sábado, 5 de septiembre de 2009

BLACK STAR

La calurosa noche de verano no ofrece tregua alguna. La medianoche se acerca pesadamente mientras él, sentado en el balcón, contempla algunos fantasmas parsimoniosos surcar el cielo. La noche es silenciosa pese al ruido permanente de la ciudad lejana palpitante como el vientre blanco de una rana. Las plantas parecen hablar entre sí. Con los pies sobre la mesa disfruta de un vaso de sidra helada y de dulces pensamientos. El helecho comenta con el culantrillo la carencia de lluvia de los últimos días. El culantrillo responde de mala gana pues sus raíces están secas y sedientas. El helecho lanza un discurso agotador sobre su disconformidad por el agotamiento del espacio físico en el reducido balcón. El romero y el tomillo discuten acaloradamente sobre sus bondades en la cocina. Ante tanta discusión, el “Basilikum” o albahaca, comenta altanera y con verbo florido, la necesidad inminente de guardar energía para los días venideros de sequía.

El tomillo despotrica contra el calor espantoso que circula por el ambiente. Terrible. El romero solo atina a arreglarse y a soportar estoicamente el clima agresivo que los aqueja. Sus ramas verdes se vuelven más bellas con las sombras de la noche y la de las estrellas. El helecho sonríe y juguetea coquetamente con todos. Sus miles de esporas parecen brillar al compás del poco viento presente en la noche furibunda. La rosa roja observa todo con una lucidez envidiable. El mastuerzo realiza denodados esfuerzos por lograr que sus demás compañeros de balcón logren calmarse. Cómo estar en sosiego ante tanto bullicio. Él es distinto. Sus flores salpican dulzura. El naranja de su vientre emana luminiscencia. El huacatay ni se inmuta. Su apreciable y exótico olor lo hace inmune a tanta desfachatez.

El tomillo vuelve a lanzar aireados reclamos. Nadie le responde. El romero propone, tras un largo silencio, ordenar la conversación. La única que le hace caso es la imponente rosa roja de color metálico. El romero y la rosa están juntos y ocupan el lugar central del balcón frente a la solitaria silla amarilla. La calle se escucha abajo. La salvia interrumpe con voz afónica en la tranquilidad de la noche. Su voz parece un rápido trueno lejano y prometedor de humedad y lluvia. El culantrillo desesperado y con risa contagiosa anuncia mejores tiempos. Nadie lo toma en serio, sin embargo, su tupida presencia hace que poco a poco se le preste atención. El mastuerzo no se deja impresionar y defiende su posición en un francés pulido y armonioso. La noche parece haber alcanzado su plenitud. La luna apunta hacía el maldito balcón. El cielo a su alrededor no es negro, si no de un azul de amanecer, como el más fino oleaje. Al fondo serpentea el río fiel a su estilo.

Los cerros verdes disputan su presencia a lo lejos. El huacatay se siente extraño y propone esperar con paciencia la lluvia. La salvia lo desautoriza a hacer proposiciones tan simplistas. Una luz sale de la casa. El balcón se ilumina de pronto. Cunde un pánico general. La rosa pronunció un severo quejido. El tomillo, fiel a su estilo, fue la única especia en contestar. A los pocos segundos todo es silencio. La casa emite raros sonidos africanos y caribeños. Un olor a menta parece surgir del aire. Vainilla quizá. Toda una confusión. Una tremenda araña cuelga del borde del balcón y decide pasearse por encima del helecho. Este, decepcionado del poco aseo existente, lanza maldiciones e injurias.

El basilikum no se inmuta, sigue contemplando la discusión sin prisa ni temor. Todo el menaje que existe a su alrededor no lo impacienta. La noche es, pese a todo, una divina deidad. Los cubre a todos sin excepción.

Por qué tratas de matar polillas cuando son solo sombras. Están al otro lado señor. Es todo un hit. Los compadres siguen tocando. Ahoritita se lo traigo. Ven a gozar cosa rica. Óyeme cantar. Toca la flauta. Es como desear algo lejano pero a la vez tan cerca y lindo. Eres divina hija. Eres lo más sublime después de ti. Pacheco. Como ya alguna vez lo escribiste en pleno jolgorio mental, cae sangre desde arriba pero está fría. La insoportable capacidad de saber mucho. ¿Por qué estás sentado allí? Él pensaba que estaban allí. ¿De dónde vienes? ¿Del infierno? ¡¡Qué tal cara, Dios mío!! Del techo caían más gotas frías de sangre. El cerebro te picaba. Faltan clásicos. Ya te lo dijo, ellos ya llegaron. Ándate al carajo pobre diablo. Estaba todo caliente. Thomas Guido 184. Lince. ¿Quién me llora? Pensaba que vendrías por sorpresa. Qué iluso. Indestructible. Sueñas con camaleones mi preciosa. Eres toda una dama color café. Impertinentes. Aparecen en plena luz del día. ¿Niñas dónde están? No pitees hija. Domo.B.M.V. ¿Esa concepción? Matriculado. Qué magia divina. Fue a buscar el libro de las ranas y su sentido y sabiduría lo llevaron a él inconscientemente, no fue su cerebro. Todo comienza a calzar. Te necesito (yo la conozco a usted). Arrepiéntete. Le dirás a la gente que no nos conocimos. Te sientes como un niño frente a su primer día de colegio. Tu mente va más lenta a su lado. Deberías amarla, tú lo sabes. Estas líneas están llenas de meteoros surcando el cielo naranja. Se acercan peligrosos. Supones que te ve como un irreverente incrustado en tu nube fantástica. Tierno. El sudor te abruma. Su olor chiquito te agranda el universo. Esta puede ser tu última vez si tú lo quieres, lo más probables es que no lo quieras así. ¿O sí?

