Hace unos días visité el distrito de Curimaná en la provincia de Padre Abad en el departamento de Ucayali, el cual se encuentra a dos horas en auto de Pucallpa. Como en una anterior visita a este departamento selvático, el calor, el ruido y la inolvidable atmósfera de la selva me recibieron con todo su ímpetu. En esta época del año que es “invierno” para los pucallpinos, lo cual no deja de causarme gracia porque igual hace un calor fuerte, las fuertes e inacabables lluvias no lograron que me quede en el hotel recluido. Y es así como, pese al mal tiempo, visité varias veces Curimaná, ubicada a orillas del río Aguaytia.
En los diversos viajes de ida y vuelta que hice de Pucallpa a Curimaná conversé con muchos pobladores de la zona. Así pude recoger varios testimonios que afirmaban que el negocio de la madera había perdido fuerza en la selva, es decir, la demanda en madera ha disminuido debido a que Estados Unidos y Europa compran menos madera ilegal. Me comentaban que ya no se tala tanto como años atrás debido a que la madera ya no era negocio (pese a que yo en ambas ciudades he visto decenas de camiones cargados de madera).
Según afirmaban varios, el Tratado de Libre Comercio (TLC) obliga a que se tale y venda árboles certificados, es decir, que procedan de un sembrío legal. No obstante, el mercado negro aún debe existir pues es evidente que se sigue sacando madera, pese a los testimonios recogidos. Un comerciante pucallpino me decía que la demanda de madera a veces crece cuando existen muchos huracanes y devastaciones en Estados Unidos, ya que los “gringos” necesitan madera para reconstruir sus propiedades.
Un transportista me comentaba que mucha gente está reforestando sus terrenos con palmeras y con madera fina (caoba y cedro). Esta buena noticia la pude comprobar, en especial en lo referente a las palmeras. Esperemos que esta nueva ola de reforestación (por lo menos parcial) cuente con el apoyo de las autoridades y que vaya ganando más interesados en esta opción del manejo responsable del bosque.
Asimismo, un poblador de Curimaná me contó que muchos peruanos se iban a Brasil a talar y que si eran descubiertos, eran encarcelados y recibían una pena. Esto, en comparación con lo que sucede en el país, donde la impunidad campea libremente. Esperemos que esto cambie, pues si bien se podría afirmar que existe un ligero retroceso de la tala ilegal (aunque faltan más datos), aún es un tema que nos debe preocupar.
V Invasión Extraterrestre
En un viaje en mototaxi, conversé con don Roger, un robusto y curtido señor que me sorprendió con su perorata sobre la actualidad del país e incluso del mundo. Esto no quiere decir que lo subestimé, sino que conforme iba bombardeándolo de preguntas (entre el ruido ensordecedor de su moto) él contestaba con sapiencia y asociando todos los hechos con su ciudad natal, Pucallpa. Cuando le pregunté sobre el estado de los bosques bajó la velocidad para voltearse hacia mí y decirme que, para él, el próximo problema a solucionar no es el de los bosques deforestados, sino el del agua.
En los diversos viajes de ida y vuelta que hice de Pucallpa a Curimaná conversé con muchos pobladores de la zona. Así pude recoger varios testimonios que afirmaban que el negocio de la madera había perdido fuerza en la selva, es decir, la demanda en madera ha disminuido debido a que Estados Unidos y Europa compran menos madera ilegal. Me comentaban que ya no se tala tanto como años atrás debido a que la madera ya no era negocio (pese a que yo en ambas ciudades he visto decenas de camiones cargados de madera).
Según afirmaban varios, el Tratado de Libre Comercio (TLC) obliga a que se tale y venda árboles certificados, es decir, que procedan de un sembrío legal. No obstante, el mercado negro aún debe existir pues es evidente que se sigue sacando madera, pese a los testimonios recogidos. Un comerciante pucallpino me decía que la demanda de madera a veces crece cuando existen muchos huracanes y devastaciones en Estados Unidos, ya que los “gringos” necesitan madera para reconstruir sus propiedades.
Un transportista me comentaba que mucha gente está reforestando sus terrenos con palmeras y con madera fina (caoba y cedro). Esta buena noticia la pude comprobar, en especial en lo referente a las palmeras. Esperemos que esta nueva ola de reforestación (por lo menos parcial) cuente con el apoyo de las autoridades y que vaya ganando más interesados en esta opción del manejo responsable del bosque.
