jueves, 21 de noviembre de 2013

CRÓNICAS DOMINICANAS (II)

Continuando con el relato anterior, debo confesar que me he enamorado de la parte dominicana de la isla La Española. Eso explica por qué me he quedado varias veces observando por innumerables minutos el mapa de la República Dominicana (RD) sin motivo específico alguno. Y es que todavía no logro entender cómo tanta belleza, ruido, sabor, color, historia, mambo, esperanza, buena onda, contrastes, empuje, olores, problemas, emociones y hospitalidad caben en tan solo 48 442 km². Por si acaso, no me está pagando el gobierno dominicano o alguna empresa turística para escribir esto. Es lo que hay.     

Una vez que dejamos Punta Cana (PC), nos fuimos a Santo Domingo (SD) en bus. Tuvimos que hacer un viaje de casi tres horas para llegar a la capital dominicana. Atravesamos extensos campos de cultivo de caña de azúcar y hermosos lugares que, por momentos, te hacen pensar que estás en un espacio continental, casi amazónico e inhóspito. Al llegar a SD me asombró encontrar una ciudad casi en las penumbras. Según me comentaron, el país tiene algunos problemas con el abastecimiento de electricidad. Por ende, en muchas zonas de la capital y en otras ciudades solo se tiene “luz” según las tarifas que uno paga, pues el uso es restringido y se da según tu capacidad económica. El reto a futuro es de dónde y cómo seguir generando energía eléctrica, pero aunque parezca mentira, esa pequeña isla sí tiene sus centrales hidroeléctricas. 

Nos instalamos en el casco colonial de la ciudad; una zona que, según la mayoría de dominicanos, es un lugar seguro y protegido. Así, acostumbrados a andar siempre atentos ante los rateros, no sucedió nada extraordinario, aunque las calles oscuras no dejan de intimidar al más avezado. Así por ejemplo, caminando por el centro y de noche pudimos ver a efectivos de seguridad cuidando agencias bancarias con un rifle en la mano a pocas cuadras de locales que no tomaban ninguna medida de seguridad. Pero felizmente, todo esto no opaca el sabor a “barrio”, a ciudad vieja, a metrópoli emergente y a hervidero de esperanza que tiene SD y toda la RD.   

Es interesante saber, para cuando vayan, que los dominicanos son unos hábiles vendedores y no paran hasta lograr que compres algo o que accedas a sus servicios utilizando su alegría, el acento caribeño y promesas comerciales insólitas. No obstante, en algunos casos, llegan a ser muy invasivos y pueden llegar a alterarte un tanto. De arranque hay que decirles que no y no titubear. Así por ejemplo, en el balneario de Boca Chica (ubicado a media hora de SD y en pleno Mar Caribe), hicimos todos los intentos para no acceder a los servicios de “pedicure” y de masajes de dos damas haitianas (pero “dominicanizadas”), pero ambas fueron tan incisivas que no pudimos esquivarlas. Y si bien prometí en ese momento no aceptar nada más, a los pocos minutos, un vendedor de chucherías, Pablo, me hizo comprarle una pulsera que cuelgo orgulloso en mi brazo.  
      
Contrastes

RD es un país con bastantes cosas y aspectos divergentes que llaman la atención. En algunos recorridos por la capital se puede ver tiendas casi vacías que parecen haberse quedado estancadas en el tiempo y que son atendidas por ancianos fantasmales; y se puede visitar centros comerciales modernos, gigantescos y llenos de gente, donde se ve a una efervescente clase social comprando a diestra y siniestra. Asimismo, uno ve las conocidas y malditas combis que también pululan por algunas calles de la capital, de manera casi similar a como las tenemos en el infierno limeño, con energúmenos gritando a los cuatro vientos y parando donde se les da la regalada gana; pero también puedes utilizar el moderno, eficiente y envidiable metro que tienen los capitalinos dominicanos. 

Por otro lado, la amabilidad general de los dominicanos y su siempre buena disposición se pueden ver algo opacadas al momento de intentar entender su sistema tributario. Esto última es una tarea sumamente compleja que despinta un poco el trato al turista, pues si uno pone atención en este tema puede llevarse algunas sorpresas. Otro contraste interesante es la gran belleza paisajística de la isla con la poca presencia de fauna silvestre. Si bien estuve atento a todo y no dejaba de buscar incansablemente aves, no puede ver mucha fauna (salvo aquella asociada a los corales marinos). Seguro la tienen bien escondida y al parecer bien protegida.

“No me vengas con aguaje”, es decir, no me palabrees mucho. Esta frase me hizo reflexionar en lo siguiente: casi todos los dominicanos y seguramente casi todos los caribeños siempre se jactan de que ellos son casi los dueños del sabor tropical. Ojo, el Perú —así como Ecuador y Bolivia, por ejemplo— también es un país tropical. La gran diferencia o el factor determinante de ese “sabor” es en todo caso el Mar Caribe, con sus hermosas playas y agua turquesa, así como el clima. Sin lugar a dudas, se percibe una frescura distinta en los caribeños al momento de afrontar la vida, no obstante, según lo que me cuentan muchos de ellos, toda esa buena onda contrasta con algunas de las emociones con las que se vive mano a mano y día a día en el Caribe.  

