Hace ya muchos
años, en Heidelberg (Alemania), conversaba con un amigo colombiano mientras
tomábamos un café en el comedor universitario. Así, en medio de una pequeña
discusión sobre la calidad del grano negro (en ese entonces cedí ante la fama
del café colombiano, sin embargo hoy estoy seguro que el peruano es el mejor
del planeta) me contó este “paisa” que en su país había salido en esos días
(inicios de los noventa) un comercial en televisión que, en resumidas cuentas,
fomentaba el uso de los descartables.
La trama era algo
así: toda persona que acudía a la cafetería se le preguntaba si tomaría café de
una taza en la que ya varias personas lo habían hecho. A esto, se escuchaba en
el fondo varias voces diciendo que eso era un acto falto de higiene, que no era
posible, que para eso están los descartables; en fin, un cambio en que lo más
moderno y saludable era dejar de utilizar la vajilla lavada y “contaminada”
para optar por generar más basura.
Aquella historia la escuché en uno de los
comedores alemanes, en donde se genera una cantidad mínima de basura, pues allí
se usa vajilla, bandejas, menaje y todos los implementos necesarios para la
atención de los comensales, de tal manera que se pueden lavar “n” veces y
volver a utilizar.
Todos estos implementos son lavados en
máquinas que, según me comentan, al lavar grandes cantidades de implementos,
ahorran agua. Y claro, en ese entonces, el colombiano me decía que él
consideraba esa campaña en su país como un retroceso y una muestra del retraso
en el que nuestros países se encuentran en diversos aspectos. No lo dudo. Así
también, en las máquinas que expenden bebidas calientes en el país teutón (y
seguro en otros sitios también) existe la posibilidad de que uno mismo utilice
su taza para reducir la cantidad de basura.
No voy a presentar cifras ni estadísticas
que demuestren la cantidad de desechos que generamos diariamente, pues no lo
veo necesario; solo basta que uno se tome un par de segundos para reflexionar
al respecto.
Escenas conocidas
Escena 1: Lunes al mediodía en la oficina.
Muchos de los trabajadores no han traído almuerzo pues el domingo nadie cocinó
en casa (otros traen el “calentao” del día anterior, y otros almuerzan fuera).
Entonces, qué mejor alternativa que llamar al “delivery” para asegurarse con el
“combate”. Al final de la merienda, se acumula una gran cantidad de desechos
sólidos entre descartables y otros que van a parar a bolsas negras. Si
multiplicamos lo que se genera en una oficina por todas las oficinas de una
empresa u organismo, por día y por año y luego por todas las oficinas del país,
la cantidad de los residuos que generamos es astronómica.
Escena 2: Se convoca a un taller de
evaluación sobre el proyecto X o a una simple reunión de trabajo. Para mantener
despiertos a los participantes se les sirve café en vasos descartables y se les
ofrece algo para “picar”. Tras la reunión, se acumula una cantidad considerable
de desechos, empezando por los vasos descartables que son simplemente
acumulados en la típica bolsa negra sin posibilidad a ser nuevamente
utilizados.
Escena 3: Ante una sorpresiva visita o
simplemente para ahorrar chamba, tiempo y además para no lavar platos, qué
mejor idea que abastecernos de comida preparada en el supermercado. Si bien se
puede sacrificar un poco la buena sazón casera, el ahorro de tiempo es básico
en estos tiempos modernos de agitación y stress. Tras la opípara comilona se
acumulan cerros de desechos. Ya ni pensar en toda la comida delivery que
pedimos en los momentos de ocio.
Escena 4: De compras en el supermercado.
Contemplamos impávidos cómo la cajera utiliza casi una bolsa por cada producto
que compramos. Y claro, nosotros no movemos ni un dedo para intentar aunque sea
reducir el número de bolsas. Lo ideal sería, por un lado, que nos demos el
trabajo y que nosotros mismos metamos nuestras compras en un número mínimo de
bolsas; y por el otro, que llevemos canastas o bolsas de yute o tela para
aminorar los residuos sólidos ¡cuánta basura dejaríamos de producir!
Escena 5: Nos vamos al cine. En la cola
estamos rodeados de parejas, familias y espectadores llenos de canchita,
gaseosas y otros “snacks” para la función y ni qué decir de cómo queda la sala
cinematográfica (una muestra más de nuestro accionar desvergonzado al que se le
suma los que allí hablan por celular). Acaba la película y aparecen los chicos
de limpieza con sus bolsas negras. La última vez que fui al cine le pregunté a
una de las chicas que limpia, cuántas bolsas llenaba al día. Me dijo que mínimo
seis. Multipliqué rápidamente el número de salas por seis, por siete días, por
cuatro (semanas) y por doce (meses). Terrible. Me faltó multiplicar la cifra
por el número de trabajadores y cines de Lima.
Última escena: Saliendo del cine, ¿unos
anticuchitos? Pero, por supuesto. Otra vez las bolsas negras. Esta vez solo son
dos las que rodean, en sus respectivos tachos, al carrito anticuchero. La
señora atiende todos los días hasta las doce de la noche. Llegamos cerca de las
ocho de la noche. Los dos tachos estaban llenos de descartables, botellas de
plástico y servilletas. Empecé nuevamente a multiplicar las bolsas por horas,
por días. El ají picante me sacó de ese horror.
La amenaza fantasma
Regresando a los años noventa, claro en
ese entonces (según lo que mi memoria recuerda) no existían tantos productos
comerciales, no reinaban los descartables y las bolsas negras como ahora, no
había tantos deliverys y no consumíamos masivamente como sucede actualmente.
Claro, éramos menos, no había tampoco mucho para comprar, eran otros “tiempos
económicos” y, creo yo, no tomábamos conciencia de los desechos que
producíamos.
¿Existen posibilidades de cambiar este
panorama? Yo asumo que sí. Está en nuestras manos tomar acciones inmediatas por
más pequeñas que puedan parecer. En la oficina: procure llevar alimentos a la
oficina (lonchera). Cómprese una taza que forme parte de sus herramientas de
trabajo y avise que en ella pueden servirle el café, el té o la bebida que va a
tomar en una reunión. Proponga la compra de un juego de menaje para la oficina
(a utilizar en celebraciones, reuniones y otros), así como de un dispensador de
agua. Utilice además un “tomatodo”. Evite comprar botellas de plástico de
gaseosas. Además, más sano es tomar agua. Fomente el uso de papel reciclado. Si
bien hay que lavar la vajilla, y es pesado, esto genera menos impacto
ambiental.
Procure reciclar. En el país no tenemos
rellenos sanitarios suficientes. Si va a comprar botellas (las bebidas en
envase de vidrio saben mejor) de agua o gaseosa, procure obtener las de dos o
tres litros. Lleve mochilas, canastas, bolsas de yute para hacer sus compras.
Si bien es cierto que los objetos deben ser entregados en guardianía, procure
tenerlos al momento de pagar (si va acompañado a comprar, esto es posible).
Sobre ir al cine, comer anticuchos y cosas similares, lamentablemente no puedo
decir mucho, pues es imposible pedir que dejemos de hacerlo. No obstante,
siempre hay maneras para aminorar la cantidad de basura que producimos.
Finalmente, insisto, creo que está en cada
uno hacer algo por impedir que las bolsas negras y los descartables nos
invadan. Está en nosotros también inculcarles a los niños algunos aspectos de
este gran problema que pueden mejorar el mundo que les estamos dejando. ¡No
imprima este artículo!
Artículo publicado el 31 de octubre de
2008 en la versión online de la Revista Viajeros:
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