Asimismo, un poblador de Curimaná me contó que muchos peruanos se iban a Brasil a talar y que si eran descubiertos, eran encarcelados y recibían una pena. Esto, en comparación con lo que sucede en el país, donde la impunidad campea libremente. Esperemos que esto cambie, pues si bien se podría afirmar que existe un ligero retroceso de la tala ilegal (aunque faltan más datos), aún es un tema que nos debe preocupar.
V Invasión Extraterrestre
En un viaje en mototaxi, conversé con don Roger, un robusto y curtido señor que me sorprendió con su perorata sobre la actualidad del país e incluso del mundo. Esto no quiere decir que lo subestimé, sino que conforme iba bombardeándolo de preguntas (entre el ruido ensordecedor de su moto) él contestaba con sapiencia y asociando todos los hechos con su ciudad natal, Pucallpa. Cuando le pregunté sobre el estado de los bosques bajó la velocidad para voltearse hacia mí y decirme que, para él, el próximo problema a solucionar no es el de los bosques deforestados, sino el del agua.
¿Y esto por qué? Según don Roger, un par de sus familiares que trabajan en las Fuerzas Armadas en la selva peruana le han contado que existen grandes embarcaciones que navegan por el río Amazonas llevándose nada más y nada menos que el agua. Me cuesta un tanto creer que sea cierto, pero al mismo tiempo no me extrañaría que dicha actividad se dé, puesto que es conocido que en muchos lugares del planeta existe ya una escasez del líquido elemento.
Así como en la serie de los ochenta V Invasión extraterrestre, en donde unos alienígenas disfrazados de humanos (y que eran realmente unos reptiles verdes) llegaron a la Tierra en son pacífico ocultando su verdadero interés, llevarse el agua del planeta, el argumento parece repetirse. Por supuesto, la reacción humana no se hizo esperar y se formó la “Resistencia” que se enfrentó a los “malos” procedentes de algún punto del universo, los cuales se aliaron con un grupo de humanos seducidos por el poder de los invasores. Finalmente, se logró expulsar a los reptiles galácticos. Felizmente.
Esta comparación me vino a la mente mientras pensaba en lo que podría ser una escena de lo que don Roger me informaba. Con los días, pienso que no es jalado de los pelos pensar que nos estén robando agua dulce, pues (por ahora) nos sobra el líquido elemento (claro, lo mismo no lo puede decir alguien que vive en un asentamiento humano sin agua y desagüe), pero presumir que esto es imposible no me parece certero. Debemos investigar más al respecto.
Si alguien extrae agua de nuestro territorio (por supuesto en una gran embarcación y no en baldes), ¿podrá ser detenido?, ¿podrá argumentar que la usa para el refrigeramiento de sus motores y máquinas? Estemos atentos, pues no vaya a ser que nos agarren de “lornas” y que algunos inescrupulosos, de la mano de corruptos compatriotas, estén haciendo su “agosto”. No dejemos que, de comprobarse esta actividad, nuestras fronteras se tornen en coladeras.
Los ruidos de la selva
Pucallpa sería más atractiva si no tuviera a esos zancudos de tres patas llamados mototaxis. Esta invasión de insectos motorizados hacen un ruido infernal (según sé, debido a que los conductores le quitan el tubo de escape para tener más potencia) haciendo imposible una simple conversa en la calle. Este mal que aqueja a muchas ciudades selváticas debería ser erradicado mediante un estricto control del parque automotriz. Parte del encanto de la selva se ve opacado por el desorden y el ruido que producen.
Mientras tomaba un café en la plaza de armas de Pucallpa, escuché “solapa” la conversación de tres turistas alemanes. Me asombró la cantidad de cosas interesantes que narraban y la cantidad de elogios hacia nuestra patria que repetían sin cesar. Me sentí muy orgulloso de nuestro difícil país, no obstante, al comentar los teutones del orden y del tráfico de la capital de Ucayali, así como de otras ciudades que habían visitado, las experiencias narradas fueron desalentadoras, pues no dejan de tener razón: la belleza y hospitalidad pueden ser opacadas por el caos y el desorden. ¿Se imaginan nuestro país con un transito ordenado y civilizado? Otro sería el cantar.
Estemos atentos a ver qué sucede con nuestra madera, nuestros recursos hídricos y con el ordenamiento del tráfico en el país.
Artículo publicado el 27 de enero de 2009 en la versión online de la Revista Viajeros:
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