Hace unos días estuve en Iquitos y alrededores. Uno de los aspectos que más me llamó la atención fue el siguiente: en una especie de feria enclavada en la selva amazónica, observé con detenimiento a un niño semidesnudo de la etnia Yagua. El “chibolo” no dejaba de observarme mientras gesticulaba algo que yo no comprendía. Tuve que agacharme para descifrar lo que me estaba diciendo. El rezo era este: ¡propina!, ¡propina! En aquel lugar preparado para recibir a los turistas, el infante yagua (al que luego se le sumaron una decena de niños) me repitió sin cesar la cantaleta. Debo reconocer que al principio me pareció gracioso este pedido casi silencioso. Luego, incluso se me hizo hasta familiar, pero al final llegó a hartarme e indignarme. Así, mientras miraba con cierta desconfianza el pequeño montaje que habían preparado no más de diez adultos yagua, escuchaba voces silenciosas detrás de mí que repetían sin cesar las palabras mágicas. Los casi diez niños hacían un coro casi imperceptible con el mismo cantar: propina.
Todo empezó con una visita a la ruidosa e inacabable ciudad de Iquitos. Visitar nuevamente la capital de Loreto me hizo entender mejor la dinámica selvática, sin llegar, claro está, a comprenderlo todo. Para un costeño -y para remate, limeño- la selva puede ser considerada como un lugar exótico, salvaje y hasta intimidante; no obstante, en mi caso, este lugar me fascina cada día más porque -además de su diversidad biológica- en este gran espacio, rodeado de ríos poderosos y poblado de gente alegre y amable, se puede intentar dilucidar parte de lo que nos espera como sociedad. Queridos hermanos del oriente, aún tenemos -y me incluyo en esto- mucho por hacer.
A pocas horas de llegar a Iquitos, cogí una embarcación en el río Itaya para llegar al gran Amazonas y, en dirección al Océano Atlántico, navegar por cerca de una hora hasta llegar a la desembocadura del río Sinchicuy. Luego, entrando por esta quebrada, pasé por el poblado de Santa María de Ojeal para finalmente llegar a un albergue a pasar la noche. En esta ciudad ribereña, me contó el guía, se filmó una parte de la película "Diarios de motocicleta", específicamente aquella cuando el “Che” Guevara nada hacia un pueblo de leprosos. Según el guía, el fornido y aguerrido Gael García no dio más de una decena de brazadas para alcanzar la orilla. La maravilla del cine. En fin.
Una vez instalado en el lodge, fui a visitar a los Yaguas en un poblado llamado Nuevo Perú, al cual se accede, según la época, en bote o caminando. Esta vez, por estar en plena época de crecida, éste y otros recorridos los hice en bote. Tras surcar parte del bosque inundado, una plantación de yuca y un yagua nos dieron la bienvenida. Caminé unos metros hasta encontrar un puñado de "puestos de venta" acondicionados para recibir a los ruidosos grupos de visitantes.
"Ellos se reparten"
Posteriormente, me senté en medio de la mini feria para apreciar cómo los hombres adultos disparaban con cerbatana y a disfrutar de una danza "típica" yagua (en la que, contra mi voluntad, participé ante el pedido de una niña de no más de tres años que me "sacó a bailar"). Me sentía un bicho raro. Pero bueno, hubo otro detalle que me llamó la atención. Tras la danza, los amigables yaguas nos ofrecieron sus productos ofrecidos en varios puestos. Posteriormente, el líder nos dijo, en un muy buen español, que eligiéramos lo que nos gustase y que al final se debería pagar todo junto. Ellos después se repartirían las ganancias.
