domingo, 5 de febrero de 2012

MUNICH

La última película de Steven Spielberg ha desatado una serie de críticas y comentarios de todos los calibres hacia él y su obra. Lo han tildado de provocador, de judío traidor y hasta de pacifista disfrazado. Sin embargo, Spielberg lanza al espacio a través de este film, la pregunta que intenta desentrañar hacia dónde conduce la violencia y si esta puede ser enfrentada únicamente con más violencia. En esta entrega no se aprecia, como en otras cintas de Spielberg, un happy end o un enemigo claramente definido, sino más bien la búsqueda de una explicación.

El conflicto entre Israel y Palestina es, creo yo, el caso que reúne una serie de elementos inciertos, incomparables e incongruentes entre sí, en todos los aspectos como ningún otro. Además, este intento de reconstrucción y análisis se presta para buscar un tipo de explicación que no puede dejar satisfecho a todos. Adicionalmente, tal cual como sucede en la vida real, cada uno tira para su lado y justifica su accionar según su conveniencia e intereses (uno de ellos puede ser la venganza).

Spielberg intenta agarrar al toro por las astas y contar esta trágica parte de la historia mundial de la manera más objetiva posible. Pero, ¿existe la objetividad? La respuesta está en la mente de cada uno de nosotros. Si debemos tomar partido por alguna de las partes, debemos conocer de cerca este problema histórico, cultural y religioso para obtener la mayor cantidad de elementos de juicio. Esta cinta es uno de ellos.

El secuestro de atletas israelíes dentro de la Villa Olímpica de Munich en 1972 por terroristas palestinos, desencadenó una presencia mundial del tema palestino en los medios de comunicación y la consiguiente atención de la opinión pública internacional. De esta manera, se origina un operativo israelí destinado a asesinar a los que planearon dicha acción terrorista. El líder del comando de cinco personas, es Avner (Eric Bana) y es designado por la Primer Ministro Israelí, Golda Meir (Lyn Cohen) y el Jefe del Servicio de Inteligencia, Ephraim (Geoffrey Rush).

Avner lidera un equipo de cuatro personas que no se conocen entre sí y con cuya ayuda deberá realizar su misión. Dicho equipo deberá “trabajar” sólo en países de Europa, evitando países comunistas e islámicos. La consigna es utilizar, en la medida de lo posible, bombas ya que llaman más la atención. Avner inicia su labor retomando contacto con antiguos conocidos para establecer, a través de ellos, los vínculos para ubicar a sus víctimas.

Es así como logra conocer al francés Louis (Mathieu Amalric), quien le ofrece una inesperada protección y las valiosas pistas para la caza. El clan familiar de Louis se encuentra entre los dos frentes y comercializa la información como unos efectivos y bien remunerados “dateros”. Este singular personaje nos demuestra el poder que proporciona disponer y manejar la información.

Llama la atención, pese a la eficacia del “team”, la inexperiencia de sus integrantes. Avner había sido anteriormente un guardaespaldas. El especialista en la construcción de bombas fungía, antes de trabajar con Avner, de desactivador de explosivos (sus bombas fallan en algunas ocasiones o tienen un efecto mayor del deseado). ¿Es creíble que un Servicio de Inteligencia organice un equipo “amateur”? Asimismo, parece sospechoso retractar a los terroristas como personas apacibles o padres de familia. “Munich” nos ofrece estas situaciones que durante el transcurso del film parecen pasar desapercibidas.
Spielberg no se concentra en los hechos ocurridos en la Villa Olímpica, sino que toma la lupa para analizar y describir el operativo de venganza de las fuerzas israelíes. En la narración aparecen los buenos y los malos entremezclándose por momentos, condicionándonos tal vez a tomar partido por alguno o incluso a sentir alguna simpatía por el comando israelí.

El director incluye una escena que corta con todo el hilo conductor de la narración y que parece escapársele de la mano, o al menos no logra su cometido. Mientras Avner se encuentra en el punto máximo del acto sexual con su esposa, se interponen en sus pensamientos las escenas de terror y sangre en el aeropuerto de Munich. Una escena macabra que pudo tal vez ser dejada de lado, pues no aporta nada.

Al final de la película apreciamos una conversación entre Avner y el contacto con el gobierno israelí. El fondo es Manhattan en el año 1973, el año en que se terminó las obras del World Trade Center. Tal vez resbala por ahí alguna insinuación a lo que ya todos conocemos: el 11-S (Nueva York, 2001), el 11-M (Madrid, 2004) y el 7-J (Londres, 2005). En especial, la escena parece anunciar el suceso que cambió el mundo: el ataque a las Torres Gemelas.

Munich es una buena película y merece ser vista. La actuación de Bana es buena, pero por momentos parece no convencer. Su mirada apuntando a la nada y dudosa ante toda situación, hace perder fuerza al argumento. Por otro lado, no deberíamos polemizar sobre el trasfondo ideológico y político, pues así se pierde mucha energía en encontrar una explicación (aunque de eso se trata). Algo rescatable de esta cinta es su capacidad de romper un poco el molde establecido por Hollywood de los buenos y malos. Algo difícil de encontrar en un mundo cada vez más polarizado, pero a la vez más cerca de todos.

Febrero 2005

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