mesa con la mano en la bolsita. Me quedé dormido. Me desperté no sé a que hora. Me asusté. Busqué mi bolsita. Ahí estaba. Me fui a dormir. Me acosté con ropa.
Dormí como piedra. Mary me preguntó si me había ido a chupar con los del barrio. Nada que ver, le dije. Me levanté al toque. Me fui al patio. Revisé todos mis bolsillos. Ahí estaba mi bolsita. Me lavé la cara varias veces. Salí a vender esa vaina de una vez. Agarré un micro hasta el centro de Lima. Caminé por el Jirón de la Unión. Me sentía raro, muy raro. Encontré un sitio donde compraban oro. Fui.
Saqué harto billete. Lo metí todo en mi saco. En mi miserable vida había visto tanta plata. Me fui a la casa. Estaba asustado. Mary estaba en el patio lavando. Le agarré el culo y le dije que hoy día le iba a dar una sorpresa. Deja eso, vamos a salir. Me preguntó a dónde. Le dije que ya veíamos en el camino.
La llevé a un hotel caro. Subimos al toque. Me miraron raros esos malditos y me preguntaron si podía pagar la habitación con jacuzzi. Sí pues, con la cara de cholo que tengo. Mary no me decía nada. Estaba muy callada como si sospechara algo extraño. Antes que me preguntara algo, le dije que me habían pagado una antigua deuda. Entramos al cuarto. Nunca había visto un cuarto así. Me quedé callado. No podía creerlo. Me fui al baño. Me vi en varios espejos. Todo era tan limpio, tan blanco. Vi esa gran tina que era el jacuzzi. Mary se sentó en la cama. Estaba oliendo las sábanas y agarrándolas. Escuché que decía que todo olía tan rico. Todo está tan limpio, no lo puedo creer, decía.
Le dije a Mary para ir a comprar algunas cosas. Fuimos a un supermercado. Compré una botella de whisky cara. Me compré también cigarros y muchas cosas para comer. Mary me dijo para comprar cosas para la casa. Le dije que no joda, que compre lo que necesite para disfrutar y pasarla bien esa noche. Pagué. Fuimos a otra tienda. Mary se compró ropa nueva. Luego unos zapatos. Le dije al oído que se compre ropa interior sensual, para que se vea rica. Me miró con cara de loca. No me creía. Le dije otra vez que se olvide de la casa y de la chamba. Por fin entró a otra tienda. Yo me quedé en la calle. Tenía muchas bolsas conmigo. Tenía el billete en mi saco. Tenía también mi cuchilla. Me asusté porque pensé que alguien me quería robar, pero como estaba lejos del barrio, nadie me conocía. Igual me asusté. Saqué mi cuchilla y me la puse en el bolsillo de mi pantalón.
Me senté en unas bancas. Prendí un cigarro. Hacía años que no fumaba. Tosí varias veces. Revisé las bolsas. Se me hacía agua la boca. Decidí abrir una de las bolsas. Comí varios cabanossi. Primera vez que comía eso. Estaba rico.
Después de casi media hora, regresó Mary. Me devolvió unos billetes. Le dije que se los quede. No me dijo nada y paré un taxi. Entramos al hotel y le dije al pata que nos abrió la puerta que quería que me presten platos, vasos y cenicero. El zambito me dijo que todo eso lo podía encontrar en el cuarto. Me dijo también que había una refrigeradora con cosas para tomar y que si me daba hambre, que llamase a recepción.
Entramos al cuarto. Dejé todo en la salita. Abrí las cortinas y pude ver parte de la ciudad desde ese décimo piso. Mary se fue al baño. Le pedí que no se demorara. Empecé a abrir las bolsas. Me quité el saco y lo tiré por ahí. Guardé mi billetera y mi cuchilla en la mesa de noche. Luego, me calateé y me puse una toalla. Abrí el whisky y me serví un vaso llenecito. Felizmente había hielo. Miraba todo, casi calato, desde la ventana. La abrí y sentí todo el tráfico y la bulla. La cerré. Me faltaba música. Prendí la televisión y me quedé viendo un rato. Salió Mary.
Me sequé el vaso. La vi mamacita carajo. Tenía puesto un vestido negro y estaba con el pelo suelto. Me le acerqué. Olía a rosas. Se me paró al toque. Ya estaba medio movido. Le dije para irnos a la cama. Me dijo que todavía no. Me molesté, pero bueno, me fui a la salita y seguí tomando. Prendí otro cigarro.
