Debo reconocer que en un principio leí a la ligera el problema ocurrido en el distrito de Trompeteros, en Loreto, que imaginaba estaba en el fin del mundo, uno de los lugares más recónditos del país. Sin embargo, revisando el mapa, aún existe una provincia más lejana en Loreto: Maynas. Siempre hay un lugar más alejado y distante del que pensamos. Así también, siempre hay una lectura de los hechos que está más allá de lo que imaginamos y que puede pasar desapercibida si no nos topamos con un hecho concreto que nos despabile.
Esta pequeña reflexión me lleva a plantearme algunas preguntas sobre lo que acontece en Trompeteros: ¿qué es lo que realmente está pasando?, ¿no era previsible esta reacción?, ¿es justa?, ¿quién tiene la razón?, ¿debemos renunciar al petróleo y a los minerales?, ¿se vienen más protestas en el país?
Resumiendo lo que sucede, tenemos a una empresa que explota petróleo en la selva, cerca del río Corrientes (como me decía un profesor, el petróleo está en la selva y en el mar, los minerales están en la sierra, y casi siempre en las cabeceras de cuenca ¡Qué mala suerte!); comunidades nativas que viven en los alrededores y que perciben los daños ambientales por las enfermedades y el deterioro del medio ambiente; y tenemos al Estado con toda su parafernalia concertadora que es el encargado de garantizar la inversión, el bienestar y el desarrollo. ¿No es conocida esta historia? Por supuesto que sí. Últimamente se está volviendo común escuchar estos casos que, de cierta manera, es algo positivo, pues notamos que la opinión pública empieza a virar su atención hacia estos conflictos (Majaz, Yanacocha, Southern Perú, Doe Run, Tambo Grande y otros). Sin embargo, debería haber alguien que tenga la razón y que imponga la verdad.
Orquesta tripartita
La extracción de petróleo permite abastecer a los mercados locales e internacionales y generar grandes ganancias para la empresa explotadora, dejándole al país un importe por esta actividad (canon o regalías). Sin embargo, muchas veces, el desarrollo de una empresa se da a costa de un fuerte impacto ambiental, como las enormes cantidades de agua salada (sesenta veces más salada que la del mar y con minerales tóxicos como el plomo y el cadmio).
Estas aguas deben ir a algún lado. Y claro, como de agua se trata, qué mejor manera de deshacerse de ella que arrojándola a los ríos de la zona. Esta medida trae fatales consecuencias para el poblador achuar, pues el río Corrientes les proporciona el agua para su consumo y alberga a peces que conforman parte de su dieta alimenticia. Además, debido al alto grado de salinización y a las altas temperaturas del agua (más de 80° C), las especies desaparecen, alterando todo el ciclo biológico de la zona.
El Estado peruano, mientras tanto, se ocupa de fomentar la inversión privada y mantiene olvidados a los pobladores de las zonas aledañas. Paralelamente, la empresa argentina posterga la reinyección de las aguas residuales ya que, según el contrato, “todavía” no debe hacerlo, además ellos no son los únicos que han contaminado, también lo hicieron las anteriores empresas petroleras.
Ante esta situación, la protesta de los pobladores achuar es justa. Ellos vienen sufriendo los embistes de las empresas petroleras hace muchos años (antes de la empresa gaucha, actuaron en la zona: Pracla, Petroperú y Oxy). Por eso hicieron sentir su voz de protesta con el bloqueo de carreteras y del aeropuerto de la zona, y de la toma de algunos pozos petroleros. Su comunidad está sucumbiendo ante la inoperancia del Estado en exigir medidas ambientales, así como ante la actuación asolapada de las empresas extranjeras, que insisten en que cumplen con la legislación ambiental del país. La actividad extractiva del petróleo se tuvo que paralizar, originando cuantiosas pérdidas económicas que amenazaban con desabastecer los mercados locales.
¿Por quién tocan las trompetas?