Los pescados de la discordia 

“Pa hacel el cuento colto” resumiré un hecho que me dejó un pequeño, pero no desconocido, sabor amargo. En nuestra visita a Boca Chica pedimos un par de platos típicos a base de pescado. En la carta que nos dieron al inicio figuraba 500 pesos dominicanos por cada uno de ellos. Sin embargo, a la hora que nos trajeron la cuenta, nos querían cobrar 600 pesos dominicanos por cada plato, más el 26% de impuestos por consumo. Así, exigimos la carta para demostrar que el precio que vimos al inicio era el de 500 pesos y no 600. La persona que nos atendió trajo la carta donde figuraba 600 pesos por cada uno de los dos platos. Es decir, estos señores tenían (tienen) dos cartas con los mismos platos y bebidas, pero con diferente precio.  

Una vez que resolvimos este “impasse” tuvimos que resolver uno adicional; y es que, dado que teníamos que pagarle al par de mujeres haitianas que nos “ofrecieron sus servicios”, le pedimos a los dueños del restaurante que le paguen los 300 pesos que nos costó la gracia y que se los pagaríamos junto a la cuenta. Resulta que los dueños sumaron dicho monto (los 300 pesos) al costo total del almuerzo; y sobre ese monto aplicaron los impuestos. Esto hizo que, en resumen, la cuenta saliera muy elevada. Reclamamos, en un primer momento, el cambio del precio de los platos y el hecho de que no deberían aplicarle el 26% de impuestos a los 300 pesos, pues ese monto no era parte del consumo. Felizmente logramos aclarar las cosas.  
Luego de esto y después de haber disfrutado del mar, nos fuimos a tomar el autobús que nos devolvería a SD. En el ínterin, “mi mujel”, se detuvo un momento en un puesto de la Policía Turística para preguntar cuál era el monto del impuesto que se le adiciona al consumo. Los funcionarios nos dijeron que normalmente se debería cobrar solo el 10%. Fue ahí cuando nos quejamos del atropello del que fuimos víctima y donde dejamos sentado que era una vergüenza este tipo de acciones. Identificamos a los dueños del restaurant (más no a la persona que nos atendió) para que nos devuelva el monto adicional que nos había cobrado. Estos dominicanos indignados nos devolvieron “su dinero” y quisieron atarantarnos delante de los casi inactivos funcionarios de la policía, quienes resignados asumen que, tras este incidente, todo seguirá igual. Ese tipo de pendejada me parece repugnante, pero, lamentablemente, es normal por allá. Tuvimos que salir escoltados a tomar el bus rumbo a SD para evitar que sucediera algo. 

Quisqueya de mis amores

Bueno, se acaban estos escritos, no sin antes declarar mi amor por esta isla (me falta conocer Haití). En este pedazo del Caribe pude conocer de cerca cómo conviven dos mundos distintos, el paraíso turístico de Punta Cana y el resto del país. Además, pude percibir parcialmente cómo es la situación de los haitianos. Su país está último en casi todos los rankings en el mundo y es uno de los más pobres del planeta. Mi interés radica en intentar saber cómo pueden salir adelante, tanto la RD como Haití. Creo que la única salida es uniendo fuerzas. En mis vagos intentos por descifrar esa relación, recuerdo los datos ofrecidos por Jared Diamond en su libro “Colapso”, entre los que apunta que ambos países están separados por una barrera cultural que incluye diferentes idiomas y diferentes maneras de afrontar el futuro. 

Existe sin lugar a dudas diversos antagonismos que he podido comprobar. Muchos dominicanos consideran a los haitianos casi como africanos y los miran con cierto desprecio, pese a que son una fuerza laboral vital para ellos. Además, los miran de reojo pues temen una intromisión extranjera. Por otro lado, no se puede tapar con el dedo la historia de ambos países donde primó la violencia y la brutalidad. Los dominicanos no olvidan las invasiones que sufrieron por parte de Haití en el siglo XIX que incluye veintidós años de ocupación; y los haitianos no pueden olvidar la masacre ordenada por el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina “El Chivo” en octubre de 1937, en la cual se asesinó a machete a más de veinte mil haitianos en el noroeste del país y en la región del Cibao. 

La situación es compleja, sobre todo en los últimos meses, por la decisión del gobierno dominicano de no reconocer la nacionalidad dominicana a los haitianos nacidos en la RD. Espero que la relación entre ambas naciones llegue a buen puerto. Espero también poder regresar a la isla y visitar muchos otros lugares de ensueño. Espero que todo mejore en ese pedazo del Caribe, donde me sentí muy a gusto, tomé buen café, probé muy buen cacao y donde pasé una luna de miel maravillosa.  
   
Noviembre 2013 

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