miércoles, 13 de noviembre de 2013

CRÓNICAS DOMINICANAS (I)

Quisqueya la bella, como también se le conoce a la
República Dominicana.  

Antes que nada debo contarles que llegué a la República Dominicana (RD) de luna de miel con la esposa mía. El plan era simple; pasar seis días en Punta Cana (PC) y otros cuatro días más en la capital dominicana, Santo Domingo (SD), para no solo conocer el lado más “nice” de la isla, sino para también captar cómo se vive en el Caribe. Y de hecho lo hice, pese a que me faltó el tiempo para disfrutar de un par de sitios de ensueño. La promesa está hecha: debo (debemos) regresar.

“Vamo a resolvel” Apenas llegué a Punta Cana me llamó mucho la atención la cantidad de movimiento turístico que había en su moderno y pequeño aeropuerto. Sin embargo, esto no tiene nada de extraño, pues este balneario es un polo magnético para millares de turistas de todo el mundo que buscan disfrutar del Mar Caribe y de los encantos del trópico. Para mí, lo interesante en todo esto fue la cantidad de turistas rusos que vi, tanto en PC, como luego en SD. Me pareció bastante peculiar el comportamiento de este grupo cerrado y hermético de europeos. Y es que siempre andan en grupos muy compactos (de hecho, el idioma es un aislante natural en este caso, aunque casi todos hablan inglés) conformados principalmente por un núcleo familiar, donde casi siempre la “madre” (en la figura de suegra, mamá o abuela) era el elemento infaltable.

El comportamiento de la gran mayoría de estos rusos es el típico de los “nuevos ricos”, es decir, bulliciosos, sin modales (o con pocos), huachafos, sin ningún respeto e interés por la cultura local y siempre creyendo que son inmunes a todo y que se les debe tener algo de valoración. Conozco este comportamiento desde hace ya varios años, ya sea porque lo he visto en Alemania también con los rusos o porque lo veo en el Perú continuamente. Yo, como parte de mis experimentos sociales (y contraviniendo en algo a mi actitud hacia este tipo de gente) me mostré siempre amable y saludaba a todos a diestra y siniestra. Me atrevería a decir que casi nunca obtuve un saludo de respuesta.


Diversos hoteles de ensueño pueblan las costas
dominicanas, en especial la de Punta Cana.
Según nos contaban los lugareños de PC, existe una pujante colonia de rusos que decidieron llegar a la isla para quedarse. El incremento de su visita se da, ya sea por turismo o para quedarse a trabajar y vivir en la isla en torno también al turismo o simplemente para alejarse del frío. Tanto así, que en los hoteles de PC existen traductores especiales para los rusos; y muchos carteles y anuncios publicitarios están en ruso. Incluso, en las hojas que te entrega Migraciones en los aeropuertos dominicanos, está todo traducido en ese idioma eslavo. Adicionalmente, en SD vi varios tours guiados por rusos afincados en la RD que han visto en esta oleada una interesante oportunidad de trabajo.

¿Qué tiene de peculiar y llamativo todo esto? Nada, salvo que es bueno notar y estar atentos a estas “oleadas” y tendencias, pues el orden mundial cambia constantemente para bien o para mal. Los europeos “típicos” como los franceses, alemanes, españoles, italianos, ingleses, escandinavos u otros son cada vez más escasos, debido a la crisis financiera que afrontan (aunque la situación empieza a cambiar). Ahora, sería de esperar que vengan también a la isla chinos, indios y turistas de otras economías emergentes, pero por ahora no es así. 

¿Por qué? No lo sé, pero dado el cercano símil entre los rusos y los nuevos peruanos ricos en sus gustos, comportamientos y destinos podría ensayar una explicación: PC ya no es un sitio “chick”, justamente por eso, porque está lleno de rusos; lo cual ha obligado a los turistas “fichos” y decentes a buscar lugares más exclusivos. Lo que me lleva también a concluir que ni yo, ni miles de turistas, nos hemos enterado de esto (y de que además, no somos exclusivos). 

Empero, para los dominicanos, este tema no es muy importante. La cosa es que sigan llegando turistas. De eso se trata, en especial en la burbuja turística de PC, un lugar por cierto sumamente interesante y atractivo que parece, en muchas partes y aspectos, una provincia de Estados Unidos hasta que uno ve a la gente local sudar la camiseta para ganarse el pan y entiende que no está necesariamente en el paraíso. 

Colmenas

En el hotel en el que nos hospedamos en PC sentí, por momentos, que estaba en una especie de “Ghetto”, donde solo se veía a empleados (el 95% de ellos o más, gente negra) circulando incansablemente por sus vastas instalaciones en sus uniformes. En los momentos cuando la gran mayoría de turistas estaba todavía reponiéndose de la resaca o simplemente durmiendo, brigadas de empleados velaban por la limpieza y el orden de este aposento del “tragar y chupar” hasta reventar; porque todo está incluido, por ende, luego de pagar tu estadía, la comida y la bebida es gratis. Por momentos, mi mente retorcida y malpensada me hacía recordar pasajes del excelente cuento de Truman Capote, Música para Camaleones, en el cual se describe, entre otros, cómo era la vida en las plantaciones de caña de azúcar en Haití. 