Compré un par de cosas y me quedé pensando en cómo se iban a repartir los soles que dejé en mi visita. Mientras regresaba al bote, los niños me volvieron a abordar y repetían su cantar en voz baja. Algunos más desenfrenados y avezados lo hacían ya casi exigiéndome la propina a viva voz. No reaccioné y me alejé de ese lugar. Hasta ahora no entiendo exactamente cómo funcionan las finanzas en este rincón de nuestra selva. ¿Recibirán algo los más chicos? ¿Cuáles son sus prioridades? Tras el espectáculo, ¿regresarán a sus hogares a vestirse "normal" y a continuar con su trajín? ¿He sido timado?
Esta situación me llamó la atención pues no sé si es una estrategia de marketing o si es una manera de mantener una comunidad selvática. En todo caso, es la primera vez que veo algo así. Lo cierto es que el turismo en la zona ha obligado a los miembros de esta etnia (y seguramente a otras también) a implementar modelos de supervivencia a costa de los turistas, pero que no necesariamente son opciones de desarrollo, sino más bien de obtener dividendos rápidos y limitados, ¿o será que con eso es suficiente?
No se gana, pero se goza
Tras mi incursión en territorios yaguas, visité el poblado de Santa María de Ojeal en donde escuché a un curador local explicar parte de las propiedades curativas de las plantas selváticas. Claro, todo esto con el tácito compromiso de adquirir algún brebaje preparado por él para sanar algún mal. Caí en su embrujo y terminé comprando un par de sus productos sin saber exactamente qué me deberían haber curado. Igual me los tomé y como era de esperar, no he sentido cambio ni mejora alguna.
En estas visitas pude también apreciar otros detalles que me muestran parte del desarrollo de la economía selvática (al menos, es así como yo lo percibo). Si bien, el adaptarse a los ciclos naturales del agua en los ríos y cochas que determinan las dinámicas productivas, implica para el poblador local mucha energía, disciplina y trae consigo oportunidades, así como pérdidas, me parece que el hombre amazónico rural está condenado a la pobreza si no se hace algo al respecto.
En época de crecida en esta parte del país, todo está inundado. Los sembríos están sepultados bajo el agua y solo queda la pesca y el comercio hasta que el agua se retire y haya “fertilizado” de manera natural los espacios para la agricultura de subsistencia. Si bien debo anotar que en este año se han quebrado muchas marcas en cuanto a los volúmenes de agua en los ríos, debemos tomar en cuenta que esta tendencia la veremos posiblemente los años siguientes. Es decir, ¿cómo garantizar el desarrollo económico de estos compatriotas? ¿Se debe fortalecer la minería -formal, por supuesto-, la explotación petrolera y gasífera, la industria forestal, la acuicultura o la agrobiodiversidad? ¿Qué se debe hacer?
Como me decía uno de los guías, "Acá a veces no se gana nada por guiar gringos, pero se goza". No creo que esta sea la mejor postura para asumir los retos que se nos vienen. Claro, todo esto es solo una muestra diminuta de lo que sucede, pero me atrevo a postular que tal situación se repite en otros rincones de nuestra Amazonía.
Cuando pase la inundación
También visité fue la quebrada del río Yanayacu, en la margen derecha (de oeste a este) del Amazonas. En esa zona ─mucho más baja e “inundable” que la anterior, y en donde solo se puede transitar en bote si los ríos están muy “cargados”─, aprecié entre colegios inundados, canchas de fútbol que más parecían de waterpolo y familias reunidas en sus hogares descansando tras la pesca, una calma extraña. Allí, la vida parece detenerse en esta época del año.
Entonces, en estos días de protestas y peticiones al gobierno por parte de asociaciones indígenas medianamente organizadas (e incluso deliberantes entre sí), me pregunto, ¿Qué proponen estas para el desarrollo de nuestra Amazonía? ¿Qué han hecho para mejorar las condiciones de vida de los peruanos de la selva? Apoyo gran parte de lo que se pide, no obstante, pienso que el camino para hacerlo está mal planteado. Además, no descarto que tras estas protestas existan intereses políticos lo que, me parece, desvirtúan los verdaderos reclamos.