Vamos al jacuzzi le dije. Fuimos. Prendí el agua. Salía hirviendo. Probé hasta que pude regular la temperatura y llenar la tina. Moví todo hasta que salieron los chorros de agua. Fui a traer más trago. Mary no se quería meter. Le dije que de una vez lo haga. Me acerqué a ella y empecé a quitarle la ropa. Nos metimos calatos y lo hicimos ahí mismo. Fue buenazo. Primera vez que escuché gritar tanto a Mary. Eso me puso más bestia. Me serví más trago y le dije que me la chupe. La contemplaba sumergida en el agua, mientras lo hacía. Me quedé largo rato mirando el techo. Mary se quiso ir luego a la cama. Le dije que se quede. Después le dije que mejor vaya a preparar algo de comer.
Salí, cogí una toalla y fui a la salita. Estaba muy ebrio. Tenía mucha hambre. Mary estaba sentada viendo televisión. Le pregunté qué había para comer. Me señaló las bolsas que había comprado. Me asé. Me puse a gritar que era una chola bruta y que se diera cuenta de a dónde la había traído. Me desesperé. La agarré del pescuezo y le metí una cachetada.
La empujé y se cayó de espaldas al suelo. Me acerqué a las bolsas y me empecé a tragar todo lo que había. Me serví más whisky. Me quité la toalla y me quedé calato. Le dije a Mary que se levantara y que se vaya a la cama. Luego fui yo. La destapé para montarla. Se me resistió y le metí otro cachetadón. Abrí el cajón de la mesa de noche y saqué mi cuchilla. Se la clavé varias veces en el pecho. Su sangre me manchó toda la cara. Estaba caliente. Sus uñas me arañaron la espalda. Me ardía. La insulté. India necia carajo. Sabía que nunca le iba dar más que esto. No opuso resistencia. Parecía que sabía ya qué iba a pasar. Puse mi cabeza en su pecho lleno de sangre. Lloré. Me dormí.
Me quedé sin mujer, sin plata y sin libertad. La felicidad y la desgracia llegaron de la mano. Lo que me espera es pagar por eso. Ya no quiero salir de acá, ya para qué.
El primer edificio por donde empecé estaba ubicado en una esquina. Las bolsas de basura estaban tiradas al pie de un poste que alumbraba la avenida. La luz era bien rala y casi no se veía nada. Llevaba ya más de veinte minutos rebuscando bolsas de todos los colores. Mary estaba al otro lado de la calle.
En una bolsa encontré una muñeca sin ropa. Me pareció raro. La cogí y la puse a un lado. Le faltaba un brazo. Seguí buscando mientras los olores feos me revolvían el estomago. Me paré para alejarme de la cochinada. La vi a la Mary haciendo lo mismo que yo hacía, revolviendo pura mierda. Tomé aire para seguir trabajando.
Solo encontré algunas botellas para reciclar, un cuaderno a medio usar y media docena de lapiceros que tal vez aún servían. La muñeca estaba tirada boca arriba entre cáscaras de tomate, zanahoria y cebolla. Levanté la muñeca y me di cuenta recién de que pesaba más de lo normal. La agarré bien y la revisé. Vi que en el hueco del brazo había una bolsa. Sudé frío y se me puso la piel de gallina. Metí mis dedos y saqué lo que había dentro. Me quedé cojudo. Había hartas joyas. Me agaché y me hice el loco. Las puse en mi mano. Eran varios collares de oro, unos anillos y no sé que más. Mierda. Pensé que todos me estaban mirando. Me asusté. Hice como que buscaba algo en el piso. Me provocó revolverme dentro de toda esa basura asquerosa por la emoción. Y del nerviosismo, me dio un ataque de risa. ¡Qué tal suerte la mía por la granputa!
Me senté a pensar qué iba a hacer. Decidí seguir trabajando para que nadie se diera cuenta. Avancé unos metros más. Recogí un pedazo de queso duro envuelto en papel de aluminio y una vieja cuchilla para afeitar. Llegué hasta la otra esquina mucho más rápido que Mary. Me senté en el piso húmedo. Estaba alterado. No sabía qué hacer. Metí la bolsa en todos los bolsillos que tenía hasta que decidí dejarla en el único bolsillo sin hueco de mi saco.
Mary vino luego y me preguntó qué me pasaba. Le dije que nada, que había acabado antes porque no había nada. Se sentó a mi costado y me enseñó varios juegos de cartas, una botella con algo de licor y unos libritos. Me enseñó otras cosas pero yo estaba pensando dónde vender lo que encontré. Vamos a la casa, le dije. Mary quería seguir buscando. Yo no quería seguir más. Me dijo que iba a revisar un par de cuadras más. Me quedé sentado en medio de la avenida.