Conversando con algunos de estos empleados, pude comprobar lo que ya sospechaba desde el principio, muchos de ellos eran haitianos. En un primer vistazo es difícil diferenciarlos de los dominicanos, pero mi ojo entrenado y acucioso aprendió rápidamente a hacerlo. Adicionalmente, hubo otros factores que me ayudaron a dicho cometido, tales como la manera de comportarse y por supuesto el idioma. Además, cuando estuve fuera de nuestra burbuja “all inclusive” —es decir, fuera del hotel y en alguna excursión— vi en las calles la lucha diaria de supervivencia, en la cual se enfrascan ambos pueblos en un lugar que parece tan ajeno a ellos, pero del que dependen para sobrevivir. 

Haití

Mientras caminábamos en el hotel tomándonos un cafecito, un simpático haitiano, de nombre Supremo, nos abordó y estuvo a punto de vendernos unos “tours” algo sospechosos. Digo esto porque la empresa a la que él representaba no parecía ser de mucha confianza. No obstante, su buen poder de convencimiento, su alegría y su manera simpática de ver el mundo, estuvieron a punto de hacernos comprar sus boletos con un destino tal vez incierto (o tal vez era pura paranoia tercermundista). Me quedé un rato conversando con Supremo y me confirmó que era de Haití, específicamente de una pequeña ciudad cerca a la capital haitiana, Puerto Príncipe; y que vivía en la RD desde hace más de diez años con su mujer y sus hijos. Supremo no quiso contarme cómo llegó al país vecino con el que comparte la Isla La Española, pero por lo que pude escarbar en su pasado, no vino a tierras dominicanas de turista. 

El Caribe es un lugar para pasarla bien y disfrutar de
su acogedora y hospitalaria gente, pero también
es un hervidero de problemas y de dificultades. 
Supremo me comentaba que la situación en su país natal estaba mejorando, puesto que ahora ya se podía salir a la calle porque existe algo más de seguridad, dado que hasta hace unos años, esto era algo altamente riesgoso. Según su opinión, el gobierno actual ha puesto mano dura y está haciendo “algo” por su país. Fue también que, conversando con este improvisado vendedor de tours y paquetes turísticos, pude conocer un poco más sobre el duro destino que les ha tocado vivir a los haitianos en estos últimos años. Desde golpes de Estado, terremotos, guerras civiles, pandemias y otras desgracias humanas, este pequeño país con una alarmante explosión demográfica está realmente jodido. Han acabado con casi todos sus bosques, no tienen buenos profesionales, la corrupción campea impunemente y no se ve mucha luz al final del túnel.

No obstante, Supremo me contaba que si bien se siente muy a gusto en el país que lo alberga y donde él y su mujer pueden trabajar, toda su familia desea regresar en algún momento a su terruño. No sabe qué le espera, ni tampoco piensa mucho en su futuro, ni menos en el pasado que dejó. Lo único que le interesa, por ahora, es el presente y en especial poder “enyucarnos” sus tours. Ya habíamos accedido a comprarle un par de expediciones, sin embargo, una dominicana y empleada del hotel nos dijo que el “Ressort” donde estábamos alojados tenía su propia agencia de turismo, por lo que Supremo no podía vendernos nada a nosotros.

Con algo de vergüenza tuvimos que alejarnos de Supremo y dejarlo con los crespos hechos; no sin antes lamentar que lo ilusionáramos en vano y que tal vez recibiría alguna reprimenda de su empleador. Posteriormente nos lo volvimos a cruzar y si bien no nos reclamó airadamente sobre lo sucedido, deslizó sutilmente la posibilidad de que para no perjudicarlo, podíamos darle parte del monto total que habíamos pactado. 

Por supuesto que no aceptamos, pero me quedó una sensación algo extraña. Sentí que pude ser embaucado, pero sentí también que dejé colgado a alguien que se faja para llevar el pan a su hogar. Sin embargo, luego sentí también que Supremo se había especializado en la pendejada y que quería a toda costa su tajada. Además, me imagino que ya le ha hecho el cuento a varios (ojalá sean solo rusos), pero que tal vez no y que todo hubiese salido bien, pues por algo permiten que él venda esos “tours” en un hotel tan exclusivo (con las dudas que esto amerita). Tantas contradicciones son comunes en esta parte del Caribe. Ya veremos por qué. 

PD. Algunos días después de haber hablado con Supremo, específicamente el 03 de noviembre del 2013, apareció en el diario El País de España la columna del Premio Nobel Peruano Mario Vargas Llosa titulada “Los Parías del Caribe” que toca el tema de la polémica decisión tomada por el Gobierno Dominicano en relación a los hijos de los haitianos nacidos en RD. Para leerla, ingresar al siguiente link: 

Noviembre 2013

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