Reflexiones de una madre de familia de la localidad de Capitán Hoyle en Tumbes, un caserío olvidado en la frontera con Ecuador en una región de alta diversidad biológica.
Cuando era pequeña, mi abuela me dijo que esta tierra es difícil. En ese entonces no entendí lo que me quiso decir. Después de unos años, cuando palpé y afronté mi realidad, comprendí a qué se refería y lo que significa vivir en el “fin del mundo”, claro el fin del mundo de ustedes, ya que este lugar distante es mi mundo, mi “terruño” donde he parido a mis hijos y en donde quiero morir. Soy Lucila Noblecilla Sunción, madre de tres hijos y profesora de la única escuela en el caserío Capitán Hoyle, perteneciente al distrito Casitas, en la provincia de Contralmirante Villar del departamento de Tumbes.
Mi caserío está en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional Cerros de Amotape. No entiendo exactamente qué significa esa situación, o sea estar fuera y al costado del parque nacional; y que el caserío vecino, Teniente Astete, esté dentro del parque. No me queda claro cuál es la diferencia, pues a los dos pueblos nos va igual, es decir, nos va mal. Estar dentro del parque o fuera de él, para mí, es lo mismo y estoy segura que para todos nosotros también. Igual estamos olvidados y aislados.
Estamos a pocos metros de Ecuador y solo nos separa de ellos el río que casi todo el año está seco. Lo cruzamos para ir allá cuando necesitamos. El pueblo más cercano se llama Progreso. Allí tengo algunas amigas ecuatorianas con las que conversamos bastante para contarnos nuestros problemas y ver cómo sacamos a nuestras familias adelante, pero debo reconocer que a ellas y a los suyos les va un poco mejor.
Han venido varias veces personas de otros lados, en especial algunas gringas para explicarnos temas como la participación local, la justicia social, el rol las mujeres en la conservación, la inclusión de las mujeres y otros temas que suenan muy bonito, pero que no nos han ayudado mucho hasta ahora. Los que vienen nos hablan de nuevas tendencias, de personas con nombres raros, del desarrollo de políticas para los que menos tienen, o sea para nosotros. Puro “chamullo” como decimos por acá.
Una gringa bien simpática me explicó lo siguiente: “En nuestro continente hay cada vez mujeres más pobres”. Esto se debe, según lo que entendí, en parte a que tradicionalmente existen muchas limitaciones culturales, sociales y económicas que impiden que el trabajo de nosotras mejore las condiciones de los nuestros. Además, cada vez se incrementan los hogares donde nosotras somos las “jefas del hogar”. Conozco a muchas paisanas que deben sacar adelante a sus hogares ya que sus maridos se fueron de la casa, son unos alcohólicos o simplemente porque mejor es luchar sola que con una persona que no hace ni aporta nada.
Mujer y pobreza
Me niego a creer que nuestro género esté, muchas veces, muy asociado a la pobreza. Como conversaba con la gringa y las otras chicas que nos visitaron, el menor acceso a la tierra (acá en Tumbes es dramático), a los créditos económicos y a la tecnología, ocasionan que muchas de nosotras tengamos que trabajar más horas, descuidando la educación de nuestros hijos. Además, esta situación nos obliga a agruparnos entre nosotras para tentar mejores empleos, pero muchas veces esto es en vano, pues nos quedamos simplemente sin trabajo.
Lo que no me gustó fue lo que también nos dijeron: “Las familias donde las mujeres son las jefas del hogar son casi siempre más pobres que aquellas donde el hombre es el jefe del hogar”. Todo esto porque en las familias como la mía, en donde yo crío a mis tres hijos sola, hay menos “manos” para trabajar; bueno es cierto, pues por ahora solo yo trabajo y mi salario es bajo. Lo que me preocupa es que a este paso las posibilidades de superarme son cada día más lejanas. Pese a que las gringas nos han capacitado en cosas nuevas, debo reconocer que un pesimismo recorre mis venas, pues no creo poder salir de la pobreza. Lo que sí me importa es que por lo menos mis hijos estudien y que se vayan de acá a tener una vida mejor que la mía.
Me han contado también mis amigas las gringas que estos territorios pertenecen a la Región Tumbesina, una zona con muchas aves que habitan solo acá. Yo no comprendo en qué nos puede ayudar tal situación. Me dicen que esta zona les interesa a muchos turistas que observan aves y que nosotros podemos beneficiarnos con eso. No me queda claro cómo. Debemos conservar el bosque, pero y de qué vivimos. A mí me gustan los pajaritos, acá hay muchos, pero de eso no vivimos. Como me contaba mi comadre de Teniente Astete, ellos viven dentro del parque y no pueden sembrar porque está prohibido. ¿De qué podríamos vivir entonces? Solo de conservar y no tocar, no podemos vivir.
