En las tres entregas anteriores plasmé lo que, según
Jared Diamond en su libro “Colapso”, sucedió y está sucediendo en la isla
caribeña La Española, lugar donde por primera vez puso el pie Cristobal Colón
en 1492 y donde hoy están ubicados dos países: Haití y la República Dominicana.
Así las cosas, el artículo anterior abordó dos casos muy interesantes y
polémicos: un par de dictadores que tenían algo de “ambientalistas”: Rafael
Leonidas Trujillo Molina, alias “El Chivo” (1891 – 1961) y Joaquín Antonio
Balaguer Ricardo (1906 – 2002). Ambos dirigieron parte de la historia
republicana de la República Dominicana con mano dura (muy dura) pero con una
conciencia ambiental determinante en el accionar conservacionista en esa parte
de la isla.
Como se apuntó en líneas anteriores, en el caso de
Balaguer, la consigna podría ser: “conserva pero mata y reprime”. La pregunta
es: ¿habrá algo bueno que rescatar de todo esto? Sigamos sumergiéndonos en el
ambiente caribeño de la isla. La deforestación de los bosques de pino autóctono
fue intensa con Trujillo y, tras su asesinato, el control de los bosques se fue
desvaneciendo. Esto ocasionó que esta actividad se diera de manera
desenfrenada. Así, es recién con Balaguer que se pone mano dura para frenar la
tala ilegal, sin embargo, en los periodos que el dictador estuvo fuera del gobierno,
el control fue muy endeble y se siguió talando a diestra y siniestra.
Con la migración de dominicanos hacia la ciudad y con el
éxodo de muchos de ellos al exterior, la presión hacia los bosques disminuyó
considerablemente. No obstante, la deforestación se mantuvo muy fuerte en la
frontera con Haití, ya que cientos de haitianos cruzaban (y cruzan) la frontera
desesperados para hacerse, de manera furtiva, de árboles para carbón vegetal y
para quemar bosques, con el fin de destinarlos a plantaciones. Y, según
Diamond, a partir del año 2000, las competencias para la protección de los
bosques pasaron de las fuerzas armadas al Ministerio del Ambiente.
Con esto, la protección de los bosques dominicanos pasó a
ser menos efectiva en comparación con aquella que se dio entre los años 1967 y
2000 a manos de las fuerzas armadas, ya que la cartera ministerial es más
“débil” y carece del financiamiento suficiente para darse abasto con este
espinoso tema. Y no solo los bosques han sufrido el embiste humano, sino
también, se ha sobreexplotado las costas marinas y los arrecifes coralinos del
país. Todo esto ha ocasionado diversos y conocidos problemas ambientales. Por
nombrar algunos, se tiene la pérdida de suelos, debido a la erosión, lo que
acarrea una acumulación de sedimentos en los embalses de las represas; y la
creciente salinización de los suelos, poniendo en jaque la fertilidad de muchos
terrenos dedicados a las plantaciones de caña de azúcar.
Asimismo, la calidad del agua en la República Dominicana
es cada vez peor debido justamente a la sedimentación y a la contaminación por
productos tóxicos y por la acumulación y vertimiento de residuos sólidos.
Adicionalmente, se ha extraído de manera abusiva arena y piedras para la
construcción, lo cual ha aumentado drásticamente el deterioro de los ríos. Y no
solo eso, como sucede también en muchos países de economía primaria, se ha utilizado
(y utiliza) de manera indiscriminada pesticidas y fertilizantes ya prohibidos
en otras partes del planeta por el grave impacto que tienen en el equilibrio
biológico debido a las toxinas que contienen.
Los sucesivos gobiernos dominicanos han permitido que se
utilicen estos productos químicos sin ningún tipo de control ni protección para
los agricultores. Así, Diamond indica que en su visita a la isla se quedó
intrigado por la poca presencia de aves en los campos agrícolas. La respuesta
salta a la vista. A todo esto se le debe agregar la presencia de grandes
industrias que contaminan con sus humos y con sus residuos tóxicos; y la
utilización (aún) de vehículos obsoletos que contaminan por doquier. Asimismo,
ya existen problemas con el suministro de energía (apagones); y la necesidad de
obtener y poseer grupos electrógenos es grande, lo que trae consigo la quema de
combustibles altamente contaminantes.