Metía la mano a cada rato para ver que la bolsita todavía esté allí. Mary regresó después de un rato. Yo no le hablaba. Ella me hablaba de no sé qué. Quería irme a mi casa. Le dije que agarremos rápido el micro. No me dijo nada. Subimos. Yo seguía con la mano en el bolsillo agarrando mi bolsita. Ella pagó el pasaje. En un momento, Mary me miró raro como preguntándome qué era lo que me pasaba. Me hice el loco y le dije que nada, que me sentía un poco mal. Creo que no me creyó. Yo estaba en otra. Veía todo distinto. Todo iba más rápido. No sé qué era. Las luces me hablaban. La Mary estaba sentada a mi costado mirando la ventana del micro.
Caminamos hasta la casa. El piso estaba un poco mojado. Llegamos y entré rapidísimo. Me fui a la parte de atrás. Me escondí entre la ropa tendida y me puse a ver la bolsita. No veía mucho por la luz. Prendí una vela. Había harta plata ahí. No lo creía. Escuché que Mary me llamaba. Me asusté. Miré para todos lados pensando que alguien me estaba chequeando. Ya voy, grité. Guardé la bolsita. Fui a ver qué quería. Quería que compre una gaseosa. Puta mare dije, ¿y si me cuadran en el camino?, pensé. Fui pero asustado como nunca. Sin darme cuenta, miraba a todos lados como loco.
Regresé a la casa con la botella de gaseosa. La puse encima de la mesa y me fui otra vez afuera. No sabía qué hacer. Escuché otra vez los gritos de Mary. Agarré de vuelta la bolsita e intenté pensar que nadie me miraba, en realidad, quién me iba a mirar en esa porción de arenal. A la mierda. Mañana vendo todo y punto.
Fui a comer tallarines con tuco. Mary me hablaba de una pollada o no sé que vaina que había el fin de semana en el barrio para ayudar al borracho del chato a que construya su casa. Le dije a Mary que iríamos un rato a ver qué pasa. Comí poco. Pensé que Mary se iba a dar cuenta. Me levanté y le dije que yo lavaba todo.
Mary se fue al cuarto. Le dije que iba a arreglar unas cosas. La escuché que se movía por todos lados. Yo estaba a mil por hora. Era imposible que me vaya a dormir. Arreglé todo y me quedé sentado en la mesa con la mano en la bolsita. Me quedé dormido. Me desperté no sé a que hora. Me asusté. Busqué mi bolsita. Ahí estaba. Me fui a dormir. Me acosté con ropa.
Dormí como piedra. Mary me preguntó si me había ido a chupar con los del barrio. Nada que ver, le dije. Me levanté al toque. Me fui al patio. Revisé todos mis bolsillos. Ahí estaba mi bolsita. Me lavé la cara varias veces. Salí a vender esa vaina de una vez. Agarré un micro hasta el centro de Lima. Caminé por el Jirón de la Unión. Me sentía raro, muy raro. Encontré un sitio donde compraban oro. Fui.
Saqué harto billete. Lo metí todo en mi saco. En mi miserable vida había visto tanta plata. Me fui a la casa. Estaba asustado. Mary estaba en el patio lavando. Le agarré el culo y le dije que hoy día le iba a dar una sorpresa. Deja eso, vamos a salir. Me preguntó a dónde. Le dije que ya veíamos en el camino.
La llevé a un hotel caro. Subimos al toque. Me miraron raros esos malditos y me preguntaron si podía pagar la habitación con jacuzzi. Sí pues, con la cara de cholo que tengo. Mary no me decía nada. Estaba muy callada como si sospechara algo extraño. Antes que me preguntara algo, le dije que me habían pagado una antigua deuda. Entramos al cuarto. Nunca había visto un cuarto así. Me quedé callado. No podía creerlo. Me fui al baño. Me vi en varios espejos. Todo era tan limpio, tan blanco. Vi esa gran tina que era el jacuzzi. Mary se sentó en la cama. Estaba oliendo las sábanas y agarrándolas. Escuché que decía que todo olía tan rico. Todo está tan limpio, no lo puedo creer, decía.
