Enrique Angulo Pratolongo es un tenaz conservacionista y asiduo colaborador nuestro. En esta oportunidad reproducimos sus reflexiones en una carta abierta sobre la necesidad de crear una entidad ambiental autónoma.
Hace unos días leí que es necesario un único ente que regule todo lo referente al tema ambiental en el país y que integre toda la normativa dispersa que existe sobre el medio ambiente, la diversidad biológica, así como sobre otros temas espinosos. Adicionalmente, dicha entidad debería lograr unificar las competencias y desatinos de los ministerios, municipalidades y demás armatostes del Estado cuando se enfrentan a los temas de gestión ambiental. Si bien es necesario el ente ambiental, por encima de sus funciones, deberíamos imponer una cultura de conservación integradora que busque mejorar todos los aspectos que se relacionan con el deber de todos nosotros, de proteger el medio ambiente si queremos dejar algo para los demás.
Tal vez reciba algunas críticas por parte de los que me conocen, pero de qué me sirve conservar una especie alada, peluda o escamosa, en un hábitat restringido, si tal vez desaparezca sin ocasionar cambios significativos en el medio ambiente, y de lo cual se enteren exclusivamente un puñado de personas. De qué me sirve crear zonas protegidas por el Estado o por privados para conservar paisajes, flora y fauna, si las poblaciones aledañas ven en esas iniciativas que se les reduce el espacio y que tarde o temprano se verán obligados a utilizar los recursos naturales para saciar sus necesidades si no tienen otras opciones de supervivencia.
De qué me sirve fomentar el turismo, ecoturismo, turismo vivencial y demás variantes, si solo se benefician unos cuantos a costa de otros. De qué me sirve pedirles a algunos que conserven y que no toquen lo que les rodea, si ellos se limitan a ver que otros vienen, se divierten para luego irse, sin dejarles nada. De qué me sirve pregonar a los cuatro vientos que la Tierra debe ser mantenida tal cuál como la encontramos, cuando cada día somos más (con hambre) y necesitamos de los recursos naturales (felizmente no todos). De qué me sirve extraer lo que me produce dinero, aniquilando y contaminando, sabiendo que voy a pagar las consecuencias con protestas que me obliguen a replantear mi producción. De qué me sirve proteger casi el 14% del territorio del país, si el resto puede colapsar.
De qué me sirve pugnar por conservar todo, si seguimos contaminando a diestra y siniestra violando los límites máximos permisibles, los estándares de calidad y cuanta norma se nos pone al frente. De qué me sirve cumplir con lo establecido en la ley desarrollando una industria amigable al medio ambiente, si los demás hacen caso omiso a la ley, contaminando de manera impune, total, no les afecta directamente. De qué me sirve asistir al IV Congreso de Morfología y Conservación de la Subfamilia Rynchopinae y ser experto en una especie de ave marina, si no soy capaz de intentar reducir la generación de desechos sólidos en casa.
Es decir, adicionalmente al ente “director” que establezca las bases y fiscalice todo el tema ambiental, nosotros debemos enfocar la conservación desde distintos aspectos y niveles, tomando el mayor número posible de aristas y de elementos de juicio, los cuales nos permitan entender los procesos naturales, así como la injerencia del hombre en su afán de satisfacer sus demandas para sobrevivir.
Visión integradora
¿De qué me sirven entonces todos estos aspectos? Asumo que me sirven para tener una visión más completa de todo lo que implica conservar, manejar, aprovechar y desarrollarnos de manera sostenible y sustentable antes de que sea demasiado tarde. Estos dos últimos términos, han sido un poco manoteados últimamente, pero a grandes rasgos implican en el primer caso, que el desarrollo en base al medio ambiente se debe mantener en el tiempo, sin afectar a los que vienen; y en el segundo caso, que el desarrollo en base a los recursos naturales, debe generar ingresos y beneficios -en teoría- para los que más lo necesitan.
Ser conservacionista, conservador, verde o como quiera que se les denomine a los que tienen que ver con el medio ambiente y con la naturaleza, no debería ser sinónimo de monotemático, ni de alguien que solo vela por lo que le interesa conservar o desarrollar. Debemos buscar integrar todos los aspectos económicos, sociales, culturales y ecológicos que busquen armonizar la presión humana al medio ambiente.