Y siguen las
semejanzas (con nosotros)
A los problemas anteriores es necesario agregarles otros,
tales como la introducción de especies exóticas para repoblar espacios talados
y desolados por huracanes. En esa lógica, se trajo a la isla diversas especies
de árboles que crecen más rápido que el pino dominicano. Sin embargo, estas son
propensas a varias enfermedades, a las cuales, la especie autóctona es
resistente, no obstante, su presencia es cada vez menor. Por ende, las laderas
y terrenos que han sido reforestados con especies exóticas podrían perder su
masa forestal.
Adicionalmente, si bien la República Dominicana tiene una
cifra media de incremento poblacional, la isla les puede quedar chica a los
cerca de 11 millones de dominicanos. Todo esto trae consigo un fuerte impacto
hacia el medio ambiente, debido a la necesidad de acceder a los recursos
naturales y a la demanda de energía, agua, bienes y servicios. A esto se le
debe agregar la creciente producción de residuos. Y no basta con eso, puesto
que la influencia de la enorme cantidad de turistas que llegan, la propaganda
invasiva de Puerto Rico y de los Estados Unidos, así como las nuevas tendencias
mundiales, están convirtiendo a los dominicanos en unos “consumistas”
desenfrenados.
Esto último es, creo yo, imparable y común en nuestros
países, es decir, el consumismo. Además, la necesidad de “ser como los del
Primer Mundo” se ha acrecentado con la
globalización, con los avances tecnológicos, así como con el ímpetu de las redes
sociales. Esto no es gratis; existe un fuerte impacto en el medio ambiente y en
la isla La Española, esto sucede de manera alarmante. La economía dominicana,
basada en sus recursos naturales (primaria), no se da abasto para soportar esta
situación.
Amenazas al
SINANPE dominicano
Con todo esto, la red de espacios protegidos del país
debe enfrentar todos los problemas anteriores. El conglomerado de 74 reservas
de diferentes tipos (parques nacionales, reservas marinas protegidas y otras)
cubre y protege la tercera parte del país. Esta red es un logro envidiable e
impresionante en un país pobre, pequeño y con una alta densidad poblacional. Y,
como ya lo mencioné, resulta sumamente interesante que su constitución haya
respondido a intereses nacionales y que haya sido hecha y empujada por los
propios dominicanos. No tuvieron que esperar que vengan los “especialistas
gringos” a decirles qué hacer.
Pero claro, la pregunta que se hizo Diamond y que,
indefectiblemente, debemos hacernos es: ¿Cuál es el futuro de esta red de
espacios protegidos? Según el investigador estadounidense, la opinión de los
dominicanos está dividida. Sin embargo, parece predominar el pesimismo y esto
porque, para muchos, ya no existe una mano dura que proteja la red; no se
cuenta con el debido financiamiento y los últimos gobiernos solo han apoyado su
existencia sin estar muy convencidos de su utilidad.
A eso debe sumarse la existencia de cada vez menos
científicos locales con la formación adecuada y el apoyo casi inexistente del
gobierno a la investigación científica. El temor de muchos es que los parques
nacionales y las reservas naturales dominicanas se conviertan en espacios
protegidos solo en el papel. Pero no todo es pesimismo, pues el movimiento
conservacionista local aún tiene presencia y empuje. Las ONG locales se
enfrentan al gobierno por las posturas que este último adopta en contra de las
áreas naturales protegidas dominicanas.
Empero, el futuro del país en general también es algo
difuso según Diamond. La corrupción y los problemas de la economía dominicana
parecerían haber puesto en jaque al país. La disminución de la exportación de
la caña de azúcar, la devaluación de la moneda, la creciente competitividad de
los países vecinos cuyos costos son menores, el endeudamiento del gobierno y
otros factores, son los causantes de un panorama algo turbio. A esto hay que
agregarle el ya mencionado afán consumista que contraviene al nivel de
crecimiento de la República Dominicana. Ya en el colmo del pesimismo, según
cuenta el autor, para muchos dominicanos, su país va en rumbo a igualar a
Haití.