Le dije a Mary para ir a comprar algunas cosas. Fuimos a un supermercado. Compré una botella de whisky cara. Me compré también cigarros y muchas cosas para comer. Mary me dijo para comprar cosas para la casa. Le dije que no joda, que compre lo que necesite para disfrutar y pasarla bien esa noche. Pagué. Fuimos a otra tienda. Mary se compró ropa nueva. Luego unos zapatos. Le dije al oído que se compre ropa interior sensual, para que se vea rica. Me miró con cara de loca. No me creía. Le dije otra vez que se olvide de la casa y de la chamba. Por fin entró a otra tienda. Yo me quedé en la calle. Tenía muchas bolsas conmigo. Tenía el billete en mi saco. Tenía también mi cuchilla. Me asusté porque pensé que alguien me quería robar, pero como estaba lejos del barrio, nadie me conocía. Igual me asusté. Saqué mi cuchilla y me la puse en el bolsillo de mi pantalón.
Me senté en unas bancas. Prendí un cigarro. Hacía años que no fumaba. Tosí varias veces. Revisé las bolsas. Se me hacía agua la boca. Decidí abrir una de las bolsas. Comí varios cabanossi. Primera vez que comía eso. Estaba rico.
Después de casi media hora, regresó Mary. Me devolvió unos billetes. Le dije que se los quede. No me dijo nada y paré un taxi. Entramos al hotel y le dije al pata que nos abrió la puerta que quería que me presten platos, vasos y cenicero. El zambito me dijo que todo eso lo podía encontrar en el cuarto. Me dijo también que había una refrigeradora con cosas para tomar y que si me daba hambre, que llamase a recepción.
Entramos al cuarto. Dejé todo en la salita. Abrí las cortinas y pude ver parte de la ciudad desde ese décimo piso. Mary se fue al baño. Le pedí que no se demorara. Empecé a abrir las bolsas. Me quité el saco y lo tiré por ahí. Guardé mi billetera y mi cuchilla en la mesa de noche. Luego, me calateé y me puse una toalla. Abrí el whisky y me serví un vaso llenecito. Felizmente había hielo. Miraba todo, casi calato, desde la ventana. La abrí y sentí todo el tráfico y la bulla. La cerré. Me faltaba música. Prendí la televisión y me quedé viendo un rato. Salió Mary.
Me sequé el vaso. La vi mamacita carajo. Tenía puesto un vestido negro y estaba con el pelo suelto. Me le acerqué. Olía a rosas. Se me paró al toque. Ya estaba medio movido. Le dije para irnos a la cama. Me dijo que todavía no. Me molesté, pero bueno, me fui a la salita y seguí tomando. Prendí otro cigarro.
Vamos al jacuzzi le dije. Fuimos. Prendí el agua. Salía hirviendo. Probé hasta que pude regular la temperatura y llenar la tina. Moví todo hasta que salieron los chorros de agua. Fui a traer más trago. Mary no se quería meter. Le dije que de una vez lo haga. Me acerqué a ella y empecé a quitarle la ropa. Nos metimos calatos y lo hicimos ahí mismo. Fue buenazo. Primera vez que escuché gritar tanto a Mary. Eso me puso más bestia. Me serví más trago y le dije que me la chupe. La contemplaba sumergida en el agua, mientras lo hacía. Me quedé largo rato mirando el techo. Mary se quiso ir luego a la cama. Le dije que se quede. Después le dije que mejor vaya a preparar algo de comer.
Salí, cogí una toalla y fui a la salita. Estaba muy ebrio. Tenía mucha hambre. Mary estaba sentada viendo televisión. Le pregunté qué había para comer. Me señaló las bolsas que había comprado. Me asé. Me puse a gritar que era una chola bruta y que se diera cuenta de a dónde la había traído. Me desesperé. La agarré del pescuezo y le metí una cachetada.
La empujé y se cayó de espaldas al suelo. Me acerqué a las bolsas y me empecé a tragar todo lo que había. Me serví más whisky. Me quité la toalla y me quedé calato. Le dije a Mary que se levantara y que se vaya a la cama. Luego fui yo. La destapé para montarla. Se me resistió y le metí otro cachetadón. Abrí el cajón de la mesa de noche y saqué mi cuchilla. Se la clavé varias veces en el pecho. Su sangre me manchó toda la cara. Estaba caliente. Sus uñas me arañaron la espalda. Me ardía. La insulté. India necia carajo. Sabía que nunca le iba dar más que esto. No opuso resistencia. Parecía que sabía ya qué iba a pasar. Puse mi cabeza en su pecho lleno de sangre. Lloré. Me dormí.
Me quedé sin mujer, sin plata y sin libertad. La felicidad y la desgracia llegaron de la mano. Lo que me espera es pagar por eso. Ya no quiero salir de acá, ya para qué.
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