¡Pero, cómo no se nos ocurrió antes! Cuando leí el siguiente titular pensé que se trataba de una broma: “Guyana le ofrece su selva tropical al Reino Unido”. Esta singular oferta fue hecha por el presidente de esa nación, Bharrat Jagdeo, quien ofreció una parte de la selva amazónica (que excede al tamaño total de Inglaterra) a cambio de ayuda económica para el desarrollo de su nación. Este país sudamericano posee una extensión casi similar a la de todo el Reino Unido, en donde el 75% de sus 214,970 km² está cubierto por bosque tropical.
El diario británico “The Independent” informó en noviembre del 2007 sobre este ofrecimiento que consiste en el siguiente “deal”: los europeos administran, a través de una organización internacional, los casi 170,000 km² de selva tropical guyanesa y a cambio, apoyan al país en su desarrollo económico. Para el actual presidente Jagdeo, el canje es así de sencillo, “nosotros podemos utilizar el bosque contra el calentamiento global y con la ayuda del Reino Unido no detendríamos el desarrollo de Guyana”.
Jagdeo no solicita que los británicos financien, a través del pago de sus impuestos, permanentemente la economía de Guyana, sino que ellos fomenten la inversión y el desarrollo. El principal fundamento del presidente guyanés (de profesión economista) se basa en el hecho de que, mientras el mercado no recompense a los países que protegen las selvas tropicales, los mejores instrumentos económicos para garantizar el desarrollo es la ayuda al Estado. La oferta está hecha al Reino Unido, pero Jagdeo sigue buscando a otros interesados a ver si alguien se anima. A la fecha no ha pasado nada.
El negocio
Jagdeo no ofreció muchos detalles sobre cómo debería hacerse efectiva esta propuesta, empero, es bien franco en su visión, ya que, ha afirmado lo siguiente: “Yo no lo hago solo porque soy un buen hombre y quiero salvar al mundo. Yo necesito el dinero”. Parte de la idea, según su percepción, es recibir fondos económicos a través de una institución internacional, bajo dirección británica, para obtener un contrato entre Guyana y el Reino Unido que garantice el desarrollo de su nación.
Para el “The Independent”, Guyana (que fue una colonia inglesa) es el país “más pobre de América del Sur”. Por otro lado, según el Banco Mundial, el producto social bruto por habitante en el 2006 es de 1,130 dólares por año. Esta cifra es casi la cuarta parte de lo que presenta Brasil y la mitad de lo reportado por Colombia. En el 2005, los fondos provenientes de la ayuda internacional representaron la quinta parte del producto social bruto. En otras palabras, este país sudamericano aún se encuentra bajo la resaca del colonialismo, lo que ha ocasionado que su economía emergente aún no agarre vuelo.
Es evidente que el llamado de esta nación, hecho a través de su presidente, refleja parte de lo que sucede también en otros lugares bajo circunstancias similares. Visto a grosso modo, ante el calentamiento global innegable, se escuchan llamados a proteger las selvas tropicales por ser estas una enorme masa forestal que captura el dióxido de carbono, reduciendo la excesiva presencia de este gas en la atmósfera mundial. Suena muy bien, pero claro, como van las cosas, el futuro de estas grandes extensiones verdes es cada vez más trágico. Asumo que Jagdeo ha querido decir: “Ok, yo mantengo los bosques, pero dame plata para que mi pueblo sobreviva y busque como desarrollarse”.
¿Pago por servicios ambientales?
Podríamos asumir también que Jagdeo esboza lo que se conoce como pago por servicios ambientales. Este término puede sonar familiar para algunos, para otros tal vez no, lo que sí es seguro, es que no es descabellado pensar que, ante la constante presión al medio ambiente, se deba establecer un mecanismo de pago por cuidar y aprovechar racionalmente los recursos naturales. Está demás decir que se necesita una gran discusión al respecto, en especial debido a que es un concepto que se aplica (con resultados relativamente buenos) en pocos países.
Sin embargo, podríamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Cómo exigirle al propietario de terrenos en la Amazonía o en cabeceras de cuencas para que cuide y preserve sus tierras ya que terceros se “deben” beneficiar con la captura de carbono y con el agua respectivamente? ¿Y si el dueño de estas tierras quiere tumbarse todo y sembrar productos que le signifiquen ingresos económicos (incluso podemos hablar de la planta de coca para productos ilícitos)?
Lógicamente, cada uno jala agua para su molino y, ante la falta de algún incentivo que le permita dejar de realizar actividades específicas (agricultura, ganadería, tala) para asegurar su supervivencia, el uso (a veces no regulado) de la tierra no es el óptimo ni el que desean los que quieren salvar al planeta. Estos usos implican, entre otros, utilizar fertilizantes y otros productos que pueden ser tóxicos y que pueden contaminar las aguas (tanto subterráneas como superficiales), empobrecen y facilitan la erosión del suelo (favoreciendo la presencia de huaycos y deslizamientos en el caso de la sierra), así como otras actividades que “atentan” contra el medio ambiente.
