sábado, 13 de junio de 2009

VERDEANDO EL DESIERTO

Qué bonito suena “convertir las zonas áridas y los desiertos en enormes territorios verdes llenos de pajaritos y de arbolitos, es la mejor manera de darle vida a la tierra. Solo es cuestión de echar agua y a sembrar se ha dicho”. Ojo, no todo lo que se “verdea” se queda verde. El guión es el siguiente: un pueblo asentado en una zona desértica es convencido para que sus territorios se conviertan en extensas zonas verdes. Se realiza el proyecto. Todos quedan felices y contentos. Sin embargo, después de algunos años, las fuentes de agua empiezan a escasear; el suelo, a presentar un alto grado de salinización y erosión; los campos empiezan a secarse; y los habitantes deben emigrar, dejando atrás un oasis seco. El desierto regresa y se toma su revancha con los pobladores antes de que estos puedan escapar.

Para entender esta historia, pondré un ejemplo, el cual se asemeja en parte a lo que se viene haciendo en nuestra costa. Viajemos al Valle Central, en la parte más fértil de California. En esta zona fluye débilmente el río San Joaquín y en los alrededores, en miles de kilómetros cuadrados, se encuentran extensas plantaciones de frutas y de verduras. El valle fue considerado como una de las zonas más productivas del planeta. Y es que a partir del año 1920 se decidió convertir esta antigua sábana desértica en una tierra agrícola, tras el descubrimiento de fuentes “inagotables” de agua.

Es así como se construyó una enorme red de canales de agua que obtienen el líquido elemento principalmente del subsuelo para irrigar cerca de 600 kilómetros a lo largo del valle. En la actualidad, el agua ha empezado a escasear debido a que las fuentes de donde esta se obtiene se empiezan a agotar. Adicionalmente, las sales y minerales que contiene el agua se quedan en el suelo. Ya se han reportado —en la parte sureste del Valle Central— 45 000 hectáreas de suelos salinizados, secos e inservibles para la agricultura o cualquier uso productivo. El desierto regresó.

El hambre del desierto

El hombre, en su afán expansionista, busca nuevos territorios para extender sus cultivos con el fin de satisfacer sus demandas de alimento. No obstante, el uso intensivo del suelo trae consecuencias graves. Así, dicho uso inicia una reacción en cadena que termina generalmente con el avance de los suelos empobrecidos, secos y totalmente salinizados. Las plantaciones que son regadas y cosechadas muy a menudo no crecen lo suficientemente rápido y se marchitan. Además, sus raíces ya no fijan el suelo, de tal manera que con el tiempo el suelo se convierte en arenal.

En casi todas las regiones secas o semisecas del planeta se presenta el mismo panorama: el uso intensivo, desordenado y abusivo de la tierra. Otro ejemplo del mal uso, además de la agricultura intensiva, es la ganadería. Esta última actividad introduce cabezas de ganado para una cierta extensión de tierra que no se da abasto, que no se recupera si la actividad no se realiza de manera rotatoria, y si no es bien manejada. Con el aumento exponencial del número de cabezas, es lógico que el suelo sucumba y que se empobrezca, permitiendo que el desierto lo invada todo. Por ejemplo, el ganado caprino es muy dañino ya que arranca los brotes y compacta el piso, evitando la regeneración del suelo.

En junio del 2007, la ONU hizo un llamado a la humanidad calificando a la desertificación como uno de los males que el hombre debe enfrentar en los siguientes años. Este problema se da principalmente en las zonas más pobres del planeta. Se ha calculado que cerca de 250 millones de personas se ven afectadas directamente por el avance del desierto. Las zonas más afectadas por esta situación son China y África. Además, dicho proceso trae consigo otros más graves, ya que donde desaparece la cobertura vegetal, disminuyen las lluvias debido a que el agua discurre de manera horizontal ocasionando que exista menos humedad que se evapore para generar precipitaciones pluviales.

El sueño verde puede convertirse en pesadilla

Poco a poco va quedando claro que “echarle” agua al desierto, así como modificar un ecosistema que ya ha existido desde hace miles de años y que tiene su propia dinámica, es un error. En aquellos sitios donde el hombre ya cometió ese cambio forzado se ha reportado la existencia de suelos totalmente salinizados y secos.

En Arabia Saudita se dio una situación similar a lo ocurrido en California. Entre 1980 y 1993 se irrigó gran parte del desierto tras el descubrimiento de fuentes de agua subterráneas, aumentando la producción agrícola en un 263%. Tanto así, que en pleno desierto se cultivó trigo, lo que convirtió a este país en el sexto productor de dicho cereal en el mundo. No obstante, el costo de producción de cada tonelada era de $500, mientras que en el mercado mundial, el mismo costo era de $120. Tras algunos años, el desierto regresó a sus dominios.

Es por eso que en algunas partes del África como en Libia, Túnez y Argelia se vienen investigando técnicas que permitan evitar lo anteriormente expuesto, a través de un uso mejorado del suelo, de eficientes sistemas de riego, y de la aplicación de conocimientos botánicos para evitar el avance de la desertificación. Sin embargo, todos estos intentos podrían fracasar si no se logra frenar el avance del desierto, tal vez, a través de la siembra de plantas y matorrales que sirvan de barreras naturales a los vientos que arrastran la arena.

La muralla verde

China, y específicamente su capital Beijing, ha sufrido varias veces una excesiva “lluvia” de arena proveniente del desierto de Mongolia. El recorrido de estas masas de arena es aproximadamente de 240 kilómetros cubriendo extensas áreas verdes y agrícolas. Es por eso que a partir de 1978, el Gobierno Chino inició la construcción de la denominada “muralla verde”, la cual consiste en una extensa plantación de más de 4 500 kilómetros que rodea los desiertos chinos. Para tal fin, se utilizaron aviones que dispersaron semillas en los lugares destinados para esta protección natural.

No obstante, la “muralla verde” resultó no proteger completamente a los chinos, así como sucedió con la gran Muralla China que no pudo repeler del todo a los invasores mongoles. Cerca de 1 200 kilómetros de árboles recién plantados murieron debido a que absorbieron —paradójicamente— mucha agua. Sin embargo, de este y de otros errores se aprendieron lecciones provechosas. Actualmente, ya no se utilizan monocultivos, sino diversas especies nativas adaptadas a las condiciones climáticas.

Ante estos escenarios, ¿qué hacer? Yo creo que no debemos “verdear” abusivamente nuestros territorios secos, y a su vez debemos conservar y respetar los desiertos que son ecosistemas complejos con su propia dinámica. No debemos sentirnos siempre con la potestad de modificar el medio ambiente, pues ese atrevimiento es como un boomerang que nos regresa y nos golpea. Asimismo, es necesario utilizar especies nativas para reforestar nuestros suelos y para utilizarlas como barreras naturales o como alternativas a los monocultivos.
Artículo publicado el 1 de junio de 2008 en el Suplemento Semana del Diario El Tiempo de Piura.

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