Mujeres y conservación
Otra de las cosas de las que me enteré a través de las gringas es que las mujeres pobres se ven obligadas a contribuir con la degradación ambiental. Eso sí que me ha dejado pensando, pues yo lo veo normal, ya que claro, debemos asegurar el alimento y muchas veces debemos meternos “más adentro” en el bosque para buscar espacios para la siembra, para la recolección de leña o para pastar nuestro ganado. Pero eso es normal, pues sino, ¿de dónde sacamos leña, dónde sembramos lo que comemos y dónde deben pastar nuestras cabritas?
Nos dijeron también que las mujeres podemos desempeñar un papel fundamental en la protección y en el mantenimiento del medio ambiente. No pueden, creo yo, pretender que nosotras detengamos la degradación y la contaminación del medio ambiente, pero sí —y eso me ha quedado claro— podemos contribuir. Debo confesar que tal como me lo explicaron, me ha quedado claro que en muchos casos, nosotros tenemos la sartén por el mango.
Es así como analizando con mis amigas nuestra situación, nos damos cuenta de que nosotras conocemos muy bien las plantas, así como otros recursos naturales de la zona, sus propiedades, las épocas de lluvia y de sequía, y otros aspectos que pueden contribuir a implementar actividades más sostenibles de desarrollo. Por lo menos, eso es lo que nos han dicho. Por ejemplo, debido a que nosotras debemos llevar agua y leña al hogar, estamos o (deberíamos estar) obligadas a participar en proyectos para el mejor manejo de las fuentes de agua y para la reforestación. Me parecen buenas ideas, pero necesitamos también resultados inmediatos. De proyectos a largo plazo no alimentamos a nuestras familias.
Tal como ya lo hemos discutido con las demás mujeres, si nos piden que reduzcamos el consumo de leña para no alterar mucho el bosque, entonces necesitamos cocinas mejoradas de tal manera que no utilicemos mucha madera, sino ramas y forraje. Eso no está, por ahora, a nuestro alcance, necesitamos apoyo. Así también hemos discutido sobre la posibilidad de criar, en vez de cabras, otros animales como cuyes y patos. Eso lo veo bien “verde”.
Tenemos mucho por hacer, pero desde este rincón olvidado del país quisiera hacer un llamado a todas las mujeres para sacar esa garra que nos caracteriza a favor del medio ambiente y sobretodo de nuestros hijos. Nosotras podemos y debemos tomar decisiones que repercutan positivamente en nuestra comunidad. No dejemos que el pesimismo y la dejadez nos derroten.
Mi caserío está en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional Cerros de Amotape. No entiendo exactamente qué significa esa situación, o sea estar fuera y al costado del parque nacional; y que el caserío vecino, Teniente Astete, esté dentro del parque. No me queda claro cuál es la diferencia, pues a los dos pueblos nos va igual, es decir, nos va mal. Estar dentro del parque o fuera de él, para mí, es lo mismo y estoy segura que para todos nosotros también. Igual estamos olvidados y aislados.
Estamos a pocos metros de Ecuador y solo nos separa de ellos el río que casi todo el año está seco. Lo cruzamos para ir allá cuando necesitamos. El pueblo más cercano se llama Progreso. Allí tengo algunas amigas ecuatorianas con las que conversamos bastante para contarnos nuestros problemas y ver cómo sacamos a nuestras familias adelante, pero debo reconocer que a ellas y a los suyos les va un poco mejor.
Han venido varias veces personas de otros lados, en especial algunas gringas para explicarnos temas como la participación local, la justicia social, el rol las mujeres en la conservación, la inclusión de las mujeres y otros temas que suenan muy bonito, pero que no nos han ayudado mucho hasta ahora. Los que vienen nos hablan de nuevas tendencias, de personas con nombres raros, del desarrollo de políticas para los que menos tienen, o sea para nosotros. Puro “chamullo” como decimos por acá.
Una gringa bien simpática me explicó lo siguiente: “En nuestro continente hay cada vez mujeres más pobres”. Esto se debe, según lo que entendí, en parte a que tradicionalmente existen muchas limitaciones culturales, sociales y económicas que impiden que el trabajo de nosotras mejore las condiciones de los nuestros. Además, cada vez se incrementan los hogares donde nosotras somos las “jefas del hogar”. Conozco a muchas paisanas que deben sacar adelante a sus hogares ya que sus maridos se fueron de la casa, son unos alcohólicos o simplemente porque mejor es luchar sola que con una persona que no hace ni aporta nada.