Entonces de qué me sirve solo un ente ambiental, si no existe una visión integradora de conservación. Todos deben “meter la mano” en esta tarea. Estamos obligados a concebir esta tarea como algo más complejo y dinámico que termina tal vez en un aspecto, pero implica algo más e incluye a otros actores. No tengo nada en contra de los especialistas, es más, desde acá les hago pública mi admiración y mi aprecio por su trabajo, pues los considero unos “capos” que deben ser reconocidos ya que aportan muchísimo con sus investigaciones, pero a veces dejan de percibir otros aspectos por involucrarse en un solo tema.
Pese a estas reflexiones, pienso que si debe haber una entidad nacional para el medio ambiente y una visión medioambiental integradora en el país.
El Consejo Nacional del Ambiente (CONAM) –que depende de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM)- pudo haberse convertido en la autoridad ambiental, sin embargo ha demostrado poca injerencia y eficacia. Por otro lado, el Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA) –que depende del Ministerio de Agricultura- ve solo una parte del problema y su ámbito de acción es limitado. Además, los Ministerios, así como otros entes reguladores del Estado, se cruzan entre si con sus normas y competencias.
En el caso del agua por ejemplo, están involucrados: el INRENA, en cuanto a la autorización de su uso; la Dirección General de Salud Ambiental (DIGESA) -que depende del Ministerio de Salud-, en cuanto a la calidad del agua y la Superintendecia Nacional de Servicios de Saneamiento (SUNASS) –que depende de la PCM- en cuanto a la regulación de las empresas de servicio de agua potable.
Además, en el caso de las aguas marinas, tenemos al Ministerio de Pesquería y a la Dirección General de Capitanías y Guardacostas (DICAPI) –que pertenece al Ministerio de Defensa- involucrado en el tema. Es decir en ambos casos, una chanfaina de leyes, competencias, reglamentos, responsabilidades que más es lo que complican el uso y regulación de un recurso vital.
Entonces, reflexionemos sobre lo que venimos haciendo y exijamos un Ministerio del Medio Ambiente.
Artículo publicado el 14 de noviembre de 2006 en la versión online de la Revista Viajeros:
http://www.viajerosperu.com/articulo.asp?cod_cat=11&cod_art=402
Hace unos días leí que es necesario un único ente que regule todo lo referente al tema ambiental en el país y que integre toda la normativa dispersa que existe sobre el medio ambiente, la diversidad biológica, así como sobre otros temas espinosos. Adicionalmente, dicha entidad debería lograr unificar las competencias y desatinos de los ministerios, municipalidades y demás armatostes del Estado cuando se enfrentan a los temas de gestión ambiental. Si bien es necesario el ente ambiental, por encima de sus funciones, deberíamos imponer una cultura de conservación integradora que busque mejorar todos los aspectos que se relacionan con el deber de todos nosotros, de proteger el medio ambiente si queremos dejar algo para los demás.
Tal vez reciba algunas críticas por parte de los que me conocen, pero de qué me sirve conservar una especie alada, peluda o escamosa, en un hábitat restringido, si tal vez desaparezca sin ocasionar cambios significativos en el medio ambiente, y de lo cual se enteren exclusivamente un puñado de personas. De qué me sirve crear zonas protegidas por el Estado o por privados para conservar paisajes, flora y fauna, si las poblaciones aledañas ven en esas iniciativas que se les reduce el espacio y que tarde o temprano se verán obligados a utilizar los recursos naturales para saciar sus necesidades si no tienen otras opciones de supervivencia.
De qué me sirve fomentar el turismo, ecoturismo, turismo vivencial y demás variantes, si solo se benefician unos cuantos a costa de otros. De qué me sirve pedirles a algunos que conserven y que no toquen lo que les rodea, si ellos se limitan a ver que otros vienen, se divierten para luego irse, sin dejarles nada. De qué me sirve pregonar a los cuatro vientos que la Tierra debe ser mantenida tal cuál como la encontramos, cuando cada día somos más (con hambre) y necesitamos de los recursos naturales (felizmente no todos). De qué me sirve extraer lo que me produce dinero, aniquilando y contaminando, sabiendo que voy a pagar las consecuencias con protestas que me obliguen a replantear mi producción. De qué me sirve proteger casi el 14% del territorio del país, si el resto puede colapsar.