Si la empresa argentina afirma que cumplió con la legislación ambiental y pese a eso, existen pruebas contundentes que dan fe del gran deterioro ambiental de la zona, así como de los altos niveles de plomo y cadmio en la sangre de los niños achuar, entonces, ¿Quién está tocando mal su partitura? Evidentemente el Estado, que parece estar más interesado en garantizar la inversión y en los dividendos económicos. Sin embargo, existe otra visión que también entra a tallar en este caso: la posición radical de algunos en negar todo tipo de explotación de los recursos naturales.
Lamentablemente necesitamos el petróleo, así como algunos minerales para continuar con nuestro estilo de vida. Necesitamos de la energía fósil. Mientras no acudamos a otras fuentes de energía, es casi utópico renunciar al avance de la tecnología en base al cobre y a otros metales. No es un problema de dinero, pues el canon minero permite obtener recursos monetarios; el problema es a dónde va a parar (se me viene a la mente un gran estadio para el pequeño poblado de Echarati en el Cusco). Es indispensable que se fiscalicen los ingresos, además de exigir que la maquinaria del Estado invierta en los más necesitados. Pero las empresas mineras y petroleras también tienen la responsabilidad de reducir el impacto contra los ecosistemas, enfrentar el problema de los pasivos ambientales además de jugar limpio buscando el diálogo con los pobladores locales.
Lo cierto es que las trompetas deberían tocarse de manera concertada con alguien que debe ser el director de orquesta que es el responsable de la obra. En este caso debe ser el Estado el que exija que se actúe salvaguardando el medio ambiente y que no tema en sancionar a los responsables, debe repartir las entradas de manera justa y velar por la calidad de vida de los tienen “la mala suerte” de vivir en un territorio tan rico en recursos no renovables.
Se ven venir más conflictos si es que el Estado no dirige responsablemente la orquesta a nombre de todos. Esa es una de sus funciones; es decir, no solo obtener una buena taquilla, sino preocuparse por repartirla bien; de fiscalizar qué se hace con lo recaudado, exigir que se cumpla lo establecido en la ley, así como velar para que el trato sea más justo. Nadie toca a gusto con el estomago vacío, con enfermos en casa y con su entorno que se va degradando.
Esta pequeña reflexión me lleva a plantearme algunas preguntas sobre lo que acontece en Trompeteros: ¿qué es lo que realmente está pasando?, ¿no era previsible esta reacción?, ¿es justa?, ¿quién tiene la razón?, ¿debemos renunciar al petróleo y a los minerales?, ¿se vienen más protestas en el país?
Resumiendo lo que sucede, tenemos a una empresa que explota petróleo en la selva, cerca del río Corrientes (como me decía un profesor, el petróleo está en la selva y en el mar, los minerales están en la sierra, y casi siempre en las cabeceras de cuenca ¡Qué mala suerte!); comunidades nativas que viven en los alrededores y que perciben los daños ambientales por las enfermedades y el deterioro del medio ambiente; y tenemos al Estado con toda su parafernalia concertadora que es el encargado de garantizar la inversión, el bienestar y el desarrollo. ¿No es conocida esta historia? Por supuesto que sí. Últimamente se está volviendo común escuchar estos casos que, de cierta manera, es algo positivo, pues notamos que la opinión pública empieza a virar su atención hacia estos conflictos (Majaz, Yanacocha, Southern Perú, Doe Run, Tambo Grande y otros). Sin embargo, debería haber alguien que tenga la razón y que imponga la verdad.
Orquesta tripartita
La extracción de petróleo permite abastecer a los mercados locales e internacionales y generar grandes ganancias para la empresa explotadora, dejándole al país un importe por esta actividad (canon o regalías). Sin embargo, muchas veces, el desarrollo de una empresa se da a costa de un fuerte impacto ambiental, como las enormes cantidades de agua salada (sesenta veces más salada que la del mar y con minerales tóxicos como el plomo y el cadmio).