Tras todo esto, ¿qué se está forjando en la selva? ¿Qué reclaman nuestros paisanos? Es cierto, no podemos dejar que destruyan nuestra diversidad biológica ni que nos impongan modelos económicos externos que no funcionan en la gran Amazonía, pero, ¿qué les ofrecemos a nuestros hermanos de la selva?, ¿qué se ha hecho? No pidamos mucho, ¡hagamos algo nosotros! Y lo primero es sentarnos a conversar y a planificar lo que se viene, pues espero que en el futuro no tengamos que susurrar: ¡propina!, ¡propina!
Todo empezó con una visita a la ruidosa e inacabable ciudad de Iquitos. Visitar nuevamente la capital de Loreto me hizo entender mejor la dinámica selvática, sin llegar, claro está, a comprenderlo todo. Para un costeño -y para remate, limeño- la selva puede ser considerada como un lugar exótico, salvaje y hasta intimidante; no obstante, en mi caso, este lugar me fascina cada día más porque -además de su diversidad biológica- en este gran espacio, rodeado de ríos poderosos y poblado de gente alegre y amable, se puede intentar dilucidar parte de lo que nos espera como sociedad. Queridos hermanos del oriente, aún tenemos -y me incluyo en esto- mucho por hacer.
A pocas horas de llegar a Iquitos, cogí una embarcación en el río Itaya para llegar al gran Amazonas y, en dirección al Océano Atlántico, navegar por cerca de una hora hasta llegar a la desembocadura del río Sinchicuy. Luego, entrando por esta quebrada, pasé por el poblado de Santa María de Ojeal para finalmente llegar a un albergue a pasar la noche. En esta ciudad ribereña, me contó el guía, se filmó una parte de la película "Diarios de motocicleta", específicamente aquella cuando el “Che” Guevara nada hacia un pueblo de leprosos. Según el guía, el fornido y aguerrido Gael García no dio más de una decena de brazadas para alcanzar la orilla. La maravilla del cine. En fin.
Una vez instalado en el lodge, fui a visitar a los Yaguas en un poblado llamado Nuevo Perú, al cual se accede, según la época, en bote o caminando. Esta vez, por estar en plena época de crecida, éste y otros recorridos los hice en bote. Tras surcar parte del bosque inundado, una plantación de yuca y un yagua nos dieron la bienvenida. Caminé unos metros hasta encontrar un puñado de "puestos de venta" acondicionados para recibir a los ruidosos grupos de visitantes.
"Ellos se reparten"
Posteriormente, me senté en medio de la mini feria para apreciar cómo los hombres adultos disparaban con cerbatana y a disfrutar de una danza "típica" yagua (en la que, contra mi voluntad, participé ante el pedido de una niña de no más de tres años que me "sacó a bailar"). Me sentía un bicho raro. Pero bueno, hubo otro detalle que me llamó la atención. Tras la danza, los amigables yaguas nos ofrecieron sus productos ofrecidos en varios puestos. Posteriormente, el líder nos dijo, en un muy buen español, que eligiéramos lo que nos gustase y que al final se debería pagar todo junto. Ellos después se repartirían las ganancias.
Compré un par de cosas y me quedé pensando en cómo se iban a repartir los soles que dejé en mi visita. Mientras regresaba al bote, los niños me volvieron a abordar y repetían su cantar en voz baja. Algunos más desenfrenados y avezados lo hacían ya casi exigiéndome la propina a viva voz. No reaccioné y me alejé de ese lugar. Hasta ahora no entiendo exactamente cómo funcionan las finanzas en este rincón de nuestra selva. ¿Recibirán algo los más chicos? ¿Cuáles son sus prioridades? Tras el espectáculo, ¿regresarán a sus hogares a vestirse "normal" y a continuar con su trajín? ¿He sido timado?