Mujer y pobreza
Me niego a creer que nuestro género esté, muchas veces, muy asociado a la pobreza. Como conversaba con la gringa y las otras chicas que nos visitaron, el menor acceso a la tierra (acá en Tumbes es dramático), a los créditos económicos y a la tecnología, ocasionan que muchas de nosotras tengamos que trabajar más horas, descuidando la educación de nuestros hijos. Además, esta situación nos obliga a agruparnos entre nosotras para tentar mejores empleos, pero muchas veces esto es en vano, pues nos quedamos simplemente sin trabajo.
Lo que no me gustó fue lo que también nos dijeron: “Las familias donde las mujeres son las jefas del hogar son casi siempre más pobres que aquellas donde el hombre es el jefe del hogar”. Todo esto porque en las familias como la mía, en donde yo crío a mis tres hijos sola, hay menos “manos” para trabajar; bueno es cierto, pues por ahora solo yo trabajo y mi salario es bajo. Lo que me preocupa es que a este paso las posibilidades de superarme son cada día más lejanas. Pese a que las gringas nos han capacitado en cosas nuevas, debo reconocer que un pesimismo recorre mis venas, pues no creo poder salir de la pobreza. Lo que sí me importa es que por lo menos mis hijos estudien y que se vayan de acá a tener una vida mejor que la mía.
Me han contado también mis amigas las gringas que estos territorios pertenecen a la Región Tumbesina, una zona con muchas aves que habitan solo acá. Yo no comprendo en qué nos puede ayudar tal situación. Me dicen que esta zona les interesa a muchos turistas que observan aves y que nosotros podemos beneficiarnos con eso. No me queda claro cómo. Debemos conservar el bosque, pero y de qué vivimos. A mí me gustan los pajaritos, acá hay muchos, pero de eso no vivimos. Como me contaba mi comadre de Teniente Astete, ellos viven dentro del parque y no pueden sembrar porque está prohibido. ¿De qué podríamos vivir entonces? Solo de conservar y no tocar, no podemos vivir.
Mujeres y conservación
Otra de las cosas de las que me enteré a través de las gringas es que las mujeres pobres se ven obligadas a contribuir con la degradación ambiental. Eso sí que me ha dejado pensando, pues yo lo veo normal, ya que claro, debemos asegurar el alimento y muchas veces debemos meternos “más adentro” en el bosque para buscar espacios para la siembra, para la recolección de leña o para pastar nuestro ganado. Pero eso es normal, pues sino, ¿de dónde sacamos leña, dónde sembramos lo que comemos y dónde deben pastar nuestras cabritas?
Nos dijeron también que las mujeres podemos desempeñar un papel fundamental en la protección y en el mantenimiento del medio ambiente. No pueden, creo yo, pretender que nosotras detengamos la degradación y la contaminación del medio ambiente, pero sí —y eso me ha quedado claro— podemos contribuir. Debo confesar que tal como me lo explicaron, me ha quedado claro que en muchos casos, nosotros tenemos la sartén por el mango.
Es así como analizando con mis amigas nuestra situación, nos damos cuenta de que nosotras conocemos muy bien las plantas, así como otros recursos naturales de la zona, sus propiedades, las épocas de lluvia y de sequía, y otros aspectos que pueden contribuir a implementar actividades más sostenibles de desarrollo. Por lo menos, eso es lo que nos han dicho. Por ejemplo, debido a que nosotras debemos llevar agua y leña al hogar, estamos o (deberíamos estar) obligadas a participar en proyectos para el mejor manejo de las fuentes de agua y para la reforestación. Me parecen buenas ideas, pero necesitamos también resultados inmediatos. De proyectos a largo plazo no alimentamos a nuestras familias.
Tal como ya lo hemos discutido con las demás mujeres, si nos piden que reduzcamos el consumo de leña para no alterar mucho el bosque, entonces necesitamos cocinas mejoradas de tal manera que no utilicemos mucha madera, sino ramas y forraje. Eso no está, por ahora, a nuestro alcance, necesitamos apoyo. Así también hemos discutido sobre la posibilidad de criar, en vez de cabras, otros animales como cuyes y patos. Eso lo veo bien “verde”.
Tenemos mucho por hacer, pero desde este rincón olvidado del país quisiera hacer un llamado a todas las mujeres para sacar esa garra que nos caracteriza a favor del medio ambiente y sobretodo de nuestros hijos. Nosotras podemos y debemos tomar decisiones que repercutan positivamente en nuestra comunidad. No dejemos que el pesimismo y la dejadez nos derroten.
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