Caminaba buscando la bicicleta. Sabía donde estaba pero no aparecía. Dentro de los jardines y los edificios de la universidad aparecían unos cerros grandes. Todo estaba en construcción. Entraste clandestinamente a la casa de algún vecino con ella a buscar la bicicleta. Se molestó contigo, no sabes exactamente por qué, pero te pareció muy raro, pues era algo insólito en su comportamiento. Estaba hecha una fiera. Extraña realidad. Nunca apareció la verdammte bicicleta. Lo más singular de todo esto es que aparecía tu bicicleta tan bien en tu memoria, que era como si estuviese ahí mismo, negra y en buen estado, con el freno de atrás malogrado y el de adelante peligroso como siempre.

Estaban todos reunidos en la oficina del jefe celebrando por algún motivo irrisorio. Cantabas alegremente. De pronto, ingresaste a la oficina. Ahí estaba ella con su hermano en una esquina, en tu escritorio. Su sonrisa era otra, mucho más sarcástica. Estabas nervioso ante tal presencia. En medio de la oficina estaban las otras dos conversando tranquilamente. A una de ellas le diste un beso en la boca. Al otro lado estaba la gringa que se llevaba toda su atención. Su hermano era el más cuerdo. Apareció tu jefe y se quedó impresionado con ella.

De pronto, te dirigiste al final del salón y tuviste que lidiar con varios espadachines que sacaban a relucir sus filudas espadas. Acabaste con la mayoría, hasta que surgió de toda esa masa de guerreros el líder, un enano insignificante cuadrado y narizón. Lo hubieras podido aplastar sin problemas. Lo dejaste ir. Sacaste al hermano y a ella. Les propusiste ir a saludar al gran jefe. Ellos desaparecieron. Tú te fuiste a tu casa y pasaste por la rivera del río. Ahí estaba el turco en un bus lleno de gente y con la mirada perdida como siempre. Fuiste a comprar algunas chucherias para adentrarte en el río. Mientras esperabas, contemplabas a un policía dirigir el transito de una manera ordenada. Supongo que me lo preguntaría o lo consultaría conmigo antes de aventurarse a decir algo, pero las mujeres son impredecibles. Se agotó el momento, una lluvia en un fondo verde despide este momento. El gris cotidiano aparece a truncar la sensación de apremio y bienestar antagónicamente reflejada en tu rostro.

El balcón y sus moradores esperan una noche más de calma. El ambiente es propicio para el reposo de los guerreros. Todo está en calma. La música ha dejado de sonar hace un buen rato. La población botánica descansa. Algunos rumores se escuchan vagos e incomprensibles. Te sientas otra vez junto a la mesa. Necesitas tomar algo. No miras el reloj pero asumes que ya pronto debe amanecer. Te dedicas a mirar a las plantas del balcón. Deberías acostarte. Estás cansado pero no tienes sueño. Tú sabes que así te acuestes no lograrás conciliar el sueño reparador. El tomillo desprende un olor inconfundible. Tu mente se alborota al compás de una caminata a través de la plaza de Padua. Malditos cuervos revolotean por el cielo azul en busca de desperdicios. La albahaca suspira fuertemente. Escuchas ruidos en el balcón. Observas con detenimiento las matas verdes. Tu nariz percibe olores exquisitos. Tu mente juega en una playa con aguas de color turquesa. La arena es de color verde oliva. Te tumbas a descansar. Distintas aves surcan el cielo amarillo. El balcón se hace más grande. Singulares personajes se sientan a tu lado a platicar. Te ofrecen un trago amargo, mientras las luces de luciérnagas despistadas forman una aurora boreal de particular belleza. El cielo está blanco con estrellas negras de distinto brillo. Tu mirada se tambalea.

Te levantas de la silla y te diriges a tu cama. Una vez más piensas en decírselo. Ella debe saberlo. Duermes como un trozo de madera. No sueñas con nada. No es necesario. Te despertó el frió. ¡Pero si es verano! Qué intranquilidad. Tú tienes miedo cada noche que te acuestas. Piensas que nunca más despertarás. Miras el techo y evocas su olor. Traes a tu costado su boca y sus recuerdos. Su alegría era tu alegría. Ya no estará más contigo. Todo termina aunque es difícil aceptarlo. Te levantas y sales al balcón. Un calor descomunal te advierte del nuevo día. Miras hacia todos lados. No ves nada inusual. Te sientas en la silla amarilla. Te coges la cabeza y empiezas a llorar. ¡Por fin! Las plantas te observan y no dicen nada. Para ellas esas lágrimas son la humedad que necesitan. Sientes el sol en tu cabeza carcomiendo esos pensamientos que te llevan hacia ella. Nada está dicho. Tú sigue para adelante como el cangrejo. A lo lejos se veían unas nubes que podrían traer un poco de lluvia. Las plantas del balcón se emocionaron. Quizá esta lluvia alivie un poco todo esto y borre de tu corazón y mente esos momentos amargos.

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