De qué me sirve pugnar por conservar todo, si seguimos contaminando a diestra y siniestra violando los límites máximos permisibles, los estándares de calidad y cuanta norma se nos pone al frente. De qué me sirve cumplir con lo establecido en la ley desarrollando una industria amigable al medio ambiente, si los demás hacen caso omiso a la ley, contaminando de manera impune, total, no les afecta directamente. De qué me sirve asistir al IV Congreso de Morfología y Conservación de la Subfamilia Rynchopinae y ser experto en una especie de ave marina, si no soy capaz de intentar reducir la generación de desechos sólidos en casa.
Es decir, adicionalmente al ente “director” que establezca las bases y fiscalice todo el tema ambiental, nosotros debemos enfocar la conservación desde distintos aspectos y niveles, tomando el mayor número posible de aristas y de elementos de juicio, los cuales nos permitan entender los procesos naturales, así como la injerencia del hombre en su afán de satisfacer sus demandas para sobrevivir.
Visión integradora
¿De qué me sirven entonces todos estos aspectos? Asumo que me sirven para tener una visión más completa de todo lo que implica conservar, manejar, aprovechar y desarrollarnos de manera sostenible y sustentable antes de que sea demasiado tarde. Estos dos últimos términos, han sido un poco manoteados últimamente, pero a grandes rasgos implican en el primer caso, que el desarrollo en base al medio ambiente se debe mantener en el tiempo, sin afectar a los que vienen; y en el segundo caso, que el desarrollo en base a los recursos naturales, debe generar ingresos y beneficios -en teoría- para los que más lo necesitan.
Ser conservacionista, conservador, verde o como quiera que se les denomine a los que tienen que ver con el medio ambiente y con la naturaleza, no debería ser sinónimo de monotemático, ni de alguien que solo vela por lo que le interesa conservar o desarrollar. Debemos buscar integrar todos los aspectos económicos, sociales, culturales y ecológicos que busquen armonizar la presión humana al medio ambiente.
Entonces de qué me sirve solo un ente ambiental, si no existe una visión integradora de conservación. Todos deben “meter la mano” en esta tarea. Estamos obligados a concebir esta tarea como algo más complejo y dinámico que termina tal vez en un aspecto, pero implica algo más e incluye a otros actores. No tengo nada en contra de los especialistas, es más, desde acá les hago pública mi admiración y mi aprecio por su trabajo, pues los considero unos “capos” que deben ser reconocidos ya que aportan muchísimo con sus investigaciones, pero a veces dejan de percibir otros aspectos por involucrarse en un solo tema.
Pese a estas reflexiones, pienso que si debe haber una entidad nacional para el medio ambiente y una visión medioambiental integradora en el país.
El Consejo Nacional del Ambiente (CONAM) –que depende de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM)- pudo haberse convertido en la autoridad ambiental, sin embargo ha demostrado poca injerencia y eficacia. Por otro lado, el Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA) –que depende del Ministerio de Agricultura- ve solo una parte del problema y su ámbito de acción es limitado. Además, los Ministerios, así como otros entes reguladores del Estado, se cruzan entre si con sus normas y competencias.
En el caso del agua por ejemplo, están involucrados: el INRENA, en cuanto a la autorización de su uso; la Dirección General de Salud Ambiental (DIGESA) -que depende del Ministerio de Salud-, en cuanto a la calidad del agua y la Superintendecia Nacional de Servicios de Saneamiento (SUNASS) –que depende de la PCM- en cuanto a la regulación de las empresas de servicio de agua potable.
Además, en el caso de las aguas marinas, tenemos al Ministerio de Pesquería y a la Dirección General de Capitanías y Guardacostas (DICAPI) –que pertenece al Ministerio de Defensa- involucrado en el tema. Es decir en ambos casos, una chanfaina de leyes, competencias, reglamentos, responsabilidades que más es lo que complican el uso y regulación de un recurso vital.
Entonces, reflexionemos sobre lo que venimos haciendo y exijamos un Ministerio del Medio Ambiente.
Artículo publicado el 14 de noviembre de 2006 en la versión online de la Revista Viajeros:
http://www.viajerosperu.com/articulo.asp?cod_cat=11&cod_art=402
Muy buena la reflexión. Un saludo desde la patagonia a los amigos pensantes de Perú.
ResponderEliminar¡Saludos!
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