Entonces, ¿cómo convencer al poseedor de tierras que no es siempre lo más conveniente la agricultura o la ganadería para el medio ambiente?, si no es así, ¿qué es lo más conveniente?, ¿de qué va a vivir? Para dicha discusión ocuparíamos muchas páginas, lo que sí queda claro es la necesidad de definir claramente cuáles son los mejores usos para determinados territorios. Y si queremos preservar nuestra extensa selva amazónica u otras zonas del país, debemos plantear alternativas concretas de desarrollo sostenible que incluyan a los que allí habitan.
Asimismo, como suele suceder muchas veces, en la ley (o sea en el papel) aparecen detalles que suenan bien, pero que al parecer son letra muerta (ojalá se cree finalmente el Ministerio del Medio Ambiente). En el Reglamento de la Ley Forestal y de Fauna Silvestre (Ley N° 27308 del año 2000), aprobado por el Decreto Supremo N° 014-2001-AG, se menciona en el capítulo VII de los Servicios Ambientales, artículo 281 que “son servicios ambientales del bosque, los que tienen por objeto la protección del suelo, regulación del agua, conservación de la diversidad biológica, conservación de ecosistemas y de la belleza escénica, absorción de carbono, regulación del microclima y en general el mantenimiento de los procesos ecológicos esenciales”.
Asimismo, se estipula en el artículo 282 del mismo reglamento que “El Ministerio de Agricultura, a través de sus organismos competentes, establece los mecanismos para el mantenimiento de los servicios ambientales del bosque”.
¿Debemos vender, alquilar o concesionar nuestra selva y otros territorios para protegerlos? ¿Es necesario que se les dé incentivos a los pobladores para que dejen tal cual sus tierras con el fin de contribuir a remediar el calentamiento global y asegurar el mantenimiento de las cabeceras de cuencas y de las reservas de agua? ¿Qué otras posibilidades de uso existen? Tal vez se puede incentivar la siembra de productos orgánicos (bajo sombra), el ecoturismo, la acuicultura, la crianza de animales menores, la apicultura u otra actividad que no genere mucho impacto en el medio ambiente pero que genere ganancias y desarrollo. Lo que sí es indiscutible es que lo que tengamos que hacer, debemos hacerlo nosotros mismos.
El diario británico “The Independent” informó en noviembre del 2007 sobre este ofrecimiento que consiste en el siguiente “deal”: los europeos administran, a través de una organización internacional, los casi 170,000 km² de selva tropical guyanesa y a cambio, apoyan al país en su desarrollo económico. Para el actual presidente Jagdeo, el canje es así de sencillo, “nosotros podemos utilizar el bosque contra el calentamiento global y con la ayuda del Reino Unido no detendríamos el desarrollo de Guyana”.
Jagdeo no solicita que los británicos financien, a través del pago de sus impuestos, permanentemente la economía de Guyana, sino que ellos fomenten la inversión y el desarrollo. El principal fundamento del presidente guyanés (de profesión economista) se basa en el hecho de que, mientras el mercado no recompense a los países que protegen las selvas tropicales, los mejores instrumentos económicos para garantizar el desarrollo es la ayuda al Estado. La oferta está hecha al Reino Unido, pero Jagdeo sigue buscando a otros interesados a ver si alguien se anima. A la fecha no ha pasado nada.
El negocio
Jagdeo no ofreció muchos detalles sobre cómo debería hacerse efectiva esta propuesta, empero, es bien franco en su visión, ya que, ha afirmado lo siguiente: “Yo no lo hago solo porque soy un buen hombre y quiero salvar al mundo. Yo necesito el dinero”. Parte de la idea, según su percepción, es recibir fondos económicos a través de una institución internacional, bajo dirección británica, para obtener un contrato entre Guyana y el Reino Unido que garantice el desarrollo de su nación.
Para el “The Independent”, Guyana (que fue una colonia inglesa) es el país “más pobre de América del Sur”. Por otro lado, según el Banco Mundial, el producto social bruto por habitante en el 2006 es de 1,130 dólares por año. Esta cifra es casi la cuarta parte de lo que presenta Brasil y la mitad de lo reportado por Colombia. En el 2005, los fondos provenientes de la ayuda internacional representaron la quinta parte del producto social bruto. En otras palabras, este país sudamericano aún se encuentra bajo la resaca del colonialismo, lo que ha ocasionado que su economía emergente aún no agarre vuelo.