Esta situación me llamó la atención pues no sé si es una estrategia de marketing o si es una manera de mantener una comunidad selvática. En todo caso, es la primera vez que veo algo así. Lo cierto es que el turismo en la zona ha obligado a los miembros de esta etnia (y seguramente a otras también) a implementar modelos de supervivencia a costa de los turistas, pero que no necesariamente son opciones de desarrollo, sino más bien de obtener dividendos rápidos y limitados, ¿o será que con eso es suficiente?
No se gana, pero se goza
Tras mi incursión en territorios yaguas, visité el poblado de Santa María de Ojeal en donde escuché a un curador local explicar parte de las propiedades curativas de las plantas selváticas. Claro, todo esto con el tácito compromiso de adquirir algún brebaje preparado por él para sanar algún mal. Caí en su embrujo y terminé comprando un par de sus productos sin saber exactamente qué me deberían haber curado. Igual me los tomé y como era de esperar, no he sentido cambio ni mejora alguna.
En estas visitas pude también apreciar otros detalles que me muestran parte del desarrollo de la economía selvática (al menos, es así como yo lo percibo). Si bien, el adaptarse a los ciclos naturales del agua en los ríos y cochas que determinan las dinámicas productivas, implica para el poblador local mucha energía, disciplina y trae consigo oportunidades, así como pérdidas, me parece que el hombre amazónico rural está condenado a la pobreza si no se hace algo al respecto.
En época de crecida en esta parte del país, todo está inundado. Los sembríos están sepultados bajo el agua y solo queda la pesca y el comercio hasta que el agua se retire y haya “fertilizado” de manera natural los espacios para la agricultura de subsistencia. Si bien debo anotar que en este año se han quebrado muchas marcas en cuanto a los volúmenes de agua en los ríos, debemos tomar en cuenta que esta tendencia la veremos posiblemente los años siguientes. Es decir, ¿cómo garantizar el desarrollo económico de estos compatriotas? ¿Se debe fortalecer la minería -formal, por supuesto-, la explotación petrolera y gasífera, la industria forestal, la acuicultura o la agrobiodiversidad? ¿Qué se debe hacer?
Como me decía uno de los guías, "Acá a veces no se gana nada por guiar gringos, pero se goza". No creo que esta sea la mejor postura para asumir los retos que se nos vienen. Claro, todo esto es solo una muestra diminuta de lo que sucede, pero me atrevo a postular que tal situación se repite en otros rincones de nuestra Amazonía.
Cuando pase la inundación
También visité fue la quebrada del río Yanayacu, en la margen derecha (de oeste a este) del Amazonas. En esa zona ─mucho más baja e “inundable” que la anterior, y en donde solo se puede transitar en bote si los ríos están muy “cargados”─, aprecié entre colegios inundados, canchas de fútbol que más parecían de waterpolo y familias reunidas en sus hogares descansando tras la pesca, una calma extraña. Allí, la vida parece detenerse en esta época del año.
Entonces, en estos días de protestas y peticiones al gobierno por parte de asociaciones indígenas medianamente organizadas (e incluso deliberantes entre sí), me pregunto, ¿Qué proponen estas para el desarrollo de nuestra Amazonía? ¿Qué han hecho para mejorar las condiciones de vida de los peruanos de la selva? Apoyo gran parte de lo que se pide, no obstante, pienso que el camino para hacerlo está mal planteado. Además, no descarto que tras estas protestas existan intereses políticos lo que, me parece, desvirtúan los verdaderos reclamos.
Tras todo esto, ¿qué se está forjando en la selva? ¿Qué reclaman nuestros paisanos? Es cierto, no podemos dejar que destruyan nuestra diversidad biológica ni que nos impongan modelos económicos externos que no funcionan en la gran Amazonía, pero, ¿qué les ofrecemos a nuestros hermanos de la selva?, ¿qué se ha hecho? No pidamos mucho, ¡hagamos algo nosotros! Y lo primero es sentarnos a conversar y a planificar lo que se viene, pues espero que en el futuro no tengamos que susurrar: ¡propina!, ¡propina!
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