Tomé un
taxi el mediodía del lunes para acudir a un almuerzo. Atravesé en mi recorrido
parte del distrito de Lince. Generalmente no hablo con los taxistas pues estos
hablan usualmente sobre fútbol o política; y la verdad es que prefiero
guardarme mis opiniones para no discutir en vano. Sin embargo, esta vez
conversé con el taxista y le comenté que en la mañana había estado en medio del
caos debido al cierre de las avenidas Petit Thouars y Arequipa. El taxista me
hizo ver el estado calamitoso de las calles y me contó que esas calles están
así hace más de veinte años. Los trabajos que se iniciaron el lunes pasado anunciaban
el infierno.
Las
obras que se vienen realizando responden a la necesidad de tener “la casa
arreglada” para cuando vengan nuestros invitados a las cumbres internacionales.
Es decir, solo se hacen estas obras de maquillaje por tal motivo y no porque
realmente se quiera mejorar el tráfico en la capital. O sea, si no hubiese
estas reuniones internacionales, no pasa nada; que siga primando el caos, el
desorden y el ruido demoníaco de las bocinas de los conductores. En las calles
del Mercado Lobatón (a la altura del centro comercial Risso), pasar en auto es
un desafío a la destreza para evitar baches lunáticos. ¿Por qué no arreglan
entonces toda la avenida? ¿O lo están haciendo por partes? Esperemos que así
sea y que arreglen todo de una vez.
Y una
vez que el municipio remodele los tramos de ambas avenidas, ¿qué va a hacer?
Tal vez “parche” y “selle” lo que se vea feo y lo que da mal aspecto. Pero, ¿no
es hora de combatir la falta de respeto de los choferes con sus abusivas e
inútiles bocinas? ¿Por qué miramos y planificamos siempre a corto plazo? Los
invitados se van y nosotros nos quedamos en esta ciudad.
Nosotros
tendremos que seguir lidiando con el desorden y la criollada. La política del
parche y del “cortoplazismo” prima en muchos sectores, contribuyendo a que en
diversos aspectos aún estemos en desventaja con otros países y realidades.
Temas como la educación, la salud, el uso del agua o el uso de la tierra son
vistos solo para solucionar los problemas del momento y cumplir algunas de las
promesas hechas. No podemos seguir pensando a corto plazo, debemos proyectarnos
y ver más allá para buscar soluciones que permitan cambios significantes, no
simples maquillajes.
La
bocina o claxon como extensión de la personalidad
Haciendo
hincapié en un tema que es necesario abordar y combatir, pienso que el uso del
claxon por se ha transformado negativamente. Esta herramienta tiene la
intención de llamar la atención al peatón, ciclista o a otro vehículo sobre un
posible incidente que puede ser evitado. Es un método disuasivo que busca
llamar la atención para tomar las medidas necesarias a fin de evitar hechos
lamentables en las calles. No obstante, nuestros lúcidos choferes usan el
claxón para llamar la atención, exigir rapidez en el convulsionado tráfico y
“jalar” gente.
Tocar la
bocina desesperadamente mientras se espera en un semáforo significa para muchos
creer tontamente que el ruido ensordecedor activará algún mecanismo para que la
luz cambie. ¿Quién controla y regula su uso? Sentado al costado del chofer de
una combi o couster he podido contemplar escenas que me hacen pensar que el
claxon es, por un lado, un intento de imponer la personalidad de los
conductores ante el caos general y la competencia. Es decir, esta es una manera
de querer sobresalir a punta de “gritos” que ellos no pueden dar. Tocar
innecesariamente la bocina es asumir una postura que el chofer no tiene fuera
del asiento de su vehículo.
Por otro
lado, la bocina es para muchos choferes del transporte público un megáfono con
el que se llama casi personalmente a todo posible pasajero. ¿Cómo fiscalizar y
sancionar si se pasan los límites de emisión sonora para el transporte público,
si no existen límites máximos permisibles (LMP) para tal fin? La fiscalización
ambiental (que deberá estar a cargo del nuevo Ministerio del Ambiente) debe
partir de la aprobación de las diversas normas que definen los LMP y los
Estándares de Calidad (ECA). Finalmente, creo que deberíamos tener todos los
años cumbres internacionales en el país para ver si así el Gobierno y los
municipios hacen algo más por nuestras ciudades.
¿Por qué
no invitan a los participantes a un baño en las playas de San Miguel? ¿O tal
vez a un breve recorrido a las seis de la tarde entre lunes y viernes por el
cruce de las avenidas Javier Prado con la avenida Arenales o con el Paseo
Parodi? Existen seguramente diversas opciones de “city tours” tanto en Lima
como en provincias para nuestros invitados con el fin de que conozcan toda la
casa y no solo lo “más bonito” y lo recién “parchado”.
Artículo
publicado el 22 de febrero de 2008 en la versión online de la Revista Viajeros:
http://www.viajerosperu.com/articulo.asp?cod_cat=4&cod_art=817
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