Estuve hace
unos días en una reunión “fichaza” donde los potajes exóticos y las
bebidas refinadas de nuestra exquisita y
pujante gastronomía deleitaban a los presentes. En medio de la animada
conversa, los primeros bocaditos iban y venían (para mi suerte) sin parar.
Además, los pisco sours y los cocteles de algarrobina animaban a los
comensales. En una de las fuentes me ofrecieron unos bocaditos en base a pollo,
así que, tomé por asalto al mozo antes de que se acabaran las últimas piezas y
me “aseguré” con una generosa porción. No obstante, ya no quedaba la salsa que
acompañaba al ave. Eso no me detuvo y procedí a “darle curso” al expediente.
Fue en ese
momento, mientras saboreaba la carne aviar y ante la ausencia de algún
acompañamiento, cuando mis papilas gustativas, medianamente entrenadas para
reconocer sabores y olores, detectaron cierta presencia marina en esa carne
blanca. El pollo estaba delicioso, pero sabía a harina de pescado. Mientras
intentaba analizar la mezcla de sabores, me perdí la conversación. Mis
interlocutores continuaban con nuestra amena charla y yo no dejaba de pensar en
aquella carne “bisabor”. Inmediatamente, me vino a la mente un artículo que
había leído semanas atrás sobre la harina de pescado y sobre Chimbote.
Muchos saben
de qué hablo, pues han probado seguramente pollos alimentados con harina de
pescado. Y es que en ningún lugar del mundo se produce tanta harina en base
a ―principalmente― anchoveta. Este
negocio es para los grandes empresarios un “golazo”, pero para el medio
ambiente es una falta gravísima debido a la cantidad de desperdicios que genera
su producción, los cuales son vertidos al mar y a la atmósfera; además de los
restos de peces, aceite y aguas de temperatura superior al promedio del agua
marina, que son echados al mar sin tratamiento. Así como la pesca
indiscriminada, este producto es un problema que al parecer persistirá hasta
que la población de anchoveta colapse.
Mientras sigan
existiendo compradores de harina de pescado en Asia y en Europa, esta actividad
productiva mal regulada se mantendrá inmune a los miles de reclamos. Así, las
costas de ciudades como Chimbote, Paita y Pisco seguirán recibiendo toneladas
de aguas marrones que aniquilan la fauna local y sus habitantes estarán
expuestos a los tóxicos gases que liberan las fábricas harineras. El Perú
exporta más de 1,3 millones de toneladas de este producto “bandera”. No nos
gana nadie en el planeta.
Made in Perú
Hace unos
meses, la Unión Europea
dictaminó —para la alegría de algunos peruanos— que los países europeos podrán
volver a comprar harina de pescado destinada a la crianza del ganado vacuno y
caprino, debido al alto costo de los productos de engorde de origen vegetal. Es
decir, además del imparable e insaciable mercado chino, los europeos animan a
que nuestros “responsables” empresarios hagan patria y se llenen los bolsillos
sin tener que rendir cuentas por el impacto ambiental negativo que generan sus
actividades productivas.
Pese a que se
ha denunciado innumerable veces la contaminación generada por las harineras y
que sus efectos son innegables, la situación no ha cambiado mucho. Ya ni qué
decir de la situación en Chimbote y las otras ciudades nombradas. El caso del
puerto ancashino es representativo y demuestra lo que se debe hacer para
convertir una ciudad costera en una cloaca.
Felizmente
existen iniciativas que luchan incansablemente (que espero tengan el aval y
apoyo del Ministerio del Ambiente) por lograr que las harineras construyan sus
respectivas planta de tratamiento de las aguas residuales. Es necesario separar
los restos de los peces y el aceite del agua. Esto además podría reportar
ciertas ganancias, ya que se rescatarían estos productos que pueden ser
utilizados como abono y se utilizaría el agua para otros fines. Sin embargo,
existen algunos factores que impiden la implementación de dicha alternativa.