En esa línea, se afirma que Santo Domingo podría igualar
en condiciones ambientales, sociales y económicas a Puerto Príncipe, es decir,
una total polarización de condiciones: gente muy pobre en barrios marginales y
gente muy rica en lugares exclusivos y resguardados. No obstante, los
dominicanos han afrontado situaciones muy adversas y al parecer no van a darse
por vencidos tan fácilmente. Afrontaron una ocupación haitiana de 22 años;
posteriormente sobrevivieron a una seguidilla de presidentes débiles o
corruptos desde 1844 hasta 1916 y de nuevo entre 1924 y 1930; así como a
ocupaciones militares gringas entre 1916 y 1924 y entre 1965 y 1966. Además,
soportaron la dictadura de Trujillo durante 31 años y la superaron.
El futuro de
la isla
Con todo lo descrito, no es de extrañar que haya habido
una fuga masiva de dominicanos al exterior, en especial a los Estados Unidos (principalmente
a Nueva York), y a otros países como Canadá, Venezuela y España. Por otro lado,
regresando a Haití, ¿cuál es su futuro? Al parecer, este país sobrepoblado está
condenado a la pobreza total. Las premoniciones de lo que se viene son todas
negativas y deprimentes, pese al apoyo internacional que reciben. Sin embargo,
su precariedad es tal, que ni siquiera pueden aprovechar cabalmente todo el
apoyo que están percibiendo.
La problemática ambiental, social y económica en Haití ocasiona
que las esperanzas disminuyan drásticamente. A eso hay que sumarle los
recientes embistes de la naturaleza, como el terremoto en enero del 2010 que
fue el más duro que ha recibido el país y uno de los más fuertes en el planeta.
Además, se propaló una epidemia de cólera y las condiciones de pobreza e
inestabilidad política se asentaron en el país. No obstante, para muchos aún
hay alguna esperanza.
Existen todavía (aunque parezca remoto) algunos pocos
espacios de reservas forestales que han sobrevivido a la aniquilación del medio
ambiente: dos zonas agrícolas que pueden, siendo bien manejadas, ayudar a
incentivar la economía local y algunos sitios turísticos que pueden ser bien
aprovechados.
En las inmediaciones de la frontera entre Haití y la
República Dominicana, los haitianos viajan al país vecino para trabajar y poder
adquirir leña o combustible para llevar a sus deforestadas tierras. Otros
trabajan como peones agrícolas en tierras dominicanas e incluso en tierras de
muy pobre calidad que ya han sido desechadas por los dominicanos. Se estima que
más de un millón de haitianos viven y trabajan en la República Dominicana, la
mayor parte de ellos, de forma ilegal.
El éxodo de cerca de un millón de dominicanos ha sido
compensado por la llegada de haitianos con la esperanza de salir adelante en un
país que está algo mejor que el suyo, pero tampoco mucho mejor. Los haitianos
hacen todo lo que los dominicanos no quieren hacer, es decir, los trabajos
duros y mal pagados. En ese escenario, los dominicanos y los haitianos no solo
se diferencian desde el punto de vista económico, sino también cultural: hablan
lenguas distintas, se visten y alimentan distinto; y en general se ven
distintos, ya que el haitiano tiene un “look” más africano.
La situación de los haitianos en la República Dominicana
se asemeja, según relata Diamond en base a los testimonios recogidos, a aquella
de los inmigrantes latinos en Estados Unidos. Es por eso que para los
dominicanos es importante que se resuelvan los problemas de Haití y para
Estados Unidos es también importante que se resuelvan los problemas de la
República Dominicana (y de otros países latinoamericanos) para detener la
inmigración legal e ilegal en ambos casos.
¿Vecinos solidarios?
¿Podrá la República Dominicana hacer algo para apoyar a
Haití? Los dominicanos con las justas pueden mantener su país. Además, existe
una barrera cultural, pues los dominicanos miran con cierto desprecio a los
haitianos por considerarlos distintos e incluso como intrusos extranjeros de
procedencia africana. Además, hay “ropa sucia tendida” pues no es fácil olvidar
los conflictos que ha habido entre ambos países, sobre todo la invasión haitiana
a la República Dominicana en el siglo XIX que incluye 22 años de ocupación.
Por otro lado, los haitianos recuerdan la peor atrocidad
cometida por el dictador Trujillo, quien mandó matar —a puro machete— a cerca
de veinte mil haitianos que ocupaban el noroeste de la República Dominicana
entre el 2 y el 8 de octubre de 1937. Ambos gobiernos se miran con recelo y con
algo de hostilidad y la cooperación entre ambos países es casi nula o
inexistente. Según Diamond, para que exista alguna esperanza de mejora en
Haití, los dominicanos son los primeros que deben apoyar a sus vecinos, pese a
que existe una mala relación, pero que, felizmente, esta parece estar cambiando
para mejor.
