No hay palabra alguna que pueda definir con exactitud lo que es la lejanía. Las palabras que intentan describir la vastedad son absorbidas por esta misma y desaparecen sin dejar rastro o se convierten en nubes de caprichosas formas en el infinito y lejano horizonte. Azul y blanco claroscuro. Entre estos dos colores se encuentran lo lejano y una carretera, tan larga y recta como una sobredimensionada manecilla de reloj. En estas coordenadas, entre la luz y la tierra, tenemos el escenario perfecto para un teatro mundial metafísico. El productor argentino Carlos Sorin no nos ofrece un film sobre cosmología o una aventura en la naturaleza extrema. Nos muestra la profundidad de la vida cotidiana, escenario en el cual un final trágico es insoportable.
El sur de la Patagonia está inmerso en aquella lejanía en la que los habitantes pueden desaparecer. Por ello, este filme, para contar las historias que presenta, debe “fijar” a los protagonistas, manteniéndolos muy cerca, ya sea dentro de un automóvil, en un bar, en una posta medica o en un estudio de televisión. “Historias mínimas” es una película de grandes totales y de muy pequeños detalles; entre estos dos aspectos no hay casi nada. Un largometraje de silenciosos extremos, en un extremo y silencioso lugar.
En el tercer largometraje de Sorin tenemos tres historias paralelas, las cuales por momentos se rozan. Don Justo, Antonio Benedictis, es un señor de 80 años que decide partir a San Julián al enterarse de que su perro extraviado se encuentra allá. Roberto (Javier Lombardo) es un vendedor de 40 años que desea pedir la mano de su amada, María, interpretada por Javiera Bravo, la cual reside en San Julián con su pequeño hijo y ha sido elegida como finalista en un “Gameshow”.
Estas tres generaciones, representadas en los protagonistas descritos, se enrumban a San Julián sin saber cómo va a terminar su viaje, pero con la ciega esperanza de modificar su vida y su destino. Lo realizan pese a las dificultades, tales como la búsqueda del dueño del perro o cambio de premios de última hora. Estamos frente a acciones que quizá resulten irrelevantes en el “fin del mundo”, pero somos partícipes de pequeños viajes hacia la felicidad total. Finalmente, da igual si mintiéndose a sí mismo se logra conseguir una satisfacción personal o un compromiso para la propia felicidad, siempre y cuando seamos siendo los mismos, así viajemos a un destino desconocido.
La cinta incluye también un recorrido a través de las tres últimas etapas de la historia argentina, desde las dictaduras militares, atravesando el boom económico y finalmente, la bancarrota del país. Encontramos oxidados anuncios publicitarios, estantes vacíos, innovadores y modernos programas de televisión que rompen la tranquilidad del viento de las estepas y los signos evidentes de la crisis actual.
En líneas generales, vale la pena ir a ver esta película. Nos deja un grato recuerdo de sus personajes y nos ofrece la mirada exacta de un melancólico contador de historias modernas, mínimas, pero humanas y reales.
Agosto 2003
El sur de la Patagonia está inmerso en aquella lejanía en la que los habitantes pueden desaparecer. Por ello, este filme, para contar las historias que presenta, debe “fijar” a los protagonistas, manteniéndolos muy cerca, ya sea dentro de un automóvil, en un bar, en una posta medica o en un estudio de televisión. “Historias mínimas” es una película de grandes totales y de muy pequeños detalles; entre estos dos aspectos no hay casi nada. Un largometraje de silenciosos extremos, en un extremo y silencioso lugar.
En el tercer largometraje de Sorin tenemos tres historias paralelas, las cuales por momentos se rozan. Don Justo, Antonio Benedictis, es un señor de 80 años que decide partir a San Julián al enterarse de que su perro extraviado se encuentra allá. Roberto (Javier Lombardo) es un vendedor de 40 años que desea pedir la mano de su amada, María, interpretada por Javiera Bravo, la cual reside en San Julián con su pequeño hijo y ha sido elegida como finalista en un “Gameshow”.
Estas tres generaciones, representadas en los protagonistas descritos, se enrumban a San Julián sin saber cómo va a terminar su viaje, pero con la ciega esperanza de modificar su vida y su destino. Lo realizan pese a las dificultades, tales como la búsqueda del dueño del perro o cambio de premios de última hora. Estamos frente a acciones que quizá resulten irrelevantes en el “fin del mundo”, pero somos partícipes de pequeños viajes hacia la felicidad total. Finalmente, da igual si mintiéndose a sí mismo se logra conseguir una satisfacción personal o un compromiso para la propia felicidad, siempre y cuando seamos siendo los mismos, así viajemos a un destino desconocido.
La cinta incluye también un recorrido a través de las tres últimas etapas de la historia argentina, desde las dictaduras militares, atravesando el boom económico y finalmente, la bancarrota del país. Encontramos oxidados anuncios publicitarios, estantes vacíos, innovadores y modernos programas de televisión que rompen la tranquilidad del viento de las estepas y los signos evidentes de la crisis actual.
En líneas generales, vale la pena ir a ver esta película. Nos deja un grato recuerdo de sus personajes y nos ofrece la mirada exacta de un melancólico contador de historias modernas, mínimas, pero humanas y reales.
Agosto 2003
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