La
construcción de estas plantas de tratamiento no resulta económica para los
empresarios debido a que no se pesca todo el año, sino solo dos meses, hasta
que se alcanza la cifra establecida por el Ministerio de la Producción para no
aniquilar (por ahora) la población de anchoveta. Según los empresarios y la
realidad, no justificaría la presencia de las plantas de tratamiento. Además,
la tecnología propuesta para el tratamiento de las aguas residuales ―basada en
el uso de determinadas bacterias― no funciona automáticamente, lo que genera
gastos de mantenimiento no deseables.
Otro problema
es que los peces capturados son llevados a las fábricas con el agua marina. Tal
situación genera que exista un alto grado de corrosión en las plantas de
tratamiento, por lo que sería conveniente transportar la pesca a través de
cámaras de vacío especiales que no contengan mucha agua salada. Sin embargo,
esto también genera costos, los mismos que los empresarios no quieren asumir.
Adicionalmente, no existe ningún modelo que se aplique con éxito, lo que genera
adicionalmente incertidumbre.
La salida fácil
El gremio de
empresarios ha utilizado una solución criticada por muchos porque esta solo
busca calmar vagamente los ánimos. Se ha construido en Pisco y Chimbote una
instalación que bombea al mar (a 15 kilómetros de la costa) el agua con
residuos procedente de las fábricas tras una ligera ―pero insuficiente―
fragmentación. Si bien no todas las empresas lo hacen, esto intenta aliviar en
algo la contaminación marina. No obstante, el problema no es solucionado
totalmente sino, a mi parecer, simplemente, es “parchado” hasta que realmente
la situación no dé para más.
Lo preocupante
es la posición del Gobierno, y en especial la del controvertido Ministro Rafael
Rey, quien siempre juega en pared con los empresarios (cualesquiera que fuesen,
como lo demuestra por ejemplo su crítica al reglamento de la Ley Antitabaco ). El Ministro
afirma que la solución actual es suficiente y no daña los intereses de los
empresarios. Y es que no existe una visión responsable y amigable de su cartera
con el medio ambiente. Si bien los límites máximos permisibles (LMP) y los
estándares de calidad ambiental (ECA) han sido aprobados recientemente para
esta actividad, esperemos que sean aplicados y que se sancione a los que no los
cumplan.
Es necesario
señalar que existen algunos productores de harina de pescado que ya no utilizan
un sistema de producción obsoleto, sino uno con menor impacto al medio ambiente
y que venden su producto principalmente a Europa (cuyos países exigen algunos
estándares de calidad que implican los relacionados al cuidado del medio
ambiente); y que aún existen los irresponsables que manejan fábricas de la peor
calidad con un alto impacto ambiental y que tienen en China su principal
comprador. De esta manera, se debe exigir a estos últimos que adapten su
tecnología a estándares modernos y seguir en la lucha por lograr que esta
actividad productiva sea regulada en su totalidad.
Es importante
también resaltar que la FAO
(Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación ) ha
alzado su voz discrepante con esta industria. La pregunta hecha es: ¿Vale la
pena utilizar a estos peces para alimentar al ganado? (al parecer, productores
chilenos de salmón también desean adquirir la harina, lo que aumentaría su
producción). Adicionalmente, la
FAO le ha recomendado al Gobierno Peruano utilizar su fauna
marina para el consumo humano y para paliar la desnutrición. Se debe reconocer
que sí se ha hecho un importante avance, pero aún es mínimo comparado con la
industria harinera.
La próxima vez
que sienta ese leve sabor marino en la carne de pollo, deténgase un segundo y
piense en qué podemos hacer para exigir un mejor tratamiento del recurso
anchoveta. Piense en las toneladas de aguas inservibles que se vierten en el
mar y en las enfermedades respiratorias que atacan a compatriotas. No nos
cansemos de reclamar por lo que creemos justo y, caballero, siga comiendo. En
ese instante no hay nada que pueda hacer.
Y para
terminar, algo que me hizo sudar frío. Estuve revisando algunos textos y
encontré que una posibilidad es reemplazar la harina de pescado por harina de
soya. ¡Oh no! espero que esto no lo lean quienes apuestan todo por los
transgénicos.
Artículo publicado el 25 de junio de 2008 en la versión online de
la Revista Viajeros:
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