Es evidente que el llamado de esta nación, hecho a través de su presidente, refleja parte de lo que sucede también en otros lugares bajo circunstancias similares. Visto a grosso modo, ante el calentamiento global innegable, se escuchan llamados a proteger las selvas tropicales por ser estas una enorme masa forestal que captura el dióxido de carbono, reduciendo la excesiva presencia de este gas en la atmósfera mundial. Suena muy bien, pero claro, como van las cosas, el futuro de estas grandes extensiones verdes es cada vez más trágico. Asumo que Jagdeo ha querido decir: “Ok, yo mantengo los bosques, pero dame plata para que mi pueblo sobreviva y busque como desarrollarse”.
¿Pago por servicios ambientales?
Podríamos asumir también que Jagdeo esboza lo que se conoce como pago por servicios ambientales. Este término puede sonar familiar para algunos, para otros tal vez no, lo que sí es seguro, es que no es descabellado pensar que, ante la constante presión al medio ambiente, se deba establecer un mecanismo de pago por cuidar y aprovechar racionalmente los recursos naturales. Está demás decir que se necesita una gran discusión al respecto, en especial debido a que es un concepto que se aplica (con resultados relativamente buenos) en pocos países.
Sin embargo, podríamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Cómo exigirle al propietario de terrenos en la Amazonía o en cabeceras de cuencas para que cuide y preserve sus tierras ya que terceros se “deben” beneficiar con la captura de carbono y con el agua respectivamente? ¿Y si el dueño de estas tierras quiere tumbarse todo y sembrar productos que le signifiquen ingresos económicos (incluso podemos hablar de la planta de coca para productos ilícitos)?
Lógicamente, cada uno jala agua para su molino y, ante la falta de algún incentivo que le permita dejar de realizar actividades específicas (agricultura, ganadería, tala) para asegurar su supervivencia, el uso (a veces no regulado) de la tierra no es el óptimo ni el que desean los que quieren salvar al planeta. Estos usos implican, entre otros, utilizar fertilizantes y otros productos que pueden ser tóxicos y que pueden contaminar las aguas (tanto subterráneas como superficiales), empobrecen y facilitan la erosión del suelo (favoreciendo la presencia de huaycos y deslizamientos en el caso de la sierra), así como otras actividades que “atentan” contra el medio ambiente.
Entonces, ¿cómo convencer al poseedor de tierras que no es siempre lo más conveniente la agricultura o la ganadería para el medio ambiente?, si no es así, ¿qué es lo más conveniente?, ¿de qué va a vivir? Para dicha discusión ocuparíamos muchas páginas, lo que sí queda claro es la necesidad de definir claramente cuáles son los mejores usos para determinados territorios. Y si queremos preservar nuestra extensa selva amazónica u otras zonas del país, debemos plantear alternativas concretas de desarrollo sostenible que incluyan a los que allí habitan.
Asimismo, como suele suceder muchas veces, en la ley (o sea en el papel) aparecen detalles que suenan bien, pero que al parecer son letra muerta (ojalá se cree finalmente el Ministerio del Medio Ambiente). En el Reglamento de la Ley Forestal y de Fauna Silvestre (Ley N° 27308 del año 2000), aprobado por el Decreto Supremo N° 014-2001-AG, se menciona en el capítulo VII de los Servicios Ambientales, artículo 281 que “son servicios ambientales del bosque, los que tienen por objeto la protección del suelo, regulación del agua, conservación de la diversidad biológica, conservación de ecosistemas y de la belleza escénica, absorción de carbono, regulación del microclima y en general el mantenimiento de los procesos ecológicos esenciales”.
Asimismo, se estipula en el artículo 282 del mismo reglamento que “El Ministerio de Agricultura, a través de sus organismos competentes, establece los mecanismos para el mantenimiento de los servicios ambientales del bosque”.
¿Debemos vender, alquilar o concesionar nuestra selva y otros territorios para protegerlos? ¿Es necesario que se les dé incentivos a los pobladores para que dejen tal cual sus tierras con el fin de contribuir a remediar el calentamiento global y asegurar el mantenimiento de las cabeceras de cuencas y de las reservas de agua? ¿Qué otras posibilidades de uso existen? Tal vez se puede incentivar la siembra de productos orgánicos (bajo sombra), el ecoturismo, la acuicultura, la crianza de animales menores, la apicultura u otra actividad que no genere mucho impacto en el medio ambiente pero que genere ganancias y desarrollo. Lo que sí es indiscutible es que lo que tengamos que hacer, debemos hacerlo nosotros mismos.
Soy de la opinión, además, que los pasos fundamentales son, por un lado querer realmente hacerlo y por el otro, determinar qué hacer y dónde hacerlo; de tal manera que se cumpla con la preservación de los procesos naturales, de la diversidad biológica, y finalmente, que se asegure el futuro de muchos pobladores que tienen la mala suerte de vivir en un país megadiverso sin percibirlo en su educación, salud y progreso.
Artículo publicado el 20 de enero de 2008 en el Suplemento Semana del Diario El Tiempo de Piura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario