sábado, 13 de junio de 2009

EL POLLIPEZ: PRODUCTO PERUANO DE CALIDAD



Estuve hace unos días en una reunión “fichaza” donde los potajes exóticos y las bebidas  refinadas de nuestra exquisita y pujante gastronomía deleitaban a los presentes. En medio de la animada conversa, los primeros bocaditos iban y venían (para mi suerte) sin parar. Además, los pisco sours y los cocteles de algarrobina animaban a los comensales. En una de las fuentes me ofrecieron unos bocaditos en base a pollo, así que, tomé por asalto al mozo antes de que se acabaran las últimas piezas y me “aseguré” con una generosa porción. No obstante, ya no quedaba la salsa que acompañaba al ave. Eso no me detuvo y procedí a “darle curso” al expediente.

Fue en ese momento, mientras saboreaba la carne aviar y ante la ausencia de algún acompañamiento, cuando mis papilas gustativas, medianamente entrenadas para reconocer sabores y olores, detectaron cierta presencia marina en esa carne blanca. El pollo estaba delicioso, pero sabía a harina de pescado. Mientras intentaba analizar la mezcla de sabores, me perdí la conversación. Mis interlocutores continuaban con nuestra amena charla y yo no dejaba de pensar en aquella carne “bisabor”. Inmediatamente, me vino a la mente un artículo que había leído semanas atrás sobre la harina de pescado y sobre Chimbote.

Muchos saben de qué hablo, pues han probado seguramente pollos alimentados con harina de pescado. Y es que en ningún lugar del mundo se produce tanta harina en base a  ―principalmente― anchoveta. Este negocio es para los grandes empresarios un “golazo”, pero para el medio ambiente es una falta gravísima debido a la cantidad de desperdicios que genera su producción, los cuales son vertidos al mar y a la atmósfera; además de los restos de peces, aceite y aguas de temperatura superior al promedio del agua marina, que son echados al mar sin tratamiento. Así como la pesca indiscriminada, este producto es un problema que al parecer persistirá hasta que la población de anchoveta colapse.

Mientras sigan existiendo compradores de harina de pescado en Asia y en Europa, esta actividad productiva mal regulada se mantendrá inmune a los miles de reclamos. Así, las costas de ciudades como Chimbote, Paita y Pisco seguirán recibiendo toneladas de aguas marrones que aniquilan la fauna local y sus habitantes estarán expuestos a los tóxicos gases que liberan las fábricas harineras. El Perú exporta más de 1,3 millones de toneladas de este producto “bandera”. No nos gana nadie en el planeta.

Made in Perú 

Hace unos meses, la Unión Europea dictaminó —para la alegría de algunos peruanos— que los países europeos podrán volver a comprar harina de pescado destinada a la crianza del ganado vacuno y caprino, debido al alto costo de los productos de engorde de origen vegetal. Es decir, además del imparable e insaciable mercado chino, los europeos animan a que nuestros “responsables” empresarios hagan patria y se llenen los bolsillos sin tener que rendir cuentas por el impacto ambiental negativo que generan sus actividades productivas.

Pese a que se ha denunciado innumerable veces la contaminación generada por las harineras y que sus efectos son innegables, la situación no ha cambiado mucho. Ya ni qué decir de la situación en Chimbote y las otras ciudades nombradas. El caso del puerto ancashino es representativo y demuestra lo que se debe hacer para convertir una ciudad costera en una cloaca.

Felizmente existen iniciativas que luchan incansablemente (que espero tengan el aval y apoyo del Ministerio del Ambiente) por lograr que las harineras construyan sus respectivas planta de tratamiento de las aguas residuales. Es necesario separar los restos de los peces y el aceite del agua. Esto además podría reportar ciertas ganancias, ya que se rescatarían estos productos que pueden ser utilizados como abono y se utilizaría el agua para otros fines. Sin embargo, existen algunos factores que impiden la implementación de dicha alternativa.