Estas aguas deben ir a algún lado. Y claro, como de agua se trata, qué mejor manera de deshacerse de ella que arrojándola a los ríos de la zona. Esta medida trae fatales consecuencias para el poblador achuar, pues el río Corrientes les proporciona el agua para su consumo y alberga a peces que conforman parte de su dieta alimenticia. Además, debido al alto grado de salinización y a las altas temperaturas del agua (más de 80° C), las especies desaparecen, alterando todo el ciclo biológico de la zona.
El Estado peruano, mientras tanto, se ocupa de fomentar la inversión privada y mantiene olvidados a los pobladores de las zonas aledañas. Paralelamente, la empresa argentina posterga la reinyección de las aguas residuales ya que, según el contrato, “todavía” no debe hacerlo, además ellos no son los únicos que han contaminado, también lo hicieron las anteriores empresas petroleras.
Ante esta situación, la protesta de los pobladores achuar es justa. Ellos vienen sufriendo los embistes de las empresas petroleras hace muchos años (antes de la empresa gaucha, actuaron en la zona: Pracla, Petroperú y Oxy). Por eso hicieron sentir su voz de protesta con el bloqueo de carreteras y del aeropuerto de la zona, y de la toma de algunos pozos petroleros. Su comunidad está sucumbiendo ante la inoperancia del Estado en exigir medidas ambientales, así como ante la actuación asolapada de las empresas extranjeras, que insisten en que cumplen con la legislación ambiental del país. La actividad extractiva del petróleo se tuvo que paralizar, originando cuantiosas pérdidas económicas que amenazaban con desabastecer los mercados locales.
¿Por quién tocan las trompetas?
Si la empresa argentina afirma que cumplió con la legislación ambiental y pese a eso, existen pruebas contundentes que dan fe del gran deterioro ambiental de la zona, así como de los altos niveles de plomo y cadmio en la sangre de los niños achuar, entonces, ¿Quién está tocando mal su partitura? Evidentemente el Estado, que parece estar más interesado en garantizar la inversión y en los dividendos económicos. Sin embargo, existe otra visión que también entra a tallar en este caso: la posición radical de algunos en negar todo tipo de explotación de los recursos naturales.
Lamentablemente necesitamos el petróleo, así como algunos minerales para continuar con nuestro estilo de vida. Necesitamos de la energía fósil. Mientras no acudamos a otras fuentes de energía, es casi utópico renunciar al avance de la tecnología en base al cobre y a otros metales. No es un problema de dinero, pues el canon minero permite obtener recursos monetarios; el problema es a dónde va a parar (se me viene a la mente un gran estadio para el pequeño poblado de Echarati en el Cusco). Es indispensable que se fiscalicen los ingresos, además de exigir que la maquinaria del Estado invierta en los más necesitados. Pero las empresas mineras y petroleras también tienen la responsabilidad de reducir el impacto contra los ecosistemas, enfrentar el problema de los pasivos ambientales además de jugar limpio buscando el diálogo con los pobladores locales.
Lo cierto es que las trompetas deberían tocarse de manera concertada con alguien que debe ser el director de orquesta que es el responsable de la obra. En este caso debe ser el Estado el que exija que se actúe salvaguardando el medio ambiente y que no tema en sancionar a los responsables, debe repartir las entradas de manera justa y velar por la calidad de vida de los tienen “la mala suerte” de vivir en un territorio tan rico en recursos no renovables.
Se ven venir más conflictos si es que el Estado no dirige responsablemente la orquesta a nombre de todos. Esa es una de sus funciones; es decir, no solo obtener una buena taquilla, sino preocuparse por repartirla bien; de fiscalizar qué se hace con lo recaudado, exigir que se cumpla lo establecido en la ley, así como velar para que el trato sea más justo. Nadie toca a gusto con el estomago vacío, con enfermos en casa y con su entorno que se va degradando.
Artículo publicado el 24 de octubre de 2006 en la versión online de la Revista Viajeros:
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