¿Y el Perú?
Luego de haber leído todo lo sucedido en la isla La
Española y de haber revisado otros textos, debo indicar que veo varios paralelos
a nuestra realidad. Me asombra, qué tan parecido somos países como Perú y la
República Dominicana, calificados como emergentes y en vías de salir (con
distintas suertes y velocidades) de lo que se llama, para muchos, el “subdesarrollo”.
En relación a Haití, percibo que sí les llevamos ventaja en todo, pues su
situación es realmente impredecible así como van.
De hecho, entre las semejanzas con la República
Dominicana tenemos la presencia de casi los mismos problemas ambientales —salvando,
claro está, las diferencias territoriales y demográficas—: creciente presión
hacia los recursos naturales, traducido en deforestación y perturbación de
espacios naturales para campos agrícolas, minería ilegal e informal, terrenos
para viviendas, carreteras y para monocultivos
(palma aceitera, por ejemplo); caza ilegal y abusiva de especies (sobrepesca);
contaminación ambiental por desecho de residuos sólidos y líquidos sin ningún
tipo de control; empobrecimiento de los suelos por desertificación,
salinización y uso excesivo de pesticidas y fertilizantes; así como otro
rosario de problemas que no enumeraré para no deprimirnos.
Además, hay algo muy interesante que anotar. El sistema
de áreas naturales protegidas que ha desarrollado la República Dominicana es
uno de los más interesantes que he conocido. En el papel, se ve que es muy
bueno y que debería proteger por lo menos la tercera parte de la isla y grandes
espacios marinos. Ahora, el problema es contar con el financiamiento adecuado
para su correcto funcionamiento, es decir, para lo que respecta al control y
vigilancia, los gastos administrativos, la educación y comunicación ambiental, el
trabajo con las poblaciones locales, la generación de mecanismos de auto
sostenibilidad financiera y otros aspectos que permiten su existencia y el
cumplimiento de sus objetivos.
Nuestro Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas
por el Estado (SINANPE) es también, en mi opinión, un ente muy bien constituido
en el papel y con muy buenos logros. Yo soy un convencido que su existencia es
fundamental para conservar nuestra diversidad biológica mediante su uso
responsable. Por supuesto, tiene sus carencias, limitaciones y bastante por hacer,
pero es lo que tenemos y si no apoyamos su gestión, sí que estaríamos
aproximándonos a niveles haitianos. No necesitamos de dictadores para poner
mano dura en nuestras áreas naturales protegidas (¿o sí?); claro que cuando
vemos cómo avanza la minería ilegal en Madre de Dios, por ejemplo, muchos
pensamos que sí.
Que sí es necesario poner mano dura para afrontar algunos
problemas, creo que es discutible. En todos estos años, no veo que se haya
hecho algo concreto, tangible y severo para detener la minería ilegal e
informal. Y con la construcción de la Carretera Interoceánica Sur[1],
la situación en el sur del país es cada vez más preocupante; y lo es más si es
que se piensa construir dos carreteras interoceánicas (en el centro y norte del
país) sin tomar en cuenta lo que ya viene sucediendo y las recomendaciones de
los especialistas.
No necesitamos dictaduras ambientales, ni dictadores, no
obstante sí necesitamos tomar real conciencia de lo que viene sucediendo en el
país. Estamos entrando en unos tiempos complicados, en los cuales, si no
tomamos en cuenta nuestro medio ambiente y no aplicamos políticas reales de
adaptación al cambio climático, la vamos a pasar muy mal. No debemos, claro
está, dejar de lado las acciones para frenar el calentamiento global, pero creo
que lo más importante es adaptarnos al frenesí del clima y conservar lo que todavía
tenemos, para poder seguir manteniendo el modelo económico que tenemos. Y un punto
importante es el cuidado y manejo del agua. Sin ella, sí que estaríamos al
borde del apocalipsis.
Marzo 2013
[1] Recomiendo leer
el artículo del reconocido experto en temas ambientales, Marc Dourojeanni sobre
la Carretera Interoceánica Sur y sus consecuencias en vista a lo que se viene
en el centro y norte del país: http://www.oeco.com.br/es/marc-dourojeanni/26995-revisitando-a-interoceanica-sul-na-amazonia-peruana
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