La construcción de estas plantas de tratamiento no resulta económica para los empresarios debido a que no se pesca todo el año, sino solo dos meses, hasta que se alcanza la cifra establecida por el Ministerio de la Producción para no aniquilar (por ahora) la población de anchoveta. Según los empresarios y la realidad, no justificaría la presencia de las plantas de tratamiento. Además, la tecnología propuesta para el tratamiento de las aguas residuales ―basada en el uso de determinadas bacterias― no funciona automáticamente, lo que genera gastos de mantenimiento no deseables.

Otro problema es que los peces capturados son llevados a las fábricas con el agua marina. Tal situación genera que exista un alto grado de corrosión en las plantas de tratamiento, por lo que sería conveniente transportar la pesca a través de cámaras de vacío especiales que no contengan mucha agua salada. Sin embargo, esto también genera costos, los mismos que los empresarios no quieren asumir. Adicionalmente, no existe ningún modelo que se aplique con éxito, lo que genera adicionalmente incertidumbre.

La salida fácil   

El gremio de empresarios ha utilizado una solución criticada por muchos porque esta solo busca calmar vagamente los ánimos. Se ha construido en Pisco y Chimbote una instalación que bombea al mar (a 15 kilómetros de la costa) el agua con residuos procedente de las fábricas tras una ligera ―pero insuficiente― fragmentación. Si bien no todas las empresas lo hacen, esto intenta aliviar en algo la contaminación marina. No obstante, el problema no es solucionado totalmente sino, a mi parecer, simplemente, es “parchado” hasta que realmente la situación no dé para más.

Lo preocupante es la posición del Gobierno, y en especial la del controvertido Ministro Rafael Rey, quien siempre juega en pared con los empresarios (cualesquiera que fuesen, como lo demuestra por ejemplo su crítica al reglamento de la Ley Antitabaco). El Ministro afirma que la solución actual es suficiente y no daña los intereses de los empresarios. Y es que no existe una visión responsable y amigable de su cartera con el medio ambiente. Si bien los límites máximos permisibles (LMP) y los estándares de calidad ambiental (ECA) han sido aprobados recientemente para esta actividad, esperemos que sean aplicados y que se sancione a los que no los cumplan.    

Es necesario señalar que existen algunos productores de harina de pescado que ya no utilizan un sistema de producción obsoleto, sino uno con menor impacto al medio ambiente y que venden su producto principalmente a Europa (cuyos países exigen algunos estándares de calidad que implican los relacionados al cuidado del medio ambiente); y que aún existen los irresponsables que manejan fábricas de la peor calidad con un alto impacto ambiental y que tienen en China su principal comprador. De esta manera, se debe exigir a estos últimos que adapten su tecnología a estándares modernos y seguir en la lucha por lograr que esta actividad productiva sea regulada en su totalidad.

Es importante también resaltar que la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) ha alzado su voz discrepante con esta industria. La pregunta hecha es: ¿Vale la pena utilizar a estos peces para alimentar al ganado? (al parecer, productores chilenos de salmón también desean adquirir la harina, lo que aumentaría su producción). Adicionalmente, la FAO le ha recomendado al Gobierno Peruano utilizar su fauna marina para el consumo humano y para paliar la desnutrición. Se debe reconocer que sí se ha hecho un importante avance, pero aún es mínimo comparado con la industria harinera.

La próxima vez que sienta ese leve sabor marino en la carne de pollo, deténgase un segundo y piense en qué podemos hacer para exigir un mejor tratamiento del recurso anchoveta. Piense en las toneladas de aguas inservibles que se vierten en el mar y en las enfermedades respiratorias que atacan a compatriotas. No nos cansemos de reclamar por lo que creemos justo y, caballero, siga comiendo. En ese instante no hay nada que pueda hacer.  

Y para terminar, algo que me hizo sudar frío. Estuve revisando algunos textos y encontré que una posibilidad es reemplazar la harina de pescado por harina de soya. ¡Oh no! espero que esto no lo lean quienes apuestan todo por los transgénicos.


Artículo publicado el 25 de junio de 2008 en la versión online de la Revista Viajeros:

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